HUMANO ANIMAL


Primera luz



Nací
desnudo.

Húmedo.

En el principio
fueron las aguas ...

La luz
hirió mi cuerpo
con su cascada de perlas

Alumbró
un gusano cartilaginoso,
trozos de placenta
sangre…

Fui hecho
de sangre
miseria,
pus…




protesta


Una vez he sido
náufrago arrojado al mar.

No sé qué noche
fui engendrado.

que aquella noche,
la pasión rozó
esquinas de deseo.

Un germen,
un minúsculo germen,
nadó
en la aventura de mi vida.

Aquella noche
fui engendrado.

Sueño que fue
una noche de lluvia:
de lluvia plácida
amena,
mojada,

Debí ser pez.

El germen
nadó
ansias de vida.

Era yo.

Yo nadaba
por la vida.

La tempestad
era pasión.

La playa,
vida.

Y yo llegué a la playa.

Me duele.

Me duele haber llegado
a la playa.

Me duele
que otros náufragos
puedan llegar a la playa
arrojados por mí.

Es mejor que se ahoguen.

Es mejor
sembrar la semilla al viento

Y que los pájaros del placer
se alimenten de ella.

Pero yo
llegué
a la playa.

Y vivo.

¿Para qué?
Ahora me duele todo.

El germen
nadaba…
¿Para qué?

Miles de gérmenes
nadan…

¿Para qué?
¿Por qué no se hunden?
¿Por qué no murieron?

La vida me protesta
cuando lo digo.
La vida se me rebela,
en mis labios que dicen,
en mi mente que piensa,
en mi corazón que siente.

La vida me golpea
un pulso atropellado y violento,
me deshace
la sonrisa del cínico suficiente,
me rompe
la histérica carcajada del incrédulo.

¿Por qué?
La vida
no me pregunta nada.
Me pregunto a mi mismo.
Me muerdo mi lengua
y me escucho en mis oídos
mi tristeza.








camino negro


No me basta.

Pero camino así.

Camino
hacia el horizonte cerrado,
bajo el sol negro,
la luz oscura,
los amaneceres podridos
y pestilentes.

No necesito más.

Camino así: con el pus
ahogándome deseos; con la lógica empozándome ilusiones; con la conciencia esterilizándome la ambición.




sensación de gusano


Soy un gusano.

Camino así:
a cuatro patas,
a diez,
a cien,
a mil.
Voy caminando.

Trozos de placenta
me rodean:
son recuerdos.
Nunca me veré libre.
Siempre caminaré así.
Con los recuerdos
acompañándome,
con las ilusiones
podridas,
las ilusiones
rotas.

Arrastro la maldición de haber nacido hombre.
Por eso camino así: sin ambición, sin ilusión, sin esperanza.



la cárcel


Sí.

Camino.

Pero encerrado

Huesos,
carne,
piel,
pelo,
uñas,
me encerraron.

Me encerraron
en la cárcel del animal;
en la oscura,
negra cárcel del hombre.
Por dentro, el alma.

Mi alma consume,
minuto a minuto,
 teas de espíritu.
Mi alma consume,

momento a momento,
deseos de eternidad.
Mi alma llora.

Encerrada en su cárcel.
 Encerrada en animal.
Encerrada en huesos.
Encerrada en carne.
Encerrada en piel.
Encerrada en uñas.
Encerrada en pelo.

Mi alma llora,
 suda mi alma.

¿Lo oísteis?
¡Estoy encadenado!

Sangro nostalgias
 y dolores.

Un mundo perdido
se me abalanza;
un mundo de tristeza
encaramado a mis hombros.

No,
no caigo.
Mi mula
afianza sus patas
en el dolor de los siglos.

La Humanidad empuja
afanes de supervivencia.

Lloro,
pero aguanto.

Aguanto así:
encerrado,
mudo,
cargado,
dolido.
Temblándome el pulso,
latiéndome la sangre,
doliéndome el alma.

Aguanto
el peso del dolor,
la agonía de la tristeza,
el cansancio de los músculos.

Aguanto así:
encerrado,
con las alas cortadas.

Camino así:
por la celda de mi cuerpo,
sin horizontes

Vivo así:
con los puños apretados,
jadeando.

Y no muero,
condenado a seguir viviendo.

¿Lo oísteis?
Estoy encerrado.

Y mi alma suda.




libertad


No,
no es una palabra
tan solo.

Se la puede encontrar:
 en la temeraria lengua
de los profetas;
en el sesudo razonamiento
de los sabios;
en la instintiva corazonada
de los enamorados.

Sí,
existe.

Brota
como manantial de vieja sabiduría
del sano sentir de los mendigos;
se remansa
en meandros complicados y tortuosos
en la complicada mente del pensador;
salta
cual catarata impetuosa
en el pulso atropellado
del rebelde violento.

Existe.

Como un perro
hace pis
sobre el árbol de las costumbres;
como un perro
sacude las pulgas
de la cómoda costilla de la sociedad;
como un perro
aúlla a la luna
su protesta de justicia y de hambre.

Sí,
existe.

Pero escondido.

En el corazón
del solitario,
en su tic-tac de reloj,
en la serena pulsación
de sus venas,
la Libertad vive
su sueño de canto y redención.

Sí,
vive.
Pero escondido,
violento,
disfrazado.




disección del pensamiento


Pienso.

Una catarata de imágenes
me inunda.
Me siento ahito
de sensaciones
y recuerdos.

Un monstruo frío,
lúcido,
cruel,
me ataca,
me muerde,
me inquieta.
Mi cerebro
cae trozo a trozo,
despedazado,
destrozado,
desmigado:
es un cirio
que gotea su esperma
sobre las cosas,
sobre los hombres,
sobre la vida.
Cruje un silencio de polilla
que carcome las frías maderas
en donde la cabeza
erige su magisterio
de luces y de ideas.
Un mar remoto
ladra orillas
de pesadilla y asco.
Se siente
que un ángel protervo
y lujurioso,
mancha nuestra materia gris
de obscenos aleteos.
Es la hora
en que la alquimia del cerebro
exige una bruja
sutil,
malévola,
inteligente...

Pienso.

¿Para qué pensar?

Mi animal lustra
su pelaje de bestia.
Mi ángel se resiste
al lavado del cerebro

No pensar: ser feliz.

Dejar que el mundo
se grite las verdades,
arroje los trastos,
se muera,
se hunda,
se pudra...

Quedarse así:
sin hablar,
sin pensar,
sin sentir,
sin sufrir.

Ni pacifismos
ni garambainas:
Dormir.

¿Qué me importan los hombres?
¿Qué el mundo?
¿Qué la vida,
las cosas,
los seres,
la creación ...?

Que se hundan,
que se pudran
todos.

Estoy cansado
de pensar.
Me duele la cabeza
de pensar.
Me dan náuseas
de pensar.

Vomito
un pensamiento
amarillo y blanco:
un pensamiento
de bilis y de vergüenza.

Me quedo sin pensar.

Pero, ¿es posible?
Sí,
es posible.

La gente no piensa.
La gente vive.
Y vivir no es pensar.
Y la gente es feliz
no pensando.
Vivamos pues.
¡Vivamos!
Es un grito magnífico,
un grito sonoro,
un grito triunfal.

Suenan los bronces de la victoria.
Rueda el estrépito de las guerras.

Muge la manada de las bestias.
Relincha y piafa
el desatado caballo de las pasiones.

¡Vivamos!

Retroceda la Civilización
a días de Caverna.

Prorrumpa el grito
del vientre repleto,
del estómago ahito,
desde el regüeldo
y el eructo.

Huxley estaba equivocado:
aquí está el MUNDO FELIZ.

Fuera del pensamiento,
fuera del raciocinio,
fuera de la inteligencia.

Huxley era un viejo chocho
decadente,
enfermizo,
utópico,
enfermado de ambiciones
y quimeras.

La raíz de la vida
está en el callar,
en no pensar,
en dormir,
en no soñar,

Es preciso
hacer descansar
nuestro pensamiento
en el ombligo.

El ombligo
es un artístico adminículo
en donde se mira,
a ratos perdidos,
la pereza.

El ombligo es blando
como la pereza.
El ombligo está en todos
como la pereza.
El ombligo resume todo
como la pereza.
Sólo el Oriente
con sabiduría de siglos,
ha podido entender
la enorme importancia
del ombligo.

No pensar,
no sentir,
no decir.

Callar,
dormir,
no soñar.

Verbos,
palabras,
sílabas.

No, no.
No pensar
es imposible.

Sí,
es posible.

No pensar.
Dormir.
Estar.

Que la idea sea blanca.
Que no exista.
Que no sea.

¿Dormir?
Morir, acaso.




poema de la sangre


Y la palabra
se hizo carne.
Y sangre
el pensamiento.

Las sienes explotan
en mil rosas rojas.
Sobre los campos
marchitos,
sobre la nieve
blanca,
la mente destila
un rosario
de esperanzas.

Arde la guerra
por los cuatro costados,
en cualquier parte del mundo
un inocente agoniza,
y es sangre,
sangre,
sangre,
roja
o azul,
no importa,
pero siempre sangre,
lo que nos ata
a nuestro hermano,
lo que mezclamos
a la mujer,
lo que nos reparte,
generosa,
pródiga,
inagotable,
momento a momento,
segundo a segundo,
ubérrima,
siempre ubérrima,
dolorosamente inextinguible
e incansable
el corazón.

De sangre está hecho
lo mejor del hombre.
De sangre
el amor de madre,
de sangre
la caricia del enamorado,
de sangre
el dolor de la virgen
violada,
y de sangre también,
de sangre más dolorosa
todavía,
de sangre
represada,
estancada,
frustrada,
agobiada,
el dolor de la virgen
virgen,
el dolor de la que amó
luceros

que se le escaparon;
de la que soñó
horizontes
que no llegaron;
de la que amasó en sus brazos
el fantasma de un amante,
varonil,
musculoso,
nervudo,
y lloró en su cama,
¡ay, cama de sueños imposibles!
las lágrimas de la derrota
y del fracaso.

De sangre
es la flor humana;
y de sangre,
el fruto.

La vida es un grito
que se ahoga
entre las blancas sábanas
de la voluptuosidad,
y que se manchan de sangre,
de sangre
fecunda,
cálida.
Y de sangre es el fruto
que abre los ojos
al horror del mundo,
gimoteante,
lloroso,
cegato,
bañado en sangre,
en sangre otra vez,
como un bautismo de hombre,
como mojado
en lluvia de sangre,
que le hace hombre,
que le duele en hombre,
que siente en hombre,
que llora
 ¿por qué no? 
que llora en hombre,
que se agita,
que manotea,
que gime,
¡ay, cómo gime el niño!
robado de blanduras,
raptado de suavidades,
arrancado de madre.

¡Sangre!

La palabra ya no es palabra
que se hizo carne.

Nuestra raíz ya no es raíz
que se hizo sangre.
Y hasta el asesino
se mira las manos
con horror,
y por un momento,
siente ser su sangre,
¡su propia sangre!
la sangre derramada.

Esto escribo
con la sangre atropellándome
las venas,
y las palabras
me muerden la conciencia.




poema del sexo


He querido arrancarme el sexo
de cuajo.
Y ver sus raíces.
Contemplar en mis manos
estremecidas,
maravilladas,
ensangrentadas,
ente principio de la vida,
este enigma
furiosamente desconcertante,
este móvil
apasionante y tentador,
este placer,
este dolor,
esta furia,
esta paz,
esta huida,
este encuentro,
esta nostalgia,
esta ansia,
esta vivacidad,
esta pereza,
este encontrarse sin aristas
navegando
entre el cielo y la tierra.
Contemplar,
hundir mis manos
en la esencia más angustiosa
del hombre,
hundirme
roto,
vencido,
despedazado,
en el terrible misterio
que nadie,
nadie,
¡nadie!
puede ser capaz
de desentrañar.
Ni allá arriba
donde fabrican las pildoras
de la sabiduría,
ni aquí abajo
donde la experiencia
brota ante los ojos
como hongo fermentado
por lluvias abrileñas.
¡Desconcertante,
horrible misterio!

Los hombres viven envueltos
arrollados,
amasados,
envasados,
en la confusa,
absurda,
loca,
imperiosa,
inevitable
masa
de las sucias pasiones
que voltean
el cuerpo humano
a simas de abismo,
a fronteras de locura,
a límites de degradación
y enfermedad.

Nadie,
ningún hombre,
ninguna mujer,
nadie
ha tenido en sus manos
valientemente,
conscientemente,
experimentalmente,
este trozo de materia,
de carne
pesante,
colgante,
obsesionante,
con el alma de alquimista
y de filósofo,
desligado
de la curiosidad bastarda
y de los apetitos
inconfesados e inconfesables.
¿Por qué inconfesados?
¿Por qué inconfesables?
¿Por qué
se ha de callar
la intimidad
de nuestro cuerpo
y nuestro espíritu?
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Qué culpa hay
en ser como se es?

Nadie ha auscultado
el sexo
teniéndolo entre las manos,
con sus raíces sin enchufar,
antenas perdidas en la noche
sin melodías y sin estrellas,
en el vacío y silencio
de la crueldad del mundo;
vibraciones apagadas
de un concierto armonioso
y trágico,
rotos los cables,
desgajados
de la palpitación
íntima y fundamental,
en donde se cocinan,
a fuego lento,
los guisos sabrosos
de la voluptuosidad
y del frenesí erótico.

Esta carne
pesante,
colgante,
obsesionante,
descansa así,
en las manos,
de los momentos cumbres
del espasmo y la entrega,
en donde ya no fue sólo carne
sino espíritu también,
espíritu unificado,
espíritu sensible,
espíritu doloroso
y universal,
que se volcó sobre el dolor
haciéndolo placer
verificando
la maravillosa transmutación
en donde la carne y la sangre
son receptáculos de ilusión
y maravilla.

Nadie,
nadie ha pesado
con manos de prodigio,
esta alquimia divina,
este inaudito portento
en donde la carne,
el barro,
el detritus,
sucio,
sucio detritus
de nuestras bajas inclinaciones,
lo colocado por debajo,
por bajo de nuestro vientre
glotón,
insaciable,
regalado,
se eleva
y asciende
y asume
la esencia angélica,
el éxtasis lírico,
el vértigo absoluto
en un hondo,
atónito,
estremecedor
espasmo.

Nadie.

Ni Freud, en cuya cabeza cuadrada
hierve la amarilla agonía del incesto,
del tabú, de los complejos eróticos,
el hombre en cuyas manos adivinadoras
el amor es una mariposa, cuyo errátil
vuelo está condicionado, destinado por
motores ocultos, por motores escondi­dos
bajo reacciones psico-fisiológicas,
al igual que lo podría ser una acedía
de estómago, una cefalalgia aguda,
un síntoma indudable de reumatismo
en las rodillas, amores mezclados,
confundidos, revueltos, una mezcla
difícil e imposible entre trozos de
complejos raros, no sé si hamletianos
o edipianos, o quizás, también, tan
anormalmente confusos y crueles, que
Sacher-Masoch, o el mismísimo Sade,
cavaron en la roca marmórea del
corazón del hombre, como monstruo-
sidades posibles, o quien sabe si
también, trayendo de la mano al
Aretino,  cuya  divina  exquisitez  los
autores se afanan en pregonar,
ni todo eso, ni mucho más, ni lejana-
mente, cumple para que nadie, nadie,
nadie, ni Freud, repito, haya tenido
en sus manos esta materia pesante,
colgante, obsesionante, que zarandea
al hombre como a un muñeco, como
a un fantoche borracho, ebrio de
lujuria, de sed, de ansias; le zarandea,
repito, y le voltea, y le mantea y le
marea bajo su única obsesión cruel,
como una absurda noria que gira
sobre sí misma, sin ningún fin prag-
mático o estético, o como si Prometeo
volviera a estar encadenado a la
tortura de sus entrañas, que se lo
renuevan y crecen, o como si Sísifo
empujara la piedra, horas y horas,
días y días, sin entrever nunca el final
de su condena, si no es a la muerte de
la ardentía y de la potencia, y que es
el   momento   en   que   esta   materia
pecaminosa,  diría  alguno—   y   yo
digo, esta materia pura, pura, pura,
¿por qué pecaminosa?
¿por qué no purísima?
Esta materia
pesante,
colgante,
obsesionante,
se abate,
se pliega,
se desalienta
y cede
y deja al hombre libre,
Libre
con su libertad inútil,
Libre
con su nostalgia de encierro,
libre para nada,
libre ante la muerte,
en desnudez total,
huérfana,
estremecedora,
desamparada,
como si el cielo
hubiera cerrado sus puertas,
como si la tierra
fuera un espantoso erial,
como si el infierno
no tuviera ya
ese brillo fasto,
ese relumbre de misterio,
ese encantamiento,
esa maravilla
que viste al pecado
de resonancias,
ecos,
sones,
susurros,
como si nada en la vida
tuviera importancia,
porque despojado del sexo
el hombre es un ente miserable,
desnudo,
inerme,
desvalido y pobre,
y con el sexo en la mano
es una triste miseria andante,
una agonía de esperanzas
marchitas,
de ilusiones polvorientas,
de caminos abiertos a la espera,
con proyectos frustrados
y realidades rotas.
He aquí
la horrible,
la trágica,
la alucinante
realidad del sexo.
El alma
incolora,
en suspenso,
profundamente conturbada,
asiste en su presencia
a la desvalidez total,
al desnudo unánime,
a la vida sin esperanzas.

¡Peligrosa experiencia!

Con el sexo en la mano
el hombre incide
peligrosamente,
en la esencia de su ser,
en la inconsciencia de sus actos.

Por eso
nunca,
nunca más,
creedme,
arrancaré
el sexo
de cuajo.
Y tampoco,
nunca jamás,
veré
sus raíces.