miércoles, 9 de febrero de 2011

El supremo

   Titulo este artículo de esta guisa no sólo porque esa decisión del Tribunal Supremo sobre organizaciones terroristas haya dado una sensación de existencia de una autoridad de la que parecía haber total carencia, sino también porque otros hechos ocurridos durante la semana en cursó, me sitúan ante la sensación de estar colocado en un cruce de fuerzas en el que se contunden lo esotérico,- las contingencias, la suerte, enigmas impenetrables todos ellos. De esta sensación del ignoto ser superior a la de dios¿ pienso, solamente se distancia la necesidad que el hombre siente de tener que erigir su particular mitología qué, cómo sé sabe, muchas veces se ha recorrido en complicidad con todo el pueblo, en comandita, que es ahí donde sitúan algunos el origen de las religiones. 



Cocina:- 

   En este primer caso que presento, el Ser Supremo se ha puesto gorro de cocinero. Y, ocurrió que, mientras esta ciudad de San Sebastián se vestía de atavíos propios para andar entre hornos y sartenes en el trance de celebrar la festividad de Sebastián, su santo patrón, un cocinero de verdad y de renombre, primus inter pares, desbloqueaba el gran misterio de la cocina; en lo que venía a ser la gran contrarrevolución; la revelación del secreto a voces que antes, sigilosamente, se contaban las cacerolas entré ellas mismas en la cocina sahumada de especias y calor de fogones; la momificación, tan joven aún, de la hueva cocina dispuesta sin ligaduras para ser cocinada como cecina y consumida luego, difícil decirlo en agape (que es señal de buena amistad, familiaridad y corporativismo) cuando en la comida grupal, ahora, los comensales pudieran blandir sus tenedores como cuchillos, y éstos, como puñales. Santi Santamaría, cocinero, distinguido con la máxima puntuación por ese superior dispensador de honores en esta profesión que es la guía Michelín, ha dicho de sí y de los suyos que 'somos una pandilla de farsantes que trabajamos para distraer a snobs y estamos vendidos a la puta pela'. Toda una manifestación de identidad y una declaración de guerra siempre que haya alguien dispuesto a recoger el guante. Y antes o después de haber dicho esto, que, corrió es lógico pensar, no estuve en tal lugar y escribo solamente de leídas, se enredó en lo que para mí al menos; resulta ser una especie de escatología laberíntica con mención de buenas defecaciones cómo mínimo, como también es conveniente pedírsela a una buena comida y con la que estaría de acuerdo aquel sabio jesuita (dícese) autor de 'Coprógenas', libro curioso y, en cierto modo, edificante. Como casi todas las confesiones de desnudo total nos saben algo a degustación morbosa, cuando lo que se dice atañe a personajes que airean su bandera profesional -al menos por éstos lares- con tanta profusión y reiteración cómo los cocineros, esta confesión es como para hacernos frotar las manos de gusto sobre todo a los que tenemos de la cocina y de las viandas que en ella se preparan una idea nada hedonista de cultivadores de paladar y panza, de andanzas por figones y tabernas, y sí, en cambio, de necesario sustento o de alimento, que el modelo pantagruel nunca entró a formar parte, en mí al menos, de esas apetencias estomacales. El inevitable eco mediático que esta confesión del cocinero catalán ha producido a pesar del silencio envolvente en el que se le ha querido sumir, nos hace desear que, en otros sectores, tanto o más abominables que el dé la cocina, puedan producirse parecidos fenómenos de, digamos, ventriloquia, que habla aquí, no diré yo si la lengua o el vientre o que ambos, un strip-tease que casi llega a sernos emocional por haber alcanzado cotas de desnudo cocineril que ni soñábamos los que a las galanuras de viandas que se muestran sobre la mesa, preferimos ciegamente las conversaciones que se enhebran en la sobremesa, el humo como escandido en versos de inteligentes volutas para los fumadores, y el aro y halo de las palabras para paladeo de ía imaginación para los que no. 



Jacetania- 

   Aunque solamente el Supremo (quizás) y el asesino o asesinos lo sepan ahora; es posible que, para cuando esto se publique, el misterio haya dejado de ser, que es lo más seguro, pero, a pesar de todo, vale la pena dirigirse a ese lugar, la Jacetania, que me suena incursa en aquella asignatura de geografía española del segundo curso del bachillerato del plan de estudios Ibañez Martín, allá por el año 40 del pasado siglo, El libro de texto creo recordar que era de un señor llamado José Ramón Castro y venia lleno de nombres de regiones montanas y ultramontanas bien enumeradas y descritas con las que poder jugar en alardes de memoria. Por aquel tiempo, y en aquel lugar próximo al Señorío de Bértiz en la Navarra que dícese que pronto dejará de ser española si alguien, no digo quién, no lo remedia, ni siquiera sospechábamos que pudiera venir un adminículo /llamarlo coche sería exageración) llamado biscúter que pudiera llevarnos por lugares que en tal libro se describían, y, en cuanto a volver ahora sobre esta región con cuyo nombre titulo el ladillo, obedece al reclamo de un crimen envuelto no sé si en oscuridades totales o en penumbras, un crimen en un pueblo de montaña, el asesinato de un señor señoreado de esas tierras de Fago (el pueblo determinado én la indeterminación jacetana), un crimen que visto así, al trasluz de los acontecimientos no desvelados serviría ya para mojón de historia como en tantos otros ha servido, odios pueblerinos que estallan según algunos, venganzas, supuestas tiranías, piedras en él camino, un cadáver abatido a postas en el barranco próximo a la carretera, una rápida manera de eliminar un enemigo y que deja un como reguero de sangre frente a la aldea. ¿Hasta cuándo? Lo dicho, digamos que el Supremo quizás ya lo sabe, .Y, puntos suspensivos... 



Madeleine,- 

Mientras soplando con fuerza por Europa y sumiéndola en un mar de problemas junto con algunos cadáveres, la borrasca Kyrill o Cyrill (Cirilo) me rescataba la vieja canción ("Ven Cirilo, ven...')" que debió dormitar entre los pliegues de mi memoria desde hace no sé cuántas décadas, Madelaine, una vecina de Alicante a la que su impiadosa enfermedad le condenaba a un problemático futuro de horribles perfiles, optaba por la eutanasia que es algo así como una de las pocas palabras eufemistas para designar la muerte. Madelaine, no obstante, quiso dejar escrito su adiós y, para ello, escribió una carta. De las cartas de despedida siempre ha de temerse su alargamiento o su brevedad; es difícil asegurarse la medida idónea que deben adoptar además de que es más difícil todavía para muchos saber con que lentes leerá su escrito el Supremo. De Madelaine queda, creo, sin duda, su voluntad de no ser una carga para nadie, excepto para el funerario de tumo en el más breve espacio temporal posible del transito. Requiescat in pace.