miércoles, 9 de febrero de 2011

De nieves, humbres, etc.

   Cuando veo nevar -y la otra mañana hasta el mar se me aparecía nevado- me acuerdo, sobre todo, de dos personajes. De uno de ellos, Francois Villon (1431-?), el baladista insigne del viejo París, me rezuma el verso reiterativo de la Balada 'des dames du temps jadis', constelación de mujeres en la rueda de la Historia, ¡mais oú sont les neiges d'antan!, exclama Villon hasta el agotamiento como si en ello le fuera la salvación del mundo que se le desploma. Del segundo, la cita hay que fijarla en las cercanías del psiquiátrico de Herisau - donde se recluyó voluntariamente-.- con el casi increíble personaje que fue Robert Walser (1878-1956), una cita con el más glorioso indigente con vocación para ello que nunca ha existido, príncipe de los pobres y emperador de los libres, el estigma del Instituto Benjamenta -en su rol de Jakob Von Gunten y su Diario-, donde le trataron de inculcar "paciencia y obediencia, cualidades ambas que prometen escaso -o ningún- éxito', un último camastro de nieve, fría mortaja, para encerrar sus prietamente holgados 78 años. Incursos ambos en la etopeya (¿quién sabe si, no mejor, epopeya?, del hombre subterráneo, creación modélica, cada uno según su estilo, de los Diderot, Dostoievski, Blake, Krerkegaard, etc, etc, la generación ageneracional de los desplazados, esos "malditos' tan entrañables. 
   Pero las nieves vinieron, diáfanas y abundantes., y, con ellas, nada nuevo sino lo viejo permanente permanece. 



Hamsun.- 

   Con la palabra 'Hambre', usada ahora hasta como arma, otros dos personajes sobré todo, buscan, su acomodo en la memoria. Con 'Hambre' y con "Pan' (entre otros títulos) se alzó con el Nobel de Literatura allá por 1920, Knut Hamsun; ese noruego de tan asendereada vida que, nacido en medio modesto y rural, probó, como aprendiz, varios oficios, digamos que zapatero, carbonero, picapedrero, buhonero, etc, antes de desembocar en el suyo verdadero, y que tan execrado fue luego por su ideología fílonazi, como tantos otros intelectuales de gran prestigio de ese momento histórico -que, a muchos de ellos los hallará el lector, si se molesta en buscar por las bibliotecas, en las páginas de un libro esclarecedor de un tiempo de la Historia de Alaistár Hamilton titulado "The appeal of Fascism' ("La ilusión del fascismo' Luis de Caralt, editor, 1973)-. Con "Hambre", pues, y con "Pan', pero no de calmar el uno con el otro, se citan aquí dos títulos preciaros de la bibliografía de Hamsun. Con hambre efectivamente, hambre de todo, hambre de nada que llevarse a la boca, hambre de estómago que rumia antojos imposibles, de intestinos que se pegan pared y pared en pos de tantas quimeras masticables, caminaba el protagonista de esa novela; hambre también de afectos, de compañía, un vagabundo que ya tocaba con (y en) sordina futuras inspiraciones, hambres físicas y metafísicas las que desplegaba en ese libro que, mientras se leía se sentía hambre verdadera, como un trasunto de lo que el vagabundo sentía acaso. Aunque, en cuanto al "Pan' nos refiramos en cambio, nos daremos de bruces con el edén de los dioses mediante la potencia, ilusoriamente edulcorante, de transmutarlo todo lo que nuestra vista capte a la epifanía panteísta. 
   Del segundo personaje que en lo que al hambre concierne recabamos, se me requiere que me dirija a las páginas de Alighierí, donde en el capítulo trigésimo tercero de su 'Inferno', podemos encontrarnos con el conde Ugolino royendo el cráneo del arzobispo Ruggíeri. 'La bocca sollevó dal fiero pasto' (Soltó la boca de tan horrible alimento) escribe Dante, que, en realidad, en su infierno no hace otra cosa que prolongar la incontenible hambruna de Ugolino, la de no haber desoído la petición de sus hijos:" Sera menos triste para nosotros que comas nuestra carne miserable'. Que pudo, al fin, más que el dolor, el hambre', se dolerá Ugolino mientras roe la calavera de Ruggieri, y queda ya dicho todo. 



El Viaducto.- 

   Cualquier tiempo, cualquiera edad, cualquier lugar es bueno para suicidarse dice cualquier paria que se da cuenta de que se le arrojó a esta dura vida sin su permiso, que lo que se plantea luego, una vez sumido en su desgracia, es como zafarse de todo. Y, ya que llegamos todos a este puerto sin visado personal, no sería mucho pedir, supongo, que no nos pidiesen el pasaporte cuando,- donde y como queramos abandonarlo. Seria ésa la ley, injusta como siempre, por supuesto, de las compensaciones, que algunos, atomistas, sueñan con las ruedas de ese tren rutilante de velocidades supersónicas; otros, van por el arbolado con mirada de entendidos en frutos pendulares; y hay otros que es aquí donde queríamos llegar, que piensan en aliarse con l solitaria del hambre que ya ni siquiera gusta de pepitas de calabaza y que le basta con masticar la rabia para no caer en la tentación como Ugolino. 
   Digamos, para ilustrar la página, que, para cuándo nuestro cielo se nos pone negro, guardaba Mur Oti de su "genio' (tácita o solapadamente a pesar de todo concedido), la tarjeta postal del Viaducto. Y, hay que reconocer que, de los infinitos escenarios que es posible recoger para la caída final, el del Viaducto, en aquel momento, era el más indicado. A una breve obra de un escritor ahora totalmente desconocido aunque no en su tiempo, Antonio Zozaya (1859-1943), le supo encontrar Mur Oti sus tripas, ésas que el realismo no deja en modo alguno que se pierdan. La obra se titula 'Miopita' y es tan breve que lo único y suficiente de ella, al parecer, es haber dado ese gran protagonismo a ese Viaducto que, en el Madrid de nuestros tiempos era el escenario ideal para asomarnos a su altura, pasar los pies por sobre su barandado, y, ya de cara al vacío, sentir la caricia del viento no sé bien si desde la sensación del gorrión o desde la del águila, ahí en el cine enriquecido con la música de Leoz, un traveling final que nunca se olvida ni se olvidará ni siquiera con la venida del señor Alzheimer, la apoteosis del vuelo del ángel que va a encostrarse contra la dura tierra. 
   Del viaje de vuelta mejor no preocuparse. A quien quiera partir antes de que le llegue la hora, corrió al enemigo que huye, puente de plata. Y, recoger para el final, que también para modelos de suicidas se pueden encontrar citas en el libro del impiadoso florentino, el último verso del Canto decimotercero de su Inferno: lo fei giubbetto a me delle mie ease' que, traducido al castellano con el que se está escribiendo este texto, viene a decir que' Levanté una horca para mí en mi propia casa', a lo que puede añadirse que cada uno debe ser libre de ahorcarse como y donde quiera.