miércoles, 2 de febrero de 2011

¿Quien es Joyce?

   Cuando le llegó la hora de morir al señor Alzheimer (que yo no sé si lo hizo acordándose aún o no de dónde le correspondía poner la "h" lo que sí parece que se dejó bien estructurada o resuelta es su ecuación: "a mayor lejanía, más memoria; a mayor cercanía, más olvido'. Es fórmula que tampoco se concilia mucho con el sentir popular sobre los amores al asegurarse que: la distancia es el olvida'.. Ni, tampoco, con la que, en versos sagrados yo diría, sostenía el chileno en su 'poema veinte' de que 'es tan corto el amor, y es tan largo el olvido'. Sea como sea, entre el señor Alzheimer, la sabiduría popular y don Neftalí Ricardo Reyes Basualto (que le robó su patronímico al checo Jan Neruda, para dejarlo mejor esclarecida), parece que queda como bosquejado, diría ya, el matorral de esa Memoria Histórica (luego con nombre cambiado) que se nos ha lanzado teniendo como base de operaciones una amplia población no tan silente como parece; es decir, la población de los muertas vivientes, sin tener que recurrir a las películas de George A. Romero ni la abstracta teoría de los zombies; ni tampoco, yéndonos más allá de los istmos y laberintos de la cinematografía y la novelística: de Gogol que envía sus 'almas muertas' (que las vivas llegan hasta en pateras o kayukos) a votar que es de la que se trata, aunque esto entre ya en terrenos de la sociología o de la política o de lo que sea. Vuelven, por lo tanto, a abrirse las zanjas de tierra que dieron mal cobijo en paletadas presurosas a las cuerpos según en qué casa más o menos hacinados, pero que parece, sin embargo, que la que no se puede enterrar es el alma (o, por decir de otra manera, la ideología), que es como fuego fatuo que nunca cesa, que fluye de entre los limos de la ribera donde se deslizan las inasibles, por deslizantes, anguilas; de entre las zarzas, par donde trina el zorzal sus amores; hacia los glaucos ambientes del sotobosque que los relacionamos con paisajes disneyanos pera llegado el momento fueron desoladas regiones por donde se movió la parca bajo distintas banderas, que éste es ahora uno de las problemas a resolver, es decir, por dónde empezar a abrir las zanjas, si por la izquierda o por la derecha, que es alternativa que solamente contará para el ingenuo que se pone a jugar a las cartas con el rey de ta timba, que va tratando de recoger flores silvestres sobre praderas minadas o se pregunta sobre cual de las dos ramas, la de la derecha o la de la izquierda se posará el cuervo, a quién sabe si se trata, simplemente de un ejemplar aleteante de aquel lepidoptero del género Sphinx, de la familia Crepuseularia que atemorizó la turbulenta imaginación ya de dipsómano del genial Edgar Allan Poe, es decir, la Esfinge Calavera que tantas veces se creyó vería volar durante las estancias trepidantes de don Edgar por las caites de Richmond y, definitivamente, un poca; antes de que descabalgara del corcel mortuorio en aquella callejuela de Baltimore donde le asaltó el implacable atracador del delirium tremens. 

   Conviene, de todas formas, desconfiar de la memoria humana, tan versátil que es capaz de originar terribles amnesias y afasias cuando las cosas no nos van por los trayectos que les. hemos preparado. Y, para ilustrar el pasaje creo yo que pueda valer aquella anécdota que se cuenta de un cierto jurado literario del Premio Nobel, un sueco llamado doctor Sven Hedin, a quien se le dirigió esa pregunta que siempre resplandece no sé bien si en las costillas o es el calcañar del mencionado Premio, uno de los tantos notorios fallos pero de tan magna dimensión de la que nunca se librará esa conocida Fundación. Y es que es un hecho sabido por cualquiera que ha tenido la curiosidad de recorrer la lista de los nombrados por ese Premio que, por aquel año de 1922, en el que a un madrileño aficionado al teatro que llevó a escena entre otros muchísimos personajes al Crispín de "Los intereses creados' y a "La malquerida', y que se hacía llamar Jacinto Benavente y Martínez (1866-1954) le otorgaron ese galardón, el nombre más esclarecido que se movía entre las bambalinas de esa ceremonia tan augusta para tantos (como desdeñable debiera serlo para todos los ecuánimes, es decir para los pocos que conservan una imparcialidad serena de juicio., como señala el diccionario como significado de esa palabra), era un irlandés que, aparte de haber escrito un autorretrato terebrante "Retrato del artista adolescente' y maravillosos relatos sobre "Dublineses', había publicado ese mismo año (pero con antelación suficiente para que el Premio se lo hubiera tomado en cuenta cuando menos) su obra grande, de él y de la literatura mundial para ser más exactos, el monumento literario que se supone y así se le considera, la innovadora y renovadora narración novelística del "Ulises', veinticuatro horas de un cerebro disperso en los miles de toques de una vida diaria, pensamientos, pulsiones, sensaciones, temores, angustias, emociones, alborotos, sangre y carne, ideas y pesadillas alternando en el caos efervescente de un programa de vida normal pero colosal, que tengo delante los dos esquemas de acción a desarrollar, el esquema Linati y el esquema Gilbert-Gorman (adiciones y variantes a Linati), que ante una planificación tal que ni siquiera el mejor estratega novelístico pudiera desear, se nos despliega esa casi inabarcable concepción de todo un mundo con sus asideros mitológicos, Telémaco, Néstor, Proteo, Calipso, los lotófagos, Hades, Eolo, los lestrigones. Seila y Caribdis, las rocas errantes, las Sirenas, el Cíelope, Nausica, los bueyes del sol, Circe, Eumeo, Itaca, Penélope, moviéndose por los goznes de vida de los Leopoldo Bloom, Stephen Dedalus, etc, etc, calles y tugurios de la vieja Dublin con toda una vasta ramificación que desde estos puntos emisarios se realiza, que la vida? si bien se mira, puede ser tan sencilla o compleja como se quiera, que el ayer y el hoy pueden hallarse en un claro ejemplo de vasos comunicantes, y que la vida nos es una aventura ulisea que ni siquiera hace falta que nadie se moleste en hacemos ver, 

   Y, dícese que se dice que, años más tarde de habérsele otorgado dicho premio a don Jacinto, y sin que ello vaya para nada en su menoscabo bien al contrario, la serpenteante pregunta seguía sin embargo latiendo como lo estará siempre en los aledaños (¿o, acaso aladares?) del tal Premio, que fue allá por 1946, como escriben Irving Waílace y su hijo David Wallechinsky, en su "Almanaque de lo insólito", que se le preguntó al tal doctor Hedin que si se había considerado alguna vez la posibilidad de premiar a James Joyee, a lo queHedin, absolutamente desnortado se supone, contestó: "¿Joyce?... ¿Quién es Joyce?', que, quien sabe si esta respuesta tendrá algo que ver con otra formulada por alguien que diga; "¿Paracuellos?... Pero, ¿qué paso en Paracuellos?