lunes, 28 de febrero de 2011

La patada


En la historia de la coz, que viene a ser como una patada retroactiva, una de las mayores notoriedades la ostenta, creo yo, la de la muía del Papa durante su cismática estancia en Avigñón, según nos contó Alphonse Daudet en su Cartas desde mi molino (1866). Pero la historia de las patadas es extensa e incontable y de muchas de ellas se puede decir que se producen en los estadios y en sus alrededores, patadas a millones de euros en ocasiones, patadas que pueden quebrar la suerte de un jugador de excepción, duras botas que van en busca de la tibia del contrario, o, también, patadas que se prodigan alrededor del campo de fútbol, como en el caso de esa victima reciente a quien, cerca del estadio de San Lázaro en la «troyana» (como la llamaría Pérez Lugin) ciudad de Compostela, le explosionaron el hígado de una patada.

Juzgo que, ante episodios como éste, cualquier frase de tonos ligeros pudiera parecer demasiado cruel por la manera como se han puesto algunos deportes, muy especialmente el fútbol. Acaso habría que subrayar también el hecho de que el deporte dejó de serlo cuando pasó del amaterismo al profesionalismo, que sospecho que fue entonces cuando el fair play se mutó en supporterismo, aunque no estoy muy seguro. Y, lo que cabe, solamente, es asis­tir a esa especie de ceremonia de la confusión en el que deporte y violencia se han visto enredados, aunque el fenómeno no es de aho­ra mismo y cuenta, anteriormen­te, con episodios difícilmente supe­rables, con treintenas o hasta cen­tenares de muertos en algunos estadios, aunque para ilustrarnos sobre este punto, nada mejor que cederle la palabra a ese ilustre reportero de la calamidad mun­dial, que resulta ser el polaco Ryszard Kapuscinski.

Amelia Bolaños. La historia de Amelia Bolaños y la de la gue­rra real que se estableció entre El Salvador y Honduras allá por 1969, fue a propósito de un doble parti­do de fútbol -en El Salvador, uno; y, en Tegucigalpa, otro que pue­de servir de espejo impar. Escri­be Kapucinski, en su reportaje titulado La guerra del fútbol (Edit. Anagrama, 1992): «Cuando el delantero centro del equipo hondureño, Roberto Cardona, metió en el último minuto el gol de la ' victoria, en El Salvador, una muchacha de dieciocho año8, Amelia Bolaños, que estaba viendo el partido sentada frente al televisor, se levantó de un salto y corrió hacia el escritorio, en uno de cuyos cajones su padre guardaba una pistola. Se suicidó de un disparo en el corazón». Aunque parezca que ese episodio de la muchacha Amelia Bolaños -dieciocho años tan insuperablemente envenenados e inundados por el virus del fútbol ocurre en un caso de intimidad, de arregostado sentimiento de soledad de una joven recluida en su casa, sería percepción equivocada suponer que así fue.

Pascal, siempre.. No, no fue un caso de soledad el de Amelia Bolaños a pesar dé estar en su casa y parecemos que fuera ella fiel cumplidora de aquella máxima pascaliana que afirma que «toda la desgracia de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación» y que «no se buscan las conversaciones y las diversiones de los juegos más que porque no causa placer perma­necer en casa» (Pensamientos, 136. Divertimiento), ya que lo cierto sería decir que ni estaba en casa ni estaba sola, entro otras cosas porque lo verdaderamente difícil en los tiempos en que vivimos es estar en casa y estar a solas, cuan­do, por ejemplo, un artilugio como el de la televisión, que será cosa del diablo seguramente que lo hayan convertido en algo tan estúpido cuando nos ofrece tantas posibilidades, hace que pocos, muy pocos, puedan sentirse solos y en casa y sí, en cambio, relio7.a. dos de ruidos y sabores y olores, fritangas de gentes que acuden a actos multitudinarios y los que no acuden por su propio pie partici­pan sin embargo de parecidas masificaciones por medio de la televisión.

La ubicuidad. A pesar de todos los pesares se hace posible creer que Amelia Bolaños no estuviera en su casa sino en el estadio rebo­sante de voces y de ruidos mil en el momento en el que Roberto Caí dona, delantero centro del equipo hondureño, metió su gol en el último minuto del partido. Pero también sería ésta una percepción equivocada porque tampoco estaba en el estadio ni en mitad de In multitud que había acudido a ver el partido, como tampoco estaban en el estadio esos miles de ciudadanos que habían me a ver un partido. Acaso es que la ubicuidad no es un don solamente reservado a los dioses, y, cualquier mortal, sobre todo si es aficionado al fútbol, puede gozar de ese don. Por que lo verdaderamente trágico para Amelia Bolaños es que ella estaba colocada en un sitial mucho más alto, lo cruelmente trágico es que cataba en el mismísimo corazón sangrante del patriotismo salvadoreño, justamente en la misma diana donde la herida se hace mortal de necesidad y su sangre empapa su bandera y llegado a ese punto, cualquier nauseabundo milagro puede florecer porque siempre ha sido el fanatismo uno de los mejores fertilizantes del absurdo. El mismo Kapuscinski, en su reporta­je nos da la clave del enigma cuando nos informa del titular que, al día siguiente al trágico suceso publicaba el diario sal­vadoreño El Nacional: «Una joven que no pudo soportar la humillación a la que fue some­tida su patria», que éste fue el epitafio que coronó el suicidio, tan espontáneo y desnaturaliza­do, de Amelia Bolaños.

De Compostela a Teguci­galpa. Pero me temo que harí­amos mal terminar aquí, con este trozo, la lectura del repor­taje de Kapuscinski. Y no sólo porque a aquel que quiera saber de qué manera la actualidad explota con toda su parafernalia de masas en trepidación, de horrores multitudinarios y de espantosas tropelías de todo tipo, le conviene leer a Kapuscinski, sino simplemente porque la historia de la violencia en el fútbol  continúa en las siguientes line as, pero coloreándose de tiznes  bélicos cuando se prolonga hasta las mismas interioridades de  la guerra -guerra real entre El  Salvador y Honduras. Porque el  reportaje de Kapucinski no es la  crónica de un partido de fútbol,  sino que éste, el partido, sola mente ocupa su comienzo, y, de  todas formas, si cualquiera pudiera llegar a pensar que desde ' Amelia Bolaños a Manuel Ríos (el aficionado del Depor muerto por una brutal patada en el hígado) haya mucha distancia, y que sería posiblemente la misma o más que hay entre El Salvador y Santiago de Compostela, habría que mostrarle que la distancia, tratándose de fútbol, y no se sabe por qué milagros de transformaciones difícilmente inteligibles, no es tanta, y que la patada dada cerca del estadio San Lázaro de Compostela pudiera ser como ese aleteo de mariposa que se convierte en guerra real al llegar a Tegucigalpa.

Adioses


En tiempo de adioses como el dé ahora, cuando Polloe se ha mostrado tan florido y visitado en la festividad de los difuntos que mejor que me los imagine en plena melopea cantando aquello de «pobrecitos los borrachos que están en el camposanto» (que «melopea» quiere decir «borrachera», por supuesto, pero también «canturria»); cuando, por esta época, en un quicio en donde charlan los cipreses se ve la sombra del convidado de piedra y el viejo pecado capital de la lujuria se disfraza de seducciones; cuando Don Juan enlabia y requiebra a doña Inés no importa si con versos y frases de Tirso o de Zorrilla o de Moliére, etc...; mi primer adiós quisiera dirigirlo, en vuelo más alto, a saludar con tristeza, por la pérdida que supone para la literatura en general, a ese gran escritor que fue Perucho (Barcelona, 1920-2003), mago de la palabra pero aún más de la imaginación, singular personaje cuya pluma tantos momentos deliciosos me deparó y espero que así sea en la inevitable relectura. «Adiós a todo eso», nos dijo, pues, Juan Perucho, como nos lo había enseñado a decir Robert Graves (cuya viuda, Beryl Pritchard fallecía a los 88 años esta semana pasada) en su obra de este título, y con un medio adiós, que es como ese «me voy pero me quedo» de El rayo que no cesa del oriolano Hernández (Miguel también), se nos despedía de estas páginas este domingo pasado, el querido compañero y amigo Miguel Vidaurre que, según sus palabras, me entregaba el testigo del decanato de periodismo en esta ciudad, que nunca sabría llevarlo con la prestancia y don de gentes que él, por lo que mi ruego es que siga llevándolo con la soltura y naturalidad que hasta ahora, y que, aunque esporádicamente sea, no nos prive de su magisterio.


Letizia. Al revés que ella (que va por la «z»), me inclino yo, más bien, por la «c», Leticia, que también es verdad que cada quién puede escribir su nombre como quiera. Leticia (así, con «c» suave, de Letitia, de como nos suena a los que estudiamos las reglas de la pronunciación latina cuando en el bachillerato se incluía el latín como asignatura, y era palabra que nos daba como «alegría», que es lo que significa, con ramificaciones tan consoladoras como el verbo laetifico, as. are, que les debía ser grata palabra al Dr. D. Blas Goñi y al Lic. D. Emeterio Echeverría, cuyo texto de Gramática latina estudié, puesto que lo mencionan desde los primeros ejercicios, «Pluvia prata laetíficat», «Ortus solis laetificat homines», etc...). Letizia (ahora con «z» porque ella así lo quiere), ha protagonizado la última versión de  Cenicienta de Perrault, suponemos que ha alegrado el corazón del príncipe que ya no sabía qué hacer con ese zapatito de cristal que no había forma de calzárselo a nadie, y ha soliviantado de alegría corporativa a los 'profesionales' del periodismo cuyo corazón ha estallado en sus rellenos de miel y rosas. Queda al fondo, aun sin cumplir pero menos, una comilona de perdices como previsto final de los cuentos populares.

Anjeles. Ahora que ya puedo llamarme inmigrante, que, ¡gracias, doña Anjeles! (que me imagino que serán 'anjeles' juanramonianos por lo de la «j» que, siendo así, los imagino también «vagos ánjeles malvas» que «apagaban verdes estrellas», parece que se me da mayor perspectiva para hablar desde una cierta distancia, no inmerso en los miasmas de la tribu sino a prudencial alejamiento, sin formar parte de la homogeneidad del pueblo y sí, en cambio, desde la heterogeneidad de la sociedad, formada ésta por - inmigrantes e indígenas y toda clase de faunas familiares y exóticas, ovejas latxas y pottokas pero también cangu­ros y okapis, por im decir.

El indigenismo tiene sus cosas, no hay duda, pero me temo que no deja ver con el preciso detenimiento o dis­cernimiento -la luz de la razón iluminando nuestros reco­vecos tradicionales-, los verdaderos perfiles de nuestro locus, loci particular, ni siquiera de qué magmas estamos hechos, qué oscuras cabriolas del destino nos han confi­gurado de ésta o de aquella manera, mientras que ser inmigrante, creo yo, nos ofrece un panorama mucho mas amplio, un ver todo como de golpe que es lo que dicen que nace la mirada divina, la mirada eterna, la mirada de fin de cur­so en esta vida que, dicen los que se creyeron que murieron y a pesar de ello pudieron contárnoslo, que vieron como en un filme instantáneo el decurso de su vida total, ese descorrerse el ciclorama de la vida y encontrarse inmer­so en aguas lústrales, la palabra que no es preciso pro­nunciar para que se entienda, el vuelo que se para en la indeterminada extensión y dimensión de lo inmóvil, la ola de mar que nunca se fue contra las rompientes ni sobre la arena de la playa y es ola inmadura pero perenne, acaso por eso mismo, porque es ola, que. como escribo a muy poco tiempo del día de los difuntos, repito, del 'Jálovin' estremecedor sajón también importado o inmigrante, es posible que me haya dejado llevar por la fascinación de la llamada de los muertos, del Polloe que cada cual llevamos colgando de las escápulas de nuestra memoria ontogéni ca. que leía yo hace poco, no se dónde, que hasta in muerte es una prueba deportiva para la que hay que estar preparados, con los músculos mentales debidamente masajeados que en eso consiste el investigar sobre los territorios de nuestros miedos o de nuestras vehemencias, que agradezco, repito, a doña Anjeles y a todos nuestros ánjeles custodios color malva, esta oportunidad de colocarnos en tierra de inmigración en el mismo lugar en donde naci­mos y moramos durante 75 años y aun con el hierro de pertenencia bien marcado en las posaderas como a ternero de grandes praderas después de que Manitú muriera, con el muuuú del dolor enlabiándosenos en lengua indígena también, en la misma en la que celebrábamos nuestras reuniones infantiles al amparo del maizal aaaaaaaaaei verde de las najas y el blanco de las gotas de la lluvia que no lograban besar el suelo y el oscuro del atardecer veteado de nubes de gracia-, una reunión como de apaches o de sioux niños, el poblado a nuestras espaldas y el idio­ma -nuestro idioma propio, tan arcaico pero tan perfectamente incrustado y machihembrado- chispeando de lengua en lengua, ensayando alguno, ron gracia natural, has­ta algo más que los escarceos del bertsolarismo.

Agradezco a doña Anjeles. repito y vuelvo a repetir y a los ánjeles malvadiaconisos del encuentro del placer ines­perado, esta posibilidad de sentirme inmigrante en mi pro pia tierra, que considero que es mucho más que lograr la cuadratura del círculo, mucho más que conjugar el absur­do y su quimera, más que ceder a las tentaciones de la ubicuidad siéndonos isócronamente allí y aquí ¡Que los dio­ses del sentido común nos rescatan,!

Cine

   En tres exclamaciones (¡Ah!, ¡Eh!, ¡Ooooh!, comprimo mis impresiones generalizadas hasta ayer mismo en esta 55 edición del Festival de Cine de Sn.Sn., desde aquellos viejos tiempos (70 años ha) en que en el viejo colegio (creo que con total inconsciencia de sus rectores, y de la mía, por supuesto) me tragué, como poco, gran parte de la magnífica fílmografía alemana de los años 20, que fue obligada secuela del escoreo español hacia el germanismo, no en vano los soldados de la zona llamada 'nacional', preferentemente los de infantería y falange, cantaban el 'Yo tenía un camarada' de inequívoca procedencia tudesca en su versión celtíbera, no sé si revestidos del espíritu a lo Viriato o a lo Don Pelayo... 

¡Ah!.- 

   Mientras exclamo ' ¡Ah!' no sé qué cara poner. ¿De horror? ¿De espanto? O, simplemente, ¿de sorpresa?... David Cronenberg agarra al toro por lós cuernos desde el primer envite o lo recibe a portagayola, da lo mismo. Lo importante es impactar al personal. Va uno al cine, encuentra una localidad (cosa nada fácil dada la gran concurrencia), espera unos pocos minutos, se apaga la luz, aparece la cara de esa señora nada afortunada en nada que lo preside todo en esta edición y comienza la sesión con una gran inundación de sangre. Es decir, algo que da corisistencia sanguinosa a una de las grandes mafias que operan en un mundo donde todo se diría que está supeditado a las fuerzas mafiosas, que es verdad que es un milagro de supervivencia, seguramente un milagro de concesión de permiso de vivir en el que tantos , vivimos, es decir, los mafiosos que vivimos formando parte de la gran mafia de los incautos, los débiles, los pusilánimes que creemos no pertenecerá ninguna mafia lo que es imposible porque todos estamos condenados a ser mafiosos, a vivir bajo las condiciones que marcan las grandes mafias. Decía pues, que uno se pone perdido de sangre desde el primer momento. El escenario elegido, no por ser tan conocido, deja de tener su fuerza de choque. El sillón de un barbero, de uno que maneja con destreza la navaja de afeitar y la afila en el cuero mientras una aviesa sonrisa se le va insinuando en los ojos, en el entrecejo, en la comisura de los labios, es el lugar idóneo para que la sangre salte irrefrenable desde el gaznate rebanado, que a uno le da por pensar que un sillón de barbero como éste, una blancura de los viejos hospitales que eran blancos hasta el que verde se fue insinuando como color preferido de los quirófanos, es el mejor escenario para que se nos insinúe una sensación de recelo y de inquietud, para que se nos vaya cargándosenos el ánima de no se sabe qué espéra de estupor hasta que se produce el rebanamiento, la raja abierta en el pescuezo, la sangre que ha saltado y se derrama por todo donde le gusta ser derramada, por las blancas telas que se apretaron sobre la nuez, por nuestras entretelas sensibles que ya esperaban la efusión pero que es ahora cuando se produce. Respira uno un poco que la congoja ya pasó y, hace cabalgar una pierna sobre la otra en el poco espacio que nos lo permite la exigua distancia entre localidad y localidad, pero antes de que haya tragado la suficiente saliva como el caso requiere, a la continuación de un breve diálogo entre dos bergantes y el barbero en cuestión, aparece de nuevo otra de esas inundaciones sanguinosas, esta vez en una farmacia, una pobre joven embarazada, con el frunce de brazo y antebrazo acribillado por la aguja hipodérmica que no deja lugar a dudas, se desangra en un sos que ni siquiera le es posible anunciar más que débilmente, algo como un maullido de pobre gata. ¡Ah!, le sale a uno sin querer, y eso es todo. 



¡Eh!.- 


   Me da por hacer la frase: 'La mentira del cine me pudo más que la verdad de la vida'. Viene ahora la evocación, y sigo: 'por ese motivo, me refugié en los lugares oscuros, en las salas de cine en las que reinaban las sombras y una única luz en turbión sobre la pantalla excepto los tímidos fanales que servían para dar con nuestra localidad o para salir afuera que era como la tijera que corta la vestidura de la ficción y el frío y la hostilidad de la vida toda mientras ahí dentro, en nuestro amado infierno, nos entreteníamos tan opíparamente con las historias fantásticas ya realizadas y las reales fantásticamente falsificadas, recoveco íntimo, lugar idóneo en cualquiera de esas salas para que un joven sin ambiciones, inerme ante las híspidas crueldades de la vida nunca comprendidas, se encerrase en su caparazón, y, desde debajo de él, extendiese su programa de negaciones a lo real, daba lo mismo a todo que a nada. Fue ésa, una manera de enfocar la vida desde la niñez, y los adictos del cine sabrán qué difícil era sustraerse al encanto de esta droga, cómo las imágenes no cesaban nunca y volvían a proyectarse en el sueño, en la comida, en las relaciones familiares, pero sobre todo, en lo íntimo más sensible, allá donde la bestia cinéfaga se refocilaba en sus sueños, ¡bendita (o, maldita) mentira! Hicieron falta muchos años, muchos sueños, muchos delirios, muchas indolencias continuadas para que esa adicción al cine fuera menguando, quizás perdiéndose no se sabe dónde, sí seguramente en ese pozo grande donde acaban todas las frustraciones, todas las quimeras, también todos los miedos. A la edad senecta -me dice el amigo Ramón en un diálogo ocasional en plena calle-, se topa, dice, con un encanto añadido que no consiste en otra cosa que en ir viendo cómo las nuevas generaciones hacen las mismas tonterías que nosotros hicimos. Un amargo encanto pues, un envenenado encanto en caso de que encanto fuere aunque más bien certidumbre y consternación de lo fútil que es la vida en su natural decurso, en su proyección y seguimiento año tras año hasta llegar a esa (ésta) cima de la senectud en donde todo se empieza a ver de otro sesgo, entrando yá con paso firme en ese tiempo prometido en el que lo que antes se veía en sombras se vé ahora con nitidez, la caverna platónica dejada atrás, a espaldas si así se quiere entender. Faltaba, acaso, que alguien me dijera entonces:' ¡Eh, que no es por ahí!'. Y dejarlo. Nada más. 



¡Ooooh!.- 


   Se dice que fueron mil, alguien los contó, que profirieron esa exclamación al enterarse de que El venía. Acudía, claro está, a recibir el sahumerio de las gentes, a aspirar el humo del incienso aunque los pebeteros arden siempre bajo la peana de los dioses y ellos debieran estar ya hartos de humo. Pero habrá siempre llegadas, como la del ángel a la piscina probática, que hacen mover las aguas y se hacen milagrosas. Abrir la boca, ya se sabe, es de papanatas, pero la enfermedad se agrava muchísimo cuando la boca es un buzón que se abre ante una fruslería que algunos lo llaman glamur, que viene a ser lo mismo. Pero de lo que pueda ser o no una fruslería seguro que no lo saben bien los boquiabiertos. ¡Ooooh, los boquiabiertos! 



25 – IX - 07

viernes, 25 de febrero de 2011

El maxilar




   No al son de los tambores al menos en esta ciudad, donde con desazón auditiva de algunos vecinos y sazón en cambio de otros, se están tensando para celebrar el recuerdo de su patrón, el ínclito Sebastián, milite romano tan asaeteado por tantas y tan diversas saetas que sería difícil extender aquí su amplio temario, de lo que más se ha hablado creo, en el ámbito nacional es de ese sucedáneo del chicle que viene a ser la letra del himno nacional cuya bravura no se pone en duda por ser ofrenda a dioses y héroes, a la patria que nos vió nacer, a toda adoración posible bien sea de latrías, dulías o hiperdulías, que, acaso, también sería imperdonable ligereza servirlo condimentado solamente con la especie deportiva, ésa que campa por estadios y pistas de todo género aunque bien se sepa que, algunos de los primeros vagidos de la poesía, en su gama heroica, tuvieron su nacimiento en tales predios, díganlo si no, llamados que fueran a testimonio, los llamados Homero, Píndaro y epónimos varios, cantores del músculo y del esfuerzo corporal sobresaliente. 


El mus.- 

   No apelaremos, bajo este ladillo, ni al buen amigo que fue Jaime Toraer (autor de un libro sobre 'El Mus', al que me dió ocasión de prohijarlo con un prólogo, ni al otro glosador, el llamado Manu Leguineche, periodista de honor, nacido si no me. equivoco donde un árbol quiere señalar raíces de todo un pueblo) de este juego de taberna, figones, etc, etc (aunque también ascendido a campeonatos de raigambre, de inspiración netamente vasca como parece por sus expresiones de amarrekos, ordagos, etc, que es el juego de mus, que siempre que hablo de él no dejo de imaginar a esos cuartetos que, cabe un rincón de la tasca, entre humos varios de cigarros, cigarrillos, puros y tagarninas, en una atmósfera generalmente tan densa que se puede cortar un trozo a cuchillo y llevárnoslo bajo el brazo, pasan por todas las fases de la chiquita, la grande, duples, etc, etc, arrastrando con mano ávida los amarrekos consabidos y arrostrando ojo por ojo, guiños y muecas de enemigos-amigos, una lid entre enemigos tan cordiales que no pueden vivir los unos sin los otros y mantienen ambos, dos por dos, el difícil equilibrio de la guerra amistosa cotidianamente. Al margen de todo ello, el mus que aquí nos peta presentar es el de un ratoncito travieso, una especie familiar al Mickey Mouse waldisneyano, que sucede que, por estas témporas, ha asomado su nacimiento a la consideración pública, una letra que, al parecer, hacía falta mascarla, como las tragedias, para enfrentarse a los retos deportivos más heroicos, con la consecuencia de que, una vez sabida su composición o deletreo, háse dado en la opinión de muchos de tratarse de a la manera de aquel 'mus' o ratoncillo que, nació de entre los muslos poderosos de los montes, que habrá que ir en busca de aquel poeta insigne protegido por el más ilustre protector, y antonomásico por ello, llamado Caius Gilnius Maecenas (69-8 a.C.), es decir, un tal Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.), que dícese que escribió aquello de ' parturiunt montes, nascetus ridiculus mus', tema satírico tratado también por ínclitos fabulistas como el latino Fedro (15 a.C.- 50 d.C.) y el riojano-tolosarra' Félix María Samaniego (1745-1801), letra de un himno que llueve sobre mojado, que bajo la égida del COE (Comité Olímpico de España), se convocó un concurso y el ganador (se supone que sin enchufes, al contrario de lo que sucede en tantos otros concursos, titerarios, artísticos, etc, que hogaño se convocan), resultó ser un tal Paulino Cubero, natural como el gran héroe de las Letras Españolas el llamado Don Quijote, de esa zona de las Castillas que se llama La Mancha (de Granátula de Calatrava en Ciudad Real, para más señas), de 52 o ya 53 años perdidos (que ésos ya es seguro que nunca más los volverá a recuperar que bien perdidos los tenemos todos los que hemos ido dejándolos atrás todos los muchos nuestros), sin trabajo en el momento presente a pesar de haberlos tenido varios, que viénele la inspiración según confesión propia, de parte de un su abuelo arriero de profesión y ducho en el arte de contar historias. Y escribía yo líneas antes, que es letra de himno que llueve sobre mojado, porque, cualquier mínimamente aficionado a la poesía de mi quinta y derredores, estará en el conocimiento de aquella antología poética reunida por Vicente Gómez Bravo, SJ. bajo el título de "Lyra Hispana' (que vaya usted a saber el por qué de esa "y" griega), y publicada por una editorial de conceptos tan distintos sin embargo aunados (Razón y Fe, 1942), en donde fulguraba la letra encargada para la Marcha Granadera (más tarde ascendida o simplemente llegada a Real) a un poeta de recios sentires poéticos como lo fue don Eduardo Marquina, el de la frase de. exquisita cortesía inserta en su obra teatral en verso 'En Flandes se ha puesto el sol' (publicada que fue esta y otras obras suyas por Novelas y Cuentos) de' ¡España y yo, somos así. Señora!'. Y cabe citar, a su lado, el estro del otro poeta, gaditano éste, que también le puso letra á esa música, un tal José María Pemán y Pemartín, patriota también sin duda, ya que no lo pudo decir no siéndolo, aquello que le resuena en el hondón de su poema la bestia y el ángel' cuando escribe que' cuando hay que consumar la maravilla/ de alguna nueva hazaña,/ los ángeles que están junto a su Silla,/miran a Dios... y piensan en España'. Amén. 



El chicle.- 


   Inventaron los grandes ingenios militares de viejos tiempos, arietes y lombardas y dícese que la ametralladora, de mil disparos al minuto, se debe al sabio Sisebuto, pero en definitiva, nadie duda de que la más eficaz arma en todo tipo de batallas, y muy especialmente en las deportivas, es el maxilar. Un maxilar como proa de buque, como rompehielos, como ángulo diedro que pugna por avanzar pese a todo, es el gran vencedor indiscutible, y si cada imperio ha tratado de dar a esta maxilar humano su fuerza inconmensurable e invencible, también en lo que al Imperio actual se refiere, es decir, al cantado por Rubén a Roosevelt, al de los Estados Unidos potentes y grandes, que cuando se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes, que cuando claman se oye como el rugir del león, que junta el culto de Hércules y el culto de Mammón y que la Libertad levanta su antorcha en Nueva York'; ese Imperio que dice Rubén que hay que cantarlo con voz de la Biblia o verso de Walt Whitman y envolver en sus versos al Gran Cazador, y que, lo han escrito historiadores sublimes, procede del maxilar americano amamantado con coca cola y ejercitado con el chicle, cuyo sucedáneo es el himno, ése que se masca en los campos divertidos, que, si no se masca, es cosa sabida, no se gana, y que, cómo privar de su chicle que es la letra del himno a los héroes que tantas medallas y trofeos nos ganan que ni sitios tenemos ya para adecuadmente colocarlos en sus correspondientes vitrinas con lo mucho que eso viste... 

15 - I - 2008

Las aguas y Mcluhan


   Con el día domingo, 26 de agosto 2007, las caras de las gentes, muy de mañana, relucían tanto como el mismo sol, éste ya en su real esplendor como el calendario requería. Eran, cómo se podrá suponer, heliófilos integérrimos muchos de ellos, adoradores de ese astro rey en cuyo tomo dicen que circunnavegamos por el espacio. Gentes, algunas, que parece: que tienen algo como de parentesco con los lagartas, no se sabe bien si por su frialdad sanguínea y necesidad de calores extemos, pero que, en cualquier caso, en cuanto ven asomar el sol se les alegra la cara y les desaparece el frunce del ceño, avian la bolsa deplaya de prisa y corriendo, y van a tenderse sobre las arenas, caimanes a bronceo; hay otros que, más comedidos en esta afición solar, se contentan con sentarse en los parques públicos, con ir viendo cómo los pocitos de agua que la noche olvidó son absorbidos por la fiebre ambiente, y se divierten con el vuelo dislocado de los pájaros y las palomas, elevan los ojos y, desde la sombra, almas seráficas, se entretienen en ver cómo el azul del cielo es una dimensión de paz y sosiego y si alguna nube aparece, es algodonosa, una alfombra mágica que traslada su coro de querubines de manera que hasta se puede escuchar, como un eco lejano, su concierto de música de esferas para contento de Fray Luis. Detrás, en la memoria que na se quiere recordar, están los días malos remalos, los dé las aguas mil tan procelosas aunque sirven para llenar presas y pantanos que nutran nuestras cañerías. La gloria de Dios reluce en mañanas como ésa, todo tintado de esa especial 'luz de domingo' al que Pérez de Ayala (don Ramón) (1880-1962) dedicó una de sus novelas cortas más recordables.



McLuhan.-



   Después de unos cuantos días de lluvia incesante, no sé bien si finalizada con la aparición del simbólico arco iris del pacto, se dejó, de momento al menos, la anarquía, el desastre de las aguas desmandadas, las inundaciones que originan tantas pérdidas y descalabros. Tan difícil o imposible como es poder estar a la altura de su genio, ha de reconocerse, igualmente, la dificultad que entraña corresponder a ese nudo mental de Goethe cuando aseguraba preferir la injusticia al desorden, que gran desorden de aguas turbulentas hubo y a lo que conducía semejante caos era a sospechar, si no a deducir que, seguramente, Goethe nunca vió las aguas tan desordenadamente destructoras. Y es aquí donde, por no se sabe qué proceso alquímico, entramos en el territorio de las aguas de McLuhan. He de confesar, paladinamente, que, aunque nunca he sido partidario de esa opinión, la más conocida seguramente de las que emitió el tan nombrado y renombrado Marshall McLuhan, experto en teorías varias que tengan que ver pon la llamada 'galaxia Gutenberg' y sus adosados dé la comunicación e información, lo que me parece sin embargo ahora, y sin que sirva de precedente, es decir en este caso y momento particulares en los, que la meteorología nos ha deparado esta pasada semana con días y noches enteros que llueve y llueve y nunca cesa de llover, con la memoria aprendida de citas más o menos perversas como aquel del entierro de Zafra que resulta ser como sinónima del diluvio y se ve el ataúd chorreante y las lágrimas de la pintura confundidas con el sudor pegajoso de los angarilleros y un simulacro de pintura solanesca por su contumacia en tintas negras, resulta ser verdad que una sola imagen vale por mil palabras, que, al estilo de la foto ganadora del Pulitzer de aquella niña vietnamita que chorreante de napalm iba dejando una estela de horror a cada paso, las fotos de prensa de esa pasada inundación nos fueron empapando de su sucia marejada, lo cual, además de su catastrófica consecuencia en pérdidas materiales, resulta ser un mal resultado para los que, a lo largo de la vida entera hemos depositado tantas ilusiones y esperanzas en la Palabra, tanta sed y ansias de belleza sobre todo, tantas ganas de su música y su ritmo, tantas delicias palatiales sin duda al ir desgranando sílabas como si de catar viandas sabrosas se tratara, en ir desmenuzando las entrañas mismas de la etimología buscando las llaves ocultas de su tesoro, etc. En definitiva, y por mucho que nos cueste afirmarlo y aunque sea en la hora nona de nuestra vida, con su otoño ya declinado y el invierno inhóspito de únicamente la memoria navegando sobre nubes a la puerta, la ociosa pregunta en forma de balada de Villon a las damas del tiempo ido: 'mais oú sont les neiges d'antan' sobrevolando nuestra calvicie, etc, etc, no queda acaso otro remedio que proclamar como verdad cierta lo que antes de este evento húmedo por el que hemos transitado nos podía parecer blasfemia, es decir,- ¡Marshall McLuhan, salve!



Legendre.-



   Imposible, sin embargo, dejar el tema del agua en los territorios de McLuhan, en esos ámbitos que, por culpa de su desorden, nos amanecen desde la prensa, muy dé mañana, con fotografías de males irredentos, cuando se sabe que el agua es la primera y más necesaria razón de nuestra existencia así como excelsa procuradora del placer de beber. Y cito, una vez más, a aquel hispanista francés, Maurice Legendre, caminante incansable por tierras españolas, cuya opinión de mucho de lo visto y anclado lo dejó transcrito en un libro singular "Portrait de l 'Espagne' (Semblanza de Espáña E.P.E.S.A., 1944). Hombre experto en aguas, se deja sin embargo ganar en cata por unos labriegos extremeños que se esmeran en hablar de calidades en sabores del agua, cita a Ganivet y a su 'Granada la Bella' en aquellas páginas tan elogiosas sobre el agua del aguador y su pregón, del agua que abre el apetito y se come más que se bebe, se olvida de W. Irvig y su continuada cita de 'borboteantes fuentes y perennes manantiales' en sus 'Cuentos de la Alhambra', así como de la música del 'surtidor de agua que debió enamorar a la gente, mora de la que escribió con sensual prosa Juan Ramón Jiménez, y viene a decirnos, que 'el vino, así sea exquisito y fuerte, no es la bebida de España, y aún menos la cerveza exótica, con exotismo prosaico' y pasa por la horchata de chufas (aun dejándola alabada), y de las sidras varias, para concluir que 'la bebida de España es el agua en sí. Es el agua, el agua luminosa y sabrosa, que sabrosa lo es', que 'Unamuno, gran bebedor de agua, y que jamás probó el vino, habla no recuerdo dónde, del agua sosa, insípida, cuya única virtud estriba en ser químicamente pura y que produce el bocio (así como las ideas puras, agrega, producen necios', que escrito que ha sido todo esto por Legendre, digo yo que al menos, sirva esto último para paliar lo mucho malo que puede decirse de sus desórdenes que tan fielmente retratados puedan en esas fotos que, para nuestra mala suerte, sirven al mismo tiempo para festejar el triunfo de la teoría más conocida de McLuhan.

28 - VIII - 07 





El santuario

   Ahora que uno de ellos ha sido calificado como ' la primera maravilla de Guipúzcoa', creo que las más recordables referencias de un santuario me provienen de uno que seguramente ya estará inmortalizado en las páginas de la Historia. Eran noticias más o menos fidedignas (de nada hay que estar seguro y menos de las que la cinemátografia nos presenta) las que nos vinieron dadas de que 'El santuario no se rinde', por una de las muchas obras cinematográficas que realizó Arturo Ruiz- Castillo (Madrid, 1910), que comenzó en estos manejos de imágenes con una versión cinematográfica nada afortunada dé la barojiana "Las inquietudes de Shanti Andia", y nos hizo experimentar, repito, en cierto modo, con ineludibles exaltaciones patrióticas del momento, los episodios valerosos, osados, integérrimos, sacrificados, etc, de un puñado de hombres (creo recordar que pertenecientes a la Guardia Civil) encerrados en el Santuario de Santa María de la Cabeza, y que se desenvolvieron al estilo del Alcázar toledano. (Mil perdones por la digresión, pero imposible no citar este testimonio de un título que se nos asoma a los puntos de la memoria nada más citar la pálabra' santuario', y cuando tan en boga está todo lo referente a la guerra civil y sus lugares de la 'memoria histórica', que ya se sabe que solamente sufren un lapsus, un taponamiento de nebulosas solemne, cuando le llega la vez a toponimias tan escalofriantes como la de la Cárcel Modelo por agosto del 36, Paracuellos, Larrinaga, etc, etc, y etc.) 



Faulkncr.- 



El 'Sanctuary' de Faulkner es otra cita imprescriptible al citar el término. Un tremendo 'santuario' éste que, de solo pronunciar la palabra, se nos invita a formular una pregunta, improcedente acaso, de vuelo gomoso como el del murcielago o mucilaginoso quién sabe, una confusión de direcciones, signos y símbolos con el nominativo de Popeye, su agonista más calificado, tan tremenda la convulsión originada como el tremebundismo del personaje en cuestión, y que parece como que se nos hubiera transplantado no se sabe de qué manera desde una evocación de homonimia a una transgresión de valores total, la delincuencia volcada,al monstruísmo, una delicia de paranoias fantasmales que proceden desde la misma infancia. Estriba la pregunta, vuelvo a ella, en indagar qué sea un santuario, que si vamos al diccionario nos dejará, como siempre, insatisfechos, por muchas acepciones que contenga. Lugar de veneración de alguna advocación en particular, ermita, eremitorio, lugar sacro, sancta sanctorum, ¿lugar de santos también?... Los hechos históricos lo desmienten, al menos en lo que respecta a los santuarios de estos pagos, que cuando se escriba la verdadera Historia, si alguna vez se escriba aunque sea en las inmediaciones del Valle de Josafat, se tendrá mejor conocimiento, supongo, de lo que en estos santuarios próximos se ha hecho o dejado de hacer en la segunda mitad del XX, que, en lo que a mí respecta sólo de pensarlo me sube un aire de bochorno. 



El pastorcillo. 


   Decía al comienzo que una encuesta realizada por este periódico entre sus lectores y sobre un total de cuarenta maravillas guipuzcoanas a concurso para elegir la más idónea o vocativa de todas ellas, ha dado como ganadora al Santuario de Aránzazu (¿Arantzan Zu?... que dicen que dijo -transido de adoración, de emoción, de angustia acaso, de miedo posiblemente, de estupefacción sin duda-, el pastorcito cabrero Rodrigo de Balçategui en ese 'profundo y inhabitable yermo', como señalaba Garibay, donde tuvo lugar la aparición). No ha pasado, ni pasará (se supone), el tiempo de las apariciones. En cualquier recodo de nuestra carretera propia, día o noche de lluvias o de soles o cierzos que la tormenta se nos desgarra en cualquier tiempo tanto por dentro como por fuera, nos podemos quedar con el ánimo y el alma en suspenso, hay una figura que ha aparecido no se sabe cómo ni por dónde y nada obedece a las leyes de la racionalidad, se diría que nos quedamos como catatónicos, el efecto es alucinatorio, a veces la imagen habla, musita secretos acaso que han de desvelarse con el tiempo, casi siempre pide que se erija un santuario. Nada que alegar, por mi parte, a favor o en contra de la elección antedicha, repito, y preguntaría, solamente, si puede equivocarse o no la llamada' vox pópuli, vox Dei'. De la 'maravilla' actual, nos queda a algunos al menos, la imagen de algunos frailes franciscanos naturalmente pedigüeños (eminencias oratorias en los ejercicios cuatrianuales de las 'misiones' como era costumbre en tiempos que recuerdo) que iban casa por casa forzando con su presencia corporal la mayor o menor generosidad de las gentes para reconstruir, con nuevos moldes artísticos ese viejo santuario; denegación de permisos por parte de la jerarquía eclesiástica; empecinamiento en llevar adelante las obras; la erección, al fin, de un edificio en el que convergió el personalismo de un nutrido equipo (si equipo puede ' llamársele a una serie de de artistas que, cada cual por su lado, fueron dejando en esa obra, pruebas fehacientes de su particular estilo). Es de gente avisada y prudente, supongo, dar la razón a la mayoría cuando se sabe que 'pueden venir Ios sarracenos/ y molemos a palos/ que siempre ganan los malos/ cuando son más que los buenos', que a este resultado viene a parar hasta la misma democracia. 


La cartuja.- 



   '(Ciego!, ¿es la tierra el centro de las almas?', nos ha estado preguntando como final de un lúcido soneto y desde el XVI, la celestial ninfa que se le apareció, dice uno de los tres hermanos llamados 'Horacios españoles', Bartolomé Leonardo de Argensola (1562-1631), que es una pregunta que, para mí al menos, me traslada a las regiones en donde el alma (que el 'Diccionario del diablo' de Ambrose Bierce lo ubica en el estómago), erige su propio santuario, un edificio de conturbadas imágenes aun para los más férvidos creyentes, que si por estos días se nos abría el inimaginado espectáculo de ' la noche oscura' de una angélica criatura transmutada en mujer como fue Teresa de Calcuta, santuario ella misma de desmesurado amor a sus semejantes, no se hacía otra cosa sin embargo qué seguir la senda de los grandes preocupados por 'el más allá'. Pero, ¿qué ocurre cuandó el santuario por el que transitamos se nos trueca en cartuja?. 'Vas a morir' dicen que se le ha dicho, cuando presidía las fiestas de un pueblo, a una alcaldesa que difícil será negarle tesonero valor heroico; y viene a ser este aviso de muerte como el legendario 'morir tenemos'; de los cartujos en sus encuentros en silentes pasillos, una absurda mescolanza de verdad y amenaza superflua, que morir, moriremos todos, y el último subrayado famoso a esta evidencia nos lo ha dejado la muerte de ese Estentor italiano cuya poderosa voz (¿equivalente también a la de cincuenta homares como señalaba Homero?) se ha apagado como todo, allá en Módena. Como todo. 

11 – IX - 07 

jueves, 24 de febrero de 2011

El fauno cansado



   La decadencia de Don Juan es evidente. La decadencia de don Juan se manifiesta, acaso, un poco, en el teatro, en una tradición perdida del seductor mítico que desde el escenario, y al filo de estas fechas que celebramos, nos señala esa atroz imprevisión del pecador que, desde su exclamación preferida de ¡Cuán largo me lo fiáis...?, se da de bruces con su propia muerte. Desde aquel 'burlador de Sevilla', que dicen que se gestó en el magín didáctico-ascético de don Gabriel Téllez, y pasando por las sucesivas versiones que, en la realidad o en la ficción don Juan ha ido adoptando, lo cierto es que hemos venido a parar a esta singular depauperación de su figura, acaso, porque los conceptos de la seducción no se dan de manera tan patente como en las famosas cuentas del don Juan zorrillesco, porque el hombre a quien siempre se le ha considerado con una sexualidad agresiva y fanfarrona también se ha quedado un poco en situación de saciedad y ya es, un poco, un fauno cansado; acaso, también, mucho, porque el feminismo ha ido subiendo cotas de poder, y ya casi no hay mujeres que quieran pasar por seducidas cuando saben bien ellas que ya hace mucho que pasaron al papel de seductoras, creando de esta manera, la figura, no menos inmortal de doña Juana, y, porque, en fin, todas las cosas tienen su tiempo -y 'su afán' si tuviéramos que ceñirnos a palabras algo más bíblicas- y pasó la época de la donjuanía de igual modo que la de los gregüescos y la espada al cinto, una figura que se nos pierde hasta en los reales personajes que fueron sosteniendo el tipo de una seducción de distintos matices, y entre los que podríamos incluir las figuras del Casanova aventurero, del Kierkegaard sutil y complejo en sus elucubraciones metafísicas, del Amiel contrapuesto en actitudes y timideces insólitas que sin embargo pudieron tener un gancho especial ante la expectativa femenina, mientras que, por el lado de la ficción, el rastro del seductor sabe calar hondo en la literatura y en otras artes paralelas... En este punto, la estela de don Juan ofrece perspectivas de honda meditación, más que desde el fondo de su concepto de la seducción y de sus escalas filosófico sociales, de 1a curiosa trayectoria seguida... Refiriéndonos únicamente a los más conocidos, ya que la relación completa sería interminable, encontramos con que de Tirso de Molina pasa a Moliére, y curiosamente, con una cesión de atributos considerados muy españoles -y pasionales por lo tanto- y adquisición de otros más franceses, y cartesianos por supuesto. De ahí, habría que ir considerando la versión del Don Siovanni mozartiano, de E.T.fA. Hoffmann, Lord Byron, Baudelaire, Puchkin, entroncando de nuevo con su origen español en autores como Zorrilla, Machado (con Juan de Mañara y la antigua leyenda de éste). Valle Inclán y su trasunto del Casanova a la española, con un el 'feo, católico y sentimental marqués de Bradomín; con Unamuno y su 'el hermano Juan' y vuelta en la de los autores y personajes con Shaw, Frisch, Montherlant, Torrente Ballester, etc, visiones, revisiones y conversiones de un personaje que se nos trasunta desde aspectos tan disímiles y varios. De esta manera y a lo largo de una torna y retorna de su figura, nos abocamos a la edad presente en donde llegamos a la fecha cumbre de su invocación, que es este comienzo de noviembre en e1 que estamos, y casí nadie se acuerda de su nombre y renombre, de su figura y de su apostura, de doña Isabel o de doña Inés o de doña fina, porque, en realidad, la figura del seductor se ha ido perdiendo y ni siquiera los muchos grupos teatrales de aficionados, semiaficionados o profesionales quieren reparar en su figura, que no fuera preciso que se ciñera al modelo sorrillesco sino, seguramente mejor a cualquiera de las otras variantes que se ofrecen. 

   La naturaleza, en realidad, es como un espejo de los cambios y mutaciones de los seres que viven a su contacto. Y en este punto del declive de don Juan en su proyección teatral y recordatoria puede alentar, acaso, el declive real del hombre, que ya hemos dicho antes que semeja ser, por tantos síntomas que se le aprecian, una especie de 'fauno cansado' y "a punto de arrojar la toalla en el temaadusto de la sexualidad, curo ring en el que se le na convertido aquello que, en gongorino decir, eran "campos de pluma' cuando de lidiar 'batallas de amor' se tratase. 

31 - X - 1987

Kursaal



Que estaba yo, digo, esperando al autobús en la parada del paseo de Colón de esta ciudad de Sn.Sn. que es cuando empezaron a arreciar los chupinazos, esta pasada semana, penúltima de noviembre, que era que las brisas marinas me traían el eco de la celebración de los cocineros en el Kursaal de los Grandes Eventos Ciudadanos, supongo que metidos en su propia salsa, cuando dí en pensar en qué extraordinaria travesía se han metido y ahí siguen los sacerdotes de ese dios ventrudo qué es Gaster, adorado desde los principios de cualquier civilización (siempre canibalesca, pues nunca los humanos hemos dejado de comernos unos a otros siempre que hemos podido), la de los cocineros, pensé, es una histeria dé punto y aparte. En viejos tiempos los imaginábamos como a la bruja Potamía; sobre el llar, el caldero en el que se podía meter de todo, sapos y culebras para empezar y algún ratoncito de campo o esa otra rata gorda de las aguas sucias; que no faltase alguna barba arrancada del mismísimo bigote de Fierabrás, el gigante sarraceno tesorero dé reliquias cristianas y de su famoso bálsamo que todas las heridas curaba; qué menos que dejar posar como especia preciada unos pocos de ese vello púber venusino de las doncellas que dará a las aguas reluces dorados y sabores imaginários. Pero mucho cambiaron los tiempos, y ahora, la cocina de la bruja Potamia ya es laboratorio y lo que en él se destila merece hasta una consideración poética. Alguna vez que me fue posible sentarme ante algunas maravillas de tales laboratorios, pude darme cuenta de que las evanescentes sutilezas de lo que íbamos a trasegar, empezaban a notarse desde que el comensal se sienta ante su mesa, toma en sus manos con delicadeza como si un alígero poema fuera, el menú que se le ofrece que es donde comienza la maravilla, que ni los anacreónticos, pindáricos, anapésticos, arquílocos, etc, pueden hacer sombra a ese manojo de sensaciones que desde el menú se nos vierten, que lo que importa no es lo qué se va a comer sino lo que se dice que vamos a comer, que ya hemos pasado de la gracia del cocinero a la del confeccionador de menús, que un banquete moderno empieza no con los entremeses y el aperitivo sino con la lectura embriagante del menú que nos solivianta todos los jugos cerebrales y, en carambola, los ventrales; punto y hora en que, paladeado la vianda a manera de alma suave que en mí se trasfunde, siempre me da por recordar aquella exhortación lamentada de la' animula vagula, blandula,/ hospes comesque córporis ('pequeña alma volandera, tierna/, huésped y compañera de mi cuerpo'), etc, etc/con la que, según Elio Espartiano, se despide Adriano de este sinsabor de la vida, ya que ni de Apicio supo aprender el hedonismo de la mesa bien puesta y mejor aprovisionada, quizás porque, como ya dejó escrita en cita lapidaria otra de sus biógrafas más ilustres, la llamada Marguerite Yourcenar, se llega a una edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada', y, vuélvase a leer, por favor, la página siguiente de doña Marguerite que, después de que se nos haya dicho que 'comer demasiado es un vicio romano' y 'torpeza de campesinos hambrientos', nos ofrece muy apetecible repaso culinario, aunque, al fin, ha de recaer todo humano en la esquelética desnudez de lo esencial y primario y en rumiar pensamientos de pureza tales como beber un vaso de agua fresca, de igual manera que el fruidor de sensaciones todas como lo fue el Gog de Papini recae en el recuerdo, de vuelta de todos los excesos deleitosos imaginables, en la otra vez inédita gracia del pedazo de pan morenoo que le ofrece aquella rustica muchacha de Arezzo, que se me hace similar a esa gracia dadivosa de la moza frutera que, viéndome tan avejentado y de cara de hambre supongo, me ofrece la fruta rehús, ésa que, por una mácula de pudrición que como tatuaje lleva, se ha quedado en el fondo del cajón que es malecón donde se aprietan las naves que nadie quiere, 'que usted lo aprovechará' -me dice-, que ante la oferta, se hace preciso besar la fruta y la mano que la da, ritual imprescindible. ¡Dios la bendiga!. 



Ferrán Adriá.- 



   A todo esto, supongo que, con magnífico impudor y admirable sangre fría, ha dejado dicho el llamado Ferrán Adriá, calificado como 'mejor cocinero del mundo', que 'el nacimiento de la nueva cocina vasca fue un revulsivo, quizás lo más importante que ha ocurrido en Euskadi en años' (DV, 22-XI-07. M.E. pág. 15). Gracias sean dadas, pienso, que el asunto no haya pasado a mayores, que, aparte de ese apelativo de Euskadi (de regusto inapelablemente sabiniano), quizá es que algo hemos ganado en la comparativa. Antes, es un decir, no éramos otra cosa que grúas humanas, y, cuando nos llamaban 'morroskos del norte', algo como una baba gloriosa nos manaba copiosa de los labios a los hércules que creíamos serlo, y nos amanecía en los ojos el brillo insuperable de nuestra fortaleza física que, acaso, lo que nos había fallado era no hacer más caso al sabio Sabino de marras que, en alguno de sus escarceos mentales o: morales, seguro que ya nos legó (vertido naturalmente al idioma tribal) aquel consejo latino de 'Estóte prudéntes sicut serpentes et símplices sicut colúmbae' (Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas). Que, lo segundo sí, pero, en cuanto a lo primero, y ante la vanidad, ¿quién se acuerda de la fábula del cuervo y su queso y la naturalmente astuta zorra?... 



Elias.- 



   Sigo diciendo pues, que, al llegarme los chupinazos de Kursaal, y sabedor como era de lo que esta semana pasada dentro de las Jomadas gastronómicas en el edificio moneosco se cocía (y se freía y se relamía), di en pensar en la antinomia de cómo el Cuervo, antes de posarse en la pluma de Poe (tan unífona que solamente de la irreal sustancia de quimeras fantásticas tremebundas se alimentaba), había cerrado vuelo ante la gruta de Elias, el Tisbita, con el trozo de pan en el pico, aves cómodas éstas de la Biblia, cuyas alas mensajeras a tantos personajes del Libro socorrieron. Será verdad, no hay duda, me venía la advertencia, de que'no sólo de pan vive el hombre', que es testimonio que ha estado vivo, durante la semana pasada, en el Kursaal, que no era un lugar de panaderos sino de cocineros; también de gastrónomos, con lo poco que a alguno de éstos, según confesión propia, del pan se gustan, pero aun así, dándole vueltas a la celebración antedicha, sin menoscabo alguno de nuestro paladar, íbamos algunos a darle pleitesía al pan mismo como en el caso de Gog, y en honor a los muchos buenos panaderos que esa masa principal con tanta sabiduría la trabajan hasta venir a parar en que hay panes, de tan exquisita artesanía, con los que, el viejo y. duro castigo de ponerle a uno a pan y agua se trueca en premio. 

27 - XI - 07

Juegos navideños



   Como dicen los ludópatas y los perdedores, además del barón de Coubertin y los entusiastas de las fiestas populares, lo importante es participar'. Y, para tomar parte en las navidades hay una gran variedad de juegos, desde los propios para gargantúas y pantagrueles a los que se les hace la boca agua ante la vista de los excelsos platos tradicionales, hasta para los enamorados de los croupiers, vístanse de gala con smoking y pajarita a estilo casino o nos ofrezcan los décimos de lotería, que, ante esta opción, la pregunta que se hace el perdedor (siempre el perdedor que los que ganan nunca se preguntan nada) es sobre quién es el que mueve la rueda sobre la que se asienta la diosa Fortuna, quién será quien reparte la baraja de la suerte si algún dios torvo y sádico o el mismo diablo, que, aun apagados que hayan sido los dos pecados capitales de la gula y de la avaricia, quedan muchos juegos a qué jugar propios de las navidades, digamos, por ejemplo, los regalos que nos hacemos con recuerdos, felicitaciones (supongo que por haber llegado hasta este rincón del calendario de la vida, que, por lo demás, no hay de qué, ni por qué), familias reunidas, buenos deseos, músicas... 



Houllebecq.- 



   Es la sabia naturaleza la que ha dispuesto que aquello que más nos gusta más nos dañe, con lo que se establece una auténtica lid resuelta en el campo de batalla de nuestro ser todo, tanto en lo físico como en lo psíquico, por tratar de ver quién de los dos paladines lleva el pañuelo en la punta de la lanza, si el paladar o el estómago. Lucha que se supone que, en estas navidades, como en tantas habidas antes y habrá después, se dará en campos mil y se podrá ver cómo queda ese campo después de la batalla, no sé si al estilo de como pudo ver Houellebecq en aquella su primera novela que era la' ampliación del campo de batalla' producido por el liberalismo económico, los sistemas de diferenciación establecidos por el sexo y el dinero con 'efectos estrictamente equivalentes', que, ya sobre la mesa del yantar navideño uno se queda pensando si terminará en brazos del placer o en los de los retortijones. Es decir, que todo glotón sabe que su problema personal ha de ventilarlo entre el placer palatial y la dispepsia, que es como decir entre güelfos y gibelinos, o para más cerca señalar, entre ofiacinos y gamboinos, que si algo sabe bien sienta mal, y viceversa, con lo que no es difícil comprender que aún queda alguna amarga factura que pagar aun desde la mesa bien provista de la navidad, con las viandas preparadas al uso de la costumbre, el clarín de batalla de las familias bien sonado y respondido por sus componentes, las canciones de la postcena a la espera, pensando alguno de los componentes en levantarse aún antes de que termine el rito hogareño para meterse en el otro rito eclesiástico de la misa del gallo, que siempre le queda a uno la memoria nunca perdida de la pura voz diamantina de las monjas en la capilla del asilo entonando el 'Adeste fídeles', el viento ululante por las esquinas de las callejas antes y después de la adoración al infante divino, la nieve en andante moderato igualmente como el himno victorioso del natalicio divino, copos de algodón que temen posarse sobre la gélida tierra, pero pese a todo, 'venite, adoremus' con voz cada vez más sonante y resonante, más rompedora en alegrías germinadas en el fondo de las creencias... 



Don Pedro Recio de Agüero.- 



   Antes de que nos hubiéramos sumergido en esta Navidad de este año que será recordada como la del conejo' no hay duda, hubo muchas otras -para nosotros, los veteranos, al menos- que según lo que nos tocó manducar podrían llevar nombres antonomásicos muy recordables. La literatura, secretaria más o menos fiel de las costumbres de cada lugar, los habrá ido apuntando en ese siniestro cuaderno negro que todos tratamos de llevar a nuestras espaldas y que se llama edad (una fúnebre lista de años que no pasaron como quiere hacemos entender la mitología popular, ésa que tiene a los refranes como oráculos, sino que se nos quedan clavados entre los huesos y de ahí los artrósicos; cargados sobre las espaldas y de ahí los jorobados, magnetizados hacia los pulmones y de ahí los silicósicos y la secuela de neumónicos varios, etc, etc,(que tampoco es que trate de ser esto un diccionario de herejías corporales), aunque muchas veces, a contrapelo de nuestros deseos, se nos pone delante ese dicho cuaderno negro obstaculizándonos el paso y nos imposibilita caminar y tenemos que tumbamos (digamos que en la cama como una de las mejores opciones aunque sin descartar un primer paso por el quirófano). De todas formas, las navidades con nombres de animales comestibles, resultan ser tan preclaros y los más recordables, que la danza y la panza son los mejores componentes de la bienandanza, como lo hubiese dicho cualquiera de aquellos viejos intérpretes del humor medieval que se llamaban goliardos. Esa unión más o menos secreta, más o menos sacralizada entre memoria y estómago es una de las alianzas más increíbles que se han pactado a través de los siglos, y si desemboca, como es costumbre, en la mesa navideña, convendría disponer, mal que le pesase al glotón llamado Sancho Panza, de la presencia censora del doctor Pedro Recio de Agüero, como se le ocurrió diseñar a Cervantes. Recordar nuestra bestialidad suprema de comer a la hora de asistir a cualquier acto, por cívico o cultural que sea, se nos adentra hasta las entretelas del alma. Es decir, después del cantar viene el yantar, que no sé por qué en el momento en el que esto escribo, las palabras me vienen soldadas en rima ripiosa y, ¿por qué no dejar que se explayen a su gusto y albedrío? Concluyamos pues, la glosa de la pitanza, elevando a la evocación particular un memorial de banquetes de navidad, de viandas famosas que dieron sabrosura a salsas y cochuras de abolengo. Así sea. 



Jules Renard.- 



   Y terminemos estas remembranzas navideñas, con un toque musical, por ramplona que me salga. Escribía aquel célebre autor de un Diario sin par, el nunca suficientemente celebrado Jules Renard, espíritu irónico que rasgaba el papel siempre que escribía una de sus máximas malévolas, gran medidor del tiempo por otra parte como muestra de valores tal como cuando decía que 'es más difícil ser un hombre honesto durante ocho días que un héroe durante un cuarto de hora', que, 'tratando de cuestiones de oir música, preferia un cuarto de hora de la mala a una media hora de la buena', que añadiría yo, recordando esos recuerdos de navidades de antaño en sonsonetes inquietantes de coplillas y villancicos, que, al igual que el gran Fray Luis y el Maestro Salinas, prefiero también yo, la música de las esferas, ésa que tiene la virtud de no ser oída más que por oídos excelsos dejándonos a los demás en ese silencio que tan bien nos suena... 

25 - XII - 2007


miércoles, 23 de febrero de 2011

Jardines


   
   Dado el auge actual dé la novela histórica, es fácil prever que no tardará en salir a los escaparates de las librerías, la obra ' Asesinato en el Santuario', que puede ser que alguno crea, a partir de lo que el titulo sugiere, que se trata de mía novela, pero que no. Las presentes circunstancias, con 'tiroteos fortuitos' incluidos según Ia versión más edulcorada (y que quiere ser edulcorante también) en la voz del embaucador oficial a quien le distingue un peculiar sentido lexical, dan pie para todo tipo de componendas ante un hecho que los más ilusos del cotarro, daban ya en creer que se podría dar término. Se ha tratado, evidentemente, de quitarle hierro al asunto, equivocándose plenamente al tratarse de un negocio de plomo, cuando hasta las palomas de pasa saben que es el plomo lo que, en definitiva, mata. Ya que, de jardines pretendo escribir en esta ocasión, comience pues, la ronda, con el jardín de los asesinatos que no tienen fin, que es como 'la historia interminable' pero no precisamente de Ende; y cuando, por detrás de zarzas y arbustos, asoma de nuevo el dinosaurio, no precisamente el de Monterroso. 



De la memoria - 



   Una de las más horrendas enfermedades de la actualidad es la de la desmemoria. Quien quiera percatarse basta que baje a su pabellón. En el pasillo hay una puerta que da al sótano. Sin más motivo, estimulado por las fuerzas de su propia creatividad. Dino Buzzati tuvo la idea de dispar una casa de salud. A la muerte le gusta andar con paso de monstruo pesado y obsceno, de animal piesplanos que arrastra su falta de concavidades en la planta, que camina en balanceo grotesco, y para ello, lo único que se le propicia es la bajada, nunca la subida. Dino Buzzati comienza pues, a llenar su hospital desde la planta superior, reservando la parte alta para los que pueden soñar, todavía. De la memoria, los que menos saben, son los que la perdieron, aunque, en realidad, son los que más debieran saber puesto que son los más inmediatos testigos de su propia desgracia, pero es que ésta es, precisamente, la maldad añadida de esta enfermedad de la desmemoria. Abro pues esta gaveta de la Memoria a espuelas de haber leído, por vez primera en mi caso, que por ahí, por no sé qué parte del alfoz de esta ciudad de San Sebastián, algún poeta (frustrado o no tanto), ha dado en llamar a un lugar ' Jardín de la Memoria'. Temo mucho, lo confieso, a los que, saliéndose de su terreno o profesión, dan en invadir otros no tan pertinentes a su condición, y más aún, a los que, cautivados por una especie de espejismo mental, sueñan que están en posesión de una idea más o menos poética y quieren implantarla en sus realizaciones, de todo lo cual se pueden presentar, a poco que nos pongamos a revisar, convincentes modelos. A mí, la verdad, un jardín y un peral de ese jardín me dejaron un embeleso que aún me perdura. Y, también, ¿cómo olvidarme de aquél de los Finzi-Contíni del que nos habló Bassaní?... 



De la soledad.- 



   Aunque ha sido enfermedad de siempre (recuérdense los -un tanto crípticos por excesivamente barrocos- versos de un tal Luis de Góngbra y Argote en su personalísima versión de 'Las Soledades', así como a su Lope lopillo Coprotagonista de la más memorable agarrada entre genios del Siglo de Oro, y que a sus soledades iba y de sus soledades venia enhebrando mientras tanto soliloquios versados en la doble acepción de la palabra), fue mérito indiscutible de una editorial (Seix Barral, Biblioteca Formentor), sin duda la más atrayente en títulos por aquellos tiempos, la que nos ofreció la degustación de la soledad más angustiosa y que hizo boom en nuestro cerebro y en la de todos los coetáneos hasta el punto de ser, aún hoy, seguramente, la más mentada y comentada. Era el año 1962, y hacía ya tres que había aparecido en su versión original inglesa la novela "La soledad del corredor de fondo' de Alan Sillitoe (Nottingham, 1928) en la que se ponía en boca de un muchacho del Borstal (establecimiento penitenciario para jóvenes), Smith, la expresión en primera persona de una rebelión íntima superior a la de Lucifer y sus huestes angélicas con el 'non serviam' del. esclavo que aparenta serlo y borbota en soberbias ebullescentes pero tan silenciosas porque barbota y masculla hacia los adentros, palabras que germinan en el aire y hacen que las piernas no anden, que se muevan en una artesa de pasos de algodón que no andan, que de lo que se trata es de no ganar, que pase el zanguango de Gunthorpe con su resuello de pulmones jeringados mientras yo pienso en la carrera que he ganado y su premio, el trabajo de seis meses en servicios de limpieza y de cocina más cochinos en el Borstal que se me echa encima pero no puede conmigo. Vino luego (o, también, que el juego de los tiempos no lo domino) la soledad del portero ante el penalti, una entelequia idiota del que sí juega para ganar, hay que ser imbécil, y la otra soledad, dicen que más recia, la del condenado a una bala que lleva su nombre y no puede desviarla en historias varias que van desde un escenario de trincheras a los fosos con Mata Han como sublime modelo y el tiro en la nuca, recurso siempre presente^ y no quiero referirme más particularmente a 'la soledad del juzgador' otro título preclaro con ambiciones de bestseller. Muchas, en verdad, estas soledades que ya me doy cuenta de que estoy incurriendo en antinomia (o no sé si estaría mejor dicho antonimia), es decir, soledad y compañía, que acaso es del género que, durante cinco años, parece haber catado Ingrid Betancourt en los Jardines de las FARC, allá por la selva colombiana y de todo lo cuál habla con claridad un video abominable, y en donde parece ser que se dice que' vivimos muertos', que, desgraciadamente, tiene visos de no ser antinomia. 



De la esperanza.- 



   ¿Y quién me rediseña a mí la que creo que es injusticia de haberme arrojado a este Valle de Lágrimas, que no lo digo yo sino la Salve Regina, Mater Misericordiae, nada menos? La esperanza es, obviamente, el nuevo diseño de Salvación que se puede otear leyendo (aunque sólo sea la sinopsis periodística) del nuevo texto de Benedicto la encíclica 'Spe Salvi'. 'In illo tempore' (el pasado se nos va haciendo cada vez más lejanamente pasado) Juan Pablo II casi, casi, llega a decimos que eso del infiemo es una filfa, y, sin llegar a ello, lo sitúa allí, en un indeterminado lugar, en sólo un lugar. Pero, vuelve Benedicto XVI a la carga y remacha que sí (el corporativismo tiene vigencia hasta entre los Papas), que es un lugar, pero un lugar de castigo. Menos mal que, en medio de sus profundas cogitacionés teológicas, le gana su espíritu lírico y encuentra para los jardines de la eternidad, símiles tan mixcibles como inmersión o sumersión en el magma divino. En verdad, me digo, los senderos de la Iglesia siguen siendo tan inescrutables como encantadores. 

4 - XII - 2007

En penumbra


                                                                                                      
   Aquel peruano "indigenista* llamado Ciro Alegría (1909-1967), aparte de escribir de 'perros hambrientos', nos dijo también que 'el mundo es ancho y ajeno'. No tengo aquí suficiente sitio para decir por qué creo yo que lo dijo, ni por qué alguno de sus personajes -Rosendo Maqui y la comunidad de Rumi, entre otros- tenían sus excelentes razones para asi pensarlo. Lo que vengo a decir, simplemente, es que, cada vez más, el mundo va perdiendo anchura, y que, cada vez, también, nos va pareciendo menos ajeno. Con la tenue luz invernal con la que el nuevo año se nos abre, se hace notar pese a todo, a modo de penumbra, un juego de sombras donde alientan fantasmas varios tan rotundos que sentimos hasta el roce de sus sábanas. Mejor decir, por lo tanto, con el clásico latino, que nada humano nos es ajeno. Y, hasta lo inhumano de los humanos, como tantas veces, y tan dolorosamente, ocurre. 



La belleza del diablo.- 


   La penumbra del euro puede haber ayudado a colocarnos ante el caos económico. Y es que parece como que el personal no sabe con qué está tratando. Algo como aquello del 'triunfo del diablo'. El valor del euro ha quedado como en el limbo como algo gaseoso, poco corpóreo, y si alguno de los muchos que pasan por pobres por esas calles alarga la mano y sé le da un euro, habrá ocurrido un fenómeno singular: ninguno de los dos, ni el limosnero ni el mendigo habrán quedado satisfechos, víctimas los dos de la misma miseria: la de que el euro vale tanto y tan poco que da grima usarlo. Hace poco se habló del problema a la hora de dar propina, es decir, de cuando se es generoso o se es tacaño, ¡sublime misterio!. Pero lo cierto es que todo está más caro, es decir, sube el poder del euro y menos se puede comprar con él, y cada uno usa una medida distinta para subir los precios con lo que aumenta el caos, y lo que se nota es, solamente, como un frenesí de subida, como si nadie pidiera mantenerse en zonas estables: Se diría que es el veneno del euro, equivalente a ese triunfó del diablo del que tanto sabían -y pese a todo se rendían-, los eremitas del yermo, los que se marcharon a la vieja Tebaida para huir del mundo y de sus pompas y vanidades. De 'la belleza del diablo' nos dijo unas cuantas cosas, sublimemente artísticas en la forma y en el fondo, es verdad que todas anteriormente sabidas, aquel viejo cineasta llamado René Clair en un fílme que dió a conocer por el año 50 del pasado siglo, con ayuda del Mefístófeles de Goethe y con la, diría yo, delicuescente personalidad actoral de Geraird Philippe, pero el triunfo' del diablo va más allá, que habría que citar aquella vieja tabla sujeta por clavo oxidado y colgado en la pared de algún eremitorio de la vieja Tebaida, aquello tan chestertoniano y determinante de que 'el triunfo del diablo consiste en hacer creer que no existe ' con lo que tuvo campo libre. Igual que en el caso de la belleza del euro. Tan poderosa moneda en apariencia y, cada vez, de más flacas posibilidades. 



El danés.-  


   Tampoco nos olvidemos de la belleza del danés. Allá por Copenhague nació el llamado Sören Kierkegaard (1813-1855); y aquí, por Bilbao, un tal Unamuno (don Miguel para más señas, 'y Jugo' por parte de madre) (1864-1936). Y, dícese que se dice -y creo yo que se trata de un decir angélico, es decir, desprovisto de corporeidad y lleno de espíritu legendario, que este señor de Bilbao dió en ponerse a estudiar el danés para poder leer los papeles que iba escribiendo Kierkegaard, que de ser verdad semejante propósito (gran despropósito para mi, si así fuera), lo consideraría yo una simpleza nada más de un señor que, aun siendo de imprescriptible seriedad y admirable su obra en general, concedió no obstante algún melifluo respiro a la tontería, a ese fondo juguetón que todos llevamos dentro y nos puede hacer incurrír en levedades o hasta liviandades (valga el agresivo epíteto) impropias, que, para prueba testifical del quijotesco Unamuno transmutado a un ente de lúdieas inclinaciones infantiloides nos bastaría con fijamos en sus aficiones cocotológicas, Y menciono esta supuesta decisión de Unamuno como aprendiz del danés, porque se hace no sólo dificil, sino imposible de creer, que un hombre de semejante calidad intelectual, tan atareado en ir escribiendo una obra magna, entregue su precioso tiempo a ir mascando palabra por palabra los correosos (asi los supongo, al menos) términos del idioma danés, cuando me parece que, aun corriendo con el riesgo del 'traduttore, traditore', sería más pertinente, que ese trabajo de traductor, de inferior categoría que la del creador, se adjudicase a quien se debe adjudicar, es decir, al honorable cuerpo de traductores, que no tengo duda de que los hay de probado rigor y calidad en su ejercicio. Y, entre el euro, el diablo, el Kierkegaard y el Unamuno, es que resulta, acaso, que digo o quiero decir algo más, que digo que acaso no es necesario que salgan a escena, ni Unamimo, ni Kirkegaard, ni el danés, que dice el refranero a veces tan rústico pero a veces tan práctico, que ' en todas partes cuecen habas', y, si no es en plan de turista, para qué hacer viajes a tierras de Jutlandia cuando en penínsulas más Cercanas es posible encontrar iguales o mayores despropósitos so capa de fomentar programas culturales de vertiginosos costos. 



Ventanas cerradas.- 


   Supongo que no importa tanto comenzar bien el año como terminarlo bien, ya que, al fin y al cabo, lo que se busca a través de cualquier ecuación, ya sea algebraica, social, biológica, etc, es el resultado, hasta el punto de que por ahí, por todo el mundo y todos los tiempos, está vigente ese dicho, no sé si maquiavélico, jesuítico, o, simplemente gangsteril o mafioso, pero siempre tan acendrada y perversamente humano, de que el fin justifica los medios. Resulta, acaso, que estos últimos pensamientos de cautiverio existencial, aunque acompañantes perpetuos, se me encienden - " llama viva" de amistad- igual que se avivan los rescoldos, al anuncio de la pérdida de un amigo de siempre y ex-compañero, que me llega por las ondas. Al otro lado, la mensajera, su viuda, a la que siento que le cuesta mantener las palabras sin la consoladora ayuda de algún que otro sollozo. No doy nombres porque, dentro de una plena elegancia de espíritu, el querido amigo ha sabido pasar al otro lado del telón como piensa uno que se debe y quisiera pasar, es decir, sin mácula alguna, sin compañía, él y su bordón de peregrino ante el barquero, sabio hasta el punto de que no ignoraba que la muerte nos quita hasta el nombre, nos deja tan desnudos -más aún que el machadiano hijo de la mar- y tan imbeles que pudiéramos ingresar nuevamente en ese nicho materno del que hace años salimos. Una muerte, al fin, de ventanas cerradas la del querido amigo. Suprema elegancia. 

8 - I - 2008

El salduba



   Fue allí, en un templo gastronómico como era entonces el Salduba, donde nos reunimos en una de las primeras veces. No seguramente en la primera porque para cometer nuestros primeros pecados acostumbramos algunos ir en busca de lugares un poco recónditos, pudor de viejos tiempos por supuesto, quién sabe si un granero en donde poder hundimos a conciencia y salir de él mojados de polvo y paja (se admiten los equívocos doble sentido) como se puede apreciar en películas de lueñe sabor; o, un maizal en noches de luna llena que acostumbra a celestinear amoríos tanto impúberes como senectos a costa de que esa hojas gladio de los maizales, lanceoladas, nos sierren la cara y amanezcamos como un último apache con colores de guerra ni siquiera como en el caso de James Fenimore Cooper, de aquel ilustre algonquino que fue el mohicano que se nos posa desde las entrañad de la indiada norteamericana, por primera vez acaso el Manhattan neoyorquino en páginas de novela de pradera antes de que el ladrillo creciera tan pujante y ambicioso como dioses sobre sus calles en perenne sombra. 



Cincuenta años hace.- 


   El Salduba, pues, fue una de sus primeras cunas y el escenario de aquella cena me alancea la memoria a cincuenta años vista, cuando me parece hallarme ante su extinción. Se muere, creo, un invento (no sé si también un viento) que ha durado cincuenta años, lo leo en el periódico. Medio siglo de ir mirando, año tras año, cómo va sucediendo todo, de qué manera nuevas generaciones han ido aferrándose al viejo juguete; de como si en los primeros años ocupó páginas privilegiadas de la prensa diaria luego se fue pediendo esa dedicación entrañable y con esa disipación sobrevino una cierta apatía; de qué manera periodistas de raza y de oficio y de vocación que ocupaban preeminentes lugares se disputaban la preferencia; de cómo los ilustradores de esos relatos no afilaban ya sus lápices y lodo iba tomando un color lamentablemente anodino al no disponer de lo mucho que con esos dibujos y con su imaginativa se gana; y, en alas y aras de este proceder, todo fue derivando a un costumbrismo que siempre es un fenecer, que habrá que reconocer que la costumbre nos aduerme los impulsos, nos atrofíalos ánimos y todo se queda en la situación de ese bamboleo que se me centre cielo y tierra, algo como un espantajo sobre el que ejercen sus actos de ludibrio los pájaros del cielo, de esos que se dijo que no reparan en trojes, y para qué, si el celeste Padre de todos les alimenta. 





El epicedio.- 


   No hay duda de que se está procediendo a unas exequias y esto que voy escribiendo, para mí al menos, es un epicedio. Seguro que de nada vale lamentarse cuando de cosa terrena estamos tratando, y así lo atestiguarán en alguno de sus escritos de acendrado rigor místico, maestros como el Kempis o Eckhart, sumos sacerdotes de las disciplinas disciplinantes más arduas y crueles, pero en lo que a mí concierne, al menos, la película ha llegado a su fin, y por eso vuelvo a recordar alguna de aquellas primeras reuniones en Salduba, una cena entre amigos, tres directores de los tres periódicos locales entre los componentes del Jurado (Juan María Peña, Jesús Revuelta Imaz y Carlos de la Válgoma), dos amigos de verdad (que lo fuimos Femando Bandrés y quien esto escribe y en cuyas aficiones literarias floreció la idea) y el sexto (que nunca el último) personaje. Femando Orlando, sin cuya habilidad extrema de organizador y su vehemente optimismo en llevar adelante propósitos de todo tipo, nada hubiera salido a flote. Con él y en él, al mismo tiempo que hablo de un óbito, como me parece que lo es ya, del Concurso de Cuentos Ciudad de San Sebastián que, a sus cincuenta años pasa, no sé si a mejor o a peor, pero sí a otra vida, resurge uno nuevo, el de' Vivencias ", que como el anterior, surge de una humilde floración y no sabemos en qué parará todo. Por hoy basta recordar al Salduba, un restaurante de prestigio situado en el laberinto de las viejas calles donostiarras, en ésas sobre las que cualquier forastero nos pide las señas de situación y de identificación y se las procuramos solícitos, lugares de buen comer cuando todavía no se había producido ese discutible boom que todos conocemos aunque sí había dos o tres catedrales, al menos, en los que el buen yantar propiciaba encuentros y acuerdos de cuantía. Todo ello, allá por la década de los cincuenta del pasado siglo, con el veneno de la tinta al que éramos tan adictos. 



Las lenguas.- 


   No sé si me es lícito hablar de la lengua y si, en salsa por supuesto, era uno de los platos que figuraban en el menú del Salduba, aunque creo que no. Pero me sirve a mí, al menos, para enhebrar una pequeña excusa de referencia común cuando la lengua, por tantas razones, ha salido a la palestra estos días, que, para empezar, vale la airada palabra de Don Juan Carlos de Borbón en la Jomada de clausura de la XVII Cumbre Iberoamericana, que, ignorante como soy y estoy de los tratamientos entre magnos no dejó de sorprenderme ese '¿Por qué no te callas?', que oí que le decía al vocinglero y bravucón, y que ya no oí más porque el púdico televisor escenificó otra cosa, tuteo que, díceme un amigo que es usual entre los reyes desde luengas edades, que, en principio, estoy en contra del tuteo porque elimina distancias cuando tan conveniente es mantenerlas, que si yo tuteo a cualquiera, cualquiera me puede tutear a mí y esto puede llevamos a situaciones desagradables, que la halitósis del tuteo puede hacemos dificultosa la convivencia. 

   De otras lenguas en jaque estos últimos días, pudiéramos elegir, por un ejemplo, la lengua azul de las ovejas, la lengua amarilla de los chinos, la lengua verdiblanquiroja de los eúskaros, etc, que, con la azul de las ovejas, transitamos transversalmente aunque transitoriamente fuere, por el angosto desfiladero del silencio más o menos cobarde de los corderos, que de eso sabemos mucho por estos pagos donde tanto se oye el balido, que la vida se nos tomó áspera y hostil oyendo nuestro propio' ¡Beeee...!', que ese' ¡Beeee...!' conjunto es el de la resignación tan onerosa y balando ese miserere es como se camina ciertamente hacia el matadero; y seguimos hablando de la lengua china que dicen que algunos, no sé si llamarlos curiosos opusilánimes o ambiciosos, fieramente se entrenan porque piensan que hay que mirar hacia adelante y creen en el porvenir que de tan amarillo color se presenta; y pienso que me queda aún por decir breves palabras sobre esa otra lengua en la que seguramente oí la primera nana, que me cuesta imaginar quién me la pudo cantar cuando tan inicuamente cerrados hemos sido todos en la familia a musiquillas y salmos, lengua que contrariamente mira hacia el pasado y tratan algunos de que repuje en nuevos brotes aunque sea a latigazos, que todo les llegará á los más jóvenes de la tribu si de esta guisa siguen las cosas!..

12 - XI - 2007