miércoles, 2 de febrero de 2011

¿Quien es Joyce?

   Cuando le llegó la hora de morir al señor Alzheimer (que yo no sé si lo hizo acordándose aún o no de dónde le correspondía poner la "h" lo que sí parece que se dejó bien estructurada o resuelta es su ecuación: "a mayor lejanía, más memoria; a mayor cercanía, más olvido'. Es fórmula que tampoco se concilia mucho con el sentir popular sobre los amores al asegurarse que: la distancia es el olvida'.. Ni, tampoco, con la que, en versos sagrados yo diría, sostenía el chileno en su 'poema veinte' de que 'es tan corto el amor, y es tan largo el olvido'. Sea como sea, entre el señor Alzheimer, la sabiduría popular y don Neftalí Ricardo Reyes Basualto (que le robó su patronímico al checo Jan Neruda, para dejarlo mejor esclarecida), parece que queda como bosquejado, diría ya, el matorral de esa Memoria Histórica (luego con nombre cambiado) que se nos ha lanzado teniendo como base de operaciones una amplia población no tan silente como parece; es decir, la población de los muertas vivientes, sin tener que recurrir a las películas de George A. Romero ni la abstracta teoría de los zombies; ni tampoco, yéndonos más allá de los istmos y laberintos de la cinematografía y la novelística: de Gogol que envía sus 'almas muertas' (que las vivas llegan hasta en pateras o kayukos) a votar que es de la que se trata, aunque esto entre ya en terrenos de la sociología o de la política o de lo que sea. Vuelven, por lo tanto, a abrirse las zanjas de tierra que dieron mal cobijo en paletadas presurosas a las cuerpos según en qué casa más o menos hacinados, pero que parece, sin embargo, que la que no se puede enterrar es el alma (o, por decir de otra manera, la ideología), que es como fuego fatuo que nunca cesa, que fluye de entre los limos de la ribera donde se deslizan las inasibles, por deslizantes, anguilas; de entre las zarzas, par donde trina el zorzal sus amores; hacia los glaucos ambientes del sotobosque que los relacionamos con paisajes disneyanos pera llegado el momento fueron desoladas regiones por donde se movió la parca bajo distintas banderas, que éste es ahora uno de las problemas a resolver, es decir, por dónde empezar a abrir las zanjas, si por la izquierda o por la derecha, que es alternativa que solamente contará para el ingenuo que se pone a jugar a las cartas con el rey de ta timba, que va tratando de recoger flores silvestres sobre praderas minadas o se pregunta sobre cual de las dos ramas, la de la derecha o la de la izquierda se posará el cuervo, a quién sabe si se trata, simplemente de un ejemplar aleteante de aquel lepidoptero del género Sphinx, de la familia Crepuseularia que atemorizó la turbulenta imaginación ya de dipsómano del genial Edgar Allan Poe, es decir, la Esfinge Calavera que tantas veces se creyó vería volar durante las estancias trepidantes de don Edgar por las caites de Richmond y, definitivamente, un poca; antes de que descabalgara del corcel mortuorio en aquella callejuela de Baltimore donde le asaltó el implacable atracador del delirium tremens. 

   Conviene, de todas formas, desconfiar de la memoria humana, tan versátil que es capaz de originar terribles amnesias y afasias cuando las cosas no nos van por los trayectos que les. hemos preparado. Y, para ilustrar el pasaje creo yo que pueda valer aquella anécdota que se cuenta de un cierto jurado literario del Premio Nobel, un sueco llamado doctor Sven Hedin, a quien se le dirigió esa pregunta que siempre resplandece no sé bien si en las costillas o es el calcañar del mencionado Premio, uno de los tantos notorios fallos pero de tan magna dimensión de la que nunca se librará esa conocida Fundación. Y es que es un hecho sabido por cualquiera que ha tenido la curiosidad de recorrer la lista de los nombrados por ese Premio que, por aquel año de 1922, en el que a un madrileño aficionado al teatro que llevó a escena entre otros muchísimos personajes al Crispín de "Los intereses creados' y a "La malquerida', y que se hacía llamar Jacinto Benavente y Martínez (1866-1954) le otorgaron ese galardón, el nombre más esclarecido que se movía entre las bambalinas de esa ceremonia tan augusta para tantos (como desdeñable debiera serlo para todos los ecuánimes, es decir para los pocos que conservan una imparcialidad serena de juicio., como señala el diccionario como significado de esa palabra), era un irlandés que, aparte de haber escrito un autorretrato terebrante "Retrato del artista adolescente' y maravillosos relatos sobre "Dublineses', había publicado ese mismo año (pero con antelación suficiente para que el Premio se lo hubiera tomado en cuenta cuando menos) su obra grande, de él y de la literatura mundial para ser más exactos, el monumento literario que se supone y así se le considera, la innovadora y renovadora narración novelística del "Ulises', veinticuatro horas de un cerebro disperso en los miles de toques de una vida diaria, pensamientos, pulsiones, sensaciones, temores, angustias, emociones, alborotos, sangre y carne, ideas y pesadillas alternando en el caos efervescente de un programa de vida normal pero colosal, que tengo delante los dos esquemas de acción a desarrollar, el esquema Linati y el esquema Gilbert-Gorman (adiciones y variantes a Linati), que ante una planificación tal que ni siquiera el mejor estratega novelístico pudiera desear, se nos despliega esa casi inabarcable concepción de todo un mundo con sus asideros mitológicos, Telémaco, Néstor, Proteo, Calipso, los lotófagos, Hades, Eolo, los lestrigones. Seila y Caribdis, las rocas errantes, las Sirenas, el Cíelope, Nausica, los bueyes del sol, Circe, Eumeo, Itaca, Penélope, moviéndose por los goznes de vida de los Leopoldo Bloom, Stephen Dedalus, etc, etc, calles y tugurios de la vieja Dublin con toda una vasta ramificación que desde estos puntos emisarios se realiza, que la vida? si bien se mira, puede ser tan sencilla o compleja como se quiera, que el ayer y el hoy pueden hallarse en un claro ejemplo de vasos comunicantes, y que la vida nos es una aventura ulisea que ni siquiera hace falta que nadie se moleste en hacemos ver, 

   Y, dícese que se dice que, años más tarde de habérsele otorgado dicho premio a don Jacinto, y sin que ello vaya para nada en su menoscabo bien al contrario, la serpenteante pregunta seguía sin embargo latiendo como lo estará siempre en los aledaños (¿o, acaso aladares?) del tal Premio, que fue allá por 1946, como escriben Irving Waílace y su hijo David Wallechinsky, en su "Almanaque de lo insólito", que se le preguntó al tal doctor Hedin que si se había considerado alguna vez la posibilidad de premiar a James Joyee, a lo queHedin, absolutamente desnortado se supone, contestó: "¿Joyce?... ¿Quién es Joyce?', que, quien sabe si esta respuesta tendrá algo que ver con otra formulada por alguien que diga; "¿Paracuellos?... Pero, ¿qué paso en Paracuellos?

Encendimientos

   


Se "apagaron los faroles" y se "encendieron los grillos' nos dijo Federico que ocurrió cuando su gitano llevaba al río a la casada infiel,, y, con el encendimiento de su casa (que no incendio, que es otra cosa como lo saben muy bien los bosques gallegos en la presente hora), escribió Luis Rosales, su mejor poemario, "La casa encendida' (1949), en donde, entre otros exquisitos requiebros de los pensamientos a las palabras y de éstas a aquellos, tras un juego al escondite de términos preclaros, palabra, alma, memoria, árbol, bosque, se habla, claro está, y no solamente para justificar el título, de encendimientos: "todas las cosas que vivieron se encienden mutuamente,/ se encienden mutuamente y de nosotros,/ se encienden dulcemente y conviviéndose desvarían/ lo mismo que un espejo, que algunas veces, cuando/ lo quiere Dios, tiene unas décimas de fiebre', que, dicho así, parece más bien como una sonatina de luciérnagas para una veraniega noche de amor lorquiana con horizonte de perros ladradores incluido, destellos intermitentes por los costados y caminos el valle, acaso velámenes de barcos aventureros si nos ponemos a imaginar a lo Verne o como soñaban en sus tierras de secanos y rastrojos los conquistadores de reinos de ultramar, la ambición encendiéndoles la pupila. El espejo en donde nos miramos y que nos arroja descarado nuestra mera imagen, puede tener, de seguro, sus décimas de fiebres cuando lo quiera Dios, por supuesto, que no es cosa de faltarle el debido respeto créase en El o no), pero a más décimas de ese espejo nuestro parece que han ardido esos bosques gallegos antes citados y que fueron magníficamente cantados desde siempre, que para eso ha contado siempre con grandes autores la literatura gallega, que exhibo ahora a un eximio de pluma maestra en ironías, don Wenceslao Fernandez Flórez, que se dejó encantar por la fraga de Cecebre, que 'era' (y lo traslado a tiempo pretérito por cómo habrán quedado fragas parecidas para estas fechas) "un tapiz apretado contra las arrugas de la tierra' (...) dos leguas de vida entretejida. ¡Señor, si no veis más que vida en torno'. Y llega la paleta mágica de este sagaz e inteligente irónico mutado en lírico, para decimos que "donde fijáis vuestra mirada divisáis ramas estremecidas, troncos recios, verdor; donde fijáis vuestro pie dobláis hierbas que después procuran reincorporarse con el apocado esfuerzo doloroso de hombrecillos desriñonados; donde llevéis vuestra presencia habrá un sobresalto más o menos perceptible de seres que huyen entre el follaje, de animales que se refugian en el ojal, de insectos que se refugian entre vuestros zapatos, con la prisa de todas sus patitas entorpecidas por los obstáculos de aquella selva virgen que para ellos representan los musgos, las zarzas, los brezos, los helechos. El corazón de la tierra siente sobre sí este hervor y este abrigo, y se regocija', que me salió larga la cita pero me parece que valió la pena porque cabe preguntarse ahora e imaginando un paseo por tragas parejas (que podríamos parar,igualmente, en "leiras, veigas y lugares', citados y descritos por Alejandro Perez Lugín en " Arminda Moscoso' (1947) o en las tantas de doña Emilia, de don Ramón, etc, dónde están las ramas estremecidas, las hierbas dobladas, los seres que huyen, los animales que se refugian en el tojal, los insectos... Aún más, ese mismo corazón de la tierra que, según noticias que nos llegan no es que esté chamuscado sino requemado, y mientras unos van por la vía de los pirómanos, hay quienes hablan de "tramas organizadas' que, a algunos nos puede sonar a viejas soniquetes como de "contubernios judeo-masónicos" que a todo se echa mano para tratar de excusar incapacidades tan evidentes. Pero quédese dicho que, al fin y al cabo, no es lo mismo encender que incendiar. 
















Fiestas.- 






Se enciende también la mecha del cañón y comienzan las fiestas, que, en algunos lugares, la piromanía se disfraza de pirotecnia. No sé, en cambio, si viene al caso traer aquí la historia de Vulcano, detalladamente transcrita, entre otros, por el mismísimo Boccaccio, don Giovanni, en su "Genealogía de los dioses paganos', que es ahí donde se hace elogio insuperable del fuego, que lo hace hasta apoyándose en la autoridad de Isidoro en su "Etimologías' (XIX,6,2) que entre las muchas propiedades suyas, nos dice cómo "el fuego blanquea, al cocerlas, las piedras negras, oscurece, al quemarlas, las blancas maderas, los carbones de resplandeciente nieve los hace negros, de dura madera los convierte en frágiles, de corruptibles en incorruptibles, suelta lo apretado, ata lo suelto, suaviza lo duro, vuelve lo duro blando'. Pero del encendimiento de las fiestas, al margen de citar a Vulcano y sus fuegos artísticos, la fragua de Velázquez, etc, etc, cabría señalar otro tipo de apercibimientos que, en este punto, ahí están las teorías de Harvey Cox ("Las fiestas de locos' Taurus, 1972), un "ensayo sobre el talante festivo y la fantasía), que nos llevan aun punto en donde la locura (instantánea, momentánea, espontánea, si se quiere), entra como elemento obligado, que nos dice Cox que 'una ocasión festiva tiene tres componentes: 1) un consciente exceso, 2) una afirmación por vía de festejo y 3) una yuxtaposición', que, por el primero de dichos componentes, nos allegamos al "elemento orgiástico de la actividad festiva', es decir, a toda su parafernalia y faramalla; por el segundo, a que la festividad siempre supone un "decir sí a la vida'; y, por el tercero, el factor contraste, es decir, que esa festividad "debe ser claramente distinta de "la vida cotidiana', que, aquel que quisiera adentrarse aún más en este terreno, ahí le espera el libro de Cox. 










Grass.- 






El silencio, si se ha hecho demasiado largo, acaso mejor que siga silente para el silenciador, aunque, quién sabe, Y es que, para cerrar por hoy la inacabable lista de encendimientos, digamos que, al parecer, también a Günter Grass se le ha encendido su memoria, no sé bien si la de onda corta o larga y ha roto su silencio confesando su pertenencia, a sus 17 años, a las Waffen- SS, que eran aquellos que agazapaban su personalidad impersonal (adjetivo defensivo) bajo la gorra del águila o de la calavera, los "Sans Sentiment' (el ojo de vidrio más humano que el propio del oficial tuerto de las SS aficionado a apuestas crueles), los esbirros incansables de los Himmler, Eichmann, Heydrich, etc. Poder abandonar la casa de sus padres es el motivo confesado (que es el mismo de Heydrich), por el que el joven Günter se afilió a las SS, creo haber leído. Acaso, educar la conciencia (si, sujeto pasivo) o al juicio (si, activo) en una conocida teoría heracliana, sería fácil remedio a posibles traumas.

El abrazo



   ¿Habrá que irse ahora al Líbano a comprobar si es verdad que los muertos se abrazan como nos señala uno de los libros más memorables de José de Arteche? AI margen de ese hipotético viaje, digamos que. con él, por otra parte, se ha dado un rotundo mentís a esa declaración no sé si bíblica o solamente paremiológica de que nadie es profeta en su tierra'. Aquí nuestros profetas son legión, como los demonios en el Evangelio. Aquí, en cuanto nos descuidamos un poco, a cualquier badulaque Le colocan, en la peana del profeta que es maravilla como le prende ípsofacto el don de lenguas el Paráclito en forma de Rama de fuego sobre la cabeza el pábilo que nunca se extingue, profetas opimos excepto es casos como éste de Arteche en los que el reconocimiento tarda en llegar, ese reconocimiento se deja explícito en la reedición de una parte de su obra como se ha hecho en el homenaje que se le ha tributado en los Cursos de Verano de la U.P. V., que también en este caso resulta que se es profeta en su tierra aunque merecidamente, y se anula el expediente evangélico, con lo que, de aquí en adelante, y en lo que a nuestro ámbito se refiere, habría que decir que sí, que "vino a los suyos y los suyos le reconocieron'. Así sea. 


Las viejas trincheras.- 

   Pero, volviendo a los muertos y a sus abrazos ¿no resulta que? al cambiar los modos de la guerra también se mudó esa costumbre bien loable: de que los muertos se abracen? Las viejas trincheras de guerra que tuvieron su más fascinante entronización allá por el 14 año del pasado siglo, con estelas de sangres varias por los 30 españoles y los 40 europeos, ya no existen desde que la mecánica guerrera se sofístico y ya no se ve a quien se mata y quien muere sino es desde la lejanía de la tele, un enemigo (o, amigo, según qué fuego), abatido a cientos o a miles de kilómetros, los misiles inteligentes en vuelo impiadoso, la explosión que desnuda la piel, deja que la impudicia de los cadáveres se acentué hasta los mismos huesos, hasta los buitres huyendo a otros festines que la mesa del banquete es fuego negro. Se perdió la amistosa relación de las trincheras, que ya no me refiero a esa prenda de vestir que se homónimo con la brecha abierta de las zanjas de la guerra, la tierra abierta impúdicamente también, el fraseo burlón de parte a parte y a chuscadas entre soldados sobre el acontecer de cada día, sobre metros ganados o metros perdidos, festejos militaróides, los banquetes o las hambres según cada posición y lado, el humor lúcido que, siendo natural y puro, hermana a los enemigos que ya eran hermanos antes de que el destino les colocara frente a frente. ¿No se ve ya que aquella guerra pasada, con todas las crueldades y tragedias de cualquier guerra, ya dejó de existir definitivamente, y que, como todo en la vida, lo que después vino, y lo que vendrá, será siempre distinto y con tendencia a empeorar lo que fue? 


El carnicero loco.- 

   Si los muertos se abrazaban en el viejo campo de batalla -y ahí está no sólo la bella metáfora de Arteche que incita a pensamientos de toda índole, a sensibilidades extremas, a consideraciones hasta metafísicas; no sólo también el gouache de Antonio Yalverde, para tal ocasión pintado, y que nos ofrece el abrazo de dos hermanos (todos hermanos en la muerte como declararía cualquier sepulturero de filosóficos perfiles corno se aprende a ser por exigescias o manejos de oficio, la cruz al fondo como corresponde a cualquier rito funerario cristiano) tampoco es cosa de trasladarse a regiones bañadas por untos de viejos mitos históricos, Tiro y Sidón y la civilización fenicia, su rey Hiram sin coya ayuda marinera no pudiera darse el increíble viaje de Salomón a las tierras de la inencontrable Ofir, o más aún a Punt, la Tierra de Dios, primeras (aunque no primarias) de las expediciones o descubrimientos de los que nos contó Paul Herrmann en su libro (Edit.Labor, 1955) qae compite en maravillas reales con las imaginarias de Las Mil y una Noches del tesoro narrativo árabe y sus frondosos sueños mágicos, que la televisión nos puede regalar la necrografía actual, es decir, la imaginación de un carnicero loco sajando carnes y pellejos y tronzando huesos, más aun el despiece de piernas y sobre todo de brazos sin los cuales se hace del todo imposible el abrazo por falta de materia prima que se hace notar aún más cuando estamos en tierra de abrazos tan notables, con Marotos y Esparteros dispuestos a abrazar lo que sea, tierra de abrazos por supuesto pero abrazos también que nunca nos daremos sin embargo otros que pensamos que hay que tener guardada una dimensión para la dignidad o hasta para el malquerer y no digo para la nausea y el estremecimiento de lo repulsivo que seria el entregarse a blandas conciencias. 


La piel de la tierra,- 

   Me viene a las mientes recordar ahora a un escritor de mis viejos tiempos, Carlos Ydígoras (Burgos, 1924) en uno de sus títulos más conocidos,"Los hombres crecen bajo tierra"(1960) que si él hablaba de gente minera, cabe hablar también, con el mismo titulo, de otras gentes que crecen en el subsuelo, muertos profetas o muertos olvidados según de qué lado se hubiere muerto que hay muchas posturas del morir incluyendo la de perfil lorquiana pero no todas igualmente apreciadas según marque el tiempo de los vivos, muertos para cuya eclosión van abriéndose, algo más que trincheras, rasgada otra vez la tierra que, entera o rota, ya no es tierra sino que es ceniza, sedimento orgánico de generaciones. También esos muertos que ampara la madre tierra (mas madre para recoger muertos que para parirlos que se nos expulsa de su útero y no nos sentimos Anteos de ninguna forma) se nos muestran al levantar la piel de la tierra fuertemente abrazados, unidos seguramente nada más que por un sentimiento compartido de defensa, que a eso, en tantas ocasiones, viene a resultar ser el abrazo. 


Viejos y nuevos tiempos.- 

   Tenía razón Arteche más allá aún de sus propias percepciones superficiales. Aráñese la tierra y los muertos de las viejas guerras, tantos como las arenas de todas las playas de las guerras antiguas todas se encontrarán abrazados, muertos en combates o en ejecuciones por la parte diestra o siniestra, muertos que no pudieron volar en el pico de los buitres y les resonaba en su carne muerta la quejosa música del gemido humano, la del resoplar de las caballerías de la guerra alanceadas y destripadas como jacos sobre las arenas de la vieja tauromaquia, un lejano cornetín de órdenes, más lejos el cendal de las pesadillas... Pero son ésos, ya, viejos tiempos, que ahora no son tos muertos los que se abrazan sino la misma muerte el abrazador que estruja, descoyunta, destripa, monstruosa, distante y tan cercana muerte...

El triángulo



    Creo que vivimos bajo el triángulo; el triángulo nos persigue. Desde muchísimo tiempo antes de la invención de las pirámides (metástasis o no sé si anastomosis de triángulos en el espacio de los meditabundos espirituales que sin remisión somos todos y por eso soñamos en religiones); muchísimo antes de que Quetzalcoatl recibiendo la adoración sumisa que el hecho de ser hombre crea como necesidad de ofrecérsela a alguien aunque sea a la caricatura de sí mismo; mucho antes también de que los egipcios levantaran la gloria de sus característicos poliedros destinados a ser hitos de la mitología funeraria, es decir, casi minutos tiempos antes de que los dioses se convirtiesen en piedras o digamos que las piedras en dioses, el triángulo funcionaba, que la sombra del triángulo sí que es alargada, que yo creo, con perdón, que mucho más que la del ciprés, señor Delibes, una sombra ésta del triángulo que mira uno hacia el horizonte que es aquella manchita de luz que se ve al otro lado del túnel y que cada vez es más lejana, menos luz pero más fantásmica (que no quiero decir fantasmagórica por la misma razón que las poetas no admiten que se las llame poetisas, es decir, algo más que por cuestión gramatical, por algo referente, más bien, a la dignidad profesional, a una lucha del sexo que odia ser mariposa clavada con alfiler en la panoplia de tas banalidades y prefiere aletear con trémulos impulsos), una pálida luminiscencia que va perdiendo perfiles de triángulo y va derivando a bulto amorfo, un burujito de luz nada más, que a esa percepción dificultosamente lúcida me lleva la evocación a una. de las fantasías más geniales de aquel genio del horrorismo literario que fue Lovecraft (que tiene la costumbre de aparecérsenos en cualquier momento por su ubicuidad de inmortal y por su decidida vocación a un cierto vedetismo de necrofílias ineurables), en aquella su invención del dios del Desierto de Hielo, en Xas montañas de la locura', preludio y fuga de sus armoniosas disonancias. 

Spinoza.- 

   Todas las historias, aún las de amor, ganan siendo triangulares. Recuerdo por un ejemplo, y revivo ahora, aquel pensamiento envainado que se me originó a propósito de un artículo que escribí -En Wilwischken' (DV, 10-5-05)-, y en donde hablaba de un triángulo amoroso, y escribía que "hay quien piensa que si no hay triángulo nada vale la pena' y que "sin esta figura, la geometría erótica no da de sí´, y me escribió una persona partidaria en parte del amor platónico, recabando no sé si alguna mayor información al respecto, o puntualizaciones varias, una especie de addenda a lo dicho en tal artículo. A tal persona, que vive al parecer un poco en las estribaciones de ese amor mitologizado o antonomasiado por el aúreo filósofo griego, me da por pensar que no se la podría incluir sino en lejanos parajes, acaso boscosos y hasta fragosos, acaso ya en el límite de las desertidades, de un amor considerado como tal excepto por la mística que envuelve en pureza la lejanía, que arrastra voces de santoral ascético al erotismo más directo y carnal que de la geometría triangular se destila. Con el amor platónico habría que recuperar para olvidarla -pensaba o no sé sí lo decía por aquel entonces que el caos en mi cabeza supera cotas normales-, aquella definición del amor a Dios de Spinoza que comenta Antonio Machado en su "Juan de Mairena': "Nuestro amor Dios -decía Spinoza- es una parte del amor con que Dios se ama a sí mismo'. El comentario irónico de Machado a esa definición spinozíana, es fácil, al imaginarse a Dios riéndose de esta reducción al absurdo del concepto del amor. ¿No será ese amor platónico, intransitivo a fuerza de ser tan transitivo, un narcisista amor a sí mismo, a nosotros mismos?. 

Perelman.- 

   Me vuelve la metatesis del triángulo con el caso Perelman. Grigory Perelman, de quien no había oído hablar nada hasta estos días pasados y de quien ahora oigo a propósito del Premio Fields, que viene a ser, dicen, como el `nobel´ de las Matemáticas, me traza en el aire un triángulo de resonancias diría que éticas. Perelman, me entero ahora, presentó, en 2002, la solución a la conjetura de Poincaré', un problema matemático de arduas dificultades, de esos tan resistentes como los del teorema de Gódel, etc, y que había resistido durante todo un siglo los esfuerzos de toda la comunidad científica, Pero la insólita categoría mental de este genio, puesta a prueba desde su infancia y reconocida mundialmente, no se pone al descubierto, creo yo, en la solución de ese problema matemático, que su verdadera genialidad reside es la entereza moral de un hombre que desdeña la vanagloria y, en vez de recibir el espurio halago de los galardones y el aplauso de los beodos de turno ataviados de recamadas vestiduras de distinciones sociales, prefiere retirarse a un lugar secreto, un bosque ruso en este caso, y dedicarse a recoger setas, como se dice que ha estado últimamente. En un mundo en donde el halago es una baba que, sin embargo, no solamente se aguanta sino que se busca con delirio, el acto en fuga de Perelman, nos viene con tintes de rareza, de persona a quien la extravagancia le ha comido el seso, siéndose justamente lo contrario. Como con Perelman, la memoria me trae el recuerdo de algunos otros extravagantes especímenes que huyeron de las masas hasta límites aún más extremos que los de Perelman. Sería el caso de Thomas Pynchon, de quien poco más se sabe que el hecho de que nació en Glen Cove (Long Island), en 1937, y que solamente cuenta, como tiene que ser, su extraordinaria trayectoria literaria, un terreno de dominio absoluto en el que no se le ha regateado el titulo de clásico de la literatura contemporánea, o, para cerrar el triángulo con otro desertor de multitudes, aquel singularísimo escritor que fué B. Traven, autor, entre otros títulos, de "El tesoro de Sierra Madre', y que guardó celosamente su identidad. Volviendo a Perelman, Poincaré y NobeL el trazado del triángulo no sé sí se hace del todo perfecto. En todo caso, si no es equilátero, la igualdad se rompería por el lado de Nobel, es lo que pienso. 

Las tres pes.- 

   Pero puede parecer banalidad todo lo arriba dicho cuando, en un momento como el presente y en este lugar, el principal triángulo que se traza es a base de tres palabras que comienzan por pe: perdón, paz y proceso. De la primera solamente se me ocurriría decir lo que ya dejó dicho Heinrich Heine, ese alemán afrancesado que pudo quitarle el antonomásico de volteriano al mismo Voltaire: "Que les perdone Dios ya que es su oficio'. De la segunda, y ya en el borde de alcanzar la definitiva de los muertos, que mi paz, al menos, no está en venta. Y, en cuanto a la tercera, que hay frutos verdes que, antes de madurar, es mejor que se pudran del todo. Y no como los nísperos.