lunes, 17 de enero de 2011

CRIMENES TRUCULENTOS


Truculento" es un adjetivo aplicable a aquello que sobrecoge o asusta por su morbosidad, exagerada crueldad o dramatismo. Y no está mal escogido para designar el conjunto de hechos violentos del que se hacen eco las crónicas de este volumen, desde sucesos enmarcados en la guerra de bandos, como la quema de Mondragón, hasta el crimen de Beizama, que conmocionó a nuestros abuelos, pasando por las andanzas de bandoleros de leyenda, como Joaquín Iturbe, "Xantua", o el el atentado en el balneario de Santa Águeda que en 1897 costó la vida al presidente del Gobierno español, Antonio Cánovas, y la posterior ejecución en Bergara de Michelle Angiolillo. Pero Santiago Aizarna no aborda estos hechos desde la truculencia sino, fundamentalmente, desde la literatura o, mejor dicho, desde el reflejo que tuvieron en la literatura, ya sea en la considerada culta, como puede ser el caso de algunas novelas de Pío Baroja, ya sea en la popular, como los bertsos de Berdabio o los de José Larreina, autor confeso de catorce asesinatos. Aizarna sospecha que el material reunido pudiera ser suficiente para iniciar un estudio criminológico en el País Vasco, pero advierte que su objetivo no ha sido ése, sino, simplemente, volver a posar la mirada sobre hechos que dejaron profunda huella en la memoria colectiva.

MISTERIOS NAVIDEÑOS


Al igual que a aquellos profetas del Viejo Libro iban estimulándoles la esperanza los signos y señales de la llegada del mesías durante tantos y tantos “años y leguas” (un saludo a don Gabriel que los describió como nadie tanto los años como las leguas como los profetas), de parecida manera suelen llegarnos las señales o los heraldos apócrifos de la Navidad, ese misterio increíble.
 Su misterio está en sus varios milagros. Uno de ellos en su extraña (me parece al menos, a mí), ubicuidad. Supongo que algún lugar habrá en el mundo donde no se la celebre cada uno a su manera, pero el milagro está, a mi entender, en que su virus se haya extendido tan insuperablemente entre creyentes como entre descreídos; en que una invención tan convencional (dígasele si no a aquel hombre, Dionisio llamado el Exiguo por la pequeñez que le predominaba,  que dio en la costumbre de jugar y de imponer a todo el mundo su  calendario) se afianzase en los hitos de las costumbres, esas largas avenidas de los días, tan largas las avenidas como los días, tan nublado, pese a las luces que se cuelgan, todo. Otro milagro, sublime también éste (con tilde, por supuesto porque obviamente no hago caso a la RAE ni en sus mandatos, ni en sus permisiones, ni en sus sugerencias cuando me parecen tan descabelladas),  el de su mensaje de paz, desoyendo en Mateo (10,34 y 35), lo que dijo Jesús a sus apóstoles a la hora de encumbrarlos a tal categoría: “No penséis que he venido para meter paz en la tierra; no he venido para meter paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra”. Eso para que se reúna la familia junto al viejo llar, las cadenas colgando de la fuerte alcayata de la chimenea, el “Ator, ator, mutilla” como música de fondo, las castañas en la danboliña, chipli, chapla, pum, que, en hablando de castañas habrá que citar, sin duda, a esos heraldos anticipados que han sido desde siempre las castañeras, que, hace poco, en estas mismas páginas, alguien se lamentaba de que, en su casa, no se asaban de manera tan sabrosa las castañas como las que se compran en la calle, el cucurucho en el bolsillo del gabán para calentar la mano, el pellejo que se destriza entre los dedos, la carne de la castaña tan tierna y tan caliente que merece al menos un poema, una oda, qué menos, que, ¡claro que no se pueden comparar unas y otras castañas!, que el oficio es el oficio, de igual manera que nadie pudo limpiar tan bien los zapatos nunca como los “limpias” de extinta actividad, de espera en los soportales del Bule algunos o por bares y cafés, un trabajo de excelentes artesanos dominadores de la anilina y del betún en todas sus gamas, maestros a tener en cuenta en la donjuanía del calzado, que no sé yo si hará falta leer a Marañón para entender este mensaje, cuando el de la Navidad, aparte de los Christmas que todavía subsisten no se sabe cómo, personalmente me llega de forma eminentemente poética, es decir, un viejo amigo, buen amigo por supuesto aunque no tan viejo como yo, Isidoro Alvarez  Sacristán, nunca suele faltar a la cita navideña y acostumbra a venir con un libro de poemas bajo el brazo, versos, a veces, como ocurre con el de este año, torsionando de tal manera los dos dictados de su doble profesión de poeta y jurista y dando a luz este volumen titulado “Tercera instancia” , la  puñeta de la toga dictando su poder en ilustración de portada, por dentro los mil requilorios de la justicia en solfa recia, como a la Señora Justicia compete. Buen heraldo éste  para presagiar la Navidad inminente, como lo es, asimismo, ése (éste) día de Santo Tomás el incrédulo, porque es tan difícil creer que la ciudad se vea inundada por tanta gente, vestidas las más con atavíos de cashero y cashera, plazas ciudadanas varias con olor a fritangas de chistorra, la oronda presencia de la cerda más cerda (que no es insulto muy al contrario), la llamada Filemona dicen (que algo disléxico barrunto que se mueve entre las sombras de esta denominación) repantigado a sus anchas en su trono popular recibiendo el homenaje de sus fans, el recuerdo perdido en la vieja costumbre de la entrega-ofrenda  de los capones a la familia de los dueños del caserío, la vuelta por los senderos con el seco bacalao que, sin cabeza, ¡ay de mí¡ tanto viaja, pregúntenselo a Hartzenbusch.
   Tantos son los signos distintivos de la Navidad que se me hace imposible no citar esa otra guerra interna librada en varios frentes, tales como los de Olentzero, los Reyes Magos, Papá Noel, belenes, abetos, etc, aunque sin llegar, por supuesto, al ajusticiamiento de Papá Noel, ocurrido en la Navidad de 1951, ante la explanada de la catedral de Dijon, y del que se hizo eco inmediatamente, aparte de “France-Soir”, un breve texto de Claude Lévi-Strauss “El suplicio de Papá Noel” (del Taller de Mario Muchnik, 2001), en donde aprovecha la ocasión, entre otras cosas, para hablar de las Saturnales y del tiro por la culata o resultado paradójico de los eclesiásticos de Dijon que, queriendo eclipsar una figura ritual proveniente de viejas costumbres de la paganidad se encontraron con que lo único que habían conseguido fue reafirmar aún más su presencia.

SUNSET PARK DE PAUL AUSTER


Limpiando casas abandonadas en Nueva York
              Santiago Aizarna
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Novela
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Paul Auster
Sunset Park
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Editorial: Anagrama
Páginas: 285
Precio: 18,50 euros
     Sabido es que Paul Auster es autor que ha sabido despertar atención especial y hasta adicción en sus lectores, por lo que la exigencia de éstos se muestra cada vez más intransigente a cada nueva obra suya. Para decirlo de otra manera, es un autor al que se le ha colocado en competición consigo mismo y los enemigos a batir son sus anteriores propias obras. En cierto modo también, sería como la situación extrema de ese tenor que, de entrada, dio el do de pecho y, su restante actuación, se ve como gravada o lastrada por ese primer grado de exaltación y exultación. Puede ser que esta circunstancia se halle presente en el común de las críticas que sobre ésta su última novela se han escrito.
    Sin embargo, tan difícil como alabarla generosamente, resultaría injusto no resaltar las virtudes de esta novela, ésas que son parte inalienable de la literatura de Paul Auster, que empiezan en la frescura, espontaneidad y amenidad de su escritura y siguen dotando a sus personajes y sus historias, de esa su ductilidad tan especial. Incide el autor, como en un plano general y como exponente primero y principal de la sarta de historias que irán desarrollándose a lo largo de la novela en ese fenómeno social que tiene que ver con los aspectos de viviendas apropiadas por los bancos por medio de embargo y derivando tanto a los domicilios abandonados como a los llamados okupas aun grupo de los cuales se une, adentrándose en los estudios psicológicos de los varios personajes que van apareciendo a lo largo de la novela . El protagonista, Miles Heller, al menos en su presentación, se dedica a un trabajo llamado “sacar la basura” junto con un equipo formado por cuatro personas y a las órdenes de la “Compañía Inmobiliaria Dunbar, que subcontrata sus servicios de mantenimiento de viviendas”. Claro que aun en este trabajo, que pudiera parecer tan vulgar según desde qué punto de vista pero tan enormemente sugestivo si se observa desde el lado de observar y estudiar comportamientos humanos, puede poner Miles una nota de especificidad personal, como es esa rareza suya de fotografiar las cosas abandonadas. También sirve, para mejor dejar perfilada su figura, ese peso que arrastra, como Caín irredento, de la muerte de su hermanastro, una duda enquistada de si accidente o no, problema que, aun a costa suya, le va minando seguridades, ya que deja en el aire, como voluntaria ignorancia, si la muerte de Bobby fue accidente o si en el fondo tenía intención de matarlo.  Y, en cuanto a la parte amorosa, la relación que vive con Pilar Sánchez, menor de edad y junto con la lectura de “El Gran Gatsby” (tercera lectura para él desde que le regaló su padre a los dieciséis años) de por medio. Pero, como casi siempre en el caso de Auster, esos variados personajes suyos van cobrando entidad tan personal que hasta tendrán voz propia en una manera de estampas personales que nos revelará en sus problemas y episodios, todo ello bien entreverado de notas y recuerdos personales sobre referencias culturales, serie de opiniones que vierte sobre libros, películas, etc. Una novela que nos da algo como la radiografía de su país, Estados Unidos, sumido en problemas de la actualidad, y de carambola, retratando asimismo otros países seguramente en razón a la dependencia de costumbres y manera de vivir que se imita de la sociedad americana. La novela, siendo en esencia una más de la larga lista de obras que hablan de la fecunda trayectoria literaria de Auster, es, al mismo tiempo, una más agradar a sus lectores gracias a las características que nunca faltan en su narrativa.

EL CULTO AL HEROE EN LA TRADICION JAPONESA


Documentación
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Ivan Morris
La nobleza del fracaso
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Editorial: Alianza
Páginas: 630
Precio: 29,50 €
      Sabido es que, en el año 1970, el escritor japonés Yukio Mishima, practicó el ritual del seppuku o harakiri por su idea de la necesidad de volver a vivir según las tradiciones y en contra de la occidentalización que había notado en la sociedad japonesa. Ivan Morris, amigo y traductor de las obras de Mishima, maneja un copioso caudal de documentación sobre esta costumbre de practicar el harakiri desde muy viejos tiempos y aporta, de esta manera, ejemplos notables de los tantos que se pueden hallar en la Historia del Japón, tales como el del mítico y solitario príncipe Yamato Takeru, en el siglo IV, o el de Saigo Tamagori, de quien se hizo la película “El último samurai”.

MONTEAGUDO, DAVID


Saliendo de una mina de oro
Novela
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David Monteagudo
Marcos Montes
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Editorial: Acantilado
Páginas: 119
Precio: 12,90 €
     La trayectoria literaria de David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962) se inserta en esa particular aventura editorial de autor sin editor que triunfa espectacularmente en un determinado momento que nadie sería capaz de prever. Después de escribir una decena de libros sin poder encontrar editor, cuando lo logró con su novela “Fin”, el éxito que tuvo pudiera calificarse de apoteósico. Aquí nos cuenta las peripecias de un obrero que trabaja en una mina de oro y en donde sobreviene un accidente, con lo que se tiene ocasión de narrar la angustiosa situación que se vive en ese trágico momento y cómo reaccionan las gentes ante los problemas que se presentan. Una novela que viene a reafirmar, ahora, la segura trayectoria de un novelista.

FRANCISCO CAUDET


De ejemplares nexos entre historia y literatura
Ensayos
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Francisco Caudet
Clío y la mágica péñola
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Editorial: Cátedra
Páginas: 492
Precio: 25 €
Lo decía Pérez Galdós en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, bajo el título “La sociedad presente como materia novelable”, leído en 1897, diez años después de haberse publicado “Fortunata y Jacinta”: “Imagen de la vida es la novela” y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades”. Y escribe Francisco Caudet en ésta su obra,  que el período histórico 1869-1876, las calas en años anteriores y la perspectiva histórica del narrador, 1885-1887, constituyen en “Fortunata y Jacinta” el referente -plano histórico y social- de la acción novelesca-plano ficticio, inventado, heurístico. De “Fortunata y Jacinta” estamos tratando, pues, en este primer ensayo de este libro que nos va dando enriquecedoras notas de esa estrecha concurrencia que mantienen ambas, historia y sociedad, cuando de fabricar en serio novelas se trata, aunque vuelve a la personalidad novelística de don Benito nuevamente cuando prosigue en este empeño suyo de ir completando su ensayo, una vuelta en donde se elige, como primera materia de investigación, el mejor modelo que pudiera hallarse, como sucede con los “Episodios nacionales” (en esta ocasión los de la última serie.
En un momento literario como el actual, en donde la llamada  “novela histórica” campa a su aire por los terrenos de la fantasía más que de la realidad, cuando lo novelesco supera con creces a lo histórico, cuando este último factor no tiene acaso más cometido que el de suministrar una excusa para que adorne (si así quisiera llamarse) a la acción novelesca, hay que señalar como feliz investigación ésta que se nos ofrece desde los cinco ensayos de este libro sobre cinco obras tan conocidas y señeras dentro de la novelística española en general y de la época comprendida entre 1885 y 1912 en particular.
Señaladas ya las dos obras galdosianas, la que se aborda a continuación es “Paz en la guerra”, de Miguel de Unamuno, en cuyo prólogo señalaba el mismo autor que “Esta obra es tanto como una novela histórica una historia anovelada, a lo que añade Caudet en esta obra que comentamos, que “Nos hallamos, pues, de entrada, ante una cuestión que atañe a la novela y a la vez a la historia:/ “historia anovelada” es “Paz en la guerra”. Pero empezar a hablar de una obra unamuniana es una osadía que obliga a ir atando cabos y a ese empeño se dedica, no se sabe bien  si con paciencia o con fervor, Francisco Caudet, tocando aspectos realistas e históricos abundantes y resultando, de esta atención, algo como una relectura de la obra, quizás más importante que aquella primera que realizamos.
Otro de los autores elegidos para esta investigación histórico-novelesca es Leopoldo Alas, “Clarín”, de quien se ofrece, entre otros muchos aspectos de gran interés, un trozo de su crítica sobre los “Episodios Nacionales” y en donde viene a decir que “La historia en la novela no necesita coincidir, aunque bien puede, con la historia pragmática, y puede aventurarse que conviene que no coincida para que la época que se pinta aparezca con sus caracteres propios mejor y más conocida”.
En cuanto al libro elegido del cuarto autor aquí seleccionado, es “La bodega”  (1905), de Blasco Ibáñez, en donde la referencia histórica tiene que ver con la huelga de los campesinos de Jerez y la banda de la ManoNegra, aunque en realidad lo que se cuenta en el capítulo dedicado a esta novela es una disertación literaria e histórica harto compleja, de un gran interés y que supone una revisión de algunas de las trayectorias novelísticas seguidas por Blasco Ibáñez y sus modelos a la hora de escribir.
     En conjunto, un repaso sustancial a etapas de la vida literaria de estas cuatro figuras literarias, así como su vinculación a aspectos de momentos históricos.

MITOLOGIAS


Terminan de contarse los días en el calendario, se cuentan las campanadas hasta doce aunque debieran  ser veinticuatro según el cómputo racional de las horas que dispone cada jornada y no se ha hecho otra cosa que empezar a contar de nuevo, días y más días en otro calendario, dispuestos a oír y más oír campanadas y más campanadas, muchas campanadas campanudas. Es la condena de la noria. La de Sísifo (y ya estamos en la mitología), descendiente de Deucalión (el Noé de la versión griega), subiendo eternamente la pesada roca hasta lo alto de la colina para mantener así, ocupada, su infinita astucia. Estamos de nuevo en la cruda, desnuda, atroz, terrible por cotidiana y vulgar, vida diaria. Queda, quizás, un mínimo tiempo para pasar revista a lo acontecido durante ese espacio de tiempo que ha transcurrido desde el uno de enero hasta el 31 de diciembre. Toda medida de tiempo es convencional como todo lo que es fijado por el  hombre, ya se sabe, pero a pesar de ello, también ha sido computable. Todo fin de año parece como si pidiera una especie de balance aun a los que no estamos empeñados en verlo como una meta sellada y no como una continuación de días, como en realidad es. Solamente con sustituir un calendario colgante por otro, se da uno cuenta de que nada especial ha ocurrido con el paso de San Silvestre, excepción hecha de esas campanadas tradicionales, o el impulso incontrolable de gentes aficionadas a la pirotecnia que se desbordan en chisporrotear y atronar las calles estimulando el ladrar de los perros y mostrándose incapaces, así, de controlar sus impulsos tan estallantes, la  invasión nocturna por las calles a poco que la climatología ayude, todo entreverado de reuniones de amigos, cenas que pudieran parecer báquicas o bacanales, los cotillones en donde no hay año que no ocurra algún accidente, etc, etc.

Boccaccio, Cicerón.-
    Decíamos, líneas arriba, que ya estábamos en la mitología, con lo que eso nos gusta. ¿Cómo vivir sin ella? ¿De qué nació la genealogía de los dioses? Giovanni Boccaccio (1313?-1375) dedicó a este sabroso tema todo un tratado, eligiendo y erigiendo sobre todos a Demogorgón y desplegando su carta familiar de nueve hijos y nueve hijas bajo el lema de “Primus habet stirpem demogorgonis ethere dempto”, y si a su naturaleza quisiéramos acudir, ¿a quién mejor que a Cicerón? (106 a.C-43 a.C). Pero hay otras mitologías más recurrentes, por más cercanas, con lo que ya estamos en el nada sorprendente caso de aquel que, después de una larga estadía en aquel lugar, próxima la estación de las lluvias en la que cada mochuelo va a su olivo mientras por el tenebroso olivar se ven a parecidas lechuzas volar y volar (¡gracias, don Antonio!), un poco cansado es cierto, los pies vacilantes y la mano trémula, un rictus móvil  por temblón en los labios siempre que se miraba en el espejo que por lo demás nunca lo supo bien por qué del todo aunque seguro que por el montón de años que pesaban sobre su osamenta, cogió el tizón de su péñola y la aplicó sobre el papel queriendo que fuera brasa lo que a pesar de todo sabía que no era más que saliva, aunque tampoco hubiera querido que la tomaran por baba. Y se puso a escribir lo que suponía que era verdad, es decir, que en un lugar como aquel en donde cayó gimiente o gimoteante, dígase no por milagro pero sí por providencias ignotas, y donde residió por más de ocho décadas por lo que le dolían los calcañares al andar, los pasos centrífugos revolviéndosele en balanceos, acordándose a cada momento del episodio aquel en donde Edipo fuera abordado por la Esfinge y ya le era sobrevenida la hora de la tercera pata a escoger entre los productos varios de la fina bastonería,  ahíta la memoria y hasta en regüeldos, escribió que, “En un lugar como este en donde he residido por espacio de tanto tiempo que a pesar de todo ha sido todo tan breve, he llegado a notar que los naturales o nativos son muy dados a crear, usar y abusar de sus mitologías”, que le supo como el incorporar al uso común y cotidiano de la vieja frase hecha de “como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”. Es decir, que el primer trabajo de aquellos andurriales consistía en crear el mito, luego, el de aderezarlo o aliñarlo de tal manera y con la estirpe de culinarios cumbres con la que se contaba que pareciera todo no solo comestible sino altamente alimenticio, promocionarlo más tarde para que todos fueran sabedores o ignorantes de lo que se cocía o. mejor aún de lo que nunca se coció pero se supone que pudo bullir en el hervidero que es la masa, la auténtica masa de gente que es como la levadura en el pan, que sin ella nada se esponja ni se glorifica.
    La mitología, ese invento humano que trató de antropomorfizar el Olimpo y lo logró durante tanto tiempo que solamentela Historia ha sido capaz de conservarlo, años y siglos en los que la cultura grecolatina fue cumplimentando esa necesidad, sirve igualmente, para divinizar a los humanos, cosa necesaria, según algunos, cuando no se tienen a mano dioses reales a quienes adorar y se echa mano de sucedáneos, como resulta ser lo más corriente. En cada ser humano, se supone, hay disponible y deseoso, un plus de dosis de ascuas de adoración que ansía ser usado, y cuando no se encuentra destinatario es capaz de crearlo, que es a este punto de intersección, necesidad-servicio, al que se viene a confluir. Acaso es que sea esto, igualmente, un empeño de glosa en el que se trasluce esa hambre de mitificación que la mitología no da, ausencia que pide buenos desmitificadores que desmitifiquen . Ardua labor.

OTXOA JULIA


Pareando geografías personales
Infantileos
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Julia Otxoa
Poemas de un ratón
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Editorial: Dip. Málaga
Páginas: 65
Precio: 8 €
SANTIAGO AIZARNA
    Constante en su quehacer, no sólo de escribir sino también de publicar, para este ayer celebrado Día de Reyes, Julia Otxoa nos ha regalado un nuevo libro. Un libro muy apropiado para niños. Un libro muy oportuno dadas las fechas que vivimos. Un libro que es para todos porque igual es que sabe usar esa fórmula de hacernos niños a todos.Un libro que, como ha sido relatado por medio del ratón del ordenador, Julia ha tenido la humorada y la generosidad de titularlo como “Poemas del ratón”. Es texto que trasciende, por supuesto, mucho más de esta anécdota nimia. En ocasiones, le gusta a la poesía jugar a bromas, sobre todo cuando surge de autorías no afines a cultivar este género en sus textos habituales. Recuérdese, por ejemplo (o ilustre o solamente notorio) el de Pío Baroja con su “Canciones del suburbio”, con el que, en el año 1944, asustó a todos, y que causó casi un desmayo en la acrisolada sensibilidad del apócrifo Benaudalla (Domingo, para más señas), cuyo libro “Mis conversaciones con Pío Baroja”, aparecido en 1945, inundó los barracones de Libros Viejos de la Cuesta de Moyano madrileña. Y, si de comparar poéticamente se trata, imposible olvidar, igualmente a aquella mujer que con orgullo neto, quedo y legítimo,  proclamaba, al igual que García Lorca, aunque sin aludir para nada al esfuerzo como éste, que “Soy poeta por la Gracia de Dios, / en mi mano de poeta/ florecen versos”,  un poco de esa manera también que me da a mí por pensar que florecen en, desde, por, sobre, las manos de Julia Otxoa.
      No diremos cual es el número de salida de este libro de la portentosa factoría imaginativa de Julia Otxoa. Tratándose de una mujer de tan prolífica producción diremos, simplemente, que ese empeño sería imposible. Diremos, eso sí, como nos corresponde, que resulta ser tan encantadora como las anteriores. Seguramente por distintos motivos pero con parecido encanto tan difícil de disimular. Escribe ella que “es este un libro sobre el poder evocador de los dibujos y también de las palabras, de la pasión por el lenguaje como representación del mundo y equipaje heredado, susceptible de ser reimaginado y transformado mediante la creación”. Escribe también que, “un buen día la inspiración llamó a mi puerta y comencé a dibujar estos personajes, que tú lector tienes hoy ante tus ojos, por aquel entonces eran anónimos para mí, nada sabía de ellos tan solo que como por arte de magia salían de mis manos hasta llegar a sumar más de setenta, en este momento decidí parar el ratón de mi ordenador, dejar de dibujar, y dar por finalizada esta serie que de modo tan inesperado  había llegado a mi vida.” Ya tenemos pues, a la escritora que se muta en ilustradora. Luego, pasado un tiempo, las criaturas piden voz como en el caso de los animales prosopopéyicos, y ahí es donde la escritora se nos torna en poeta y se aferra, preferentemente, a los pareados. Y, van surgiendo de esta manera, las figuras, un tanto entrañables, de la dama bosquimana, del paciente tosedor, del adivino, del alambrista, del hombre gallo, del paseante de Moguer, del deportista de Praga, del gato maniquí, del estrábico de Albarracín, del vitoriano en busca de su sombra, del toledano veloz, del cantante extravagante, de la botella voraz y contumaz y locuaz, del niño antena de Segovia, del hombre de cabeza enorme y que canta ópera muy conforme, de los dos hermanos cosidos por un botón, del vecino Rufino que se unta el pelo con tocino, del caballero romano con sombrero, del que hablaba con dos mirlos, del astrónomo gastrónomo, del grillo con capa, de la emperatriz dominatriz,  del fumador invisible, del que hablaba tanto que todos le tenían espanto, de la hortelana que hacía maravillas con la lana, del francés que miraba tanto a la luna, del vago de Santiago que sólo quería darle al trago y del fino Constantino que se hizo amigo de un langostino. Una serie de personajes que muestran la ágil esencia imaginativa de Julia Otxoa.