martes, 8 de marzo de 2011

BIBLIOGRAFÍA

BIO-BIBLIOGRAFIA


Santiago Aizarna Echaveguren, nacido en Oyarzun (1-8-28). Escritor y periodista, publicó su primera novela en 1956, con el título de “Los pecados de la calle”. Participó activamente en la vida cultural donostiarra en las décadas de los 60 y 70. Perteneció al Consejo de Redacción y fue colaborador de la revista “Véteres” (1963). Co-fundador (junto con Jorge G. Aranguren y Vicente de Vera), propietario y director de la revista “Kurpil”. Co-fundador (junto con Fernando Bandrés y Fernando Orlando) del Premio Ciudad de San Sebastián, del que resultó ganador, en 1968, con el relato titulado “Al terminar la fiesta”, al que se presentó por habérsele marginado del jurado de ese Premio del que, anteriormente, formaba parte. Ganador, en 1974, del Premio de Novela Puente Colgante de Portugalete, con la novela “Los zamuros” , que permanece inédita por voluntad propia del autor ya que el premio incluía el derecho a la publicación de la novela. Autor de miles de artículos, reportajes y comentarios biblio-cinematográficos en revistas y periódicos. Para cerrar la parte dedicada a la actividad periodística, hay que señalar, asimismo, que ha sido cronista de pelota y de sucesos, entre algunas especialidades cultivadas. Ha dado varias conferencias, algunas memorables como la pronunciada sobre “Pío Baroja y San Sebastián” , por la que se cerraron los locales de la Asociación Artística por orden gubernativa siendo el director de la Asociación, por aquel entonces, el doctor José Luis Munoa y dentro de un ciclo de conferencias en el que tornaron parte, Luis Martín Santos, Luis S. Granjel, etc. Otras conferencias memorables suyas son las pronunciadas sobre “La Existencia como problema” , y sobre “Individualismo y Anarquía” , y algunas otras sobre arte, entre ellas una sobre el pintor Uranga.
Es AUTOR, entre otras, de las siguientes obras:

MEMORIAS DE UN RECLUTA DEL 49 (Memorias noveladas, inédita, 1951). novela, inédita, 1951)
DE LA VIDA TRAGICA (relatos, inédita, 1952)
EROS (relatos, inédita, 1952)
LOS PECADOS DE LA CALLE (novela, Ediciones Rumbos, 301 páginas, Barcelona, 1956)
EL CARROUSEL DE LA VIDA (relatos, Ediciones Rumbos, 285 páginas, Barcelona, 1958)
CUENTOS CON HOMBRE (relatos, Agora, 105 páginas, San Sebastián, 1962).
HUMANO ANIMAL (poemas, Editorial Gora, 80 páginas,1965)
SEMÁNTICA DE SÉMEN (poemas, 1966, inédita)
PIEDRA DORMIDA (poemas, 1966, inédita)
SEX ACCIDENT (novela, inédita, 1967)
LA EXISTENCIA COMO PROBLEMA (conferencia, 1966)
INDIVIDUALISMO Y ANARQUÍA (conferencia, 1967)
LA MUERTE DE NEREA (relatos, 1967, inédito)
EL AMARILLO NAUFRAGIO DEL HUTTERUS (novela, 1968, inédita)
LA DEVASTACIÓN (novela, 1969, inédita)
QUERIDA RUTH (relatos, 1969, inédito)
EL POZO (relatos, 1970, inédito)
EN TORNO AL BERTSOLARISMO (Artículos, inédito, 1972)
TEMAS LITERARIOS (Artículos, inédito, 1973)
GEOGRAFÍA DEL ODIO (novela, inédita,1968)
LOS ZAMUROS (novela, inédita, Premio Puente Colgante de Novela 1974)
EL LIBRO DE LAS PARÁBOLAS (relatos, inédito,1973)
URANGA, EL PINTOR IGNOTO (conferencia, 1974)
LA MUJER DE LOT (novela corta, Editorial Leopoldo Zugaza, 55 páginas, Durango, 1977)
DEL PAÍS VASCO (reportajes, inédito, 1980)
HISTORIA DEL TXAKOLÍ (inédita, 1985)
EL OJO INSOMNE (relatos, Primitiva Casa Baroja, 175 páginas, San Sebastián, 1986)
IMÁGENES DE SAN SEBASTIÁN (inédita, 1987)
CRÍMENES TRUCULENTOS EN EL PAÍS VASCO (crónicas, Primitiva Casa Baroja, San Sebastián, 1987)
AMESGAITZAK narrazioak, Primitiva Casa Baroja, 84 páginas, San Sebastián, 1988)
DON PÍO, EL CHAPELAUNDI (articulos, Primitiva Casa Baroja, 110 páginas, San Sebastián, 1989)
3.500 PELÍCULAS (crítica cinematográfica, inédita, 1993)
OBITUARIO DE PERSONAJES FAMOSOS (necrológicas, inédito, 1994)
SONETOS (inédito, 1994- 95)
CRÍMENES TRUCULENTOS EN EL PAÍS VASCO. De las tropelías banderizas al doble asesinato de Beizama (crónicas, reedición, Editorial Txertoa, 157 páginas, 2010)

AUTORRETRATO.-

En determinada época, en varias secciones de varios periódicos y revistas (Unidad , La Voz de España, etc, en secciones como la llamada Espejo cóncavo , escribí durante unos seis años, 45 artículos por mes, que dan la suma de 3.240 artículos. Luego, en El Diario Vasco , y durante unos 18 años vendría a escribir, como mínimo, un artículo diario entre críticas de cine y teatro, comentarios de todo tipo, etc, que vienen a sumar 6.570 más. A éstos hay que sumar casi otros tantos comentarios como pies de foto, que la mayor parte de las veces eran, también artículos, con todo lo cual llegamos a la cifra de 16.380 artículos. A esto hay que sumar un artículo semanal durante unos 16 o más años en La Hoja del Lunes , que vienen a ser 832 artículos, y que dan un total, hasta ahora, de 17.212 artículos, según las cuentas. A esto hay que añadir los comentarios o críticas de libros que pueden ser, contando los publicados en periódicos y revistas, unos 4.500 ó 5.000 más, y vamos ya con un total de unos 22.000, para redondear la cifra. A esto hay que añadir reportajes a doble página durante todos los veranos en , algunos de los cuales están publicados en forma de libro (Crímenes truculentos en el País Vasco , Pío Baroja, el chapelaundi ). Para cerrar la parte dedicada a la actividad periodística, hay que señalar, asimismo, que he sido cronista de pelota y de sucesos, entre algunas especialidades cultivadas. He dado varias conferencias, algunos memorables como la pronunciada sobre Pío Baroja y San Sebastián , que tuvo la virtud de hacer cerrar los locales de la Asociación Artística por orden gubernativa siendo el director de la Asociación el doctor José Luis Munoa y en el desarrollo de un ciclo de conferencias en el que tomaron parte, Luis Martín Santos, Luis S. Granjel, etc. Otra serie de conferencias que dí tenían como temática particular, el fenómeno del personaje del `desplazado', del `extraño' o `extranjero' (The Outsider), sobre el que Colin Wilson escribió un excelente libro. Aparte de los varios libros temáticos, de reportajes, ensayísticos etc, que se pueden formar con todo este material, tengo varias novelas inéditas (Geografía del odio , El amarillo naufragio del Hutterus , etc, ), algunos libros de poemas como Semántica de sémen , Piedra dormida , etc), todo lo cual podría dar material con creces para unos 12 ó 15 libros de inmediata publicación. Si no lo hago así es porque no tengo editor, también porque no tengo tiempo para ir ordenando todo este material caótico y, también porque, de ponerme a publicar por mi cuenta todo ello me arruinaría y definitivamente, porque en realidad, sin mi concurso, ya se publican, libros en exceso, y porque creo que ya nada se puede escribir que ya no este escrito. A pesar de todo, si viniese la ocasión, quizás me dejaría caer en la tentación, que, como dijo alguno, supongo que Baroja en el papel de Wilde, `es más honesto caer en ella que resistirla'. Aunque creo que el acto de escribir es una tontería como otra cualquiera, aun ahora que estoy jubilado sigo escribiendo, seguramente porque no sé hacer otra cosa, y así, todos los días, mientras desayuno, escribo un artículo, generalmente de actualidad, que queda sin publicarse porque no tengo dónde. Además de eso, escribo un cuento diario, si es breve, o un soneto, cosa que me encanta, o al menos un cuento algo más largo a la semana, porque si no, me parece que estoy perdiendo el tiempo, lo que no deja de ser una estupidez, porque lo mejor que se puede hacer creo que es perder el tiempo. Acostumbro a no ilusionarme por nada y detesto arrepentirme por algo, por lo que suelo ser una especie de Robespierre implacable con los que se acogen a tales subterfugios anímicos y mucho más cuando se presentan acompañados de prebendas materiales o les libra de correctivos punitivos. Aborrezco a los fanáticos de todo tipo, no tanto por lo que creen como porque, en un mundo de tan falsas y engañosas características posean tanto grado de estulticia como para poder creer en algo. Por mi parte, mi escepticismo ha llegado al grado de no creer siquiera que ellos creen, lo que, en cierto modo, reconozco que no deja de ser una forma de fanatismo igualmente. Esta postura mía me parece que proviene de unas prácticas educativas nada acertadas de las que, como tantos otros fui víctima, y que creo que aun siguen vigentes. Durante muchos años mi labor personal ha consistido, precisamente, en desintoxicarme de la educación que tuve que soportar, lo que supongo que ya estoy logrando y la prueba de este éxito está en mi actual estado de escepticismo, que creo que es la única postura que le toca adoptar a un hombre medianamente inteligente. Abomino también de mí mismo por esa especie de rezumo de cobardías metafísicas que he notado que me resudan del alma, y también porque he detectado la existencia de ese vermes sutil y pegadizo, algún anélido o filaria de parásita condición, que escogió como nido el alma humana y que tiene la costumbre de sentirse repulsivamente satisfecho aun con el mal que se le irroga al amigo que estimamos y queremos. Esta si que es la verdadera “simiente del diablo”. Un día, leyéndole a Kant, observé que también él, como humano que era a pesar de su espiritualidad manifiesta, había sentido la presencia de ese gusano impresentable, y escribió que `hay en la desdicha de nuestros mejores amigos algo que no nos desagrada del todo', un sentimiento repulsivo éste, que se refugia en nuestra siniestra e impresentable conciencia y que le toca a nuestra hipocresía el disimularlo.

Hace un par de años, mi mujer me trajo un perrito a casa, un Affenpinscher, que me ha dado una distinta dimensión del mundo animal, y naturalmente, del humano. Viendo sus reacciones y su entrega no es difícil identificarse con aquella teoría, creo que de Wilde, que decía que “cuanto más conoces a los hombres más quieres a tu perro”. Por medio de este perrito al que he llegado a querer en términos superlativos, he llegado a tener hacia el mundo animal un respeto y una comprensión parabólicos y entendido este término tanto desde el aspecto geométrico como desde el narrativo-comparativo o metafórico.

Si algunos 'pobres diablos' nos consolamos con el suicidio como `última esperanza ', otros prefieren tonificar su espíritu con la droga del deporte, que, de la manera como ellos lo toman no deja de ser una de las prácticas más anticartesianas que conozco. Cada vez que me llegan noticias de ese mundo me parece que la humanidad sigue estando enferma de infantilismo agudo, como me sucedía a mí cuando tenía doce años. Me parece que algunos nunca llegan a `la edad de la razón ', según expresión sartriana, en una de sus novelas más significativas.

No me alcanzan, en modo alguno, los patrioterismos vigentes, y no es sólamente que no me importe que mis paisanos, mis vecinos, ganen o pierdan, sino aún más, creo que no debe importarme el que nadie gane a nadie porque, aunque alguien propugnó que la vida es lucha, tal comedia existencial no se me alcanza y hace muchos años que aprendí a contemplar con serenidad y a mucha distancia el paso de la vida. De aquí se puede deducir, seguramente, que comulgo, posiblemente, en aquella, llamémosla si se quiere, apatía de la vida, frialdad existencial del `extranjero' camusiano. La enfermedad de
Mersault consiste, según algunos exégetas de la obra de Camus, en ser una especie de Sísifo que no tenía conciencia de serlo. Su programada actividad de todos los días se incardinaba en el proyecto de una vida sin horizontes y su marmórea indiferencia ante el sentimiento le sitúa, ante la opinión general, casi en el centro de la esfera de la amoralidad pura, La vida es esa fluencia absurda que tan poco nos dice, que tan mínimamente nos encanta o nos subyuga. Más bien, nos deja hieráticos, y mudos más que lacónicos. Pero se recordará, asimismo, que Mersault “se cura” de esa enfermedad. Esa vida sin sentido llega a florecer, al final de la novela, en una conciencia de haber sido dichoso en su inconsciencia. Y uno, ante esta sinrazón camusiana vuelve a preguntarse que ¿y qué?. No es obligatorio que los pensamientos negativos tengan su origen en experiencias de vida negativas y yo diría más bien que al contrario. Y tampoco se puede decir qué sea negativo y qué positivo. De ninguna manera acepto que la tristeza sea el compañero único de estos pensamientos que a algunos les puedan parecer hasta lúgubres. De ninguna manera. De lo que únicamente se trata es de no caer en el engaño, de reír sabiendo de qué se ríe, de participar en el juego de la vida sabiendo cómo y por qué se participa, y dándose cuenta de que esta broma de la vida es una broma muy pesada, mírese por donde se mire.

Creo que las personas sensatas, las únicas que merecen ser tenidas en cuenta, deben de actuar con cierta responsabilidad y tratar de prever las consecuencias de sus actos. En esto simplemente reside la minima categoría mental y moral de una persona. No es pues, desesperanza, creo yo, esta marea de insatisfacción generalizada en la que vivo. Haber podido observar a la vida en su inexplicable necedad ha originado una serie de repulsiones personales en donde mi mentalidad parece que rechaza la aparente justificación del mundo. No es, solamente, ver y tactar el absurdo del mundo, sino mas aún, percatarse de su broma pérfida. Leía hace poco un breve opúsculo, una monocorde y monologal endecha que un corazón en ruinas, el del reputado critico inglés C.S. Lewis entonaba por la muerte de su amada, la poetisa norteamericana Helen Joy Davidson Gresham, fallecida de cáncer al poco tiempo de comenzar sus relaciones amorosas. Católicos ambos, el soliloquio del infeliz C.S. Lewis tiene, a mi entender, su momento culminante de desconcierto y hasta de terror cuando escribe estas líneas: No es que yo corra demasiado peligro de dejar de creer en Dios. o por lo menos no me lo parece. El verdadero peligro está en empezar a pensar tan horriblemente mal de Él. La conclusión a que temo llegar no es la de : “Así que no hay Dios, a fin de cuentas”, sino la de “De manera que así es como era Dios en realidad”, cosa que sería tremenda .


Creo que el momento político ha hecho aflorar, es evidente, toda la podre de las ambiciones y resentimientos de unos cuantos desheredados de la fortuna y de otros sinvergüenzas de parecida calaña. La irrupción en el poder del PSOE hizo posible que unos soplagaitas que nunca habían tenido dónde caerse muertos se encontraran con la bicoca de unas apropiaciones millonarias, convirtiéndose de esta manera en unos reyes Midas que trocaban en oro todo lo que tocaban aunque con el tiempo se haya visto que lo trocaban, simplemente, en mierda. En otras corrupciones de otros regímenes, que sí que las ha habido y esto es algo que no se puede poner en duda, los corruptos pertenecían, generalmente, a clases sociales más asentadas en el bienestar, no tan necesitadas de hacer dinero a toda costa y en el menor tiempo posible, pero lo cierto es que, entre estos rufianes que nos gobiernan, abundan las extracciones sociales bajas y hay una voluntad de latrocinio hipertrofiada y urgente, no vayan a encontrarse con que su tiempo se extinguió sin haber podido allegarse a su particular agosto. Pero esto tiene muy poca importancia para mí, ya que me muevo en una dimensión distinta. Y tampoco tiene ninguna importancia esa dificultad de ubicación en España que a los vascos nos ha sobrevenido por culpa de la ralea de asesinos que se mueven entre nosotros. Las dos circunstancias que menciono son una realidad, evidentemente, pero quiero pensar que afortunadamente no son las que más me preocupan. Para decir la verdad no me preocupan nada. En la dimensión en que vivo y en que me muevo, son éstos asuntos baladíes, niquiscocios que ni siquiera me arañan la epidermis. El fondo de la cuestión es mucho más grave pero se me entenderá que necesitaría disponer de mucho más tiempo, reflexión y hasta estudio si se tercia, para dar una aproximación más real de todo este complejo de sensaciones, percepciones, barruntos, dudas e intuiciones en los que nos movemos, no yo solamente, sino todos. Creo que no digo nada nuevo si confieso que me encuentro ante una enorme serie de cosas que, desde mi punto de vista, me resultan totalmente ininteligibles. Y, lamentablemente o no, yo no tengo otro punto de vista que el mío. Desde la situación en que estoy no solamente tengo que replantearme la razón o la justificación de mi propia existencia sino la del mundo en general. En este punto algunos me han llegado a hablar de un Plan General ante el que, naturalmente, uno se siente profundamente marginado de la corriente humana y llega a preguntarse si, por ventura o desventura, no seré yo un marciano. Todo es tan distinto, participo tan poco o nada de lo que mis congéneres participan que no tengo por menos de preguntarme quién se equivoca, si ellos o yo. Acaso, el mayor desconcierto me viene de aquellas personas que me parece que están dotadas de un intelecto y de un sentido común más que aceptables pero que, sin embargo, actúan como cualquier lerdo residente de La Tierra. Por ejemplo, no he sentido nunca y, por lo tanto, no entiendo el sentido de la paternidad que hace que un cerebro se atontoline de tal manera que da en la necedad de querer ver a un remedo suyo caminando por sus mismos paisajes existenciales tan aburridos y abotagantes.

Ante la circunstancia de confesarme, como aquí hago, quisiera que este ejercicio no fuera para el lector tan aburrido como resulta ya para mi, porque ya me conozco algo, no sé si bastante o demasiado, aunque a veces trato de engañarme con alguna mentira espiroloide o meándrica, a ver si de esta manera resulta algo mas entretenido. Entiendo que, quizás hubiera sido grata tarea si se me hubiera sugerido cuando todavía me alentaban una serie de tontas vanidades, pero ya paso de ello como de tantas otras cosas. Creo que, en este momento, mi situación es la de verlas venir (me refiero, naturalmente, a esas sombras que están detrás del tapiz), y que ya noto que se mueven amagantes. No obstante, y ateniéndome a lo programado, procuraré cumplir con el encargo, y dar una pequeña noticia de mi mismo y de mi relación con la literatura y cosas parecidas. Por otra parte, también he de reconocer que estoy bastante acostumbrado a este ejercicio, porque en la actividad de escribir, en definitiva, lo que únicamente hacemos es hablar de nosotros mismos.
Empezaré mi exposición trazando un bosquejo de autorretrato mental o creencial, una especie de fotomatón nada caricaturesco sino real, para lo cual será preciso bajar a las cavernas donde anida ese pesimismo que ha sido compañero constante en mi vida. Suelo decir, con frecuencia, que no creo en casi nada y que paso de casi todo. Me quedan, acaso, unas pequeñas dosis de cortesía con mis semejantes y una tolerancia casi absoluta hasta con tantas frases, acciones y gentes que me parecen estúpidas. Y digo que me parecen, porque no estoy nada seguro de si, en verdad, el verdadero estúpido no seré yo. De cualquier forma, las dos cosas, cortesía y tolerancia, en las dosis y manera en que las manejo, en verdad, no me cuestan mucho. La cortesía procede, directamente, tanto de mi educación como de mi conciencia personal, y en cuanto a la tolerancia, por vencimientos a plazos de mis modestas convicciones que han desembocado en un pasotismo casi generalizado. Lo cómodo, en estas condiciones, y en un mundo que me parece un tanto aberrante y en donde me siento casi como un marciano, es ser un pasota, y yo soy muy amante de mi propia comodidad. Es una postura que entiendo que es bastante negativa y que tiene su origen en mi propia naturaleza, pero a pesar de ello, me doy cuenta de que con el tiempo se ha ido exacerbando. Como casi todo el mundo, creo, he tenido, supongo, mis pequeñas ambiciones, mis pequeñas vanidades, etc, etc, todo, por supuesto, en enanas dimensiones, pero son dolencias éstas que, aunque en algunos parece que no se curan y se vuelven más y más acentuadas, en mí no dejaron huella. En este momento vivo marginado en mi pequeño mundo, como una especie de caracol o tortuga que encuentra dentro de su concha la satisfacción de sus apetencias y las mínimas veleidades que pude tener en otra edad más juvenil se me antojan que fueron, posiblemente, lo que eran; consecuencias de fluencias humorales u hormonales que tuvieron la suficiente capacidad como para distorsionar, mínimamente también, mi recta conciencia y mi sentido común, Al fin y al cabo, no he podido por menos de ser humano, no fieramente humano como mantenía nuestro paisano Blas respecto a su ángel, sino inevitablemente humano, como digo yo.
Todas estas increencias y escepticismos de que hablo, vinieron a aposentarse en un cuerpo que creo que era bastante aceptable, perdóneseme la inmodestia. Fuí atleta sin saberlo, gocé de una salud casi insultante a lo largo de casi toda mi vida, me vi adornado con una memoria prodigiosa que me hacía aprender los libros sin perder una coma, tenia también una voluntad de trabajo natural y consecuente, y para entrar en la materia que hoy me trae aquí, añadiré que en lo referente a mis capacidades escriturísticas, no seré yo quien juzgue su calidad, pero si su facilidad, que fue y sigue siendo, más que apreciable. Nunca me ha costado casi nada escribir; pero mentiría si dijera que he tenido muchas cosas que decir. Todo lo que he dicho podía habérmelo callado y creo que hubiese quedado tan tranquilo. No ha habido pues esa compulsión, esa necesidad irrefrenable a tener que escribir forzosamente las pobres ideas que venían a anidar o pasaban en un vuelo por mi cerebro, de que tanto hablan algunos escritores, posiblemente porque su propia egolatría les hace sentir que son los únicos depositarios de esas pobres ideas -acaso de tanta pobreza como las mías- o tesoreros de mensajes transcendentales. Si uno se queda a mirar una biblioteca casi se ve obligado a reconocerse como un cretino si cree que puede añadir algo a lo ya escrito, Pienso así, seguramente, porque no siento que soy ni me he considerado nunca, escritor, sino simple lector y gracias, pero en gran medida, también, porque he llegado a creer que no hay nada transcendental y porque mas bien he tenido presente un cierto sentido heraclitoniano de la vida, es decir, una sensación de que la vida es un fluir, algo dinámico que pasa como el río paradigmático del Oscuro de Efeso. En cierto modo, aquella frase unamunesca de ¡que inventen ellos!, yo lo convierto en un ¡que escriban ellos!. Pero la vida, o el destino, sabe usar de la paradoja y de la ironía con notable maestría, y pudo hacer que me viese obligado a escribir mas de lo que nunca hubiese creído, haciendo de mí un émulo de El Tostado. De mi falta de ambiciones como escritor pueden hablar, en cierto modo, esa larga lista de obras que permanecen inéditas, pues su autor, no sé si por sustentar en el fondo de su persona la misma idea malthusiana que ha mantenido respecto a la vida la ha trasladado, también, a la literatura. Añadiré que esa ineditez es, en cierto modo, discutible, pues muchos de esos textos fueron publicados en periódicos y revistas, y solamente se puede decir de ellos que son inéditos en libro. En lo referente a mis libros, gran parte de culpa en su no publicación la tengo yo por no haber tratado de publicarlos, pero es que uno de los trabajos mas arduos para mi consiste en tratar de `colocar‘ el género a ningún editor, porque siempre tendría la sensación de que trataba de engañarle, y tampoco me veo errante, de editorial en editorial, con el libro bajo el brazo. Con esto no vengo a señalar otra cosa que estoy totalmente contraindicado para publicitar mis obras, que aun conociendo las leyes del marketing no me atrevo a usar sus elementos o herramientas. Con toda esta retención que hecho, voluntariamente o no, ahora soy el dueño de un notable caos. Antes, las carpetas se me sumaban de manera increíble, y sin que éstos hayan desaparecido, ahora son los diskettes los que llevan el mismo camino. Tengo la casi completa seguridad de que nunca llegare a poner orden en este gran desbarajuste.

EL LECTOR.-

Expuestas estas líneas generales de mi pensamiento o de mi modo de ser, se me abre ahora el dilema de no saber por donde iniciarme en una segunda fase de esta confesión: si como lector o como escritor. Como el escribir ha sido para mí una actividad a posteriori, de pura necesidad o de pane lucrando, y en cambio la de lector infinitamente mas satisfactoria, empezaré por ésta. Recuerdo perfectamente no solo el titulo y el argumento de la primera novela que leí, sino también su portada. Era una novela del Oeste, género en el que me permito manifestarme como un verdadero entendido. Su titulo era “El oro de Aguas Perdidas”, y su autor, Hoffman Birney, pertenecía a esa serie de autores de talla dentro del género como los Ernest Haycox, Stewart Edward White, James B. Hendryx, Clarence E. Mulford, Dorothy M. Johnson, Lewis B. Patten, Max Brand, etc. Los lectores de mi generación recordaran que sus obras venían publicadas por una célebre editorial barcelonesa, la Editorial Molino, y muchas de ellas las conservo todavía, aunque no todas las que quisiera. En cambio, esa primera novela que he citado, y que no pertenecía a Molino, fue comprada, con mi pobre dinero de niño -debía tener unos nueve o diez años-, en la estación del topo de lrún, momentos antes de coger el otro tren, el llamado tren chiquito y también “El expreso de Shangai” por reminiscencias con una película de la época supongo, aquel entrañable tren del Bidasoa que hacia su ruta entre lrún y Elizondo y que cuenta con una más que excelente, encantadora bibliografía. Pero la novela de Hoffman Birney, mi primera adquisición literaria, nunca llegó a figurar en mi biblioteca. Una quema de libros al viejo estilo inquisitorial realizada en el colegio donde estudiaba, Oronoz, y regida por los Hnos. Maristas, hijos del esclarecido sacerdote francés Beato Marcelino Champagnat, hizo que ardiera en unión de otros congéneres suyos. Fue entonces cuando me dí cuenta, por primera vez, de que la lectura, fuera de los libros de texto, podía considerarse como actividad nefanda o pecado, y quizás por esto mismo, se me acrecentó el ansia de leerlos, despertando y avivando en mi ese foco de rebeldía interna, que a veces solapadamente, otras más explicita, siempre he mantenido. Me convertí de esta manera en un fuera de la ley, por emplear una fraseología acorde a ese tipo de novelas, un ser anómico como diría Durkheim, posiblemente un hereje, como podría catalogarme Menéndez Pelayo. Eso sí, leía a hurtadillas, pero también todo lo que caía en mis manos. Era una pasión imparable, avasalladora. Devoraba los libros sin reposo, a todas horas. Comía con el libro ante el plato, me apartaba de los juegos, y era una auténtica maravilla adentrarme por todos aquellos mundos nuevos que las novelas me abrían. Naturalmente, para un niño, todo era nuevo, y no había página desdeñable. Poco a poco fui haciéndome experto en autores y títulos populares, lo mismo en novelas del Oeste como en las policíacas. Accedí inmediatamente a otra categoría de obras de todo tipo gracias a una editorial, “Novelas y Cuentos” que había conseguido el milagro de ofrecer buenas obras a precios increíblemente baratos. Puede ser que su secreto estuviese en el papel que se empleaba, papel de periódico, pero eso a un verdadero lector no le importa, un verdadero lector esta obligado a leer sin remedio, es una droga mas poderosa que cualquier otra, y yo seguía leyendo y leyendo en obras que me costaban 60 céntimos, l peseta, 1, 50 .... libros de grandes autores muchos de los cuales conservo todavía. Parecida baratura tenían los pertenecientes a la Colección Universal de Espasa Calpe, antecesoras de la famosa Colección Austral. Los de esta ultima colección también se hacían medianamente asequibles a 7,50 el volumen normal, Como guía de lectura contaba con la Historia de la Literatura del que luego fue gran amigo mío, Guillermo Díaz Plaja. ¡Cuántas veces paseamos juntos en Sitges, en Zaragoza, en Barcelona, etc, en nuestros encuentros anuales en la concesión de los Premios de la Critica, en los que ambos formábamos parte del Jurado!. La Historia de la Literatura, de Guillermo Díaz Plaja, tenía dos aspectos sumamente interesantes. Uno de ellos era la Historia en sí, con la biografía de cada autor, la lista de obras a él debidas, su argumento, tesis, etc, y, en un segundo aspecto, que a mi me interesaba tanto como el primero, ofrecía al final de cada capítulo, en letra pequeña, la relación de obras con la indicación de las editoriales donde se habían publicado, etc. Con este aviso, solamente me quedaba acudir a las librerías y hacerme con aquellas obras allí descritas, y lo hacia metódicamente, en una especie de simbiosis entre el deber y el placer, lo que me permitió leer toda una serie de autores y obras que si no, y pasado algún tiempo, me hubiera sido imposible leerlos. En este punto, creo que puedo decir que mi formación, respecto a mis lecturas, fue muy buena, a pesar de ese autodidactismo que usé en la vida puesto que por aquel tiempo, no voy a decir que se fomentaba mucho la lectura, mas bien al contrario. Yo creo que ciertos autores, si no se leen durante la juventud no se leen nunca. A todo esto, y en un momento de sequía, me encontré en casa con tres libros que eran cuatro, ya que uno de ellos, el Diccionario- Enciclopedia Sopena, constaba de dos volúmenes, de unas 1.500 paginas cada uno, y que también conservo en mi poder. Con este Diccionario-Enciclopedia, y antes de conocer al personaje por supuesto, hice lo que el Autodidacta de La Naúsea sartriana hace con los libros de la Biblioteca Municipal: fui leyéndolo, palabra por palabra, aunque no aseguraría que llegué hasta el final. Esto puede parecer un ejercicio un tanto idiota, pero dada mi sed de lectura, podría asegurar que, con toda probabilidad, y de no tener mejor cosa que leer, hasta podría haberme entretenido con el listín de teléfonos, y además inventándome historias con los personajes que ahí encontrara, bien sea adentrándome por la etimología de sus apellidos, imaginándome su etopeya diaria en base al pueblo o barrio en donde residían, etc. Las artes de una mente solitaria son innumerables, y yo siempre he sido un recalcitrante solitario. Me he pasado la vida hablando conmigo mismo -y no por aquello que dice Machado de que, `el que habla consigo mismo espera hablar con Dios un día'-sino porque me parece que me ha permitido ir muy lejos, imaginativamente, teniéndome a mi mismo como compañero expedicionario, cicerone e interlocutor único, Esta “solitariedad” (que no soledad), casi me ha hecho ser una especie de solipsista, con una conciencia cerrada que elabora sus propias leyes, lo que sirve aún más para marginarse del común de la sociedad; en fin, un solipsista, por otra parte, en varios de los distintos aspectos en que puede presentarse, bien en lo metafísico, en lo lingüístico, etc, con ideación de hasta una teogonía propia e invención de juegos de palabras y signos a manera de encontrar un lenguaje propio y en clave solamente inteligible para uno mismo, todo lo cual le serviría seguramente a un psicólogo o psiquiatra para elaborar una teoría de aproximaciones al autismo en mi ego, como sujeto agente o paciente, según se mire. Los otros dos libros encontrados en casa, eran, también, vulgares y originales al mismo tiempo. Uno de ellos era una Biblia Protestante como se les ha ido llamando, de aquellos editados por la Sociedad Bíblica B. y E., en versión de un también singular personaje, Cipriano de Valera, a quien don Marcelino Menéndez Pelayo le dedica un capitulo en su Historia de los Heterodoxos españoles. De Valera vivió en la última segunda parte del siglo XVI. Nació en Sevilla, fué fraile, profesor en Oxford, se casó en Londres, huyó a Suiza, y, Menéndez Pelayo, entre otras lindezas, le llama lujurioso, volteriano, bellaco, recopilador de blasfemias de taberna, cuentos verdes y dicharachos soeces, sectario de reata, etc, no librándose tampoco de unos cuantos dicterios, su editor, Usoz. Sin embargo, a pesar de todo esto, ni el mismo don Marcelino le regatea la alabanza por su buen castellano. Con esta Biblia, leyéndola sin perder palabra, me he pasado muy buenos ratos. El tercero de los libros era un clásico de la cocina, el de Domenech, del cual no hablaré en esta tierra de gastrónomos ilustres. Mencionaré también la existencia, por aquel entonces, de las llamadas Bibliotecas Circulantes, una de las cuales, llamada Rebeca estaba, en principio, en la calle San Marcial de esta ciudad de San Sebastián, y se trasladó luego, a la calle Echaide, nada mas torcer la esquina. Las referencias a esta Biblioteca, de la cual fui socio engullidor de extraordinario apetito y que no paré hasta consumir sus pertenencias, por así decirlo, estén perfectamente apuntadas en un libro a medio terminar en donde hago memoria e historia de mis vivencias donostiarras. La continuación de mis lecturas y de mi biblioteca tiene, luego, un curso casi normal, con muchas adquisiciones en la famosa Cuesta de Moyano madrileña en un exhaustivo recorrido por los barracones recostados en la pared del Botánico, que visitaba diariamente en mis idas y venidas a la Facultad de San Carlos, con presencia casi infaltable los domingos en el Rastro, y un concienzudo visiteo por las otras librerías de lance madrileñas, rescatando, sobre todo, un gran número de autores de segunda fila de los primeros años del siglo, Jacinto Octavio Picón, Eduardo Zamacois, Salvador Rueda, Antonio Zozaya, Joaquín Dicenta, Felipe Trigo, José Francés, Pedro de Répide, Alejandro Sawa, Manuel Bueno, Pedro Mata, Sinesio Delgado, Colombine, Arturo Reyes, Mauricio López-Roberts, Augusto Martinez Olmedilla, Cijes Aparicio, Cristóbal de Castro, López de Haro, Emilio Carrere, Eugenio Noel, Lopez Pinillos, José Maria Salaverría, Hemandez Catá, López Bago, Hoyos y Vinent, Alberto Insúa y un larguísimo etc, por la absoluta imposibilidad de mencionarles a todos, colaboradores todos ellos de una serie de publicaciones de un fuerte encanto hoy en día, como “El Cuento Semanal”, “La Novela Corta”, “La Novela del Sábado”, etc, y presentes todos actualmente en mi biblioteca, con alguna obra. Me acuso pues de haber sido y ser, un impenitente lector, con este casi único vicio desmesurado, un libroadicto sin remedio... Pero hablando de lecturas, no puedo silenciar de ninguna manera, las largas charlas literarias mantenidas con el único amigo de verdad que he tenido, Femando Bandrés. Con Fernando, autor de obras como “Pájaros en la cabeza”, “EI regreso”, etc, y como articulista gran diseccionador de los sentimientos humanos, he pasado tardes enteras hablando de literatura en nuestros viajes dominicales a Biarritz mientras tomábamos un café en el Royalty. Era un importante intercambio de lecturas, o contrastados comentarios los que hacíamos, solamente posibles entre dos personas que leían mucho, preferentemente sobre obras publicadas en editoriales argentinas que nos permitían estar al tanto de lo que se estaba escribiendo en el mundo.

EL ESCRITOR.-

De esta otra faceta de mi persona no voy a decir gran cosa. De por qué pasé de la lectura a la escritura, sin dejar, por supuesto, aquella, ni yo mismo sabría decir las causas. Hay, sí, efectivamente, un pequeño factor un tanto trivial y de origen educacional. Recuerdo que en mi primera edad, cuando tenia unos nueve o diez años, en el colegio en donde me internaron, tuve que enfrentarme por primera vez, con el folio en blanco, ante el deber de tener que escribir la primera carta semanal a la familia, como era obligado. Fue una pesadilla hasta que intervino el profesor correspondiente, don Angel se llamaba, que me enseñó esa murga tópica de espero que estéis bien, yo muy bien a Dios gracias que muchas buenas gentes, sin muchas escrituras ni imaginación suelen poner en sus cartas y que, mirándolo bien, no resulta tan desdeñable tampoco, por lo menos si lo comparamos con el ciceroniano “si vales, bene est ego valeo” que viene a ser, poco más o menos, lo mismo. Pero esto fue, simplemente, el primer domingo de internado, puesto que, inmediatamente, mis notas en el ejercicio de narración, empezaron a tener una notable alza. Esta buena apreciación de mi escritura me fue acompañando a lo largo de toda mi vida educacional, no faltando durante este tiempo algunos pinitos literarios más o menos frecuentes según mi talante del momento, es decir, algunos poemas, algún cuentecito, etc. Vinieron luego algunos trabajos desperdigados en alguna que otra revista, mis memorias cuarteleras, algunas colaboraciones en periódicos, la publicación de un primer libro, en tan, pequeñas actividades que no entiendo como han tenido continuación, y por todo lo cual pido perdón públicamente. Ningún libro mío me ha dado ninguna satisfacción, aunque es claro que tampoco reniego de ninguno de ellos. En esta parida ha habido muchos abortos, y cuando me da por abrir mis cartapacios me amanecen una serie de muñones de novelas, gritos de reclamo y de protesta de seres condenados que algún dia, acaso, soñaron con la existencia. Para terminar con este aspecto, he de decir que considero que se le da demasiada importancia al acto de escribir y al escritor, y que, en muchas ocasiones, el problema de escribir o no es un problema de sentarse o no sentarse a escribir.

EL PERIODISTA.-

Otra de las facetas literarias cultivadas por mi, es el periodismo al que llegué un poco por casualidad y otro poco por sugerencia de José María Mendiola. Creo que ha sido en los periódicos y en las revistas donde mas he desarrollado mi escritura, en forma de artículos, reportajes, entrevistas, criticas, etc. Resaltar todo ese material que está en las hemerotecas es un auténtico reto que a veces me tienta pero que el poco tiempo que tengo para hacer otras cosas y porque me acucia mas lo nuevo, hará que definitivamente lo deje como está, A veces me parece que, por la edad que tengo, estoy en parecida situación a aquel forzado de la pluma que fue Adriano Bertrand, un discípulo de Anatole France que, herido de muerte en la guerra, luchó contra reloj escribiendo en plena fiebre doble, literaria y carnal, sus novelas, entre las que están “La llamada del suelo”, “La tormenta sobre el jardín de Cándido” etc, obras que también leí en mis tiempos de gran lector merced a su publicación en la editorial Prometeo, que dirigía en Valencia, el novelista Vicente Blasco Ibañez, y en donde fueron apareciendo autores tan interesantes como los Barbusse, Binet-Valmer, Miriam Harry, Juan José Frappa, Mauricio Barrés, Johan Bojer, Elemiro Bourges, René Boylesve, Ricioto Canudo, Abel Hermant, Joris Karl Huysmans, Edmund Jaloux, Marcela Tinayr, Francis de Miomandre, Paul Margueritte, etc., una serie de autores sobre los que Blasco Ibáñez, además de publicarles, escribió su semblanza bio-bibliográfica y que las reunió en el libro titulado “Estudios Literarios”. Al filo de este recuerdo, quisiera manifestar que aunque no tengo la certeza que César Vallejo tenia, que no sé si “moriré en París con aguacero, un día del cual (evidentemente no) tengo ya el recuerdo... barrunto que el plazo que me dieron los dioses se va acabando y ya no tendré mas remedio que aprestarme al viaje dejando las cosas colgadas, cosa que no me duele mucho, en definitiva, ni por la marcha ni por las cosas, que uno ya ha visto lo sustancial de la vida y todo lo que queda ya es fotocopia…

EL POETA.-

Otro paso distinto fue el paso a la poesía. Al margen de unos primeros poemas de juventud que nacen, frecuentemente, de una influencia directa de los poetas que, en un momento determinado, leemos, el primer libro de poemas publicado, “Humano animal”, nació como una especie de reto y se desarrolló como una vomitona. En sus poemarios, por supuesto, esta presente la naúsea existencial que, dentro o fuera de las modas literarias, siempre ha estado presente en mí. A su imperioso mandato fui desahogándome letra a letra, frase a frase, y como no llegué a satisfacerme del todo, por lo visto, proseguí la misma acción evacuatoria en un segundo libro “Semántica de sémen”, que cuenta con poemas de fondo tan optimistas y euforizantes como la “Balada al ahorcado”, etc. Últimamente, variando de temática y de panorámica en general, he ido adoptando posturas garcilasistas o hasta petrarquistas. Curiosamente, en un tiempo usé de la poesía como vehiculo amoroso y he de confesar que es real su capacidad para enamorar en muchas ocasiones. Recordando pues, aquellas viejas tretas, he escrito varios poemas -generalmente sonetos- amorosos. Con permiso de todos ustedes voy a colgar aquí dos de estos poemas que se presentan en formato de soneto inglés, es decir, dos cuartetos, un serventesio y un pareado :

“Recuerdo tu fragancia y tu aroma,
en noches que mis manos te palpaban,
tenuamente ascendían y alcanzaban
el tesoro escondido en tu redoma.
Recuerdo que jugaban en tu loma,
entre rizos de seda que anhelaban
las caricias que nunca terminaban…
¡Oh, zureo sensual de la paloma!
Recuerdo las fronteras venusinas
que esas manos audaces traspasaban
manantiales de aguas hialinas
de entre tus suaves muslos afloraban.
Recuerdo… ¡sí, amor, cómo recuerdo
cuando la fruta del pasado muerdo!


y este otro, de parecido corte:

Diente con diente, amor, esta almohada,
que tantos insomnios contemplar pudo,
sabe que un nudo, mi amor, un gran nudo,
me hacía con tu imagen y con la nada.
Diente con diente, amor, y te soñaba
desnudo tu cuerpo, ¡total desnudo!,
mordía diente con diente, sañudo,
al pensar que otra mano te apretaba.
Diente con diente, mi amor, te declaro,
y lo dice mi encía ensangrentada,
te mordía rabioso, y te aclaro,
que diente con diente, te asesinaba…
Diente con diente, tu carne en mi boca
y nunca pude saciar mi ansia loca.

Como se podrá deducir de estas dos pequeñas muestras de mi actual ejercicio poético no es mas que un juego de palabras, de memorias, de sensibilidades, de afectos, de rimas, de acentos, acrósticos, etc.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Santiago Aizarna. Vida, obra, pensamiento

BIO-BIBLIOGRAFIA


Santiago Aizarna Echaveguren, nacido en Oyarzun (1-8-28). Escritor y periodista, publicó su primera novela en 1956, con el título de “Los pecados de la calle”. Participó activamente en la vida cultural donostiarra en las décadas de los 60 y 70. Perteneció al Consejo de Redacción y fue colaborador de la revista “Véteres” (1963). Co-fundador (junto con Jorge G. Aranguren y Vicente de Vera), propietario y director de la revista “Kurpil”. Co-fundador (junto con Fernando Bandrés y Fernando Orlando) del Premio Ciudad de San Sebastián, del que resultó ganador, en 1968, con el relato titulado “Al terminar la fiesta”, al que se presentó por habérsele marginado del jurado de ese Premio del que, anteriormente, formaba parte. Ganador, en 1974, del Premio de Novela Puente Colgante de Portugalete, con la novela “Los zamuros” , que permanece inédita por voluntad propia del autor ya que el premio incluía el derecho a la publicación de la novela. Autor de miles de artículos, reportajes y comentarios biblio-cinematográficos en revistas y periódicos. Para cerrar la parte dedicada a la actividad periodística, hay que señalar, asimismo, que ha sido cronista de pelota y de sucesos, entre algunas especialidades cultivadas. Ha dado varias conferencias, algunas memorables como la pronunciada sobre “Pío Baroja y San Sebastián” , por la que se cerraron los locales de la Asociación Artística por orden gubernativa siendo el director de la Asociación, por aquel entonces, el doctor José Luis Munoa y dentro de un ciclo de conferencias en el que tornaron parte, Luis Martín Santos, Luis S. Granjel, etc. Otras conferencias memorables suyas son las pronunciadas sobre “La Existencia como problema” , y sobre “Individualismo y Anarquía” , y algunas otras sobre arte, entre ellas una sobre el pintor Uranga.



Es AUTOR, entre otras, de las siguientes obras:

MEMORIAS DE UN RECLUTA DEL 49 (Memorias noveladas, inédita, 1951). novela, inédita, 1951)

DE LA VIDA TRAGICA (relatos, inédita, 1952)

EROS (relatos, inédita, 1952)

LOS PECADOS DE LA CALLE (novela, Ediciones Rumbos, 301 páginas, Barcelona, 1956)

EL CARROUSEL DE LA VIDA (relatos, Ediciones Rumbos, 285 páginas, Barcelona, 1958)

CUENTOS CON HOMBRE (relatos, Agora, 105 páginas, San Sebastián, 1962).

HUMANO ANIMAL (poemas, Editorial Gora, 80 páginas,1965)

SEMÁNTICA DE SÉMEN (poemas, 1966, inédita)

PIEDRA DORMIDA (poemas, 1966, inédita)

SEX ACCIDENT (novela, inédita, 1967)

LA EXISTENCIA COMO PROBLEMA (conferencia, 1966)

INDIVIDUALISMO Y ANARQUÍA (conferencia, 1967)

LA MUERTE DE NEREA (relatos, 1967, inédito)

EL AMARILLO NAUFRAGIO DEL HUTTERUS (novela, 1968, inédita)

LA DEVASTACIÓN (novela, 1969, inédita)

QUERIDA RUTH (relatos, 1969, inédito)

EL POZO (relatos, 1970, inédito)

EN TORNO AL BERTSOLARISMO (Artículos, inédito, 1972)

TEMAS LITERARIOS (Artículos, inédito, 1973)

GEOGRAFÍA DEL ODIO (novela, inédita,1968)

LOS ZAMUROS (novela, inédita, Premio Puente Colgante de Novela 1974)

EL LIBRO DE LAS PARÁBOLAS (relatos, inédito,1973)

URANGA, EL PINTOR IGNOTO (conferencia, 1974)

LA MUJER DE LOT (novela corta, Editorial Leopoldo Zugaza, 55 páginas, Durango, 1977)

DEL PAÍS VASCO (reportajes, inédito, 1980)

HISTORIA DEL TXAKOLÍ (inédita, 1985)

EL OJO INSOMNE (relatos, Primitiva Casa Baroja, 175 páginas, San Sebastián, 1986)

IMÁGENES DE SAN SEBASTIÁN (inédita, 1987)

CRÍMENES TRUCULENTOS EN EL PAÍS VASCO (crónicas, Primitiva Casa Baroja, San Sebastián, 1987)

AMESGAITZAK narrazioak, Primitiva Casa Baroja, 84 páginas, San Sebastián, 1988)

DON PÍO, EL CHAPELAUNDI (articulos, Primitiva Casa Baroja, 110 páginas, San Sebastián, 1989)

3.500 PELÍCULAS (crítica cinematográfica, inédita, 1993)

OBITUARIO DE PERSONAJES FAMOSOS (necrológicas, inédito, 1994)

SONETOS (inédito, 1994- 95)

CRÍMENES TRUCULENTOS EN EL PAÍS VASCO. De las tropelías banderizas al doble asesinato de Beizama (crónicas, reedición, Editorial Txertoa, 157 páginas, 2010)





AUTORRETRATO.-

En determinada época, en varias secciones de varios periódicos y revistas (Unidad , La Voz de España, etc, en secciones como la llamada Espejo cóncavo , escribí durante unos seis años, 45 artículos por mes, que dan la suma de 3.240 artículos. Luego, en El Diario Vasco , y durante unos 18 años vendría a escribir, como mínimo, un artículo diario entre críticas de cine y teatro, comentarios de todo tipo, etc, que vienen a sumar 6.570 más. A éstos hay que sumar casi otros tantos comentarios como pies de foto, que la mayor parte de las veces eran, también artículos, con todo lo cual llegamos a la cifra de 16.380 artículos. A esto hay que sumar un artículo semanal durante unos 16 o más años en La Hoja del Lunes , que vienen a ser 832 artículos, y que dan un total, hasta ahora, de 17.212 artículos, según las cuentas. A esto hay que añadir los comentarios o críticas de libros que pueden ser, contando los publicados en periódicos y revistas, unos 4.500 ó 5.000 más, y vamos ya con un total de unos 22.000, para redondear la cifra. A esto hay que añadir reportajes a doble página durante todos los veranos en , algunos de los cuales están publicados en forma de libro (Crímenes truculentos en el País Vasco , Pío Baroja, el chapelaundi ). Para cerrar la parte dedicada a la actividad periodística, hay que señalar, asimismo, que he sido cronista de pelota y de sucesos, entre algunas especialidades cultivadas. He dado varias conferencias, algunos memorables como la pronunciada sobre Pío Baroja y San Sebastián , que tuvo la virtud de hacer cerrar los locales de la Asociación Artística por orden gubernativa siendo el director de la Asociación el doctor José Luis Munoa y en el desarrollo de un ciclo de conferencias en el que tomaron parte, Luis Martín Santos, Luis S. Granjel, etc. Otra serie de conferencias que dí tenían como temática particular, el fenómeno del personaje del `desplazado', del `extraño' o `extranjero' (The Outsider), sobre el que Colin Wilson escribió un excelente libro. Aparte de los varios libros temáticos, de reportajes, ensayísticos etc, que se pueden formar con todo este material, tengo varias novelas inéditas (Geografía del odio , El amarillo naufragio del Hutterus , etc, ), algunos libros de poemas como Semántica de sémen , Piedra dormida , etc), todo lo cual podría dar material con creces para unos 12 ó 15 libros de inmediata publicación. Si no lo hago así es porque no tengo editor, también porque no tengo tiempo para ir ordenando todo este material caótico y, también porque, de ponerme a publicar por mi cuenta todo ello me arruinaría y definitivamente, porque en realidad, sin mi concurso, ya se publican, libros en exceso, y porque creo que ya nada se puede escribir que ya no este escrito. A pesar de todo, si viniese la ocasión, quizás me dejaría caer en la tentación, que, como dijo alguno, supongo que Baroja en el papel de Wilde, `es más honesto caer en ella que resistirla'. Aunque creo que el acto de escribir es una tontería como otra cualquiera, aun ahora que estoy jubilado sigo escribiendo, seguramente porque no sé hacer otra cosa, y así, todos los días, mientras desayuno, escribo un artículo, generalmente de actualidad, que queda sin publicarse porque no tengo dónde. Además de eso, escribo un cuento diario, si es breve, o un soneto, cosa que me encanta, o al menos un cuento algo más largo a la semana, porque si no, me parece que estoy perdiendo el tiempo, lo que no deja de ser una estupidez, porque lo mejor que se puede hacer creo que es perder el tiempo. Acostumbro a no ilusionarme por nada y detesto arrepentirme por algo, por lo que suelo ser una especie de Robespierre implacable con los que se acogen a tales subterfugios anímicos y mucho más cuando se presentan acompañados de prebendas materiales o les libra de correctivos punitivos. Aborrezco a los fanáticos de todo tipo, no tanto por lo que creen como porque, en un mundo de tan falsas y engañosas características posean tanto grado de estulticia como para poder creer en algo. Por mi parte, mi escepticismo ha llegado al grado de no creer siquiera que ellos creen, lo que, en cierto modo, reconozco que no deja de ser una forma de fanatismo igualmente. Esta postura mía me parece que proviene de unas prácticas educativas nada acertadas de las que, como tantos otros fui víctima, y que creo que aun siguen vigentes. Durante muchos años mi labor personal ha consistido, precisamente, en desintoxicarme de la educación que tuve que soportar, lo que supongo que ya estoy logrando y la prueba de este éxito está en mi actual estado de escepticismo, que creo que es la única postura que le toca adoptar a un hombre medianamente inteligente. Abomino también de mí mismo por esa especie de rezumo de cobardías metafísicas que he notado que me resudan del alma, y también porque he detectado la existencia de ese vermes sutil y pegadizo, algún anélido o filaria de parásita condición, que escogió como nido el alma humana y que tiene la costumbre de sentirse repulsivamente satisfecho aun con el mal que se le irroga al amigo que estimamos y queremos. Esta si que es la verdadera “simiente del diablo”. Un día, leyéndole a Kant, observé que también él, como humano que era a pesar de su espiritualidad manifiesta, había sentido la presencia de ese gusano impresentable, y escribió que `hay en la desdicha de nuestros mejores amigos algo que no nos desagrada del todo', un sentimiento repulsivo éste, que se refugia en nuestra siniestra e impresentable conciencia y que le toca a nuestra hipocresía el disimularlo.



Hace un par de años, mi mujer me trajo un perrito a casa, un Affenpinscher, que me ha dado una distinta dimensión del mundo animal, y naturalmente, del humano. Viendo sus reacciones y su entrega no es difícil identificarse con aquella teoría, creo que de Wilde, que decía que “cuanto más conoces a los hombres más quieres a tu perro”. Por medio de este perrito al que he llegado a querer en términos superlativos, he llegado a tener hacia el mundo animal un respeto y una comprensión parabólicos y entendido este término tanto desde el aspecto geométrico como desde el narrativo-comparativo o metafórico.



Si algunos 'pobres diablos' nos consolamos con el suicidio como `última esperanza ', otros prefieren tonificar su espíritu con la droga del deporte, que, de la manera como ellos lo toman no deja de ser una de las prácticas más anticartesianas que conozco. Cada vez que me llegan noticias de ese mundo me parece que la humanidad sigue estando enferma de infantilismo agudo, como me sucedía a mí cuando tenía doce años. Me parece que algunos nunca llegan a `la edad de la razón ', según expresión sartriana, en una de sus novelas más significativas.



No me alcanzan, en modo alguno, los patrioterismos vigentes, y no es sólamente que no me importe que mis paisanos, mis vecinos, ganen o pierdan, sino aún más, creo que no debe importarme el que nadie gane a nadie porque, aunque alguien propugnó que la vida es lucha, tal comedia existencial no se me alcanza y hace muchos años que aprendí a contemplar con serenidad y a mucha distancia el paso de la vida. De aquí se puede deducir, seguramente, que comulgo, posiblemente, en aquella, llamémosla si se quiere, apatía de la vida, frialdad existencial del `extranjero' camusiano. La enfermedad de



Mersault consiste, según algunos exégetas de la obra de Camus, en ser una especie de Sísifo que no tenía conciencia de serlo. Su programada actividad de todos los días se incardinaba en el proyecto de una vida sin horizontes y su marmórea indiferencia ante el sentimiento le sitúa, ante la opinión general, casi en el centro de la esfera de la amoralidad pura, La vida es esa fluencia absurda que tan poco nos dice, que tan mínimamente nos encanta o nos subyuga. Más bien, nos deja hieráticos, y mudos más que lacónicos. Pero se recordará, asimismo, que Mersault “se cura” de esa enfermedad. Esa vida sin sentido llega a florecer, al final de la novela, en una conciencia de haber sido dichoso en su inconsciencia. Y uno, ante esta sinrazón camusiana vuelve a preguntarse que ¿y qué?. No es obligatorio que los pensamientos negativos tengan su origen en experiencias de vida negativas y yo diría más bien que al contrario. Y tampoco se puede decir qué sea negativo y qué positivo. De ninguna manera acepto que la tristeza sea el compañero único de estos pensamientos que a algunos les puedan parecer hasta lúgubres. De ninguna manera. De lo que únicamente se trata es de no caer en el engaño, de reír sabiendo de qué se ríe, de participar en el juego de la vida sabiendo cómo y por qué se participa, y dándose cuenta de que esta broma de la vida es una broma muy pesada, mírese por donde se mire.



Creo que las personas sensatas, las únicas que merecen ser tenidas en cuenta, deben de actuar con cierta responsabilidad y tratar de prever las consecuencias de sus actos. En esto simplemente reside la minima categoría mental y moral de una persona. No es pues, desesperanza, creo yo, esta marea de insatisfacción generalizada en la que vivo. Haber podido observar a la vida en su inexplicable necedad ha originado una serie de repulsiones personales en donde mi mentalidad parece que rechaza la aparente justificación del mundo. No es, solamente, ver y tactar el absurdo del mundo, sino mas aún, percatarse de su broma pérfida. Leía hace poco un breve opúsculo, una monocorde y monologal endecha que un corazón en ruinas, el del reputado critico inglés C.S. Lewis entonaba por la muerte de su amada, la poetisa norteamericana Helen Joy Davidson Gresham, fallecida de cáncer al poco tiempo de comenzar sus relaciones amorosas. Católicos ambos, el soliloquio del infeliz C.S. Lewis tiene, a mi entender, su momento culminante de desconcierto y hasta de terror cuando escribe estas líneas: No es que yo corra demasiado peligro de dejar de creer en Dios. o por lo menos no me lo parece. El verdadero peligro está en empezar a pensar tan horriblemente mal de Él. La conclusión a que temo llegar no es la de : “Así que no hay Dios, a fin de cuentas”, sino la de “De manera que así es como era Dios en realidad”, cosa que sería tremenda .



Creo que el momento político ha hecho aflorar, es evidente, toda la podre de las ambiciones y resentimientos de unos cuantos desheredados de la fortuna y de otros sinvergüenzas de parecida calaña. La irrupción en el poder del PSOE hizo posible que unos soplagaitas que nunca habían tenido dónde caerse muertos se encontraran con la bicoca de unas apropiaciones millonarias, convirtiéndose de esta manera en unos reyes Midas que trocaban en oro todo lo que tocaban aunque con el tiempo se haya visto que lo trocaban, simplemente, en mierda. En otras corrupciones de otros regímenes, que sí que las ha habido y esto es algo que no se puede poner en duda, los corruptos pertenecían, generalmente, a clases sociales más asentadas en el bienestar, no tan necesitadas de hacer dinero a toda costa y en el menor tiempo posible, pero lo cierto es que, entre estos rufianes que nos gobiernan, abundan las extracciones sociales bajas y hay una voluntad de latrocinio hipertrofiada y urgente, no vayan a encontrarse con que su tiempo se extinguió sin haber podido allegarse a su particular agosto. Pero esto tiene muy poca importancia para mí, ya que me muevo en una dimensión distinta. Y tampoco tiene ninguna importancia esa dificultad de ubicación en España que a los vascos nos ha sobrevenido por culpa de la ralea de asesinos que se mueven entre nosotros. Las dos circunstancias que menciono son una realidad, evidentemente, pero quiero pensar que afortunadamente no son las que más me preocupan. Para decir la verdad no me preocupan nada. En la dimensión en que vivo y en que me muevo, son éstos asuntos baladíes, niquiscocios que ni siquiera me arañan la epidermis. El fondo de la cuestión es mucho más grave pero se me entenderá que necesitaría disponer de mucho más tiempo, reflexión y hasta estudio si se tercia, para dar una aproximación más real de todo este complejo de sensaciones, percepciones, barruntos, dudas e intuiciones en los que nos movemos, no yo solamente, sino todos. Creo que no digo nada nuevo si confieso que me encuentro ante una enorme serie de cosas que, desde mi punto de vista, me resultan totalmente ininteligibles. Y, lamentablemente o no, yo no tengo otro punto de vista que el mío. Desde la situación en que estoy no solamente tengo que replantearme la razón o la justificación de mi propia existencia sino la del mundo en general. En este punto algunos me han llegado a hablar de un Plan General ante el que, naturalmente, uno se siente profundamente marginado de la corriente humana y llega a preguntarse si, por ventura o desventura, no seré yo un marciano. Todo es tan distinto, participo tan poco o nada de lo que mis congéneres participan que no tengo por menos de preguntarme quién se equivoca, si ellos o yo. Acaso, el mayor desconcierto me viene de aquellas personas que me parece que están dotadas de un intelecto y de un sentido común más que aceptables pero que, sin embargo, actúan como cualquier lerdo residente de La Tierra. Por ejemplo, no he sentido nunca y, por lo tanto, no entiendo el sentido de la paternidad que hace que un cerebro se atontoline de tal manera que da en la necedad de querer ver a un remedo suyo caminando por sus mismos paisajes existenciales tan aburridos y abotagantes.



Ante la circunstancia de confesarme, como aquí hago, quisiera que este ejercicio no fuera para el lector tan aburrido como resulta ya para mi, porque ya me conozco algo, no sé si bastante o demasiado, aunque a veces trato de engañarme con alguna mentira espiroloide o meándrica, a ver si de esta manera resulta algo mas entretenido. Entiendo que, quizás hubiera sido grata tarea si se me hubiera sugerido cuando todavía me alentaban una serie de tontas vanidades, pero ya paso de ello como de tantas otras cosas. Creo que, en este momento, mi situación es la de verlas venir (me refiero, naturalmente, a esas sombras que están detrás del tapiz), y que ya noto que se mueven amagantes. No obstante, y ateniéndome a lo programado, procuraré cumplir con el encargo, y dar una pequeña noticia de mi mismo y de mi relación con la literatura y cosas parecidas. Por otra parte, también he de reconocer que estoy bastante acostumbrado a este ejercicio, porque en la actividad de escribir, en definitiva, lo que únicamente hacemos es hablar de nosotros mismos.



Empezaré mi exposición trazando un bosquejo de autorretrato mental o creencial, una especie de fotomatón nada caricaturesco sino real, para lo cual será preciso bajar a las cavernas donde anida ese pesimismo que ha sido compañero constante en mi vida. Suelo decir, con frecuencia, que no creo en casi nada y que paso de casi todo. Me quedan, acaso, unas pequeñas dosis de cortesía con mis semejantes y una tolerancia casi absoluta hasta con tantas frases, acciones y gentes que me parecen estúpidas. Y digo que me parecen, porque no estoy nada seguro de si, en verdad, el verdadero estúpido no seré yo. De cualquier forma, las dos cosas, cortesía y tolerancia, en las dosis y manera en que las manejo, en verdad, no me cuestan mucho. La cortesía procede, directamente, tanto de mi educación como de mi conciencia personal, y en cuanto a la tolerancia, por vencimientos a plazos de mis modestas convicciones que han desembocado en un pasotismo casi generalizado. Lo cómodo, en estas condiciones, y en un mundo que me parece un tanto aberrante y en donde me siento casi como un marciano, es ser un pasota, y yo soy muy amante de mi propia comodidad. Es una postura que entiendo que es bastante negativa y que tiene su origen en mi propia naturaleza, pero a pesar de ello, me doy cuenta de que con el tiempo se ha ido exacerbando. Como casi todo el mundo, creo, he tenido, supongo, mis pequeñas ambiciones, mis pequeñas vanidades, etc, etc, todo, por supuesto, en enanas dimensiones, pero son dolencias éstas que, aunque en algunos parece que no se curan y se vuelven más y más acentuadas, en mí no dejaron huella. En este momento vivo marginado en mi pequeño mundo, como una especie de caracol o tortuga que encuentra dentro de su concha la satisfacción de sus apetencias y las mínimas veleidades que pude tener en otra edad más juvenil se me antojan que fueron, posiblemente, lo que eran; consecuencias de fluencias humorales u hormonales que tuvieron la suficiente capacidad como para distorsionar, mínimamente también, mi recta conciencia y mi sentido común, Al fin y al cabo, no he podido por menos de ser humano, no fieramente humano como mantenía nuestro paisano Blas respecto a su ángel, sino inevitablemente humano, como digo yo.



Todas estas increencias y escepticismos de que hablo, vinieron a aposentarse en un cuerpo que creo que era bastante aceptable, perdóneseme la inmodestia. Fuí atleta sin saberlo, gocé de una salud casi insultante a lo largo de casi toda mi vida, me vi adornado con una memoria prodigiosa que me hacía aprender los libros sin perder una coma, tenia también una voluntad de trabajo natural y consecuente, y para entrar en la materia que hoy me trae aquí, añadiré que en lo referente a mis capacidades escriturísticas, no seré yo quien juzgue su calidad, pero si su facilidad, que fue y sigue siendo, más que apreciable. Nunca me ha costado casi nada escribir; pero mentiría si dijera que he tenido muchas cosas que decir. Todo lo que he dicho podía habérmelo callado y creo que hubiese quedado tan tranquilo. No ha habido pues esa compulsión, esa necesidad irrefrenable a tener que escribir forzosamente las pobres ideas que venían a anidar o pasaban en un vuelo por mi cerebro, de que tanto hablan algunos escritores, posiblemente porque su propia egolatría les hace sentir que son los únicos depositarios de esas pobres ideas -acaso de tanta pobreza como las mías- o tesoreros de mensajes transcendentales. Si uno se queda a mirar una biblioteca casi se ve obligado a reconocerse como un cretino si cree que puede añadir algo a lo ya escrito, Pienso así, seguramente, porque no siento que soy ni me he considerado nunca, escritor, sino simple lector y gracias, pero en gran medida, también, porque he llegado a creer que no hay nada transcendental y porque mas bien he tenido presente un cierto sentido heraclitoniano de la vida, es decir, una sensación de que la vida es un fluir, algo dinámico que pasa como el río paradigmático del Oscuro de Efeso. En cierto modo, aquella frase unamunesca de ¡que inventen ellos!, yo lo convierto en un ¡que escriban ellos!. Pero la vida, o el destino, sabe usar de la paradoja y de la ironía con notable maestría, y pudo hacer que me viese obligado a escribir mas de lo que nunca hubiese creído, haciendo de mí un émulo de El Tostado. De mi falta de ambiciones como escritor pueden hablar, en cierto modo, esa larga lista de obras que permanecen inéditas, pues su autor, no sé si por sustentar en el fondo de su persona la misma idea malthusiana que ha mantenido respecto a la vida la ha trasladado, también, a la literatura. Añadiré que esa ineditez es, en cierto modo, discutible, pues muchos de esos textos fueron publicados en periódicos y revistas, y solamente se puede decir de ellos que son inéditos en libro. En lo referente a mis libros, gran parte de culpa en su no publicación la tengo yo por no haber tratado de publicarlos, pero es que uno de los trabajos mas arduos para mi consiste en tratar de `colocar‘ el género a ningún editor, porque siempre tendría la sensación de que trataba de engañarle, y tampoco me veo errante, de editorial en editorial, con el libro bajo el brazo. Con esto no vengo a señalar otra cosa que estoy totalmente contraindicado para publicitar mis obras, que aun conociendo las leyes del marketing no me atrevo a usar sus elementos o herramientas. Con toda esta retención que hecho, voluntariamente o no, ahora soy el dueño de un notable caos. Antes, las carpetas se me sumaban de manera increíble, y sin que éstos hayan desaparecido, ahora son los diskettes los que llevan el mismo camino. Tengo la casi completa seguridad de que nunca llegare a poner orden en este gran desbarajuste.



EL LECTOR.-

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Expuestas estas líneas generales de mi pensamiento o de mi modo de ser, se me abre ahora el dilema de no saber por donde iniciarme en una segunda fase de esta confesión: si como lector o como escritor. Como el escribir ha sido para mí una actividad a posteriori, de pura necesidad o de pane lucrando, y en cambio la de lector infinitamente mas satisfactoria, empezaré por ésta. Recuerdo perfectamente no solo el titulo y el argumento de la primera novela que leí, sino también su portada. Era una novela del Oeste, género en el que me permito manifestarme como un verdadero entendido. Su titulo era “El oro de Aguas Perdidas”, y su autor, Hoffman Birney, pertenecía a esa serie de autores de talla dentro del género como los Ernest Haycox, Stewart Edward White, James B. Hendryx, Clarence E. Mulford, Dorothy M. Johnson, Lewis B. Patten, Max Brand, etc. Los lectores de mi generación recordaran que sus obras venían publicadas por una célebre editorial barcelonesa, la Editorial Molino, y muchas de ellas las conservo todavía, aunque no todas las que quisiera. En cambio, esa primera novela que he citado, y que no pertenecía a Molino, fue comprada, con mi pobre dinero de niño -debía tener unos nueve o diez años-, en la estación del topo de lrún, momentos antes de coger el otro tren, el llamado tren chiquito y también “El expreso de Shangai” por reminiscencias con una película de la época supongo, aquel entrañable tren del Bidasoa que hacia su ruta entre lrún y Elizondo y que cuenta con una más que excelente, encantadora bibliografía. Pero la novela de Hoffman Birney, mi primera adquisición literaria, nunca llegó a figurar en mi biblioteca. Una quema de libros al viejo estilo inquisitorial realizada en el colegio donde estudiaba, Oronoz, y regida por los Hnos. Maristas, hijos del esclarecido sacerdote francés Beato Marcelino Champagnat, hizo que ardiera en unión de otros congéneres suyos. Fue entonces cuando me dí cuenta, por primera vez, de que la lectura, fuera de los libros de texto, podía considerarse como actividad nefanda o pecado, y quizás por esto mismo, se me acrecentó el ansia de leerlos, despertando y avivando en mi ese foco de rebeldía interna, que a veces solapadamente, otras más explicita, siempre he mantenido. Me convertí de esta manera en un fuera de la ley, por emplear una fraseología acorde a ese tipo de novelas, un ser anómico como diría Durkheim, posiblemente un hereje, como podría catalogarme Menéndez Pelayo. Eso sí, leía a hurtadillas, pero también todo lo que caía en mis manos. Era una pasión imparable, avasalladora. Devoraba los libros sin reposo, a todas horas. Comía con el libro ante el plato, me apartaba de los juegos, y era una auténtica maravilla adentrarme por todos aquellos mundos nuevos que las novelas me abrían. Naturalmente, para un niño, todo era nuevo, y no había página desdeñable. Poco a poco fui haciéndome experto en autores y títulos populares, lo mismo en novelas del Oeste como en las policíacas. Accedí inmediatamente a otra categoría de obras de todo tipo gracias a una editorial, “Novelas y Cuentos” que había conseguido el milagro de ofrecer buenas obras a precios increíblemente baratos. Puede ser que su secreto estuviese en el papel que se empleaba, papel de periódico, pero eso a un verdadero lector no le importa, un verdadero lector esta obligado a leer sin remedio, es una droga mas poderosa que cualquier otra, y yo seguía leyendo y leyendo en obras que me costaban 60 céntimos, l peseta, 1, 50 .... libros de grandes autores muchos de los cuales conservo todavía. Parecida baratura tenían los pertenecientes a la Colección Universal de Espasa Calpe, antecesoras de la famosa Colección Austral. Los de esta ultima colección también se hacían medianamente asequibles a 7,50 el volumen normal, Como guía de lectura contaba con la Historia de la Literatura del que luego fue gran amigo mío, Guillermo Díaz Plaja. ¡Cuántas veces paseamos juntos en Sitges, en Zaragoza, en Barcelona, etc, en nuestros encuentros anuales en la concesión de los Premios de la Critica, en los que ambos formábamos parte del Jurado!. La Historia de la Literatura, de Guillermo Díaz Plaja, tenía dos aspectos sumamente interesantes. Uno de ellos era la Historia en sí, con la biografía de cada autor, la lista de obras a él debidas, su argumento, tesis, etc, y, en un segundo aspecto, que a mi me interesaba tanto como el primero, ofrecía al final de cada capítulo, en letra pequeña, la relación de obras con la indicación de las editoriales donde se habían publicado, etc. Con este aviso, solamente me quedaba acudir a las librerías y hacerme con aquellas obras allí descritas, y lo hacia metódicamente, en una especie de simbiosis entre el deber y el placer, lo que me permitió leer toda una serie de autores y obras que si no, y pasado algún tiempo, me hubiera sido imposible leerlos. En este punto, creo que puedo decir que mi formación, respecto a mis lecturas, fue muy buena, a pesar de ese autodidactismo que usé en la vida puesto que por aquel tiempo, no voy a decir que se fomentaba mucho la lectura, mas bien al contrario. Yo creo que ciertos autores, si no se leen durante la juventud no se leen nunca. A todo esto, y en un momento de sequía, me encontré en casa con tres libros que eran cuatro, ya que uno de ellos, el Diccionario- Enciclopedia Sopena, constaba de dos volúmenes, de unas 1.500 paginas cada uno, y que también conservo en mi poder. Con este Diccionario-Enciclopedia, y antes de conocer al personaje por supuesto, hice lo que el Autodidacta de La Naúsea sartriana hace con los libros de la Biblioteca Municipal: fui leyéndolo, palabra por palabra, aunque no aseguraría que llegué hasta el final. Esto puede parecer un ejercicio un tanto idiota, pero dada mi sed de lectura, podría asegurar que, con toda probabilidad, y de no tener mejor cosa que leer, hasta podría haberme entretenido con el listín de teléfonos, y además inventándome historias con los personajes que ahí encontrara, bien sea adentrándome por la etimología de sus apellidos, imaginándome su etopeya diaria en base al pueblo o barrio en donde residían, etc. Las artes de una mente solitaria son innumerables, y yo siempre he sido un recalcitrante solitario. Me he pasado la vida hablando conmigo mismo -y no por aquello que dice Machado de que, `el que habla consigo mismo espera hablar con Dios un día'-sino porque me parece que me ha permitido ir muy lejos, imaginativamente, teniéndome a mi mismo como compañero expedicionario, cicerone e interlocutor único, Esta “solitariedad” (que no soledad), casi me ha hecho ser una especie de solipsista, con una conciencia cerrada que elabora sus propias leyes, lo que sirve aún más para marginarse del común de la sociedad; en fin, un solipsista, por otra parte, en varios de los distintos aspectos en que puede presentarse, bien en lo metafísico, en lo lingüístico, etc, con ideación de hasta una teogonía propia e invención de juegos de palabras y signos a manera de encontrar un lenguaje propio y en clave solamente inteligible para uno mismo, todo lo cual le serviría seguramente a un psicólogo o psiquiatra para elaborar una teoría de aproximaciones al autismo en mi ego, como sujeto agente o paciente, según se mire. Los otros dos libros encontrados en casa, eran, también, vulgares y originales al mismo tiempo. Uno de ellos era una Biblia Protestante como se les ha ido llamando, de aquellos editados por la Sociedad Bíblica B. y E., en versión de un también singular personaje, Cipriano de Valera, a quien don Marcelino Menéndez Pelayo le dedica un capitulo en su Historia de los Heterodoxos españoles. De Valera vivió en la última segunda parte del siglo XVI. Nació en Sevilla, fué fraile, profesor en Oxford, se casó en Londres, huyó a Suiza, y, Menéndez Pelayo, entre otras lindezas, le llama lujurioso, volteriano, bellaco, recopilador de blasfemias de taberna, cuentos verdes y dicharachos soeces, sectario de reata, etc, no librándose tampoco de unos cuantos dicterios, su editor, Usoz. Sin embargo, a pesar de todo esto, ni el mismo don Marcelino le regatea la alabanza por su buen castellano. Con esta Biblia, leyéndola sin perder palabra, me he pasado muy buenos ratos. El tercero de los libros era un clásico de la cocina, el de Domenech, del cual no hablaré en esta tierra de gastrónomos ilustres. Mencionaré también la existencia, por aquel entonces, de las llamadas Bibliotecas Circulantes, una de las cuales, llamada Rebeca estaba, en principio, en la calle San Marcial de esta ciudad de San Sebastián, y se trasladó luego, a la calle Echaide, nada mas torcer la esquina. Las referencias a esta Biblioteca, de la cual fui socio engullidor de extraordinario apetito y que no paré hasta consumir sus pertenencias, por así decirlo, estén perfectamente apuntadas en un libro a medio terminar en donde hago memoria e historia de mis vivencias donostiarras. La continuación de mis lecturas y de mi biblioteca tiene, luego, un curso casi normal, con muchas adquisiciones en la famosa Cuesta de Moyano madrileña en un exhaustivo recorrido por los barracones recostados en la pared del Botánico, que visitaba diariamente en mis idas y venidas a la Facultad de San Carlos, con presencia casi infaltable los domingos en el Rastro, y un concienzudo visiteo por las otras librerías de lance madrileñas, rescatando, sobre todo, un gran número de autores de segunda fila de los primeros años del siglo, Jacinto Octavio Picón, Eduardo Zamacois, Salvador Rueda, Antonio Zozaya, Joaquín Dicenta, Felipe Trigo, José Francés, Pedro de Répide, Alejandro Sawa, Manuel Bueno, Pedro Mata, Sinesio Delgado, Colombine, Arturo Reyes, Mauricio López-Roberts, Augusto Martinez Olmedilla, Cijes Aparicio, Cristóbal de Castro, López de Haro, Emilio Carrere, Eugenio Noel, Lopez Pinillos, José Maria Salaverría, Hemandez Catá, López Bago, Hoyos y Vinent, Alberto Insúa y un larguísimo etc, por la absoluta imposibilidad de mencionarles a todos, colaboradores todos ellos de una serie de publicaciones de un fuerte encanto hoy en día, como “El Cuento Semanal”, “La Novela Corta”, “La Novela del Sábado”, etc, y presentes todos actualmente en mi biblioteca, con alguna obra. Me acuso pues de haber sido y ser, un impenitente lector, con este casi único vicio desmesurado, un libroadicto sin remedio... Pero hablando de lecturas, no puedo silenciar de ninguna manera, las largas charlas literarias mantenidas con el único amigo de verdad que he tenido, Femando Bandrés. Con Fernando, autor de obras como “Pájaros en la cabeza”, “EI regreso”, etc, y como articulista gran diseccionador de los sentimientos humanos, he pasado tardes enteras hablando de literatura en nuestros viajes dominicales a Biarritz mientras tomábamos un café en el Royalty. Era un importante intercambio de lecturas, o contrastados comentarios los que hacíamos, solamente posibles entre dos personas que leían mucho, preferentemente sobre obras publicadas en editoriales argentinas que nos permitían estar al tanto de lo que se estaba escribiendo en el mundo.



EL ESCRITOR.-

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De esta otra faceta de mi persona no voy a decir gran cosa. De por qué pasé de la lectura a la escritura, sin dejar, por supuesto, aquella, ni yo mismo sabría decir las causas. Hay, sí, efectivamente, un pequeño factor un tanto trivial y de origen educacional. Recuerdo que en mi primera edad, cuando tenia unos nueve o diez años, en el colegio en donde me internaron, tuve que enfrentarme por primera vez, con el folio en blanco, ante el deber de tener que escribir la primera carta semanal a la familia, como era obligado. Fue una pesadilla hasta que intervino el profesor correspondiente, don Angel se llamaba, que me enseñó esa murga tópica de espero que estéis bien, yo muy bien a Dios gracias que muchas buenas gentes, sin muchas escrituras ni imaginación suelen poner en sus cartas y que, mirándolo bien, no resulta tan desdeñable tampoco, por lo menos si lo comparamos con el ciceroniano “si vales, bene est ego valeo” que viene a ser, poco más o menos, lo mismo. Pero esto fue, simplemente, el primer domingo de internado, puesto que, inmediatamente, mis notas en el ejercicio de narración, empezaron a tener una notable alza. Esta buena apreciación de mi escritura me fue acompañando a lo largo de toda mi vida educacional, no faltando durante este tiempo algunos pinitos literarios más o menos frecuentes según mi talante del momento, es decir, algunos poemas, algún cuentecito, etc. Vinieron luego algunos trabajos desperdigados en alguna que otra revista, mis memorias cuarteleras, algunas colaboraciones en periódicos, la publicación de un primer libro, en tan, pequeñas actividades que no entiendo como han tenido continuación, y por todo lo cual pido perdón públicamente. Ningún libro mío me ha dado ninguna satisfacción, aunque es claro que tampoco reniego de ninguno de ellos. En esta parida ha habido muchos abortos, y cuando me da por abrir mis cartapacios me amanecen una serie de muñones de novelas, gritos de reclamo y de protesta de seres condenados que algún dia, acaso, soñaron con la existencia. Para terminar con este aspecto, he de decir que considero que se le da demasiada importancia al acto de escribir y al escritor, y que, en muchas ocasiones, el problema de escribir o no es un problema de sentarse o no sentarse a escribir.



EL PERIODISTA.-

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Otra de las facetas literarias cultivadas por mi, es el periodismo al que llegué un poco por casualidad y otro poco por sugerencia de José María Mendiola. Creo que ha sido en los periódicos y en las revistas donde mas he desarrollado mi escritura, en forma de artículos, reportajes, entrevistas, criticas, etc. Resaltar todo ese material que está en las hemerotecas es un auténtico reto que a veces me tienta pero que el poco tiempo que tengo para hacer otras cosas y porque me acucia mas lo nuevo, hará que definitivamente lo deje como está, A veces me parece que, por la edad que tengo, estoy en parecida situación a aquel forzado de la pluma que fue Adriano Bertrand, un discípulo de Anatole France que, herido de muerte en la guerra, luchó contra reloj escribiendo en plena fiebre doble, literaria y carnal, sus novelas, entre las que están “La llamada del suelo”, “La tormenta sobre el jardín de Cándido” etc, obras que también leí en mis tiempos de gran lector merced a su publicación en la editorial Prometeo, que dirigía en Valencia, el novelista Vicente Blasco Ibañez, y en donde fueron apareciendo autores tan interesantes como los Barbusse, Binet-Valmer, Miriam Harry, Juan José Frappa, Mauricio Barrés, Johan Bojer, Elemiro Bourges, René Boylesve, Ricioto Canudo, Abel Hermant, Joris Karl Huysmans, Edmund Jaloux, Marcela Tinayr, Francis de Miomandre, Paul Margueritte, etc., una serie de autores sobre los que Blasco Ibáñez, además de publicarles, escribió su semblanza bio-bibliográfica y que las reunió en el libro titulado “Estudios Literarios”. Al filo de este recuerdo, quisiera manifestar que aunque no tengo la certeza que César Vallejo tenia, que no sé si “moriré en París con aguacero, un día del cual (evidentemente no) tengo ya el recuerdo... barrunto que el plazo que me dieron los dioses se va acabando y ya no tendré mas remedio que aprestarme al viaje dejando las cosas colgadas, cosa que no me duele mucho, en definitiva, ni por la marcha ni por las cosas, que uno ya ha visto lo sustancial de la vida y todo lo que queda ya es fotocopia…



EL POETA.-

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Otro paso distinto fue el paso a la poesía. Al margen de unos primeros poemas de juventud que nacen, frecuentemente, de una influencia directa de los poetas que, en un momento determinado, leemos, el primer libro de poemas publicado, “Humano animal”, nació como una especie de reto y se desarrolló como una vomitona. En sus poemarios, por supuesto, esta presente la naúsea existencial que, dentro o fuera de las modas literarias, siempre ha estado presente en mí. A su imperioso mandato fui desahogándome letra a letra, frase a frase, y como no llegué a satisfacerme del todo, por lo visto, proseguí la misma acción evacuatoria en un segundo libro “Semántica de sémen”, que cuenta con poemas de fondo tan optimistas y euforizantes como la “Balada al ahorcado”, etc. Últimamente, variando de temática y de panorámica en general, he ido adoptando posturas garcilasistas o hasta petrarquistas. Curiosamente, en un tiempo usé de la poesía como vehiculo amoroso y he de confesar que es real su capacidad para enamorar en muchas ocasiones. Recordando pues, aquellas viejas tretas, he escrito varios poemas -generalmente sonetos- amorosos. Con permiso de todos ustedes voy a colgar aquí dos de estos poemas que se presentan en formato de soneto inglés, es decir, dos cuartetos, un serventesio y un pareado :



“Recuerdo tu fragancia y tu aroma,

en noches que mis manos te palpaban,

tenuamente ascendían y alcanzaban

el tesoro escondido en tu redoma.

Recuerdo que jugaban en tu loma,

entre rizos de seda que anhelaban

las caricias que nunca terminaban…

¡Oh, zureo sensual de la paloma!

Recuerdo las fronteras venusinas

que esas manos audaces traspasaban

y manantiales de aguas hialinas

de entre tus suaves muslos afloraban.

Recuerdo… ¡sí, amor, cómo recuerdo

cuando la fruta del pasado muerdo!





y este otro, de parecido corte:





Diente con diente, amor, esta almohada,

que tantos insomnios contemplar pudo,

sabe que un nudo, mi amor, un gran nudo,

me hacía con tu imagen y con la nada.

Diente con diente, amor, y te soñaba

desnudo tu cuerpo, ¡total desnudo!,

mordía diente con diente, sañudo,

al pensar que otra mano te apretaba.

Diente con diente, mi amor, te declaro,

y lo dice mi encía ensangrentada,

te mordía rabioso, y te aclaro,

que diente con diente, te asesinaba…

Diente con diente, tu carne en mi boca

y nunca pude saciar mi ansia loca.





Como se podrá deducir de estas dos pequeñas muestras de mi actual ejercicio poético no es mas que un juego de palabras, de memorias, de sensibilidades, de afectos, de rimas, de acentos, acrósticos, etc.





martes, 1 de marzo de 2011

Antifonario



Falleció la Fallaci y la prensa se encendió en obituario ardiente, punteando luminosos los pabilos de los cirios de no se sabe que (de tristeza supongo que no que hasta tanto casi nunca llega el corporativismo periodístico; de alegría tampoco es de sospechar, pues que tampoco van por ahí que no las odas aunque tampoco endechas; de admiración difícilmente cuando en este oficio lo normal es adscribirse al grupo de los narcisos, floralia de vanidosos y egoístas), Séase así con ella o no. todos los adioses de coetáneos nos producen variadas sensaciones en nuestra intimidad, que puede ser que. en el primer momento, nos nazcan acordes o cadencias undosas de vernos libres de un peligro que era ése en la que ese otro que soy yo, cayó, es decir, la alegría espontánea del animal que se ha visto en peligro y acaricia su osamenta, a lo que. sigue como un tabaleo de años en las cuentas de la memoria y un como gusano acezante de angustia por la proximidad del otro peligro parejo a que el futuro nos aboca, acaso también la envidia hacia el occiso que ya cumplió con el deber que a todos se nos tiene asignado y cuando a nosotros nos pende aún la deuda, pensamientos tan naturales que los vemos girar como en rueda de feria. Pero lo cierto es que falleció la Fallaci y la prensa se convirtió en un jardín no diría yo que de cipreses ni de vesperinas ni de crisantemos que son todas plantas mortuorias en mayor o menor medida sino en especie de coronas bien entretejidas las más, que en hacerlas vistosas se han entretenido los mejores artesanos del papel prensa y de columna diaria y la antología necrológica se enriqueció sobremanera; Todos llevamos acuñado -entre ceja y ceja algunos-, el diseño de ese jardín ideal por cuyos senderos nunca caminamos y del que alguna vez pienso escribir si el corazón y los pulsos no se me desmayan por la cargazón de los años, y acaso por ese modelo ideal substanciado casi en nuestros gones no podemos por menos de girar una visita no sé si romántica, no creo que excesivamente sentimental, sobre las hespérides sobre las que ejercía su cuidadosa vigilancia del manzano de oro de su profesión la italiana de pluma daga (que en determinado momento toda metáfora tiene que ir directa al grano, ¡fuera las comparaciones metafóricas con ayudas adverbiales! aunque sea esto un oxímoron, no importa). Falleció la Fallaci y los más preclaros espadachines de la prensa entraron en duelo (no 'de lágrimas vertiendo' tipo garcilasesco) sino de justa o torneo como lo pudiera narrarnos uno de los muchos seguidores que a esta hora le han salido al gran Scott, don Walter, señero inventor del género, y, porque a tal señora tal honora, o porque ya se lo saben todos que el estro de Zorrilla amaneció del vientre del cadáver sombrío y macilento' de Larra y aun supurando ellos mismos glorias literarias abundantes, nunca deja de ser lugar conveniente la sombra del copudo árbol que, en este caso, ha podido adquirir la yacente figura de la periodista italiana, tan célebre que entrevistó a la mismísima Gran Señora llamada la Historia en sus arterias y venas principales ninguna de las cuales se atrevió a no recibirla, que lidió de tú a tú con los antipáticos (entre los que colocó a la Duquesa por antonomasia por herencias acumuladas que no por esencias propias y a Antonio Ordóñez representante supremo en tal momento de lo más ostentoso de la torería, poniéndolos a los dos como chupa de dómine, que se decía aunque ya no sé si se sigue diciendo), asistió a todos los conflictos que se dieron en el siglo pasado y recaló en éste para dejar testimonio, a ultima hora, de sus profundas antipatías al Islam desde su conciencia alerta de atea cristiana como se proclamaba, clónica del modelo preconizado hace siglos por Arrio, Al desearla el consabido y tópico RIP me queda algo más que la duda de si no será crimen léxica y de intenciones contrapuestas desearla el descanso a tan activa guerrera. De sus muy abundantes trabajos de prensa y literatura, extraigo solamente, como acierto de selección por supuesto que no de creación que aquí nos entra en ronda Pláton y su 'Apología de Sócrates', la cita que antecede a su complejo texto literario de "Un hombre', una novela admisible en variados géneros como asegura la autora que quiso que fuese, un libro sobre la soledad del individuo, sobre la tragedia del poeta que no quiere ser y no es hombre masa, un libro sobre el héroe que lucha solo por la libertad y la verdad sin rendirse nunca, etc, etc, que, yéndonos por fin a la cita, escribe Pláton por boca de Sócrates, que 'Ha llegado la hora de partir. Cada uno de nosotros sigue su propio camino: yo a morir, vosotros a vivir. Qué sea mejor, sólo el dios lo sabe”. Que dudo mucho yo de que la Fallaci ahora, como antes tantísimas legiones humanas y las que vendrán, podrán allegarse nunca a tan supremo conocimiento.






Ratisbona.-


De los asertos varios de la Lección Magistral impartida por Ratzinger en Ratisbona, espigo dos. La una, por lo que tanto ha dado que hablar. La otra, por lo que tan poco. Y, creyendo yo, que debiera ser al revés. 


La cita de Manuel II Paleólogo con la que Benedicto ha creado tantos escozores en la siempre sensible piel islámica, me hace releer la-Historia, lo confieso, más cuando el Imperio bizantino nos es y nos ha sido siempre, no se por que, mucho más desconocido que el romano. Materialmente, yo diría, esa cita resulta más peligrosa, en los presentes tiempos, que una cascabel en las proximidades del calcañar y con el aumentativo de ir descalzo, que quién sabe si servirá para mejor calibrar las excelencias de la Guardia Suiza (que, por cierto, ni siquiera sé si siguen vegetando por el Vaticano). Pero mentalmente, es decir, en los terrenos de la razón, la otra referencia a ese posible engrane entre racionalidad y creencia, me es más insondable. Claro que será que la teología tendrá sus secretas razones que la común razón no entiende. 






La palinodia.- 






Guardo esta última antífona para la inmigración, que si Ratzinger no puede cantar la palinodia (que chirriarían así sus cuerdas vocales y los de toda la cristiandad en suma) de ese menester de freno y marcha atrás parece que se están encargando unos gobernantes salidos de una factoría de novatos imposibles, que solamente aciertan cuando se desdicen. Mientras tanto, la inmigración, a pie de guerra, con el cuchillo del hambre en sus dientes, ha entrado y sigue entrando a la carga por los cuatro puntos cardinales, que también habría que releer la Historia en busca de algo parecido que no sería posible encontrar porque lo de ahora supera lo de cualquier tiempo pasado en materia de inmigración aun contándose las invasiones todas, godos, ostrogodos, visigodos, almohades, almorávides, benimerines, etc, etc.

El exílio



Albert Camus, una lúcida mente del siglo XX, nos sirvió su concepción del exilio en seis relatos, L'exil et le royanme, pero a pesar de todo, y según el recuerdo que de ellos tengo, no creo que recogen, más que en una mínima parte, el amplio panorama de los exilios. No, al menos, en algo similar al ruido de las maletas, que ya se sabe que, en algunas ocasíones, antecede al de los sables, y en otras, lo sigue, pero menos aún en el exilio como esperanza, que hunde sus raíces en una insufrible situación con la que es preciso terminar de una vez, quitarse de encima tanta monserga de tantos años y des- cansar de tanta chinchorrera politiquería con que nos estragan la mente y el guto.






La situación, en última cadencia, ya se sabe que está en el suicidio, que es una apelación para decir adiós a la mentecatez ambiente, pero es una solución ante la cual la razón suele mostrarse absolutamente irrazonable que creo que es una situación perfectamente explicada desde los manuales de la psicología o no sé si de la psiquiatría, y se resiste a usarla y evoca los distintos trances por los que pasar que, como mínimo, no resultan ser muy cómodos y de ahí acaso el origen de nuestra resistencia. De todas formas, creo que el del exilio es un fantasma que muchas veces se hace presente, y tanto nuestra consciencia como hasta nuestra inconsciencia no dejan de pensar en él, que a mi se me antoja como el caso de aquel personaje de Iván Bunin que se compró un féretro y lo guardaba en su dormitorio, que no sé si lo dice o no el gran escritor ruso, pero sospecho yo que, como Drácula, dormía muchas veces dentro de él, es decir, todas esas veces en que rondaba ese fantasma antedicho y lo más razonablemente defensivo era adoptar el gesto emblemático del avestruz de enterrar la cabeza bajo tierra.






Las dos fórmulas. Aparte de la del suicidio, que puede ser solución inapta para pusilánimes, creo tener no una fórmula sino al menos dos, para dar remate a tanta tabarra con las que nos atosigan. Claro que las dos tienen que ver mucho con las maletas, con aquellas ya viejas maletas que saqué a colación hace algún tiempo -que reivindico que fui el primero, como lo pueden refrendar las hemerotecas- y que se pusieron tan de moda que no había ni político, ni comentarista de la ídem que no las mencionase, aunque sin pagarme los derechos de autor, no hace falta decirlo. Pero, de todas maneras, me parece que es conveniente siempre recordar algo de lo que la maleta ha supuesto en la historia Universal, en la historia de España, en la historia de todos los pueblos y de todas las gentes y, por supuesto, en este reducto territorial en la que tanto les cuesta dejarnos vivir en paz.










Un poeta británico, Edwin Brock, inclui­do en una antología de Antonio Cisneros (Poesía inglesa contemporánea, Barral Edi­tores, 1975), habla en su poema de cinco maneras de matar a un hombre, y asegura, con punzante ironía, que el método más sencillo, directo y limpio es asegurarse de que vive en algún lugar y dejarlo ahí, pero es que tampoco habla del método del hom­bre con la maleta que quizás es más atroz, del hombre a quien se le da una maleta para que camine, para que vaya haciendo jor­nadas no se sabe adónde, no se sabe a qué, hombre errante por caminos que descono­ce y que lo único que sabe es alejarse, irse yendo cada vez más lejos que es el señuelo que guía al que vive en determinadas zonas como en las que vivimos. De quien trujo esta situación mejor es que no hablemos, que ya se sabe que acaso es que se me per­mite decir una pequeña parte de la verdad pero no toda, por lo que es preciso pedir cierto discernimiento y hasta cierta intui­ción al lector.






De todas formas culpables hay muchos, de entre los que fueron maestros en el aban­dono y de entre los hábiles en la rapiña, y lo que es evidente es que no vale lamen­tarse de premuras y de excusarse diciendo que fueron inducidos a error, un lamento, un grito clavado en el fango de los arre­pentimientos que solamente pueden ser perdonados por Dios porque «ése es su ofi­cio» como decía aquel maestro en ironías que me Heinrich Heine, que puestos a recordar recordaríamos muchas cosas que a algunos les convendría no recordar.






La maleta. Tampoco es cosa de hacer una apología de la maleta, pero sí de decir que al menos para mí es objeto al que le guardo un recuerdo entrañable. De male­tas y maletines podría escribir todo un tra­tado y me extraña mucho que ahora que tanto se habla de viajes no se hable tanto de la maleta, que me parece que es que otros elementos viajeros, han optado por la mochila, y así les va. La mochila es impe­dimenta de explorador, acaso proveniente de esos muchachos que fueron educados como boy scouts según los mandamientos de Baden-Powell, muchachos exploradores que podemos encontrarlos en cualquier sitio, incluso hasta en pasajes de Indiana Jones.






Pero, en lo que a mí respecta, otras han sido mis maletas, como aquel maletín que se me enreda en la memoria de los viejos tiempos del romanticismo y de las dili­gencias que los he vivido en la lectura de tantas novelas, un maletín de médico de familias o donde imagino que guardaba sus herramientas Jack el Destripador, de cue­ro revirado o hasta de cartón piedra si se tercia que se guardaba en una oculta ala­cena de mi casa y con la que inventé, de niño, crímenes terribles, y hay una male­ta que es la maleta de los tiempos pobres, la maleta que servía de asiento en los duros y traqueteantes trenes de la anteguerra, guerra y posguerra, maleta para ir de sol­dado o a la emigración, la maleta con la que escribió su libro reportaje de una España que se quedaba flaca de gentes, de pueblos vacíos, de «adiós, mi España querida» en las coplas de Juanito Valderrama creo, aquel escritor que se llamaba Angel María de Lera y que tuvo sus momentos de gloria literaria pero que es gloria tan efímera ésta, que ya quién se acuerda de Lera, quién de estaciones de tren abarrotadas con gentes que se iban a la Alemania del milagro eco nómico, a la Europa bella que el toro espa­ñol embistió como nuevo Zeus para dejaro la encinta, que me acuerdo ahora de que, con tantas cuestiones y tantas maletas y tantas referencias me he olvidado de poner aquí las dos fórmulas de nuestro remedio o de nuestra salvación que, pensándolo bien, pienso que es mejor que no las pon­ga, que, acaso, de esta manera todos podre­mos dormir más tranquilos que es de lo que se trata, aunque sí diré que son fórmulas que tienen que ver con el exilio, fórmulas de exiliarse antes de que nos exilien, una retirada a tiempo para que un dios justi­ciero, si lo hay, limpie nuestras moradas y limpias las encontremos a nuestra vuelta.