lunes, 17 de enero de 2011

ANGULOS DIEDROS

La anécdota es bien sabida. Debió ocurrir por Coria, ahí por donde su famoso “bobo”, Juan Martín Martín, inmortalizado por Velázquez, ejercía de bufón en el palacio de los Alba y donde el refranero aconseja no comprar mula porque será falsa. Lo cuenta Ortega y Gasset (aunque no sé bien cual de los dos) en su “El Espectador”, su blog particular antes de que la informática (pez grande) se comiera a las papelerías (peces chicos), y se refiere a las dudas barojianas de si bajar “con” zapatillas, “en” zapatillas, “de” zapatillas, etc. Un problema de uso de preposiciones que nunca ocurrirá, por ejemplo, si nos referimos a “estar a la cabeza” y “andar de cabeza”, que en esto ultimo estamos cuando ha poco, y por causa de la victoria ad maiorem Hispaniae gloriam de “la Roja”, se creía estar tocando cielo. Lo que ocurre es que, “andar de cabeza” andan muchos, y por más que se diga que es consuelo de tontos, el mal de muchos algo consuela, qué duda cabe. En éstas (y como se ve sigo haciendo caso omiso de las recomendaciones de la RAE ) estaba, cuando leo que caen por millares mirlos muertos en Arkansas (USA) y también que los viejos comercios de solera de esta ciudad de San Sebastián se van cerrando. Dos lamentables tragedias y ahora sí que estoy hablando en serio. Toda desaparición, quizás hasta de los más enconados enemigos personales, hay que saber  verlos como una irrecuperable pérdida. Y ya no hace falta decir nada cuando se trata de amigos. En la tan hirsuta vejez por la que transitamos ya, con temblonas luces tan desasosegantes en el horizonte, todas esas pérdidas nos suponen caminar por el desierto que ya se extiende a nuestros pies. Con algunos comercios donostiarras, preferentemente librerías, recuerdo haber vivido mi idilio personal. Ahora que ya no queda ninguna de ellas (Ramos, Internacional, Iberia, Paternina, Aurora, Vda  de Baroja, etc, todas ellas enclavadas en el centro de la ciudad, igual que la Circulante Rebeca) los llevaré siempre en el recuerdo hasta el mismo crematorio, supongo. Guardo un especialísimo sabor libresco hacia uno, quizás más humilde que los hasta aquí reseñados pero en cuya fábula particular se me ilumina con luces de Alí Baba en su milagrosa suerte de haber irrumpido en la cueva de los cuarenta ladrones, la fantasía de unos libros ya mitificados por el tiempo, editoriales ilustres como Renacimiento, Pueyo, Suárez, etc, (que escribo de memoria y soy injusto en no tratar de completar una lista, la debida). No me hace falta leer que ya veo que los chinos, a los que antes, con unos sellos quemados se les engañaba como a tales, no es que nos estén “engañando”  pero sí conquistando, no palmo a palmo sino de golpe, en una especie de “blitzkriege” económico todo el territorio nacional, que ya le quisiera ver yo en este trance a aquel un tal Bernardo López García (1840-1877) que hasta llegaba a oir la aflicción de la patria. No leo porque lo sé de memoria, que tampoco estamos en la “España de la rabia y de la idea” como deliraba don Antonio no sé si por  exigencias y licencias de rima aunque tampoco en la por él vista, “España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María”, que tampoco acertó en el pronóstico de su visión, un mecanicismo de “esa España inferior que ora y embiste”, que aquí ya nadie embiste ni contra leyes absurdas pero que son como humo que nadie aventa, humo en cambio en calles cercanas a bares por ley antitabaquista, todo válido con tal de prohibir.
        Pero, ya que el humo hemos citado, ¿qué pensaran de todo eso de prohibirlo los salmones noruegos que acostumbraban a visitarnos ahumados? ¿Es la pesadumbre de los años que como en el caso de Itálica abate “las torres que desprecio al aire fueron”, o es que estamos ante el comienzo del apocalipsis? En ver caer pájaros del cielo, aparte de las codornices bíblicas que encendieron la ira de Jehová por la glotonería del pueblo por Él elegido (Núm. 11, 32), el profeta laico que fue testigo de parecido milagro fue aquel un tal Romain Gary, quien, además de crear al casi maníaco Morel enfrentado a su pasión por salvar a los elefantes heraldos de la libertad sin fronteras, vio cómo los pájaros iban a morir a Perú. Sobran fáciles exégesis sobre ambos motivos.  Puede hablarse, a su turno debido y guardando la debida compostura, cómo no, de Trevor Howard  y de Juliette Gréco, de las caves del París existencialista, toda una época latiéndonos en el pulso, toda una ansia de libertad gruñéndonos como bestia indomable en nuestra sangre joven, nombres benditos o malditos según, el recuerdo al que hay que ponerle bozal para que no nos muerda. Llegamos así, no se sabe cómo, al país de los ángulos diedros, que ¿curiosamente? se parece a los frontones, es decir, al país de los  ácaros, que siempre me ha tentado visitar, seguramente más de lo conveniente, y que está lleno de ángulos diedros. Resulta ser algo como en aquella diatriba humorística y satírica que sobre el ultrafuturismo soltó un tal Carlos Luis de Cuenca (1849-1927) fecundo poeta que entre sus varios seudónimos usó  el de “Fulano de tal”, y que decía que “cada rasgo mío es un meridiano/ y hago mi falsilla con los paralelos/ y mi ortografía la  cojo en los cielos;/ y al trazar mis versos sobre la laguna, / el sol es el punto, la coma la luna,/ y con las estrellas de rayos más vivos/ “pongo en mis estrofas puntos suspensivos”. Una ola satírica de frescos poemas naturales, exuberantes y
galanos. Y llenos de un humor sano, translaticio, con los que, lo siento pero la falta de espacio manda, cierro este texto. Et salutem dicit pluriman, que escribiría el latino, más bien antes que al final, como aquí hago.