lunes, 7 de febrero de 2011

Difuso recuerdo de Charlot por la calle Viteri de Rentería

oarso ‘05
Un benemérito de la paciencia, el P. Anselmo Legarda, en tesis doctoral escrita en la biblioteca del Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo de Lecároz durante el verano de 1951, y publicada por Icharopena de Zarauz el 5 de mayo del Año Mariano 1954 bajo el título de “Lo `vizcaino’ en la literatura castellana”, habla de algunos aconteceres que tienen que ver con la Villa de Rentería, que no es mucho pero es que tampoco es mi intención ampliar lo que por él quedó dicho a pesar de una de las sugerencias que desde el equipo rector de esta Revista se nos hace de glosar la efemérides del Quijote en su quingentésimo aniversario. Quédese pues, lo poco que vaya a decir, a cuenta de mi propia inventiva, que me adelantaré a decir que yo no sé si Cervantes estuvo alguna vez en Rentería y que tampoco me pondré a investigar, con una lupa en la mano, por los alrededores de la calle Viteri o por los canales de la Fábrica Grande llenos de ratas como lobeznos con pelos y dientes híspidos como los ví en mi infancia, porque me supongo que todo aquel mundo (incluida la misma calle Viteri, que he podido comprobar que no es la de antes) ya desapareció tiempos ha, y, porque tampoco me creo Sherlock Holmes. Pero su rastro (el de Cervantes), mejor dicho el de su personaje quijotesco es tan visible en tantos lugares que, por qué no en Rentería. Acaso es que los personajes son siempre los mismos y están plantados en todos los sitios, y lo que hay que hacer para ir descubriéndolos es montar en el caballejo apropiado (sobre Rocinante en este caso), que es ardid éste que nos enseñó, por un ejemplo, aquel John Dos Passos a quien por los años 20 del pasado siglo se le ocurrió girar su casi obligada visita a España, y ribera del Tajo, a la vista Illescas, ofertó a Telémaco y a Lieo, su lección de hondo españolismo empezando por un hialino chorro de psicología acerca de esa pútrida costumbre que la ignorancia siempre tiene de llamar locura a todo lo que a su paso encuentra de desusado. Yo creo que la floración quijotesca es tan abundante que hasta entre las piedras asoma, entre las juncias sí, cuando lo húmedo ayuda, pero también entre ortigas, o acaso es que es planta de ortiga toda floración de esa índole, que nos azota las pantorrilas y hasta hace enrojecer los calcañares por mucho que las tengamos acostumbradas a su restriego, pero en mayor medida aún la imaginación y la memoria, hermanas gemelas.


En lo que a Rentería respecta, uno de estos personajes singulares, tan quijotesco o tan cervantino, creo que fue aquel a quien se le llamaba Charlot no sé por qué, quizás por el bigote de tan distinto modelo al del famoso cómico con que el renteriano adornaba su labio superior, hombre atareado, como siempre lo ví atravesando urbanos espacios de la Villa; hermanado con extrañas herramientas de su oficio de inventor, que lo es extravagante;
giróvago de mil ideaciones conglómeras; exquisito cazador de mariposas ideales muchas de las cuales dicen que apresaba para dejarlas volar con el ritmo gozoso del libertado, que ése es, en realidad, el éxito preclaro de la cárcel si alguno tiene: hacer saborear mejor la sensación del sentirse libre. Aquel hombre de mono sucio, de lamparones brillantes al sol del mediodía, boca bufante, búfalo pisoteante, irasciblemente desasosegado, con una mujer gritona a la espalda, con erizada cabellera de gorgona. Alguno, quizá, pudo pensar que se trataba del Edison de Rentería, pero era una especie de mecánico semejante a aquel malagueño del que contaba Juan Ramón, de cuando a la salida de Málaga, se paraba el coche “jadeando”, y “todos le daban golpes aquí y allá sin pensarlo antes, tirones bruscos, palabras brutas, sudor vano. Y el coche seguía lo mismo”. Y vino luego un taller, carretera de Granada, y, “un hombre alto, lleno, sonriendo dueño de sí, vino seguro al coche, levantó con exactitud la cubierta del motor, miró dentro con precisa inteligencia, acarició la máquina como si fuera un ser vivo, le dió un toquecito justo en el secreto encontrado y volvió a cerrar con ritmo y medida completos. -El coche no tiene nada (...) Es que lo han tratado mal. A los coches hay que tratarlos como a animales (no dijo personas)”. La ecuación de la parábola. Como el Charlot renteriano. Un toque de mágica locura y... ¡Andando!. De Charlot, se decían esas cosas.


De `Cordura y locura en Cervantes’ (Península, 2005) tiene publicado un libro el psiquiatra Carlos Castilla del Pino. El corpus del volumen está formado por una serie de ensayos, conferencias, discursos, etc. Se habla, entre otras cosas, de Cervantes y la construcción del personaje, de `la muerte’ de Don Quijote, de la alocución del encausado, de la idea de la locura y de la teoría de los celos en Cervantes, y, de quijotismo y bovarysmo. De todos estos trabajos extraigo, muy especialmente, el relativo a lo de la locura, y es que, desde la primera frase se nos hace saber que “sólo en el Quijote se hacen 78 referencias a ella, y a loco, 89”, y, yendo más allá en la obra cervantina total, que, “se hace referencia a la locura 182 veces”, aunque, viene a advertirnos, muy pronto, de que “planteada de esta forma meramente numérica la cuestión resulta engañosa”. En efecto, lo importante, aquí, no es el número de citas o referencias y, sí lo es, en cambio, lo que Castilla del Pino viene a designar con el nombre de “megatema”, es decir, “lo que podría considerarse el o los propósitos creativos y fundacionales de un texto”. Pero es que tampoco me interesa quedarme en este tramo del camino cervantino sino seguir leyendo y anotar que, “cuando se ha procedido a extraer la aforismática del Quijote (...), vemos que ofrece una coherente teoría antropológica, una filosofía del hombre -en el sentido que da Kant a la antropología-, y que a lo que realmente se parece el Quijote es a los `Ensayos’ de ese otro Miguel que fue Montaigne, o a `Los caracteres’ de La Bruyère, o a `Las Máximas’ de La Rochefoucault (sic), o al `Encomium moriae’ de Erasmo de Rotterdam, es decir, a los grandes moralistas”, claro está que habiéndonos venido a recordar, un poco antes, lo que Herman Broch escribió de que “la novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral, (porque) el conocimiento es la única moral de la novela”, que tampoco sé si tiene mucho que ver con el Charlot quijotesco renteriano este desvío que ahora me tomo pero ahí queda eso.


Pero lo que sí me parece que tiene que ver, es cuando Castilla del Pino nos avisa, que la locura en la obra de Cervantes, ha de tomarse “como una construcción ficcional en la que muestra y describe la transcendencia del error en la construcción de la vida propia por parte de cualquier ser humano en general”, y, también, cuando escribe que, “en el Quijote se describe una vida errada y el cómo y el porqué del error”.


¿No son nuestras vidas, vidas de todos, vidas erradas, vidas de engaño? ¿Acertó alguien con su vida o esperamos a que llegue la muerte para hacernos saber de este menester? “Engáñame, engáñame, mi vida,/ y vuélveme a engañar;/ hazme creer que al fin de la partida/ nos hemos de encontrar”, versea Unamuno, pero, con quién, si no es consigo mismo, versea Unamuno. Quizás sea ésta una lúdica pasión por el desacierto, una tendencia masoquista irrefrenable que también se aprecia, un tanto desasosegada en cualquiera de sus personajes, como pudo notar igualmente cualquier renteriano en ése o en aquel convecino suyo, fuese Charlot u otro cualquiera, todos seres salidos de madre en la acepción real pero también de cauce que también es madre, es cuenca, es útero, es hogar encarrilado, vía férrea para trenes desbocados, trenes descarrilados. De los personajes que de la pluma del Manco salieron, los hay quienes nuestra locura los da por normales, pero al quicio de la memoria, la locura cervantina nos asalta en sus variados piélagos, y ¿quién puede olvidarse, por un ejemplo, de ese licenciado Vidriera con el que don


Miguel supo construir uno de los primeros relatos de ciencia-ficción que en el mundo hubo? He aquí otro de sus inventos de raro fundador. Y es que, por eliminación acaso, igual es que nos avistamos a la normalidad de ciertos animales que no son (o, nos son) humanos, como puede acontecer con los perros, que visto lo visto a lo largo de casi ochenta años, me parece que lo mejor, siempre, es hablar de perros, como lo llegó a pensar, me imagino, el propio Cervantes que, para clausurar sus “Novelas ejemplares” nos endilgó aquel “coloquio de los perros” que es todo un tratado de humanidad, que cuando a poner de solfa a lo humano se trata, lo mejor es acudir al auxilio de los perros.


Insomne acaso con esta vieja lección hace tanto tiempo aprendida, no hace mucho que veía en la prensa nuestra de todos los días a ese perro que, con prestancia tanta, elegancia natural, displicencia augusta, lealtad insobornable, caminaba detrás del féretro de su amo por las calles de Mónaco. El cinismo, etimológicamente esencia de la ideología perruna, es el mejor antídoto contra los virus humanos, siempre tan obscenamente antilógicos. Diré pues, que Odín, nombre de divinidad escandinava para un ejemplar de Griffin hal, quedó como un dios (si se me permite la expresión popular) en el cortejo funeral de Rainiero, el soberano de ese principado que tuvo su sucursal cafetera en la antonomásica Avenida donostiarra de los 60. Odín exhibió su señorío solitario en ese paseo crepuscular del príncipe por las calles de su principado, un paseo a hombros; y, se dice que, a la puerta de la catedral, a Odín se le escapó un gemido, que es junto con sus ojos que miran en profundidad, insondables, irresistibles, lo que hace que un perro se nos agazape, mimoso, en la enjundia del corazón, lugar preclaro, que nunca hay que mirar a los ojos de un perro si no se quiere quedar esclavizado. Si yo fuera menos respetuoso con la religión de lo que parece que soy, condenaría no sé a quien pero a ese alguien que no dejó entrar a Odín en la catedral, que un gemido de perro es una oración y gemida como hay que gemirla como solamente sabe entonarla una laringe cánida no es posible compararla con ninguna otra, que sobre tal cuestión nos podría ilustrar aquel bohemio que allí en la `Cannery Row’ californiana creo recordar, hizo surgir la benevolente escritura de John Steinbeck. Que la oración gimiente, pues, de Odín, en forma de aullido, ante la catedral monegasca, le arrulle como nana al corazón tan cansado de Rainiero, que los años sirven acaso solamente para eso, para ir madurándonos en ternura y, para tal menester, nada mejor que los gemidos de un perro, nada en el mundo.


Nada nos enajene pues del mundo perruno, nadie, y el alcalaíno, como hombre vapuleado que fue por la vida no dejó de acordarse de los perros en su obra literaria, y ¡cómo podría hacerlo!, que hasta en el mismo retrato del hidalgo manchego, pese a los ilustradores de la obra tan reacios acaso a incluirlo, no se olvidó a la hora de insertar ese “galgo corredor” que aparece en su primer párrafo, que a él y a los suyos les deseo haber tenido mejor suerte en esos viejos tiempos que a los de ahora, que dicen que, al envejecer, los cuelgan de los árboles hasta morir con las patas apenas rasguñando la tierra, de mucha peor manera (lo que va de la vida a la muerte) de lo que Colum McCann, escritor dublinés, cuenta en su libro “Perros que cantan” (Muchnik Editores, 2001) de lo que vio que hacían en Jackson Hole (Wyoming) con los coyotes, que los “pendían cabeza abajo, atados al poste con bramante naranja” y los colocaban de manera que “los hocicos y las patas tocaban la hierba y tenían la boca abierta, como si estuviesen a punto de aullar”, que era una cruel advertencia para que los demás coyotes de la pradera se mantuvieran alejados de las tierras del ranchero.


De todas formas, y volviendo al caballero de la triste figura y a su creador, no sería ese galgo del caballero manchego, según pienso, el can preferido del genial manco, que sí lo serían en cambio, supongo, esos dos de cuyo sapiente diálogo nos hace merced, que pasó tal portento de perros que hablan (cuando los más practican la más que sonora virtud del silencio, excepto con los ojos que lo dicen y lo claman todo) “entre Cipión y Berganza, perros del Hospital de la Resurrección que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, a quien comunmente llaman los perros de Maudes”, que se añade en nota a pie de página del ejemplar que manejo, que “todos los datos que figuran en el título se corresponden con la realidad, que (...) entre los limosneros que, por las calles de la ciudad, recogían donativos para el sostenimiento del Hospital figuró Alonso de Mahudes, personaje aquí citado por Cervantes”. Aunque, acaso mejor que de perros conviniera hablar de filósofos como lo son los mencionados, que dice Cipión del agradecimiento y gran fidelidad de los de su especie con el hombre, y añade Berganza, que “después del elefante, el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento; luego, el caballo”, y así comienzan a contarse su vida, que la de Berganza, un alano, comienza en el Matadero de Sevilla que está fuera de la Puerta de la Carne, que va más allá en picarescas, latrocinios y desmanes varios que los que se puedan encontrar en Rinconete y Cortadillo antes y después de pasar por la aduana de ladrones del señor Monipodio, que, con esto, por mi parte, del sospechoso paso de Cervantes y de sus personajes por Rentería, perros incluidos, nada sé y, por esta vez al menos, ya he escrito lo bastante, y que Charlot y la Villa de Rentería me perdonen.

Elegía navideña

Cabe hablar siempre, y mas en navidades, como ahora, de historias llamémoslas humanas desteñidas en general por tinturas de sentimentalismos fáciles y que llevan la carga de una lección moral o moraleja escondida entre sus líneas, historias a lo Dickens, en definitiva, sin querer olvidar en modo alguno su talla de gran escritor, pero percatándonos, asimismo, que la moralina es ingrediente de fácil deglución y digestión para muchos. Per, tratando de marginar en lo posible ése tipo dé historias qué, curiosamente, hasta la misma navidad "se obstina en presentamos en bandeja como platos idóneos, ocurre que estas navidades de 2006, me vienen acompañadas de un gran silencio que así las titularía, "las del Gran Silencio', no solamente por el influjo de esa película de ese título que domina en las pantallas comerciales y su silencio tan fuerte suena, oxímoron que sin ser paradoja es, por el contrario, paradigma, una vieja tradición de trapas, cartujas, cenobios, asilos temporales dé almas fugitivas hacia lo eterno, hileras dé frailes por fríos y blancos pasillos dormidos, algún ave silenciosa en lo alto, árboles mecidos por nanas que tampoco se oyen, la brisa (cuando más) susurrante, la azada mortuoria de golpe seco y que esconde su latido bajo tierra, todo mudez, asperjos callados, y digo aquí que ha sido tradición que ha vestido muchas leyendas. Algunos, en busca de inspiración, fueron a beberías desde las mismas fuentes, caso de Becquer, por un ejemplo, en Veruela, que, en este caso, el silencio, de por mas, se cargó también de tinieblas como tantas veces o casi siempre sucede, El huésped de las tinieblas', como salió a fulgir también en la pantalla, allá por el 48, de la mano guionista del" genio' (más por antonomasia que por antonomasia que se diría, y hasta creo que se dijo, con risa como siempre también cuando se osa declarar tan osadamente la genialidad propia aun siéndolo también en cierto modo), de Manuel Mur Oti, y de las veleidades cinematográficas de Antonio del Amo; ni tampoco ese "Gran Silenció' del que habló, porque, cuando esto escribo, mañana del 25 dé diciembre, todavía no ha llegado a mis oídos ningún villancico, que pienso que si será que también los han prohibido y no sólo los belenes que hasta los derriban, o ya no hay peces en el río que beben y beben y se asoman a ver a Dios nacer que era como aquel milagro del paduano Antonio que predicaba a pájaros y peces y estos venían a oírle cabe la orilla, con escamas de asombro, o, como cuando la zambomba sonaba y se le pedía la bota a María para emborracharse y había como un regusto dé fiesta jalonada de entreveros de tristeza existencial como una trasposición eterna de esa elegía que James Joyce dejó, tan latente como latente, en su magistral relato de 'Los muertos' en su colección de "Dublineses', que el villancico de casa María terminaba con un epílogo casi sacramental de unción extrema, los miembros humanos de andar y de tocar oleados entre trenos mortuorios, el cristo besado con más o menos pietismo por labios cadavéricos casi bajo los sudores de la dura agonía, que decía en su último tramo ese sonsonete, qué "nosotros nos iremos y no volveremos más', que es desde aquí de dónde se me brota y mana, y pido perdón por insertar lo personal en lo público, ese “Gran Sílencio” procedente de una ley de

Sentarse



Resumiendo, me parece haber entendido que el Tribunal Supremo, en su último pronunciamiento, no considera delito sentarse con quien sea, lo que creo que puede ser como una exoneración de cargos para ya sé yo quiénes, pero que poco nos importa a los sedentarios por naturaleza que, a pesar de todo,- sabemos siempre con quiénes nos sentamos por aquello de que mejor es que duelan posaderas que vergüenzas. Como mínimo, por elegancia propia y sanidad mental que deben de cuidarse. De lo que no se habla en el dictado de ese superior tribuna!, vengo a inferir, es, si sentarse es cosa de nalgas o de estómago, de la misma manera que pienso que la nausea es más bien cosa mental que ventral que es el más importante asuntó a tratar, llegada que fuera la hora de sentarse. Dé todas formas, conocida la nueva de que es posible reunirse con cualquiera sin conculcar ley alguna, yo no sé porqué se me vino a las mientes (que es el enigma de los enigmas de ese común problema de la asociación de ideas) los detalles de aquel famoso pasaje de Anastasio II, Papa al que puede allegarse uno sea desde la política como desde la literatura como se verá, una imagen de alguien a quien el diálogo y una actitud concesiva, que supongo que será por diferencias de mentalidad de época, le llevaron a lugar poco recomendable y menos aún siéndose Papa, que fueron las gentes de su credo los que le condenaron a ese sitio abominable, cuyo verdadero nombre aterroriza desde el primer atisbo de las religiones. 



Listado de Papas.- 



Vengo a recordar que, al menos, hay un Papa en el infierno y no me refiero al que mayormente muchos piensan, que hay una distancia de unos mil años entre aquel en el que pienso y en el que mayoritariamente se piensa. Entre los muchos Papas no modélicos, que no es cosa de citar aquí el verso escatológico que a todos nos iguala, hay varios en quienes pensar, que injustamente, antes de empezar a repasar la lista, se nos para el fiel en aquel superpontifex de la familia primitivamente originaria de Aragón afincada luego en Valencia de los Borjas convertidos en Borgias según fueran nombrados o" fechos al itálico modo' como en el invento sonetil de Boscán a partir de su establecimiento en Italia, un Papa que no era el primero de su dinastía que el nepotismo tiene raíces seculares en el árbol genealógico del Papado y que, entonces, más que nunca, funcionaba. Y, Papa que, a pesar de lo que pudiera pensarse a posteriori, era, acaso, el más idóneo y pertinente de los que se pudieran buscar para la brillantísima época del Renacimiento, que no estoy tratando de hablar, repito, de Alejandro VI cuando hablo de la locación infernal de un Papa que quizás haya más de los que pensamos si nos ponemos a averiguar hechos y señales de muchísimos de ellos, una investigación de sorprendentes resultados en los que uno bien puede darse de bruces hasta con el "más malo' así denominado por un gran número de historiadores, aquel Octavio de Tucuslum quien se hizo notable por sus costumbres de mala vida orgías incluidas y que, bajo el sobrenombre papal de Juan XII, ocupó el solo pontificio desde 955 a 963, un tiempo germinal para que aflorase, incontenible, el gran edema que le salió a la cristiandad y que se conoció como el problema de las investiduras, es decir, la intromisión en el nombramiento de cargos eclesiásticos por parte de los poderes públicos y contra cuyo problema luchó incansable, el monje llamado Hildebrando que luego se convertiría en Gregorio VII y que tan destacado lugar ocupa en la Historia de la iglesia, viejos recuerdos gozosos de Historia de la iglesia éstos por mí rememorados y que los acogí en el tercero de bachillerato, creo que en el año 40 de gracia o de desgracia, de victoria o de derrota según el perfume que cada uno pueda evocar y bajo el plan de Ibáñez Martín, largo plan de estudios de segunda enseñanza que no por ello denigro sino muy al contrario que estudiar siempre me ha resultado gratificante y gustoso ejercicio. 



Alighieri.- 



Allá por el año 52 del pasado siglo, un novelista francés, Gilbert Cesbron (1913-1979) nos dijo de qué manera "Los santos van al infierno", que era por el tiempo en que los curas se decidieron a vivir con obreros y como obreros, y quien lea esa novela sabrá por qué y cómo les pudo parecer infierno ése modo dé vida. Pero otro es el caso, evidentemente, de Anastasio II, que si fue al infierno fue de muy distinta manera, lo que no fue obstáculo para que se le santificase, aunque ha de sumarse igualmente a la relación, el detalle nivelador de que todos los primeros Papas fueron ornados con esta honrosa distinción. Repito pues, que al menos, parece que hay un Papa enterrado en el Infierno, que nos lo dice el más conocido cronista de esos tugares, aquel florentino conocido como Dante Alighieri (1265-1321) que tuvo la manía de escribir, preferentemente, en verso, En el dolce stíl nuovo' si de cantar a su amada Beatriz se trataba trabando poesía y prosa en líricos conceptos, y en tercetos encadenados si de cantar la divina comedia' acometía, que hay que ir a su undécimo canto para encontramos con ese pasaje que ha dado lugar a variadas interpretaciones, fundamentándose alguna de ellas en si equivocó Alíghieri a Anastasio II Papa (496-498) con Anastasio I, Emperador (491-518), que es fácil de entender la confusión a mil años vista cuando ambos a dos, Papa y Emperador, pertenecen a la misma época. Haya o no equívocos, lo cierto es que Anastasio II y Fotino están incursos ambos en el terceto a que aquí se alude 'D'un grande avello, ov'io vidi una scritta/ Que diceva: Anastasio papa guardo./ Lo qual trasse Fotín della vía dritta. lo que, traducido al castellano, en tercetos también, por el bonaerense Bartolomé Mitre (1821-1906) (acaso no tan buen poeta como seria de desear), viene a decir y dice, que (Aqui el papa Anastasio está enterrado,/a quien desvió Fotín de su camino.' Este epitafio estaba allí grabado}. que se quiere hacer ver que es este tal Fotín o Fotino, obispo de Sirmio, que se mantuvo en la herejía de reconocer solamente una de las dos naturalezas de Jesucristo corno lo mantenían los componentes de la secta de los monofisistas, y que se sentó junto a Anastasio en abierto diálogo para tratar de esta disidencia lo que le acarreó al Papa el descontento de aquella su gente interesada en problemas teológicos, una sentada a dos nalgas que puede ponerse en duda si se coteja bien el calendario, pero que, a pesar de todo, ya se nos indica desde la anécdota, y aún quizá también o mas desde la categoría, de lo nauseabundo que puede resultar el sentarse con cualquiera, máxime cuando en esa sentada transita una componenda indecente e injusta, que será verdad, como acaba de dictar el Tribunal Supremo de que no hay delito alguno en sentarse con quien sea, pero al menos yo creo que, por dignidad propia, uno debiera de cuidar, escrupulosamente, con quién. 



El polonio





   Del polonio poco cabía decir hasta ahora si no era por referencias shakesperianas, curiescas ó por vías hagíográfícas, pero sin que entrara en liza esa sombra de amenaza que ahora cobra. Ya no estamos hablando, solamente., del sumiller de corps del Hamlet, padre de Laertes y de Ofelia, la amada del dubitativo príncipe; ni la del elemento 84 que descubriá Marie Curie (nacida Sklodowska) polonesa ella como bien se sabe y polonio por lo tanto su descubrimiento en honor del país de nacimiento de su descubridora; ni tampoco nada que ver con lo contenido en esos múltiples y exquisitos dietarios de santos y santas que van turnándose cada veinticuatro horas y en donde pueden encontrarse no menos de doce entradas de apolonias y apolonios con el añadido de apolinar que parece pomo el mismo patronímico un tanto ruralizado. Ahora, la amenaza del polonio cobra nuevo fulgor, que podríamos irnos por los vericuetos del mundo de los espías, no se si bajo el señuelo del Virtuosista juego creador de un Chesterton habiéndonos de "el hombre que sabía demasiado' (al que cabría la posibilidad de adornarlo con el otro ingenio, tan avieso corrió juguetón también, de Hítchcok, que inserta el " ¿Qué será, será...' como tonadilla recordatoria de su equívoco 'suspense'). Con la nueva faceta del polonio parece como si franqueáramos la puerta de las viejas escuelas de las /pócimas certeramente dirigidas a eliminar enemigos través de toda la Historia Universal en sus intrigas monárquicas y dinásticas a proposito dé un espía ruso, un tal Álexander Litvinenko qué parece ser, dícese, que probó la eficacia del veneno procedente, quién sabe, de la farmacopea toxicológica del Kremlin y que, en su abultada lista de víctimas parece que pudieran hallarse nombres sonoros cuya sola mención aquí se hace imposible por falta de espacio, bien que haya lugar para el inevitable Rasputín con el que no puedo la pócima administrada por el príncipe Yusúpov, y los muchos sospechosos de haber sido liquidados por medio dé tisanas varias en las que fuera maestra ínsupable Mme. de Brinvilliers, y de cuya eficacia pudieran encontrarse restos en nuestra historia actual ejemplo, la transfiguración facial de un tal Yushchenco, político ucraniano para más señas, cuya cara pareció sufrir de galopante elefantiasis. 



Bernanos.- 



   Memoria renovada, por lo tanto, de una culinaria toxicoíogica la que nos hace ver ahora, el actualizado polonio, al tiempo que otro tipo de venenos políticos nos rodean inclementes. Contra éstos, precisamente, salen a la calle víctimas de todo tipo, que el fanatismo, si para algo sirve lo es para ir incrementando víctimas. Sigue coleando aún lo de la Memoria Histórica, invento trepidante de exhumarios frustados, mientras la otra memoria, la que nos sirve para desarrollar nuestra vida cotidiana, la que se escribe en minúsculas por llevarla tan dentro del corazón del cerebro, del puro sentimiento, se nos va yendo, ¡ay!, en neuronas fugitivas, se nos va perdiendo por el lado del escotillón de la vejez que siempre será inclemente, nos hará acordarnos del pretérito remoto y olvidarnos de lo que pudiera llamarse pretérito presente, una reduplicación temporal solamente expresable por medio de esta antinomia u oxímoron, tiempo contra tiempo, memoria contra memoria, que resulta que siempre hay una visita esperada, la visita de esa vieja dama que un día ha de llegar y ya ni nos importa cómo nos va a encontrar, vestidos de cotidianeidad se piensa, acaso con una funda de pijama envolviendo nuestro sueño casero ó quién sabe sí 'adormecidos por alguna droga piadosa de las muchas que hay, ya no digo ni físicas, ni químicas, ni materiales, ni espirituales, que todos tenemos noches de zozobra y días de paroxismo vegetativo en los que hay una vena de neuralgia atravesando el quicio de nuestra inquietud más solapada, o, en su caso, se le anticipará a la vieja haraposa el señor Alzheimar (que siempre que se le menciona hay que tener presente si hemos colocado en el lugar debido la' h' intercalada, la prueba de nueve que nos señalará si e1 acecho yá es 'corno salto de tigre, tan inminente). Y, aunque tememos irnos perdiéndonos ya por los páramos del olvido, no caemos sin embargo en la trampa de creer que lo de la Memoria Histórica es río de una sola orilla como pretenden sus preciaros publicistas, que cementerios los hay por ambas riberas, cabe o no que sean grandes y bajo la luna como en Bernanos quién lo vio también todo bajo él sol dé Satán, cementerios no solamente de los que entran en el campo de visión de algún preclaro consejero (de no queremos saber qué consejos), que eso sería tener la memoria atornillada, sino que nos acordamos también, - ventajas de la edad, qué duda cabe-, de otros cementerios varios de no tan precaria medida sino que extendidos sobre grandes prados, amplio campo de visión que se llama y oponiéndose a los que aquejados de alguna mácula en la visión cierran y más cierran sus objetivos para qué más abundantes y magnos sean sus despropósitos. 


Volker Eckert. 

   Puede que e1 clamor de las víctimas haya crecido tanto que, para encontrar pareja comparación tuviéramos que acudir a más allá de los coros de las tragedias griegas, unas millonarias multitudes gimientes que se sienten perceptoras de desastres que están en el airé y las huelen. Parece como si la violencia sé hubiera desatado incontenible en progresivo desarrolló sobre nuestro acontecer diario y, según últimas noticias, parece que hasta el mismísimo Jack, el Destrípador mítico del área comprendida entre Whítechápel y el" East End' londinense, parece haberse reencarnado en ese camionero alemán con nombre casi de Maestro de místicos, Volker Eckert, soltero de 47 años, que buscó mucho más amplio escenario para sus desmanes asesinos que su antecesor en el criminal oficio y qué lo encontró a lo largo de la sinuosa y siniestra carretera sin fin que fue adornándola con cuerpos de prostitutas que antes las hacía pasar por el objetivo de su Polaroid, un refinamiento que su antecesor ni soñaba con disponer que, con los modernos tiempos en los que hasta los alumnos de escuelas públicas se entretienen en fotografiar sus fechorías de burlas y vejaciones a compañeros más débiles e indefensos, sería incalculable llegar a saber qué grado de refinamiento en la tortura no llegarían a tener tos grandes virtuosos de la especialidad, piénsese en Sade o en Dante, da lo mismo, que acaso la diferencia entré ellos estriba no más que en el hecho de que uñó de ellos llevo a la realidad sus crueldades mientras el otro las vertía en bien medidos versos. 



El polígrafo





Cuando hace unos cuantos años fui desahuciado a píe de quirófano y vi que el equipo médico que me asistía trataba de convencerme de que el pijama que en aquel momento llevaba era mi mortaja, solté para mí mismo y para los que me rodeaban, una de esas frases que, cuando sale de la boca, de un personaje ilustre o ingenioso (que bien sé que no era el caso) gustan de recogerla los coleccionistas. Digamos, por un caso, como el llamado Werner Fuld (Heidelberg, 1947), que en su libro "Diccionario de últimas palabras' (Seix Barral, 2004) recoge nada menos que las pronunciadas por unas 700 personas, frases curiosas algunas, iconoclastas otras, reveladoras de gran sentido del humor en ocasiones, malabarismos de ideaciones, de temores, sentimentalismos, aburrimiento del vivir, resignaciones, patetismos, toda una cohorte de inseguridades que vamos alastrando desde que somos expulsados del refugio uterino y empezamos a nadar contracorriente en la vida, Y viene a cuenta lo dicho porque entre esos setecientos, encontré mi frase gemela, la de un personaje que, en idéntico trance, dijo las mismas palabras que yo, con la única diferencia de que las suyas venían bien envasadas en idioma inglés, mientras que las mías en castellano. 



Sterne.- 

A todo esto habrá llegado la hora de decir, creo, que el personaje en cuestión, fue el autor de "Vida y opiniones de Tristam Shandy" (de cuya versión cinematográfica se hizo eco no sé cuál edición del Festival Internacional de San Sebastián),' Viaje sentimental", " Sermones de Mr. Yorick', etc, un sujeto de humor variopinto y de ironía vitriólica en ocasiones, gran observador y recreador de personajes, dotado de un pulso de novelista con adelantos de futuro y de compleja vida sentimental. Y, dígase también ya que tanto en su caso como en el mío, en el trance supremo de despedirse de la vida y adentrarse por un lugar que se parece mucho al que Cernuda describe como "donde habita el olvido,/ en los vastos jardines sin aurora;/ donde yo sólo sea/ memoria de una piedra sepultada entre ortigas/ sobre la cual el viento escapa a sus insomnios", en el hall de ese lugar, nada terrible por otra parte, un silencio de blancura de sábanas y blancura de paredes como para poder decir que la muerte es blanca, él, Sterne, y yo, vinimos a decir la vulgar pero pulida frase de "Hasta aquí hemos llegado', que ocurre a veces, corno en este caso, que no se acierta. 



Don Marcelino.- 




¿Se acertará, por el contrario, cuando como ahora parece que ocurre, abordo de la nave gubernamental, a pesar del empalletado que se supone que la protege, parece que se sienten frías ráfagas que tanto les incomodan, y aquel entusiasmo de otros tiempos aunque cercanos por un llamado proceso de no sé que va menguando y a la vista de un futuro no tan halagüeño como se pensaba, empiezan a notarse síntomas de echar el freno y quién sabe si también marcha atrás, y parece como sí solo faltara que el capitán viniera a decir lo que Sterne y yo dijimos en tan definitivo momento?. Todo lo cual me lleva a considerar la oportunidad de ponerles a algunos para ver cuánto han mentido, ante ese instrumento de rabiosa actualidad televisiva en la que se ha convertido el llamado polígrafo que para evitar dudas viejas generaciones que lo conocen con otro significado, habrá que describir de qué no se traía; es decir, de que, ante su mención, nadie ha de pensar que de historias de heterodoxos, de ideas estéticas, de la ciencia española, etc, etc. Como ya se sabe que los huesos son la materia más resistente del mundo y si no que se lo pregunten a los de la "Memoria Histórica', incansables excavadores de tumbas, se piensa que los de don Marcelino habrán sentido en su sepulcro, claro está, su inevitable quebranto, una conmoción, un como temblores de calcio que suena a fricciones de secos goznes de fantasmas, el estremecimiento de sentirse confundido por ser llamado y quedarse a medio oír confuso, rascándose el colodrillo., igual que el duro muy duro de oído' que, al escuchar el aviso en el que se le nombra no sabe a qué carta quedarse. En realidad, ese despojo nominativo de una máquina apoderándose de un noble calificativo humano no es de ahora mismo, que el polígrafo que ahora está tan de moda ya había hecho acto de presencia hace mucho, dícese que primero en las comisarías de policía y casi al mismo tiempo en cualquier lugar donde hiciera falta un extractor no sé bien si de verdades o de mentiras, que tampoco se sabe bien para qué menesteres se usa, si para las primeras o las segundas, 



El de la cicuta. - 



Lo de Menéndez Pelayo pues, considerado como el polígrafo por antonomasia en toda la literatura española como añadido imprescindible de su nombre de pila y sin cuyo aditamento quedaba cómo desnudó dé oros y oropeles (que en definitiva viene a ser lo mismo), ha de tomarse como recuerdo, como anécdota histórica nada más. No hay duda de que, por los tiempos en que el sabio santanderino escribía y escribía y no paraba de escribir sobre iodo lo habido y por haber en competencia sañuda, por un suponer, con 'la memoria histórica"(aquí sí) de "E1 Tostado' (Alonso de Madrigal 1400-1455), el abulense que entre tantas cosas nos enseñó también que cómo al ome es necesario amar', que tampoco es moco de pavo tal defensas es voz común que había otros muchos polígrafos como siempre los ha habido, maestros y menestrales de la pluma que escribían y escriben de lo divino y lo humano sin vergüenza alguna y mucha osadía, que en estas dos características, al menos, vienen a parecerse ambas clases de polígrafos, los de metal y los de carne y hueso, que acaso es como una distinta forma de entender el arte sublime de aquella mayeútica que nos vino por vía socrática, la parida de las verdades en la que al igual que su madre, la comadrona Faenarete utilizaba manos tintas en sangre y secundinas para recoger a expulsados de úteros, venía él, el de la cicuta, a recoger verdades en una primaria idea de que, ¡oh, ilusos tiempos tantas veces renovados!, se pensaba que el diálogo valía para algo y ahí estaba Platón para corroborarlo. 
   Acaso es que, aquella alharaca de felicidad que pobló ciertas gargantas y proscritas fueron las que no alharacaron, es ya memoria, recuerdo en sepia como los años acostumbran a fijar, y la fúlgida esperanza que, para algunos, entonces surgió, ya es., solamente una niebla que se esfuma, y con la proliferación de polígrafos de hoy en día ocupados sobre iodo en asuntos de cama y sexo (que pienso yo que tenía razón quien en estas mismas páginas decía que con el combustible con que mejor funcionan es con fiemo), es cosa de ir eligiendo personal para irlo sometiendo a sus detecciones y saber de fijo quienes fueron los que mintieron...