lunes, 17 de enero de 2011

MITOLOGIAS


Terminan de contarse los días en el calendario, se cuentan las campanadas hasta doce aunque debieran  ser veinticuatro según el cómputo racional de las horas que dispone cada jornada y no se ha hecho otra cosa que empezar a contar de nuevo, días y más días en otro calendario, dispuestos a oír y más oír campanadas y más campanadas, muchas campanadas campanudas. Es la condena de la noria. La de Sísifo (y ya estamos en la mitología), descendiente de Deucalión (el Noé de la versión griega), subiendo eternamente la pesada roca hasta lo alto de la colina para mantener así, ocupada, su infinita astucia. Estamos de nuevo en la cruda, desnuda, atroz, terrible por cotidiana y vulgar, vida diaria. Queda, quizás, un mínimo tiempo para pasar revista a lo acontecido durante ese espacio de tiempo que ha transcurrido desde el uno de enero hasta el 31 de diciembre. Toda medida de tiempo es convencional como todo lo que es fijado por el  hombre, ya se sabe, pero a pesar de ello, también ha sido computable. Todo fin de año parece como si pidiera una especie de balance aun a los que no estamos empeñados en verlo como una meta sellada y no como una continuación de días, como en realidad es. Solamente con sustituir un calendario colgante por otro, se da uno cuenta de que nada especial ha ocurrido con el paso de San Silvestre, excepción hecha de esas campanadas tradicionales, o el impulso incontrolable de gentes aficionadas a la pirotecnia que se desbordan en chisporrotear y atronar las calles estimulando el ladrar de los perros y mostrándose incapaces, así, de controlar sus impulsos tan estallantes, la  invasión nocturna por las calles a poco que la climatología ayude, todo entreverado de reuniones de amigos, cenas que pudieran parecer báquicas o bacanales, los cotillones en donde no hay año que no ocurra algún accidente, etc, etc.

Boccaccio, Cicerón.-
    Decíamos, líneas arriba, que ya estábamos en la mitología, con lo que eso nos gusta. ¿Cómo vivir sin ella? ¿De qué nació la genealogía de los dioses? Giovanni Boccaccio (1313?-1375) dedicó a este sabroso tema todo un tratado, eligiendo y erigiendo sobre todos a Demogorgón y desplegando su carta familiar de nueve hijos y nueve hijas bajo el lema de “Primus habet stirpem demogorgonis ethere dempto”, y si a su naturaleza quisiéramos acudir, ¿a quién mejor que a Cicerón? (106 a.C-43 a.C). Pero hay otras mitologías más recurrentes, por más cercanas, con lo que ya estamos en el nada sorprendente caso de aquel que, después de una larga estadía en aquel lugar, próxima la estación de las lluvias en la que cada mochuelo va a su olivo mientras por el tenebroso olivar se ven a parecidas lechuzas volar y volar (¡gracias, don Antonio!), un poco cansado es cierto, los pies vacilantes y la mano trémula, un rictus móvil  por temblón en los labios siempre que se miraba en el espejo que por lo demás nunca lo supo bien por qué del todo aunque seguro que por el montón de años que pesaban sobre su osamenta, cogió el tizón de su péñola y la aplicó sobre el papel queriendo que fuera brasa lo que a pesar de todo sabía que no era más que saliva, aunque tampoco hubiera querido que la tomaran por baba. Y se puso a escribir lo que suponía que era verdad, es decir, que en un lugar como aquel en donde cayó gimiente o gimoteante, dígase no por milagro pero sí por providencias ignotas, y donde residió por más de ocho décadas por lo que le dolían los calcañares al andar, los pasos centrífugos revolviéndosele en balanceos, acordándose a cada momento del episodio aquel en donde Edipo fuera abordado por la Esfinge y ya le era sobrevenida la hora de la tercera pata a escoger entre los productos varios de la fina bastonería,  ahíta la memoria y hasta en regüeldos, escribió que, “En un lugar como este en donde he residido por espacio de tanto tiempo que a pesar de todo ha sido todo tan breve, he llegado a notar que los naturales o nativos son muy dados a crear, usar y abusar de sus mitologías”, que le supo como el incorporar al uso común y cotidiano de la vieja frase hecha de “como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”. Es decir, que el primer trabajo de aquellos andurriales consistía en crear el mito, luego, el de aderezarlo o aliñarlo de tal manera y con la estirpe de culinarios cumbres con la que se contaba que pareciera todo no solo comestible sino altamente alimenticio, promocionarlo más tarde para que todos fueran sabedores o ignorantes de lo que se cocía o. mejor aún de lo que nunca se coció pero se supone que pudo bullir en el hervidero que es la masa, la auténtica masa de gente que es como la levadura en el pan, que sin ella nada se esponja ni se glorifica.
    La mitología, ese invento humano que trató de antropomorfizar el Olimpo y lo logró durante tanto tiempo que solamentela Historia ha sido capaz de conservarlo, años y siglos en los que la cultura grecolatina fue cumplimentando esa necesidad, sirve igualmente, para divinizar a los humanos, cosa necesaria, según algunos, cuando no se tienen a mano dioses reales a quienes adorar y se echa mano de sucedáneos, como resulta ser lo más corriente. En cada ser humano, se supone, hay disponible y deseoso, un plus de dosis de ascuas de adoración que ansía ser usado, y cuando no se encuentra destinatario es capaz de crearlo, que es a este punto de intersección, necesidad-servicio, al que se viene a confluir. Acaso es que sea esto, igualmente, un empeño de glosa en el que se trasluce esa hambre de mitificación que la mitología no da, ausencia que pide buenos desmitificadores que desmitifiquen . Ardua labor.