viernes, 4 de febrero de 2011

LA TRADUCCIÓN



Se me antoja pensar que entre las muchas mentes que han tenido curiosidad por saber noticias divinas, algunas habrá que se hayan preguntado por qué dios es dios. Como puede observarse por la grafía, por esta vez al menos, solamente me refiero a los dioses humanos, que no estamos ni mucho menos en el monoteísmo sino en un politeísmo galopante, que los dioses emergen imposibles de contener desde las mismas raíces del ser humano, que 'esto', es decir el planeta y no digamos nuestro entorno, está lleno de diosecillos endiosados que todos conocemos aunque a la hora de la verdad nos callamos y no los señalamos, que en eso consiste nuestra cobardía y su vanagloria. Los síntomas pueden ser varios, pero lo más general es que con mayor frecuencia, lo que con insólita fuerza late es la megalomanía. Megalómanos mentales en el fondo de la cuestión pero con inmediata proyección, seguramente, a lo formal. La forma es el último asiento de la megalomanía. La megalomanía acecha a la divinidad para vestirse sus oropeles. Todas las pasiones humanas llevan implícita su traducción, y en este caso, esa traducción consiste en caminar por las anchas avenidas del 'kolosalismo'. En el megalómano, son fáciles de conocer tanto sus proyectos como sus producciones. Todo 'kolosalismo' resulta ser emblemático. «Por sus 'kolosalismos' los conoceréis», pero la pregunta más importante es la que se formula indagando sobre cómo se forman esos diosecillos. Cuando se sabe el origen de los dioses (y para ello no hace falta leer ni a Cicerón ni a Boccaccio, expertos en la materia) basta solamente con conformar un silogismo de rango básico o darle vuelta a la pregunta e indagar excavando y escarbando en el potencial de si puede alguien no convertirse en dios cuando se le viste con dalmática de tantos halagos como hemos visto vestir a algunos, que la más fácil masticación, aun con dientes mellados, es cuando el bocado está revestido (y no sé si decir también que 'revenido'), de azúcares vanidosos que suelen ser siempre tan digestibles, con lo que la operación translativa se nos hace tan sencilla, tan asimilable, tan indehiscible, y la traducción (más bien sinonimia) es que la vanidad hace dioses, y el antropo divinizado se muestra, como en un nuevo Sinaí, por vías del kolosalismo.



Jorge y Fernando.

En viejos tiempos del cómic, alguno quedará todavía para contarlo (yo, entre ellos), Jorge y Fernando eran dos jóvenes aventureros encuadrados con su pantera, en la Patrulla de Marfil, a las órdenes del capitán Cordón, pero es éste, únicamente una pincelada gratuita y sin venir a cuento, ya que estos Jorge y Fernando de los que vengo a hablar ahora, nada tienen que ver con aquella patrulla y contaré que, cuando los encontré el otro día, estaban ahí, en la plaza que se abre frente a la Iglesia de San Ignacio, en el Gros más puro y duro, hablando, sobre todo de literatura, como en ellos es habitual, y, concretamente, en ese momento, de 'Madame Bovary'. Por si no se supiere (aunque sí lo sabemos, y bien, todos), hay en esta ciudad donde resido y vegeto, una muy mala costumbre (entre otras muchas), que nos hace sufrir en manifiesta crueldad, a los que vacilamos al charlar a pie enjuto, es decir sin mojarnos con la ayuda de bastones o paraguas, el pensamiento andando y desandando entre el miedo y la zozobra de caer redondos, altos los acúfenos pese a los sinapismos de la razón que no quiere percatarse de su existencia. Y, hablando así en esa esquina de la plaza, entre efluvios vegetales procedentes de la frutería cercana, mientras la mañana discurría y transcurría en declive hacia la tarde ya tangible, ahí estaban Jorge y Fernando hablando sobre la amenidad o no de 'Madame Bovary', no de sus aventuras o desventuras o de su proyección o sociológica o sexológica, etc., que de ello nos hizo saber en primera instancia el llamado Gustave Flaubert (1821-1880) como tampoco del fenómeno del tedio en la burguesía rural y de su precipitado disolvente del matrimonio como nos han hecho ver tantos de sus exégetas, etc., etc. Acaso de lo que los conspicuos amigos no se percataban en ese preciso momento es de que, en lo que a Flaubert respecta, había que matizar, y mucho, en la confluencia del estilo y de la exigencia escritural de su autor, de sus exquisiteces lexicales y gramaticales de todo tipo, todo lo cual nos llevaba a un desvarío de la traducción en personajes como éste de Flaubert, tan manifiestamente distintos, comparable, en cierto modo, este intento, con el absurdo, que aquí sí se haría evidente, de tratar de traducir la prosa de un Gabriel Miró a cualquier lengua distinta del castellano original, lo que ni al más descabellado traductor se le ocurriría por saber que sería un total fracaso.



De arquías y monodias.

Hecha la ley, hecha la trampa. Hay que reconocer que, muchas veces al menos, cuando Jehová se ponía a hacer cosas, las hacía bien y dejaba perenne ejemplo. Un caso, el concerniente a Babel, episodio incurso a modo de calzador en la Biblia, y que nos hace recordar inevitablemente a los dioses antropomorfos del Olimpo griego y romano. La ingenuidad de Jehová a lo largo de todas las páginas de la Biblia, se densifica, aún mucho más, cuando sobreviene ese episodio del Jehová punitivo por temeroso y su eficaz ardid ante los proyectos humanos para despojarle del trono, sentimiento que debe de habérseles presentado a todas las arquías que entonan su poder en monodias solemnes y que dejan de canturrear de esa forma cuando vientos contrarios de incontrolables violencias les zarandean y expulsan, como está ocurriendo estos mismos días con el faraón de Egipto, que es en tales ocasiones cuando nos damos cuenta de que estamos ante traducciones inevitables.

El proceso




   Escribió el mítico escritor de Praga, que,' alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana'. Podría ser principio y fin de toda la novela,-"El proceso' (1925). De todo un dramático episodio humano tan en breves líneas contado como para competir con el dinosaurio de Monterroso, si a Franz Kafka (1883-1924), no le hubieran acosado, incoercibles, los virus de la escritura, ésos que le llevan a un escritor a expandirse, a abrir ios brazos en cruz como en un acto de exaltación sublime de su tórax en inspiración y expiración (igual que el alma), un como ejercicio de levitación mística de oscuros impulsos, de imaginaciones, barruntos, ideaciones, onirismos, la ancha mar profunda de los pensamientos, los virus letales de la creación y de la recreación que le llevarán a extenderse cuan largo fuere, sobre las letras, las líneas, las frases, los períodos, páginas y páginas que, sin embargo, no le bastarán a su pensamiento pluridimensional, al acicate de escritor que siente en todos los poros de su cuerpo como la espuela cruel en la sensible carne del alazán. Inútil tratar de entender de qué y por qué se construyó la jaula de mimbres del abstruso y absurdo mundo en el que Josef K. se residenció. Posiblemente, ni siquiera el propio Kafka alguna vez lo supo. Hallarse en un mundo tan cualitativamente adverso y perverso a los lógicos imperativos de la razón puede derivar en una acerba crítica a su Hacedor (si, por ventura acaso, o quién sabe si por desventura) se mantienen los nódulos de una jerarquía creencial emanante de poderes creativos en el ámbito de la Naturaleza. Lo cierto es que, sea por la razón que sea, y que hasta el mismo Kafka lo ignoró seguramente, en Praga, allá por el primer cuarto de siglo del XX, Kafka siguió escribiendo su alegato ante la vida, se encontró al final con los estertores de la lógica en una pregunta que no era más que otra banalidad y, sin embargo definitiva, ' ¿dónde estaba el juez que no había visto nunca? ¿dónde estaba el Alto Tribunal al que nunca había llegado?'. preguntas fundamentales que. sin embargo, no tenían contestación como ocurre siempre con preguntas de este tipo, hasta que se encontró con un cuchillo y sin saber lo que con un cuchillo se puede hacer ya que había cortado ya todo lo que había que cortar, abrió su mano cuando las manos de uno de los señores se aferraban ya a su garganta, " mientras el otro le hundía profundamente el cuchillo en el corazón y lo hacía girar dos veces', que es lo que tiene que hacer un novelista con un cuchillo tan providencial que, con una sola pequeña frase logra desbaratar todo el capcioso, el complejo, el siniestro mundo de la existencia, o, más difícil aún, el desenlace de una novela. 


La lista.- 

   Lo del proceso ése, el simbolizado por la paloma picassiana, el de la paz secuestrada por tanto innoble esbirro para mejor señalar, ha derivado a mera competición, a pugna de un deporte un tanto estrafalario en el que se golea con despropósitos; a un estupidizante ejercicio, si así se considera, de ganarle la partida al mismísimo Kafka, Hasta el punto de que dudó mucho de que ya, el proceso más famoso del mundo sea el que le llevó al atormentado y genial cerebro del escritor de Praga a escribirlo, cuando, dígase lo que se diga, este otro proceso del que tanto se habla, y se hablará, me parece mucho más kafkiano.
   La historia de los procesos, por otra parte, es la historia misma de la Humanidad, y, a la hora de empezar a ponerlos en lista, no se sabe por dónde comenzar. Si por Jesucristo y su trayectoria procesal que le llevó al Gólgota, no habremos hecho otra cosa que iniciar nuestra andadura por un punto cualesquiera de la ancha franja, ni siquiera necesariamente por la mitad, que la oleada de procesos nos anegará siempre como un tsunami absolutamente incontenible, que, al citar simplemente ese término se ve cómo intentan aflorar de la sentina que todos guardamos dentro de nuestra memoria, de nuestros traumas, de nuestros sentimientos en suma y hasta de nuestras delicuescencias oníricas, todo un tropel de imágenes, de ecos, de zambullidas en nuestras lecturas en los años que fueron dejándonos su pátina de un polvo imborrable, algo como un manto de rocío que cayó en noche de relente y se fijó helado sobre toda planta, que por eso parece que fuera como epitalamio de frialdades añadidas, de espantos alucinantes, que por ellos pasan los asesinos y sus víctimas, los ladrones y los robados, héroes y traidores, y hasta sirve para escanciarlos algún hecho no solamente más o menos insólito sino decididamente normal y natural que, en definitiva, todos podemos ser carnes de proceso, y es algo que llegamos a saber en las mismas riberas, ni siquiera necesariamente de la apoteosis del sentido común que nos comienza a despuntar en el momento en que empezare a florecer la edad de la razón, momento de discernimiento. 


El 45,- 

   Dícese que no hay hombre si no supo de guerras; ni, tampoco, de procesos y juicios. A mi generación le cupo, entre otros muchos, los de la posguerra sobre todo, aquel año 45 de hacer justicia y ajusticiar que no sé si viene a serlo mismo pero que era cuando los jueces ni siquiera encontraban suficiente tiempo como para ejercer su misión: juicio o proceso de Petain de cuyas resultas emergió a la fama una isla de breve nombre; el de Laval, enfrentado al piquete de fusileros que le mandarían al hoyo con el corazón hoyado; el magno de Nuremberg en donde uno de los grandes jerarcas nazis, solamente uno, supo encontrar ese resquicio que permite al orgullo eludir las humillaciones de la derrota, la cápsula letal en la boca a la que solamente basta apretar con los émbolos de los molares y el hombre se convierte en angelito, ya no importa tanto si blanco o negro que es lo que, al fin y al cabo, pedía cantando Antonio Machín, etc, etc. De la pluma fácil de Alberti voló la errática paloma que se equivocaba, pero qué hacer con la aún más errática paloma de la paz que vuela y vuela y no sabe a dónde ni en qué rama posarse, que para hallar al menos sesgo lírico de consolación, hay que ir a buscarlo en alguna generación poética, quién sabe si a la del 98 por un señalar, que a pesar de ser más bien prosaica, cuenta con los Machado por un ejemplo, y ese viejo buho de Unamuno, y Pérez de Ayala que sustituye la paloma por la cigüeña -(De los campanarios de España,/ huyó la cigüeña,/ la grande y la pequeña')-, presagio al menos de hijos en hatos parisinos pero ya que de palomas hablamos, dejemos en propia lengua galaica, un unto de aquellos aromas de leyenda de don Ramón, el de las barbas de chivo, de cuando 'Estaba unha pomba blanca/ sobre un rosal florecido,/ pra un ermitaño d´o monte/ o pan levaba no vico'." Sic velint dii' (es decir," así lo quieran los dioses', dicho sea en lengua romance). Y, ¡que ellos nos protejan!.


Sonetos





   ¿Sirven ya, para qué, las enseñanzas de lenguas? (que no sé siquiera si la pregunta me ha salido gramaticalmente ortodoxa). En número de ciento cincuenta y dos, buen rosario de sonetos, cantó y lloró y gimió su amor y su desventura, su ansia y su fracaso, el poeta Pierre de Ronsard a su numen Héléne de Surgéres que no debía de ser, según ácidos contemporáneos, de la estirpe estética de su tocaya la de Troya, que la daga más afilada en ironías sobre su persona física la blandió, obligadamente, un cardenal como no podía ser de otra manera, aquel llamado Du Perron, experto en catar bellezas femeninas como se supone que lo eran todos los de su condición, eclesiástica al igual que la del propio Ronsard, que embebidos en la estatuaria artística de las catedrales y en el refinamiento de los salones, exhibían en el terreno de la sátira su honda formación artística y humanística en general, que, dicho que fue por Ronsard que su amor por Héléne fue solamente platónico, dió en decir Du Perron, en feliz y feroz reflejo, que sobraban las palabras y bastaba el vero retrato de la dama para demostrarlo. Ciento cincuenta y ¿los sonetos pues los que Ronsard ofreció a la desagradecida, cuya protesta por no gustarle los antedichos poemas, dan lugar a que Ronsard muestre su indiferencia hacia los dos, hacia los sonetos y hacia la dama, expresando a un su amigo, la displicente frase de "si no le gustan que los deje', que el amor es así, de ángulo obtuso cuanto más agudo se requiera. Y viene a cuento esta historia de Sonnets pour Héléne' de Ronsard, para indicar que, si en el primero de ellos le viene a decir que seule vous serez ma demiere aventure", recalca en el final y en el último verso el reconocimiento de que "el Amor y la Muerte son finalmente lo mismo'. Una larga andadura para nada como Lo es todo ,en la vida, que si tuvo comienzo un primero de mayo con vides que abrazan olmos y prados y bosques erizados de verdes, termina con lacerías, venenos y penas, que siendo así, en días propicios, los difuntos por un lado y los santos todos por el otro, ojos muertos de lucientes candelas en calabazas huecas en las encrucijadas de las estratatas campesinas, buen escenario para crímenes fantasmas, mientras la sombra del escándalo subía a los escenarios en la figura del Burlador, sea quien fuere su autor de los varios que se pudieran sacar de la manga, hasta el mismo paroxismo burlón de trasunto transexual de la gran dama del cine y del teatro español a quien le cupo el prurito de sentirse don Juan en el escenario cuando se había sentido ¡doña Inés, la bicefalia sexual o el culmen hermafrodita, brazos que se dirigen a ambas direcciones, que ocurre también que, aun embebidos de ciudad ruidosa, miramos hacia la ciudad silente, más bulliciosa estos días por el grave influjo del calendario que protagoniza a los difuntos, vacilante o convaleciente ejercicio, que, vueltos a la ciudad, nos topamos con huesos de santos y buñuelos que es, de esta manera como llegamos a libar, de manera siruposa, las enjundias de los difuntos... 


Dogdson.- 

   Hablan los que se suponen que están vivos (que sabría que ver) de sus chácharas de procesos y paces, de diálogos obscenos y otros galimatías, que las palabras se prestan a estas reviradas revueltas que tanto les gustan, que en esto de disfrazar el significado de las 
palabras habría que recurrir a otro reverendo, Charles Lutwidge Dodgson, denominado mayormente Lewis Carroll, de encanto narrativo incomparable por supuesto, del que quedó encantada Alicia mejor una vez que pasó al otro lado del espejo, lugar sublime. Ducho en extravagancias lingüísticas de poner nombres como le petara algún personaje del tal Dogdson, que en ello estamos también por estos lares, que hay preguntas tan directas que solamente pueden ser contestadas mirando al infinito y llamándose andanas que es lo que hace el que menos derecho tiene a hacerlo, que hay quien dice tener derecho a saber sobre qué tierra se cree que se pisa y ni eso, que hay quienes van aceptando todo lo que, sea porque se va acostumbrando que es cosa de costumbre hasta el caer en la ignominia. Pero hablan no solamente los vivos sino también los muertos, ahora muy fuerte la voz de don Pío desde su cementerio civil, gran título, al medio siglo de ser enterrado para ser siempre desenterrado como se está viendo, que lo dijo el poeta de un muerto, de cualquier muerto, el muerto anónimo, que "sólo quedan los ojos que preguntan/ en la noche total, y nunca mueren' (José Luis Hidalgo), que nunca mueren esos ojos y nunca las preguntas, que corre por banda, fría y blanca como ventisca, la sombra fantasma de Aashaverus, el errante, que se asomó en algún momento a la política que es tierra sobre la que se dice que crece la planta del poder que puede ser como aquella de los tiempos ya lejanos en medida carnal nunca en medida temporal que usa de otros baremos) de la posguerra, planta entronizada como a manera de un sagrado corazón, el dios lar de la casa toda, sahumerios, humaradas, olores a fritangas y cocidos y, en medio de todo, ella, la mayestática, la planta mater a la que e debe todo honor y gloría. 


Höderlin.- 

   Con tipos aviesos como nos rodean, maquiavelos enanos, con los que ya sabemos para qué sirven las palabras, tapaderas del pensamiento, se nos abre el mito de Babel, que leía yo hace poco, en estas mismas páginas, la historia de su fin por medio de un sistema de traducción automática de la voz recogida en los mismos veneros, el gestual de los labios que hasta, que ante semejantes logros, dígame usted si vale la pena promocionar lenguas que, cuando se perfeccione el invento, que lo será a marcha de gato con botas, el mundo puede ser que no sea más que una isla de silencio que navegue por los espacios. Y tengo leído que había escrito Hölderlin, en carta a su madre, enero de 1799, y que mereció el comentario de Heidegger, que se le ha dado al hombre \el albedrío y un poder superior para ordenar y realizar lo semejante a los dioses' ya al mismo tiempo, "el más peligroso de los bienes, el lenguaje, para que con él cree y destruya, se hunda y regrese a la eternamente viva, a la maestra y madre, para que muestre lo que es, que ha heredado y aprendido de ella lo que tiene de más divino, clamor que todo lo alcanza' ¿De quien como forajido hablamos, de quién como falsario hay que preguntarlo?... 
   Añadía Hölderlin, "el poeta del poeta' (Heideggér), y quizá como resumen de su poesía toda, y en su derecho de poetas que es "estar de pie antes las tormentas de Dios, con la cabeza desnuda', que "es poéticamente/ como el hombre habita esta tierra'. Poéticamente en e1 vivir, acaso; amor y muerte aunados en el último soneto de Ronsard: voces vivas de muertos que piden justicia y no se quieren oír desde ese cementerio alzado en cualquier esquina..


Una frase


¿De qué modo se recibe en España al forastero, ya no de la manera que se solía con los nórdicos en busca de sol de mediados del pasado siglo, arribadas de gentes por medios de locomoción varios, tiempos de paradores resurrectos a fraga abierta, de la España diferente pero nada indiferente a los manantiales del dinero de los que mayormente subsistíamos mal que bien?... Cambiaron las estructuras y ya no solamente las costas sino hasta el páramo de la meseta se convirtió en tierra promisoria, que de todos los lugares vienen a buscar su acomodo, por aguas sureñas por donde las elementales y peligrosas barcazas, llámense como se llamen, dejan en la mar, a pesar de todo, su larga estela de zozobras y hasta de esperanzas desangradas aunque algunas llegan ala costa que es de lo que se trata; de los montes pirenaicos que era fama en años del XIX y aún más tarde, que era donde empezaba la Africa; fronteras ya de paso abierto por donde se penetra sin criba, de qué modo, repito, se recibe en España al foráneo, ya no turista sino inmigrante, que hay quien dice, y es voz común, que reciben subsidios, emolumentos, ayudas, etc,etc, que no perciben los naturales... 


José Ribera.- 

   Según Jusepe Martínez (1602-1682), pintor de Cámara de Felipe IV, quien estando en Nápoles tuvo relación con José Ribera (1591- 1652), es de este pintor nacido en Játiva, esa frase amarga que dice que "España es madre piadosa de forasteros y cruelísima madrastra de los propios naturales'. Lo vuelvo a reencontrarlo donde siempre estaba, en este libro que escribió Eugenio Noel (Madrid, 1885- Barcelona, 1936) y que ahora tengo entre mis manos ("Escenas y andanzas e la campaña antiflamenca', F.Sempere y Compañía, Editores, Valencia, 1913), y en el capítulo XVII intitulado 'Una tarde en el monasterio del Parrar", nos cuenta de éste convento de jerónimos segoviano fundado por obligaciones de piadoso voto por el muy poderoso marqués de Villena allá por el año de 1446, cuando el tal marqués 'andaba en los líos reales de la muy bastarda señora la Beltraneja. La curiosísima prosa barroca de este singular personaje que fue Eugenio Noel, empeñado, aparte de en escribir increíbles novelas de aún más increíbles personajes en perseguir añuda y obsesivamente a torerías y a flamenquerías, hace una apología de irresistible atracción por lo desmesurado de los rasgos descriptivos (arquitectura, espacios naturales, plantas, aves, rumor, cantos, silencios, etc, etc.) de este lugar de delicias que resulta ser el mencionado monasterio, en algo o mucho parecido a aquel solacio de los tres apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) ante la transfiguración de Jesús en el Tabor o en el Hermón ('¿Maestro, por qué no levantamos aquí nuestra tienda?'), ya que el incansable viajero que, en aras de su manía persecutoria de los dos mayores mitos de la españolada, subyugado por el lugar en donde se halla, tiene a decir, igualmente, que "estoy bien así y es necio marcharse a la ciudad moderna con sus cafés y sus conversaciones sin fe ni substancia" que resulta ser como un guevarista desprecio de corte y alabanza de silentes patios, monjes igualmente taciturnos, aves monacales en lo muy alto sin nubes... (Me gustaría seguir escribiendo de este singularísimo escritor que fue Eugenio Noel, algo que no puedo hacerlo aquí por llevarme a otros derroteros la antedicha frase del pintor Ribera. Quede pues en la oscuridad más que en la penumbra donde yace desde hace muchos años sin esperanzas de retorno el notable autor de "Las siete cucas', y ocupémonos de España y sus veleidades maternales).

Jauja.- 

   De tierra áspera y dura que era, una prolongación del desierto, monegros extendidos como tapiz que echó a rodar un malquisto diablo que nos quiso hacer la puñeta, la España de hoy, casi solamente nada más que un nombre que se está destiñendo casi hasta borrarse, se ha vestido para ciertas gentes extremas -hambre en las entrañas, decisión en la mirada y férvido pulso de acción en las muñecas-, en feraz tierra de jauja, lugar de abundancias y prosperidades sin cuento, una versión en español, siempre más adusto y rancio el ceño de ambición a pesar de las herencias moriscas cabe lascivias y libidinosas resonancias, de aquella isla de Cocaigne, en donde no más llegar, son tratados los bienvenidos por muchachas en flor diestras sin embargo en caricias y ungimientos seguidos de gratos banquetes con productos del lugar, sí que el esquemático leche, vino, miel y lechones asados que penden de las ramas que la imaginación de un rudo conquistador no era capaz de superar, pero también viandas aún más apetecibles para tiempo después, que la pregunta se guarda para formularia ahora: ¿da la España para tanto?... Y dejamos aparte, venga o no a cuento en la historia de la madrastría española de la que hablaba Ribera, la situación de la España actual que ya no se sabe ni siquiera si es capaz, no de enarbolar (que sería mucho pedir) sino solamente de mantener su nombre, la España tan caediza que lo primero que se nos viene a las mientes a algunos -no tan pocos-, es, su equilibrio inestable, su estar en la cuerda floja donde le han colocado tantos descuartizadores como le han salido, que parece más bien presa de chacales o hienas que, tironeando, desgarrasen sus carnes, que, aunque en todo tiempo ha tenido la política su tendencia a despeñarse por el lado de los arreglos, pactos, componendas, etc, etc, parece como si, actualmente, se hubiesen superado las más innobles marcas. 


Blancanieves.- 

   A la madrastría le viene su mal pergeño, creo yo, por culpa de Blancámeves, la de los siete enanitos, y que es posible que previniera de más hondo, de alguna desazonante experiencia de los Hermanos Grimm que nos colocan ante la decepcionante respuesta de un espejo a una guapa mujer, evidencia insoportable. Dime, espejo, ¿hay alguna mujer más guapa que yo?, que se pregunta y el espejo siempre miente; el espejo, siempre galante, deja que la mujer se crea que es la más guapa que si no nunca saldría a la calle; el espejo goza de una reputación de honestidad que nunca ha tenido ni tendrá nunca, y cuando el espejo deja de mentir las cosas van mal porque al igual que la misión de la palabra es disfrazar el pensamiento, la del espejo es la de disfrazar la imagen, que cuando no sucede así, el retrato de Dorian Gray va mostrando sus reculas horrendas en el desván, y cuando el espejo dice que sí, que Blancanieves es más bella, Blancanieves se lo pasaría mal a no ser por los enanitos que la acogen. ¿Hay alguien más generosa que yo?, se pregunta la España ante la extranjería inmigrante en su papel de matrona dadivosa, que es aquí donde la frase de Ribera puede que vuelva a tener vigencia, que hay muchos que dicen que sí, que por estos pagos (que no sé decir si son aún España) se tiene la sensación, por parte de muchos, de que se usa más de la generosidad con los forasteros que con los naturales.