miércoles, 9 de febrero de 2011

El sudor

   Desde que nací (1928) hasta ahora, dice la directora del CMPV (Centro Meteorológico del País Vasco) M.M. (Margarita Marín), la temperatura media a píe del Observatorio de Igueldo, ha crecido 0,4 grados. Poca diferencia para tantos sudores que hemos dejado salir por nuestros poros desde aquel ingrato día en el que se nos echó al mundo y que tan injustamente celebrado fue seguramente junto con el bautizo de cristianar. Pero de los temblores y sudores varios que se destilan de una noticia meteorológica como esa, tan amenazante para el futuro que ya se sabe ahora de qué fenecerá la tierra y que parece ser que lo será de puro achicharramiento, campaneando los termómetros la torpe agonía de los pulmones de la vida toda, hay otras temperaturas y sudores que día a día vamos experimentando y de los que hay tanto de que hablar. Veamos... 



Locos.- 

   Algo ha tenido que sudar, todos sabemos quién, para llegar a decir lo que dicen que ha dicho, es decir, que este país está loco. De que país se trata es otra historia, aunque también sabida. Con, lo que vino a decir el iluminado que tal cosa dijo, me quedo yo sin saber a qué carta atenerme, pero sí que se me recuerdan dos obras teatrales de un mismo autor, Rojas Zorrilla (1607-1648), de quien tuve que hablar a botepronto en mi Examen de Reválida de Bachillerato, allá por el 45. Me pregunto yo ahora, al comentar esta frase, que no sé si conviniera o no, hablar del síndrome del iluminado que es enfermedad por contagió!, que en las altas esferas se suele respirar un aire enrarecido y miasmado por virus autistas, que lo sabrían bien, supongo, aquéllos avezados tripulantes de los viajes en globo, montgolfier y zeppelín incluidos, que de parecida manera los veo, viajando en globo, a los que tales frases emiten, que todo consiste en sentarse en un determinado sillón de un determinado lugar y el proceso de alocación empieza a producirse. Si tuviésemos que hacer caso a los loqueros más insignes, caso por ejemplo de Felipe Alfau, gran señor de estos individuos proclives a la desmesura, nos enteraríamos de que son, ni más ni menos, que unos productores de gestos. "Una comedia de gestos' subtitula Felipe Alfau su novela "Locos' (Seix Barra!, 1990), y de locos egregios' ha escrito toda una saga de los Vallejo Nágera, que encontraron ahí su mina de oro temática, que, dejando a un lado a la genealogía de los iluminados y locos egregios, hilamos con la sugerencia de las dos obras antedichas, una de ellas, 'Entre bobos anda el juego', y la otra, Del rey abajo ninguno', que la primera me nace sospechar si no será boberia en lugar de locura lo que la boca del iluminado emitía, y me habla la segunda, de los atisbos de reyezuelo absolutista que pueden albergarse en quien, elevado sobre el pavés por el voto ciudadano, hace de menos declararse ciudadano a secas, que parecidas elucubraciones mentales se me sugerían en mi delirio aí ver a sus congregantes como un solo hombre, bajó un único paraguas en la mañana fría y llena de lluvia, con su medalla de adscripción bien a la vista y sus orondos vientres de estómagos agradecidos testimoniando 'la amorosa cortesía indígena y endógena de la tribu, que, de ver semejante espectáculo, sudaba uno de sudor carmesí que creo que es el del color de la vergüenza ajena. 



Cautivos. - 

   Habla un otro de cautividades y de una empresa que me parece fabulosa aunque también sudorosas la de cautivar a España, que yo; creía que podía ser misión espuria y pecaminosa en quienes por afinidad de pensamiento con el fundador de su secta abominan de esa mención, no sé si más geográfica que política o al revés. Cautivar a España en esta situación a la que se ha llegado, pudiera nombrarse con otro título teatral, "Trabajos de amor perdidos', de origen shakesperiano y de escenario navarro, que lo digo porque en otras kalendas (y por esta vez nada graecas) ya las habíamos puesto en ejercicio no sólo en casas de comer y de figones más o menos ilustres sino hasta en burdeles de lujo o no tanto, que el vascongado que llegaba a la villa y corte allá por los 40, 50, 60, 70, etc, etc, y se adentraba por tales hurdes y antros y proclamaba su ciudadanía vasca con parecido orgullo que el que le exultaba a Paulo de Tarso cuando declaraba su 'civis romanus sum" que le hacía merecedor de derechos indehiscentes a dicha condición y vitaliciamente imprescriptibles, se encontraba como en una especie de grato reconocimiento a una estirpe que sus ancestros habían pulido como aquel acero toledano que en los tercios se afamaba diciéndose de él que, salido una vez de la vaina, nunca volviera a ella si no es con pátina de honra y valentía adquirida fuera, un renombre del tipo vasco a quien le seguía la estela de su palabra empeñada hasta el pleno fulgimiento, que resulté luego que toda esa su estructura y su arquitectura de presuntas honorabilidades embarrancó en el fango que todos sabemos, hasta el punto de tener que hurtarnos del publico hasta en nuestros mismos gentilicios. Dígamelo ahora el tal,si no será empresa sudorosa reconquistar lo tan desastrosamente perdido. 



El tercer día.- 

   "El resurrexit tertia die', reza el Credo, con o sin música de Perosi (1872-1956). El tercer día es, antonomásicamente, el de la resurrección. Resucitar, o, aunque sea resurreccionar, que no es lo mismo, es uno de los más complejos procesos que se puedan obrar, no digo ya en la física sino hasta en la misma metafisica, una alquimia en donde el sudor poltergeist se exuda de modo que hay que medirlo ni por toneladas, ni por ríos sino por mares en esas extensiones de los oasis milagreros a cuyo sancta sanctorum solamente osan penetrar los grandes magos, y en donde, desde la óptica cristiana, pueden figurar en lugar de honor, Betania, Lázaro y el sepulcro de José de Árimatea, referente éste último de la esencia viva del cristianismo, díganselo, si no, al mismísimo Paulo de Tarso. Y, mírese por donde, que parece que estamos en época de resurrecciones. Resucita o resurrecciona (que en esté caso nos damos con un canto en los dientes por cualquiera de las dos alternativas), la Real con la que resucita también, isócronamente, la esperanza de los sufridos futboleros vecinos nuestros. ¡Qué de sudores! Resucita o resurrecciona el concepto y la virtualidad de una España ya en última agonía con la profusión de gentes, de banderas y de una única canción que ha emocionado y electrizado a los que estaban hartos de una tan larga travesía por el desierto y cuando los ánimos estaban bajo cero, aunque nunca hay que olvidar que para resucitar, previamente hay que morir. Y, curiosamente, en esa concentración de multitudes, se ha podido ver 1a sombra, más de resucitado que fantasmal, de un poeta de Hernani, con cuyos poemas se ha enriquecido el hilado de la ¿anterior resurrección. Laus Deo. 



El supremo

   Titulo este artículo de esta guisa no sólo porque esa decisión del Tribunal Supremo sobre organizaciones terroristas haya dado una sensación de existencia de una autoridad de la que parecía haber total carencia, sino también porque otros hechos ocurridos durante la semana en cursó, me sitúan ante la sensación de estar colocado en un cruce de fuerzas en el que se contunden lo esotérico,- las contingencias, la suerte, enigmas impenetrables todos ellos. De esta sensación del ignoto ser superior a la de dios¿ pienso, solamente se distancia la necesidad que el hombre siente de tener que erigir su particular mitología qué, cómo sé sabe, muchas veces se ha recorrido en complicidad con todo el pueblo, en comandita, que es ahí donde sitúan algunos el origen de las religiones. 



Cocina:- 

   En este primer caso que presento, el Ser Supremo se ha puesto gorro de cocinero. Y, ocurrió que, mientras esta ciudad de San Sebastián se vestía de atavíos propios para andar entre hornos y sartenes en el trance de celebrar la festividad de Sebastián, su santo patrón, un cocinero de verdad y de renombre, primus inter pares, desbloqueaba el gran misterio de la cocina; en lo que venía a ser la gran contrarrevolución; la revelación del secreto a voces que antes, sigilosamente, se contaban las cacerolas entré ellas mismas en la cocina sahumada de especias y calor de fogones; la momificación, tan joven aún, de la hueva cocina dispuesta sin ligaduras para ser cocinada como cecina y consumida luego, difícil decirlo en agape (que es señal de buena amistad, familiaridad y corporativismo) cuando en la comida grupal, ahora, los comensales pudieran blandir sus tenedores como cuchillos, y éstos, como puñales. Santi Santamaría, cocinero, distinguido con la máxima puntuación por ese superior dispensador de honores en esta profesión que es la guía Michelín, ha dicho de sí y de los suyos que 'somos una pandilla de farsantes que trabajamos para distraer a snobs y estamos vendidos a la puta pela'. Toda una manifestación de identidad y una declaración de guerra siempre que haya alguien dispuesto a recoger el guante. Y antes o después de haber dicho esto, que, corrió es lógico pensar, no estuve en tal lugar y escribo solamente de leídas, se enredó en lo que para mí al menos; resulta ser una especie de escatología laberíntica con mención de buenas defecaciones cómo mínimo, como también es conveniente pedírsela a una buena comida y con la que estaría de acuerdo aquel sabio jesuita (dícese) autor de 'Coprógenas', libro curioso y, en cierto modo, edificante. Como casi todas las confesiones de desnudo total nos saben algo a degustación morbosa, cuando lo que se dice atañe a personajes que airean su bandera profesional -al menos por éstos lares- con tanta profusión y reiteración cómo los cocineros, esta confesión es como para hacernos frotar las manos de gusto sobre todo a los que tenemos de la cocina y de las viandas que en ella se preparan una idea nada hedonista de cultivadores de paladar y panza, de andanzas por figones y tabernas, y sí, en cambio, de necesario sustento o de alimento, que el modelo pantagruel nunca entró a formar parte, en mí al menos, de esas apetencias estomacales. El inevitable eco mediático que esta confesión del cocinero catalán ha producido a pesar del silencio envolvente en el que se le ha querido sumir, nos hace desear que, en otros sectores, tanto o más abominables que el dé la cocina, puedan producirse parecidos fenómenos de, digamos, ventriloquia, que habla aquí, no diré yo si la lengua o el vientre o que ambos, un strip-tease que casi llega a sernos emocional por haber alcanzado cotas de desnudo cocineril que ni soñábamos los que a las galanuras de viandas que se muestran sobre la mesa, preferimos ciegamente las conversaciones que se enhebran en la sobremesa, el humo como escandido en versos de inteligentes volutas para los fumadores, y el aro y halo de las palabras para paladeo de ía imaginación para los que no. 



Jacetania- 

   Aunque solamente el Supremo (quizás) y el asesino o asesinos lo sepan ahora; es posible que, para cuando esto se publique, el misterio haya dejado de ser, que es lo más seguro, pero, a pesar de todo, vale la pena dirigirse a ese lugar, la Jacetania, que me suena incursa en aquella asignatura de geografía española del segundo curso del bachillerato del plan de estudios Ibañez Martín, allá por el año 40 del pasado siglo, El libro de texto creo recordar que era de un señor llamado José Ramón Castro y venia lleno de nombres de regiones montanas y ultramontanas bien enumeradas y descritas con las que poder jugar en alardes de memoria. Por aquel tiempo, y en aquel lugar próximo al Señorío de Bértiz en la Navarra que dícese que pronto dejará de ser española si alguien, no digo quién, no lo remedia, ni siquiera sospechábamos que pudiera venir un adminículo /llamarlo coche sería exageración) llamado biscúter que pudiera llevarnos por lugares que en tal libro se describían, y, en cuanto a volver ahora sobre esta región con cuyo nombre titulo el ladillo, obedece al reclamo de un crimen envuelto no sé si en oscuridades totales o en penumbras, un crimen en un pueblo de montaña, el asesinato de un señor señoreado de esas tierras de Fago (el pueblo determinado én la indeterminación jacetana), un crimen que visto así, al trasluz de los acontecimientos no desvelados serviría ya para mojón de historia como en tantos otros ha servido, odios pueblerinos que estallan según algunos, venganzas, supuestas tiranías, piedras en él camino, un cadáver abatido a postas en el barranco próximo a la carretera, una rápida manera de eliminar un enemigo y que deja un como reguero de sangre frente a la aldea. ¿Hasta cuándo? Lo dicho, digamos que el Supremo quizás ya lo sabe, .Y, puntos suspensivos... 



Madeleine,- 

Mientras soplando con fuerza por Europa y sumiéndola en un mar de problemas junto con algunos cadáveres, la borrasca Kyrill o Cyrill (Cirilo) me rescataba la vieja canción ("Ven Cirilo, ven...')" que debió dormitar entre los pliegues de mi memoria desde hace no sé cuántas décadas, Madelaine, una vecina de Alicante a la que su impiadosa enfermedad le condenaba a un problemático futuro de horribles perfiles, optaba por la eutanasia que es algo así como una de las pocas palabras eufemistas para designar la muerte. Madelaine, no obstante, quiso dejar escrito su adiós y, para ello, escribió una carta. De las cartas de despedida siempre ha de temerse su alargamiento o su brevedad; es difícil asegurarse la medida idónea que deben adoptar además de que es más difícil todavía para muchos saber con que lentes leerá su escrito el Supremo. De Madelaine queda, creo, sin duda, su voluntad de no ser una carga para nadie, excepto para el funerario de tumo en el más breve espacio temporal posible del transito. Requiescat in pace. 

De nieves, humbres, etc.

   Cuando veo nevar -y la otra mañana hasta el mar se me aparecía nevado- me acuerdo, sobre todo, de dos personajes. De uno de ellos, Francois Villon (1431-?), el baladista insigne del viejo París, me rezuma el verso reiterativo de la Balada 'des dames du temps jadis', constelación de mujeres en la rueda de la Historia, ¡mais oú sont les neiges d'antan!, exclama Villon hasta el agotamiento como si en ello le fuera la salvación del mundo que se le desploma. Del segundo, la cita hay que fijarla en las cercanías del psiquiátrico de Herisau - donde se recluyó voluntariamente-.- con el casi increíble personaje que fue Robert Walser (1878-1956), una cita con el más glorioso indigente con vocación para ello que nunca ha existido, príncipe de los pobres y emperador de los libres, el estigma del Instituto Benjamenta -en su rol de Jakob Von Gunten y su Diario-, donde le trataron de inculcar "paciencia y obediencia, cualidades ambas que prometen escaso -o ningún- éxito', un último camastro de nieve, fría mortaja, para encerrar sus prietamente holgados 78 años. Incursos ambos en la etopeya (¿quién sabe si, no mejor, epopeya?, del hombre subterráneo, creación modélica, cada uno según su estilo, de los Diderot, Dostoievski, Blake, Krerkegaard, etc, etc, la generación ageneracional de los desplazados, esos "malditos' tan entrañables. 
   Pero las nieves vinieron, diáfanas y abundantes., y, con ellas, nada nuevo sino lo viejo permanente permanece. 



Hamsun.- 

   Con la palabra 'Hambre', usada ahora hasta como arma, otros dos personajes sobré todo, buscan, su acomodo en la memoria. Con 'Hambre' y con "Pan' (entre otros títulos) se alzó con el Nobel de Literatura allá por 1920, Knut Hamsun; ese noruego de tan asendereada vida que, nacido en medio modesto y rural, probó, como aprendiz, varios oficios, digamos que zapatero, carbonero, picapedrero, buhonero, etc, antes de desembocar en el suyo verdadero, y que tan execrado fue luego por su ideología fílonazi, como tantos otros intelectuales de gran prestigio de ese momento histórico -que, a muchos de ellos los hallará el lector, si se molesta en buscar por las bibliotecas, en las páginas de un libro esclarecedor de un tiempo de la Historia de Alaistár Hamilton titulado "The appeal of Fascism' ("La ilusión del fascismo' Luis de Caralt, editor, 1973)-. Con "Hambre", pues, y con "Pan', pero no de calmar el uno con el otro, se citan aquí dos títulos preciaros de la bibliografía de Hamsun. Con hambre efectivamente, hambre de todo, hambre de nada que llevarse a la boca, hambre de estómago que rumia antojos imposibles, de intestinos que se pegan pared y pared en pos de tantas quimeras masticables, caminaba el protagonista de esa novela; hambre también de afectos, de compañía, un vagabundo que ya tocaba con (y en) sordina futuras inspiraciones, hambres físicas y metafísicas las que desplegaba en ese libro que, mientras se leía se sentía hambre verdadera, como un trasunto de lo que el vagabundo sentía acaso. Aunque, en cuanto al "Pan' nos refiramos en cambio, nos daremos de bruces con el edén de los dioses mediante la potencia, ilusoriamente edulcorante, de transmutarlo todo lo que nuestra vista capte a la epifanía panteísta. 
   Del segundo personaje que en lo que al hambre concierne recabamos, se me requiere que me dirija a las páginas de Alighierí, donde en el capítulo trigésimo tercero de su 'Inferno', podemos encontrarnos con el conde Ugolino royendo el cráneo del arzobispo Ruggíeri. 'La bocca sollevó dal fiero pasto' (Soltó la boca de tan horrible alimento) escribe Dante, que, en realidad, en su infierno no hace otra cosa que prolongar la incontenible hambruna de Ugolino, la de no haber desoído la petición de sus hijos:" Sera menos triste para nosotros que comas nuestra carne miserable'. Que pudo, al fin, más que el dolor, el hambre', se dolerá Ugolino mientras roe la calavera de Ruggieri, y queda ya dicho todo. 



El Viaducto.- 

   Cualquier tiempo, cualquiera edad, cualquier lugar es bueno para suicidarse dice cualquier paria que se da cuenta de que se le arrojó a esta dura vida sin su permiso, que lo que se plantea luego, una vez sumido en su desgracia, es como zafarse de todo. Y, ya que llegamos todos a este puerto sin visado personal, no sería mucho pedir, supongo, que no nos pidiesen el pasaporte cuando,- donde y como queramos abandonarlo. Seria ésa la ley, injusta como siempre, por supuesto, de las compensaciones, que algunos, atomistas, sueñan con las ruedas de ese tren rutilante de velocidades supersónicas; otros, van por el arbolado con mirada de entendidos en frutos pendulares; y hay otros que es aquí donde queríamos llegar, que piensan en aliarse con l solitaria del hambre que ya ni siquiera gusta de pepitas de calabaza y que le basta con masticar la rabia para no caer en la tentación como Ugolino. 
   Digamos, para ilustrar la página, que, para cuándo nuestro cielo se nos pone negro, guardaba Mur Oti de su "genio' (tácita o solapadamente a pesar de todo concedido), la tarjeta postal del Viaducto. Y, hay que reconocer que, de los infinitos escenarios que es posible recoger para la caída final, el del Viaducto, en aquel momento, era el más indicado. A una breve obra de un escritor ahora totalmente desconocido aunque no en su tiempo, Antonio Zozaya (1859-1943), le supo encontrar Mur Oti sus tripas, ésas que el realismo no deja en modo alguno que se pierdan. La obra se titula 'Miopita' y es tan breve que lo único y suficiente de ella, al parecer, es haber dado ese gran protagonismo a ese Viaducto que, en el Madrid de nuestros tiempos era el escenario ideal para asomarnos a su altura, pasar los pies por sobre su barandado, y, ya de cara al vacío, sentir la caricia del viento no sé bien si desde la sensación del gorrión o desde la del águila, ahí en el cine enriquecido con la música de Leoz, un traveling final que nunca se olvida ni se olvidará ni siquiera con la venida del señor Alzheimer, la apoteosis del vuelo del ángel que va a encostrarse contra la dura tierra. 
   Del viaje de vuelta mejor no preocuparse. A quien quiera partir antes de que le llegue la hora, corrió al enemigo que huye, puente de plata. Y, recoger para el final, que también para modelos de suicidas se pueden encontrar citas en el libro del impiadoso florentino, el último verso del Canto decimotercero de su Inferno: lo fei giubbetto a me delle mie ease' que, traducido al castellano con el que se está escribiendo este texto, viene a decir que' Levanté una horca para mí en mi propia casa', a lo que puede añadirse que cada uno debe ser libre de ahorcarse como y donde quiera. 

La sordera

   Sustituir el sonido de las palabras por el pensamiento es patología que sufrimos los que perdimos la agudeza de oído, Lo que nos lleva a ir elucubrando, entre nostalgias y hervores de entre pasado y presente, que viene a ser como la ética del prisionero, que de, tras las rejas, opta por volar sobre lontananzas en revisitación. Que es lo que me pudo ocurrir el pasado sábado cuando, asistente a una comida de curso, pero emparedado naturalmente en mis limitaciones óticas, di en pensar en cosas tan dispares como la genealogía de ciertas palabras (palabros) por una parte, y el fluir de las edades por otra, choque de entidades de difícil conexión y, sin embargo, optantes las dos en encontrar cuña penetrante en el curso del pensamiento. 


Palabros.- 

   Cuando las palabras, de exquisita femineidad, suenan mal, se convierten en machos, es decir, en palabros, que lo digo yo que no tengo por qué sentir tentaciones feministas aunque sí, por supuesto, femeninas. Y pensé que, además de por otras muchas tropelías, cabe hacerle responsable a la política y a sus extensiones colaterales incluidos el terrorismo y otras plagas, de haber inventado y puesto en circulación alguno de ellos, horrendos siempre. Uno, por ejemplo, "zulo', que por directas vías de comunicación del terrorismo con ja abyecta vida que nos ha venido proponiendo -nada más nauseabundo que la falta de libertad que supone su atroz tutela- se nos ha colado a manera de viras que atraviesa por osmosis todo tipo de tamiz, un trasvase tan heterogéneo de un elemento que nacido en el seno de la lengua vascuence ha tomado carta de naturaleza en el léxico castellano. 
   Hoy por hoy, supongo, el "zulo' para la mayor parte de los peninsulares, desde los pirenaicos hasta los penibéticos, es ese agujero en donde se pueden esconder armas, personas y otras herramientas de extorsión y muerte. Que, nada más lejos de lo que el tal 'zulo" significa y supone para los veteranos vascos que somos ya tan pocos y que, a pesar de haber soportado durante tantos años ignominias sin cuento, conservamos la esencia, la raíz, la base y el fundamento de esa y otras palabras en su prístina semántica particular, palabra ésta de 'zulo' que volviendo en concreto a ella, tuvo su alternancia con la proyección que quiso otorgársele desde algunas propuestas escultóricas, la persona de ese hombre multidisciplinar, escultor, poeta, revolucionario iconoclasta de viejos perfiles antropológico- étnicos en su propio suponer, etc, etc, que se queda agazapado como el cangrejo ermitaño en la arena vestido con no se sabe qué conchas ajenas y desde su oquedad va elucubrando sobre el horizonte que, a medida que el tiempo va pasando y más que se abre se cierra. Y, junto a 'zulo' (palabra en vascuence que viene a ser palabra en castellano) y que me da por suponer que pese al mal gusto de su empleo acaba de encontrar acomodo, aunque sea a codazos, en las columnas periodísticas hodiernas, incluiría por la sazón del tiempo ese otro término de "manifa' ante cuya mera pronunciación se corren de gusto los autollamados "progres', espíritus tan reliquiados en el pretérito pluscuamperfecto que vienen a ser como fantasmas de sí mismos. La "manifa', que es horripilante emasculación de una palabra qué pronunciada en su totalidad nadie podría decir que fuera propulsable hacia metas mínimamente estéticas, reducida al estado jíbaro se nos vuelve tan gomosamente repugnante que se nos pega al paladar y nos dan bascas (¡cuidado con tentaciones que nos pudieran llevar a desviaciones ísofónicas!). Y saco a colación este segundo voquible por su protagonismo en el presente momento de la vida actual en esta península qué, a pesar de todo, y a trancas y barrancas, contra viento y marea, persiste aún en ése su empeño, de tan tozudas perversiones, de seguir llamándose España. 

   ¿A qué se deberá esta horripilante caída en los malsonantes pozos del léxico? No faltan espíritus sabedores que nos regalen teorías. Escribía Jorge Luis Borges en un texto titulado 'Examen de metáforas' e incluido en 'Inquisiciones' (su primer libro que publicó allá por 1925), que los preceptistas Luis de Granada y Bernard Lamy se acuerdan en aseverar que el origen de la metáfora fue la indigencia del idioma. La traslación de los vocablos se inventó por pobreza y se frecuentó por gusto, arbitra el primero. La lengua más abundante se manifiesta alguna vez infructuosa y necesita de metáforas, corrobora el segundo'. ¿Puede pensarse asimismo en producto de pobreza lexical cuando se trata de dar cabida a esos términos intrusos y malsonantes procedentes de la canalla coloquial y que hacen nido en tanto botarate?... 



La comida- 

   Una comida de curso, si no es un curso de sociología resulta ser, sin embargo, un curso sociológico, como todo en esta rarificada tierra. Y, es que, vivimos en plena sociología, en arduo ejercicio de sociología para mejor expresamos. Y, para mayor claridad, no hay más que pensar en que, a pesar del compañerismo y la amistad, hay que medir bien con quién se puede hablar o no con libertad, que ya se sabe que ahora sí que hemos topado con uno de los más difíciles istmos de nuestra convivencia vasca. 
   Pienso, sin pararme a pensar sin embargo, en este grupo de ancianos que me rodean. Son gentes que la vida puso en mi camino. Compañeros primero, amigos siempre. Es el .curso, mi curso, y queda dicho todo.; De los compañeros de curso creo que se ha escrito mucho, quizá demasiado. No sé por qué, aquella vieja ligazón procedente de una casualidad persiste aunque supongo que su razón de existencia puede estar no sé bien si en los laberintos o en las arrugas de la vida. El" ¡Adiós, Mr. Chips!', tanto de James Hílton como de Sam Wood (aquí sobre todo de Robert Donat) acostumbra a ser reiterativo hasta edades muchas veces prohibitivas. Allá por el 47 del pasado siglo terminó nuestro curso (que digo que terminaron sus estudios pero no su recuerdo). Año tras año, el curso se renueva en esa especie de repaso de lista que supone saludarnos los vivos y recordar a los muertos. Cada año, la mesa que en determinado tiempo, allá por el 47 y siguientes fue grande, fue achicándose. Miro ahora a la gente, una veintena, sentada en el mismo salón comedor de entonces y en donde está,, todavía, al lado, aquella mesa grande a la que nos sentábamos antes, ocupada ahora, por una cuadrilla, de jóvenes sesentones (que de ninguna manera se trata de un oxímoron) una gran mesa que también para nosotros era pequeña entonces y oigo sus exclamaciones juveniles que, a pesar de ser extremadamente educadas, saltan al vacío., espontáneas, llenas de natural alacridad. Y pienso, me quedo pensando, en el impiadoso mensaje que la ley de la vida me inspira para mandárselo a mis vecinos; "Dentro de trece años seguro que cabréis en esta nuestra mesa donde nosotros ya no estaremos'.