miércoles, 19 de enero de 2011

CONFERENCIA EN LA R.S.B.A.P

Charla sobre
                  Mis películas y mis libros

     por Santiago AIZARNA




Pronunciada el 27 de Septiembre de 1995 en la biblioteca Doctor Camino de la calla 31 de Agosto de San Sebastián.




 Un fantasma crepuscular, olas de hervor batiendo la escollera, la lejanía azotada por un latigazo de fuego... El fugitivo de no se sabe qué acción punible va arrastrándose por el camino que conduce a la cima. La montaña se corta a cercén frente al mar rumoroso y amenazante y hacia esta cortadura camina el hombre, mirando continuamente hacia atrás, huyendo de un perseguidor invisible... De repente, cuando ha llegado al final de su carrera emerge amenazador y terrible el fantasma.   
Levanta los brazos esqueléticos, le vuela en el aire marino la sábana, húmeda igualmente de sudores de convulsos sueños, y el fugitivo se mesa los cabellos frente al mar rugiente, frente a la figura que se alza vengativa, y se cae hacia atrás, dando tumbos su cuerpo por el camino que antes recorrió frenético. Sabe que ya nunca se podrá ver libre de ese fantasma aterrador que ya forma parte de sus particulares obsesiones...

SEÑORAS Y SEÑORES. MUCHAS GRACIAS POR SU ASISTENCIA.

Ese fantasma que he descrito me persigue de igual manera a como le ocurría al fugitivo de la historia que acabo de resumir. La secuencia cinematográfica, en su última fase, nos presenta un primer plano de aterradores significados. Se me quedó grabada la imagen, enquistada en mi memoria de tal manera que siempre que evoco mis primeros encuentros con el cine tiende a colocárseme en lugar preferente. Quizás no hace falta decir que pertenece a una de las primeras películas que vi, aunque no la de la primera.

MI PRIMERA PELÍCULA

De la primera película que vi tengo un tipo de recuerdoeminentemente localizativo. Mi desvirgamiento cinematográfico sucedió en un establo, eso sí, recientemente enjalbegado. Es un anochecer veraniego iluminado. Los animales han sido trasladados al campo libre, bajo las estrellas, y los vecinos han ido ocupando su lugar casi en un silencio litúrgico solamente roto por los vagos cuchicheos sobre la novedad que se presenta. Entrecerrando los ojos puedo ver en esa impresionante lejanía que ya es para mí mi vida de niño, a ese grupo de vecinos que, en la atardecida, salen de su casa,  con su silla o alkiya (taburete) en la mano y se dirigen hacia ese lugar en donde alienta, todavía, el calor de los animales que han sido trasladados de lugar para dejarnos su sitio a los que nos vamos a extasiar con la magia del cine.
Sobra decir que ese cine que nos llega a ese barrio pueblerino en donde estamos y en donde vivimos, es un cine ambulante. Los italianos, buenos reminiscentes como lo son todos los pueblos viejos que pueden mantener el recuerdo de pretéritas glorias, han sabido hacer últimamente algunas películas evocadoras de este cine errátil y no creo que haga falta decir que a los nostálgicos nos ha gustado bastante este tipo de cine de temática rememorativa, aunque es fácil entender que, a los más jóvenes quizás no les haya gustado en la medida que a nosotros que, en un mismo momento de recordación, en un mismo plano de actividad mental hemos vivido el recuerdo, la sensación, el análisis, la glosa, la fruición inefable de los momentos revividos. Posiblemente, no para todos los que tuvimos la suerte de poder ver aquella función cinematográfica fue igual la percepción, la sensación, la unción y la emoción.
Cada uno reaccionamos de distinta manera ante una misma provocación, cultural en este caso, de acuerdo, claro está, con nuestra particular sensibilidad y de la edad que en aquel momento teníamos. El espectáculo de esa primera película vista por mí tiene unas características y matices imposibles de olvidar. El foco de luz proyectado sobre la pared desnuda hace que emerjan una serie de fantasmas que ya, para algunos, nos quedarán en el poso y en el foso de nuestros recuerdos vitalicios. No recuerdo el argumento de esta primera visión cinematográfica. Puedo suponer que fueron sketches, trozos humorísticos, dramáticos, etc, como luego, en tantas ocasiones, pude advertir. Lo que sí recuerdo, de forma inolvidable es la rara atención de casi todos los que allí estábamos, el impresionante silencio roto solamente por el discurrir de la cinta sobre el carrete, algún grito ahogado, algún suspiro no contenido que daba a entender el interés con el que se estaba viviendo la historia, que estaba contada, naturalmente, en imágenes a pelo, sin acompañamiento de sonido alguno, ni siquiera del tópico y convencional pianista, como siempre se ha adornado este tipo de proyecciones. Ya ha quedado contado antes cómo el cine italiano, con su acentuado sentido de lo costumbrista, nos ha hecho regresar a los viejos tiempos, precisamente con la incorporación de aquellas estampas cinematográficas de antaño, con los pioneros de la distribución de esta industria por caminos rurales, en visita a pueblos y gentes de supuestamente nula inclinación a todo tipo de historias ficticias, y presentándonos ante nuestra sensibilidad de hoy, acostumbrada al desarrollo del cine en todas sus facetas, la realidad, heroica por los esfuerzos a que se les obligaba, de aquellos hombres ambulantes, equiparables para el público al que se dirigían, a los saltimbanquis, comediantes, circenses, etc, que con cierta periodicidad se presentaban por el pueblo para ofrecer su función. En alguna ocasión, menos frecuentemente, sin duda, también los franceses han asumido este papel divulgador de un cine pionero que, en sus primeras etapas se allegaba al público de manera elemental pero no por ello falto de eficacia y que, contemplado ahora, desde la lejanía del tiempo, nos vuelve tan nostálgicos, esa es la verdad. El recuerdo, según cómo se nos presenta, tiene la virtud o la capacidad de tornarnos o niños o tremendamente ancianos, y en este caso concreto, a mí. personalmente, me coloca en la primera niñez, ante un pasmoso mundo de revelación que, naturalmente, nunca más volvería a sentir, ya que se trataba de un auténtico desvirgamiento mental.


EL EXPRESIONISMO ALEMAN

Cien años se cumplen mañana, se nos recuerda, desde la invención de este artilugio sublime que es el cine, y de esos cien años, todos los de nuestra vida se han visto mezclados, formados y deformados, por este raro engendro. Hemos visto las guerras desde un tan privilegiado observatorio que nos envidiarían los más ilustres estrategas en este arte de matar a naciones con sus pobladores dentro o fuera, hemos cantado con sus canciones, reído con sus risas, besado con sus besos, soñado con sus sueños... Siendo pobres hemos vivido fastuosamente, bien en castillos señoriales, en aposentos y salones principescos y disfrutando de los caprichos de un nabab. También, naturalmente, hemos conocido el lado de la tragedia y de la miseria desde el más atroz realismo, hemos llorado, hemos vibrado de ira y de pasión más o menos controlada o incontralada, hemos sentido que se nos aguzaba la mente en busca de asesinos inquietantes, morbosos, alucinantes, todo lo que el mundo puede dar de grandioso, sublime, miserable, patológico, etc, lo hemos podido ver y compulsar a través de esa gran pantalla en donde se ha ido reflejando nuestra otra vida, que yo ahora, desde una panorámica abarcadura de toda una existencia, no sabría decir, en verdad, cuál ha sido la más real, si la vivida o la recreada, la desarrollada día a día en la convivencia familiar y social o la experimentada en la aparente soledad de la lectura o de las salas de cine en donde el lector/espectador participa del ingenio, del saber y de la experiencia de creadores de mundos, maestros de la imaginación y del pensamiento. De tres vidas, al menos, creo que puedo dar referencias, y a veces se me confunden: la real, la cinematográfica o la literaria.

Creo que los hombres vulgares, en nuestra ancianidad, somos los que mejor podemos dar testimonio de aquellos fenómenos, culturales, históricos, etc, que han marcado la época que nos tocó vivir, lo que me coloca en un lugar preferente para hablar del cine en general, que es uno de esos fenómenos.
Creo que a este respecto he sido un privilegiado. Durante mi niñez estuve como interno en un colegio donde el aparato de proyección de cine era... ¡mudo!. Esto que, en un principio puede parecer una auténtica calamidad o evidente desventaja resulta que, en mi caso, fue todo lo contrario, ya que tal circunstancia me permitió ver una serie de películas que están incluidas en las páginas de oro de la Historia del Cine. De aquel tiempo guardo memoria, por ejemplo, de muchísimos filmes pertenecientes a la época del expresionismo alemán. Cuando estaba viendo a Sigfrido en la mítica tragedia de Los Nibelungos, junto con Brunilda, Crimilda, Etzel, etc, no sabía, evidentemente, que en aquel momento estaba tomando contacto con una de las joyas de un período excepcional del cine, y lo mismo pasaba cuando penetraba en los misterios, encantos y horrores de la India viendo la primera versión de El tigre de Eschnapur: o cuando se perseguía incansablemente al vampiro de Dusseldorf, inspirada en ese criminal insuperable que fue Peter Kürten. una cumbre de horrores que hace tambalear las teorías de Lombroso, en M: o viéndole al no mortal Nosferatu desembarcar con su caja de muerto y sus gordas ratas del barco sin gobierno en los muelles de una ciudad gótica, o al participar, con todo el hervor de nuestra juventud, amante naturalmente de los deportes como a esa edad correspondía, con las maravillas escultóricas que el sentido plástico de Leni Riefenstahl supo arrancar de ese ballet de atletas que le regalaba los Juegos Olímpicos berlineses del 36.
Como le ocurrió, supongo, a tantos y tantos contemporáneos míos, descubrimos antes el cine alemán que el americano, aunque tampoco sea verdad del todo esta afirmación por cuanto que, junto con unas notables importaciones de este cine por motivos políticos del momento que se hacen evidentes, tampoco faltaban los héroes de la pradera norteamericanos con Tom Mix como figura estelar, o Buck Jones, etc, héroes creo yo que desconocidos para las generaciones actuales, las grandes cabalgadas, la chica en manos de desalmados forajidos, la rutilante estrella del sheriff, toda una épica de vaqueros que tantos temas ha procurado al cine americano... Y, si quisiéramos volar más aún en alas de la evocación, no nos sería nada difícil, bastándonos con airear, por ejemplo, a aquellos grandes cómicos que siguen haciendo la delicia de grandes y chicos como en aquel entonces, añadida ahora la visión crítica al simple goce de antaño, como ocurre con los Buster Keaton, Harold Lloyd, etc.

LOS “GALLINEROS” INOLVIDABLES

Las primeras clases de cinefilia se daban inevitablemente en los gallineros de los grandes cines ciudadanos, tan distintos de los minicines de hoy en día. En cualquier caso, del cine colegial al cine comercial, del cine mudo al sonoro, el paso fue inmediato, y ya desde el primer momento, esos gallineros antedichos de los cines de San Sebastián contaron con mi asidua presencia, y puedo hablar, con conocimiento de causa, de éxitos de público multitudinarios de aquel tiempo. En esta categoría pondría, por ejemplo. Los tambores de Fu Manchú, en donde se trasladaba a imágenes la personalidad de un antihéroe del pulp americano, el siniestro oriental creación de Sax Rohmer. que vivía rodeado de soldados/esclavos llamados dakois, humanos robots, hombres y mujeres privados de razón y de voluntad propia y sometidos al omnímodo poder de su amo que disponía de sus vidas a su capricho. No es cosa de dar un repaso a una fílmografía de época que, por otra parte, está presente en cualquier diccionario de cine, pero cabría puntualizar sobre algunos títulos de mayor irradiación estelar como lo fue, sin duda, la hitchcockniana Rebeca (1940), un filme que marcó época como todo el mundo sabe, las dos versiones de El séptimo cielo (porque la última rescataba para la atención general, la primera), la serie tarzanesca con el olímpico Weismuller espantando a la selva entera con sus gritos, la jovencita Diana Durbin y sus gorgoritos virginales, rizitos de oro' Shirley Temple y sus angelicales encantos de niña prodigio', la otra niña patinadora, Sonja Henie y sus acarameladas comedias seudodeportivas, y tantos y tantos otros cuya simple enumeración se hace imposible dentro de los límites de tiempo que me he marcado para esta charla. Aunque mi memoria, que siempre tiene un comienzo indehiscente, revisita ahora, al margen de todo lo anteriormente citado, una sola tarde de la primera emoción cinematográfica, en el gallinero del Victoria Eugenia, ante una versión de Los cuatro hombres justos, de director e intérpretes innominados para mí como en aquel tiempo lo eran todos, una historia del incomensurable Edgar Wallace por supuesto, y en donde aprendí una sencilla, eficaz e impune manera de matar que alguna vez he visto repetirse en la pantalla pero no tantas como sería pensable que ocurriera. Tampoco quisiera dejar en el olvido a una extensa serie de documentales de guerra, que, en sesión continua podían verse bien en el cine Novedades o en el Pequeño Casino (que ya para entonces había dejado de llamarse Petií para llamarse Pequeño, con arreglo a aquella especie de xenofobia lingüística que funcionó en el primer lustro del régimen franquista). De esta manera pude ver. claro que desde el punto de vista de la productora UFA generalmente, episodios en vivo de la blitzkriege alemana, aquella guerra relámpago' que, en cuestión de pocos días, como un impresionante maremoto, invadió Europa inconteniblemente. Pudimos ser testigos privilegiados, por ejemplo, de la batalla de Dunkerque en 1940. que fue un tremendo desastre para las fuerzas aliadas sitiadas en Bélgica; el desembarco de Normandía y la aniquilación del VII Ejército alemán, la contraofensiva de Von Rundstet en las Ardenas, etc. Todas estas historias reales tuvieron, más tarde, su ilustración fílmica pertinente realizada por los americanos e ingleses, sobre todo, como propaganda bélica, pero esa primera impresión captada desde los documentales de guerra era, sin duda, más real y mucho menos partidista a pesar de todo y viniendo los documentales de donde venían. Cuando evoco aquellas tardes, solitarias como siempre lo ha sido todo en mi vida, no puedo por menos de agradecer al cine, a este cine cuyo centenario ahora celebramos, las vías de ensueño y de fantasía que nos proporcionó en esa edad en donde todo se reviste de un encanto especial y la mayor fábula del mundo puede encenderse desde el más simple motivo.
MADRID. FESTIVAL DE CINE
Luego, algo más tarde, cuando me fui a estudiar a la Universidad. Madrid fue mi capital del cine. Si a las ocho de la mañana me esperaban las salas de disección de la Facultad de San Carlos (en una zona en donde se movían los fantasmas de Teresa Mancha, la amada de Espronceda; de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II y su casa de refocile, etc), luego, a partir de las 10 de la mañana toda la ciudad se ofrecía abierta, en cines de programación doble o hasta triple y, naturalmente, con películas para todos los gustos. Madrid, por aquel entonces, a mediados de la década de los 40. era un auténtico Festival de Cine en donde el verdaderamente aficionado se veía casi imposibilitado de acudir a todas las oportunidades que se le ofrecían. Todas las semanas (a veces hasta a media semana) se cambiaba de programa, y todos los lunes aparecía en los quioscos una especie de cuaderno de bolsillo que informaba de todas las películas que entraban en cartelera durante esa semana. Se me advertirá, seguramente, diciendo que hoy ocurre exactamente lo mismo. Bien, no lo dudo y supongo que un joven de ahora, en las mismas circunstancias en las que yo estaba entonces se encontrará con parecido paraíso cinematográfico, pero también quisiera aclarar que, cuando hablo de esta manera y explico el procedimiento, ya no estoy refiriéndome tanto a ese procedimiento propiamente dicho y sí, en cambio, algo más a la esencia. Acaso por la circunstancia temporal de que nos encontrábamos en un momento próspero de la Historia del Cine, momento en el que se notaba una gran eclosión de figuras míticas tanto en la realización como en la interpretación, se tenía entonces la ocasión de ponerse en contacto con todos los monstruos sagrados, ésos que ahora llenan los espacios complementarios de los Festivales de Cine y forman parte inalienable del mito hoUywoodense. Eran los tiempos de la época más esplendorosa y rutilante de Hollywood, y los nombres me acudirían en tal tropel que sería imposible encauzarlos mínimamente, con los Bette Davis, George Brent, Tyronne Power, Linda Darnell, etc., etc., toda una orgía de nombres, escenarios, argumentos, terrores, delicias... Madrid era un portento de ciudad posibilista para un aficionado como yo al doble atractivo de la literatura y el cine. Por una parte, tanto en la cuesta de Moyano como en otras tantas librerías de lance diseminadas por la capital, era posible hacerse con libros de una singularidad irrepetible a precios que aun entonces parecían ridículos, mientras que en el apartado cinematográfico lo que se ofrecía era una auténtica cinemateca. Era una excelente ocasión, en ambos sentidos, para hacerse con una especie de barniz cultural, aunque no era ésa mi meta, ni mucho menos, sino el de penetrar en mundos que tan en absoluto desconocía. A pesar de todo, creo que algo aproveché, y si, por vacaciones volvía a casa con la mente llena de las imágenes de las mil y una películas vistas, también volvía con un baúl lleno de libros que, metódicamente y a destajo, como he leído siempre, devoraba apasionadamente.

MACLUHAN Y GUTENBERG
Antes, al hablar de Fú Manchú y de su famosa serie, he emparejado, espontáneamente, con toda naturalidad, una película y un autor literario, y sería cuestión, creo yo, de hablar un poco de esta circunstancia bifocal. Siempre ha habido puntos de tangencia importantes entre cine y literatura, y habría que señalar que, en sus cien años de existencia, el maridaje entre los dos ha sido muy estrecho, aunque, naturalmente, ha habido épocas de mayor ayuntamiento que otras. En la época a que hace poco me refería, período en el que fui acumulando mi pequeño haber o saber cinematográfico, creo yo que había más relación interna y externa entre cine y literatura de la que hay ahora. Luego, también pude advertir una época de rechazo total del cine hacia su compañera narrativa. Y una vuelta, nuevamente, al emparejamiento. Todo, un poco como en la historia de aquellos dos amantes de quienes la copla dice que "ni contigo ni sin tí tienen mis penas remedio'.
Hace ya algún tiempo, ya irá para los treinta y cinco años, porque creo que era por los comienzos de los años sesenta, se me invitó a dar una charla sobre este bitemario en una Semana de Cultura que se organizó en Irún y que se desarrolló en la, creo que hoy desaparecida, Sala Txingudi, y en el transcurso de la Semana recuerdo que se produjo una disputa calurosa, por motivos que nada tenían que ver con el cine sino sobre la elección de los motivos y modelos artísticos, entre Jorge Oteiza y Enrique Albizu. En cuanto a lo que a mi presencia atañe, recuerdo que la ocasión de disertar sobre cine y literatura venía dada por la aparición en aquel entonces de un fenómeno cinematográfico que revolucionó en cierta manera este cotarro: Michelangelo Antonioni. El gran director italiano estaba entonces en sus horas altas, y los que intentábamos o pretendíamos estar un poco conectados al mundo de la cultura universal, habíamos visto alguna película suya, preferentemente en lo que entonces se llamaban cine clubs, y sabíamos de sus conexiones con creadores literarios como Cesare Pavese, aunque en cierto modo, curiosamente por otra parte, era justamente Antonioni quien venía a cortar, paradigmáticamente, toda una larga tradición del cine italiano en su vinculación del cine a la literatura. Pero lo hacía de una forma tan categórica que para muchos espectadores, el resultado era todo lo contrario, es decir, una mayor vinculación, una intersección tan honda entre los dos medios culturales o artísticos, que, si primero se ensayaba el cineasta en la introspección de los personajes, en su estudio anímico y psicológico, al mismo tiempo que en una nueva refundición del concepto del paisaje como revelador éste del ánimo de los agonistas, luego, convertido ya en un auténtico virtuoso de la cámara venía a fundir novela y cine en La aventura convirtiéndose en una especie de novelista cinematográfico él mismo. Yo diría que es éste, justamente, el momento en que más se interpenetraron las dos narrativas, la de la imagen y la de la letra. De alguna manera, MacLuhan y Gutenberg se daban la mano.
Pues bien, coincidiendo con la irrupción de este innovador llamado Antonioni y con la oportunidad que ello deparaba, se me propuso que diera mi opinión sobre la primacía, si hubiere, del cine sobre la novela o de la novela sobre el cine. Confieso que mi mayor vicio, más o menos conocido o más o menos secreto, ha sido siempre la lectura. Se me puede privar del cine y creo que sobreviviré sin grandes problemas pero no concibo siquiera que se me prive de la lectura. Esta predilección tiene, creo yo. dos razones o basamentos principales. Por una parte, perteneciendo yo a una generación pasada a la que se le deparó muy tarde la oportunidad del video, ha de entenderse que mi afición a la soledad compaginaba mejor con ese vicio solitario que es la lectura que con el cine, que precisaba la asistencia a una sala pública, más o menos concurrida, el trato con la gente, etc. Por la otra, y salvo raras excepciones, he opinado que la profundización en cualquier tema, hasta la simple exposición de la intriga y su desarrollo, tiene mejores posibilidades, mejor campo de ejercicio, en la novela que en el cine. Añádase a esto la mayor extensión que se le puede dar al relato así como su mayor ramificación y la gran libertad que se le brinda al lector de poder elegir él, a través de la lectura, las características más idóneas de los personajes, los que mejor cuadran según su sensibilidad y su imaginación, sin olvidarnos, por supuesto, del factor económico, pues una novela es posible escribirla con un manojo de papeles y un bolígrafo solamente en el peor de los casos. Es decir, acogiéndome a una comparación en base a tipos representativos, siempre me ha seducido más la galaxia Gutenberg que la de MacLuhan, y si es verdad el aserto de éste de que una imagen vale por mil palabras, creo que se le puede contestar muy satisfactoriamente, diciendo que una palabra puede valer por un millón de imágenes, y en este punto traería como ejemplo incontrastable el método de escritura, por ejemplo, de un Raymond Roussel. quien, parodiando a Arquímedes, podría decir algo parecido a 'dadme una palabra y crearé un mundo'. A todo esto creo que ha llegado también el momento de confesar otro vicio mío más grave aún. o quién sabe si una enfermedad de caracteres surrealistas: mi percepción del mundo se efectúa por medio de letras. Cuando una persona me habla no traduzco a imágenes lo que me dice, ni siquiera me detengo a considerar el tono o timbre de su voz a no ser en circunstancias muy excepcionales. Cuando alguien me habla se opera en mí un extraño fenómeno: mientras me habla me detengo a considerar la sucesión de letras que van saliendo de su boca. Estas letras, naturalmente, no son todas de la misma familia y ni tampoco, por supuesto, del mismo tamaño, y según su belleza o su firmeza voy elaborando mi propia teoría o escala de valores de la persona que me habla, estableciéndose de esta manera, para mi uso personal naturalmente, una especie de clave de mis personales r afinidades electivas' por emplear una expresión goethiana. Es decir, para resumir, mi mundo está formado casi exclusivamente de letras y me muevo en un ámbito en donde la gente habla como los personajes de comic o tebeo, con una ristra de letras saliendo de su boca y yo viendo cómo se efectúa esa salida a modo de manantial de palabras, cómo bailan y van colocándose en formación, de manera que se armonizan las palabras y las frases. Este partidismo mió, por otra parte, se pone más en evidencia si me decido a emitir una opinión sobre mis preferencias entre cine y literatura, que, sospecho yo que se inclinan abiertamente por esta última, preferencia e inclinación que quedan explicadas suficientemente, creo yo, con sólo citar el nombre de los que han sido y son modelos de vida para mí, tres tipos de los cuales dos tienen que ver con la literatura y con los libros, aunque el tercero nada tenga que ver con ese mundo, y sí, en cambio, con la ética personal. Como nunca nadie me ha preguntado quiénes son mis personajes preferidos, aprovecharé esta ocasión que se me depara para presentarlos.
Uno de estos personajes, y permitidme presentaros a los tres a pesar de que su emblemática presencia poco tenga que ver con el grueso del contenido de esta charla, es Buchmendel, es decir, Jacob Mendel, un personaje fácilmente identificable para cualquier lector de las obras de aquel autor apatrida de trágico destino que fue Stefan Zweig. Buchmendel es el protagonista de uno de los mejores relatos, para mí, de aquel gran escritor vienes que penetrado de una desazón vital y convencido de su tenebrosa visión del futuro de una Europa en ruinas, llegó a Petrópolis para quitarse la vida a un mes de su llegada, en una especie de grito irredento de la libertad humana por encima de aquel delirante monstruo del nacionalsocialismo alemán del que había tenido la fortuna de librarse físicamente pero que le marcó indeleblemente en lo psíquico. Buchmendel es, pues, aquel sublime personaje de Stefan Zweig, mago de los libros, con su campo de operaciones en el café Gluck en la Alserstrasse superior en Viena, un hombrecito galiziano, librero de lance, poseso del dios-demonio de los libros, adicto sin remedio y con el cerebro licuado por el virus de Gutenberg, que, en la pluma de Zweig vive una tragedia insólita que, si no fuera por haberla contado quien la contó hubiese merecido ser narrada por el mismísimo Kafka. Que un libroadicto como yo se mire en el espejo de otro libroadicto como Buchmendel es una obligada relación de causa-efecto y que me honro en proclamarlo.
El segundo de los personajes está también adscrito al mundo de los libros, aunque no tenga ninguno en su haber. Se trata de Emilio Bécher, gran desconocido de las letras y en quien todo se hace mágicamente respetable. Emilio Bécher fue un escritor argentino que nos lo descubrió José María Salaverría, quien le llamó el genial fracasado, un personaje singularísimo que tenía un espíritu extraordinariamente agudo y cultivado, y todas las imponderables dotes con que quiso enriquecerle el cielo y que él mismo las malbarató por ocultos motivos psicológicos; un hombre sobre el que la Providencia quiso reunir todas y las más raras perfecciones, no quedando ausente ni la belleza física, pero a quien le faltaba el ímpetu ambicioso, el ahinco perseverante, la codicia arribista, el valor o impudor de la publicidad, una de las primeras plumas de Argentina, de poderosa inteligencia y capaz de tantas bellas obras que, sin embargo, le volvió la espalda al público y le hurtó su obra de manera que no quedara ni rastro de ella.
Y, para terminar, y simplemente como curiosidad, diré que el tercero de los personajes es el rey Wamba, el desnudo de ambición, noble y anciano godo unánimente electo por el pueblo y que se ciñó la corona por ser amenazado de muerte de no hacerlo, el ungido con la señal de la abeja simbólica, reductor de los vascones y de los rebeldes de la Galia con el general Paulo al frente, decalvado y hecho vestir el hábito monacal por innoble treta de Ervigio y que, con la misma dignidad con que aceptó la corona se la desciñó retirándose en magnífico gesto humano al monasterio burgalés de Pampliega.
Se entenderá que, teniendo como modelos a los dos primeros, la aguja de mis afecciones se incline hacia las letras y no hacia la imagen, por lo que toda opinión que de mi saliere tiene que ser, de cualquier manera, partidista, y por consiguiente, la imagen se encontrará en todo momento en un segundo lugar.
Dejando al margen esta circunstancia personal, queda la otra cuestión que tiene que ver con la fidelidad de las versiones. Es conocido el hecho de que en una versión a imágenes de un texto literario, un maridaje aceptable se da más bien en contadas ocasiones. Para confirmar en parte este aserto nos bastaría fijarnos, por ejemplo, en lo acontecido con novelas referidas al mundo vasco y que han tenido la fortuna o la desgracia de haber sido vertidas al cine. No han sido muchas las que han tenido esta oportunidad, es decir, algunas de Baroja, de Unamuno. de Aldecoa. etc. Como apreciación panorámica me parece que, por ejemplo, de los tres el más afortunado puede haber resultado Unamuno, gracias, sobre todo, a una buena versión que hizo Miguel Picazo de La tía Tula, pero que no había tenido tanta fortuna en una muy anterior translación, en 1946, de Abel Sánchez, bajo la dirección de Carlos Serrano de Osma. En lo que respecta a Baroja, en primer lugar habría que señalar la indiferencia conque el cine ha contemplado toda su abundante obra a la que se le puede considerar, sin más, como eminentemente cinematográfica en su gran mayoría.

Luego, habría que recalar en el reiterado fracaso de las tentativas de querer llevar a la pantalla las aventuras de un héroe tan emblemático como Martín Zalacaín. Si de ellos dos pasamos al tercero, Aldecoa tuvo una bastante digna translación con Young Sánchez, pero no tanta con Gran Sol, y me atrevería a decir que tampoco Con el viento solano. Creo que bastan estos ejemplos de estos tres escritores de nota para dejar demostrado en parte, al menos para mí, la dificultad que entraña el hacer con dignidad ese especialísimo trasvase de la letra a la imagen, que se realizará, según para quién, en mejores o peores condiciones. De todas maneras, costará que resulte lo feliz que debiera serlo, con lo que aquella vieja frase de traduttore, traditore, tiene aquí, generalmente, exacto cumplimiento. Añádase a esto el hecho, también muy reiterado, de que buenas novelas suelen dar pésimas películas, y viceversa, y también lo contrario.
SHANGRI- LA
Ahora, cuando se cumplen los cien años de la invención de ese artilugio que llevaba encerrada la semilla de un arte incomparable, mi agradecimiento a los Hnos. Lumiére y a todos los que han contribuido a su admirable desarrollo se sustancia en el hecho de que haya contribuido de manera tan milagrosa en el ensanchamiento de mis territorios de Shangri- La, esa admirable región de disfrute personal que a cada uno de nosotros nos espera en el punto exacto donde hayamos querido fijarlo.
Como lo recordarán fácilmente muchos de los aficionados cinefilos, Shangri La tiene una concreción específica en una película Horizontes perdidos, que en el año 1937 realizó Frank Capra, con Ronald Colman y Jane Wyatt, como protagonistas. Sobra decir que, en efecto, la existencia y la proyección de ese territorio singular encaja de maravilla en la mentalidad positivista de este director cuyo empeño, película tras película, fue el inyectarnos optimismo para sobrellevar las difíciles singladuras de la vida. Si de los cinefilos pasamos a los bibliófilos también muchos de éstos, si no todos, recordarán a un escritor que allá por los 40 estaba en la cumbre de su gloria en los escaparates de nuestras librerías. Me refiero, naturalmente, a James Hilton, el celebrado autor de Adiós, Mr. Chips, también llevada a la pantalla, esta vez por Sam Wood, y con el inimitable Robert Donat como protagonista. Recientemente, en un libro impagable, y en donde se daban cita un montón de lugares imaginarios, me topaba con ese lugar mágico de Shangri- La, que viene a ser una especie de Jauja. Curiosamente, los dos lugares, Jauja y Shangri- La están situados en las alturas, Jauja en las alturas peruanas y Shangri- La en las del Tibet, cerca de las montañas Karakal, cuyas avalanchas suelen oirse al mediodía, un territorio que fue fundado y bautizado por el Padre Perrault, a cuyas actividades se debe, entre otras cosas, la traducción al tibetano del Ensayo sobre la vanidad, de Montaigne, según leo en ese libro antedicho. Si tomamos como ejemplo el que nos brinda la propia longevidad del fundador de esa comunidad, que murió a la muy provecta o casi matusalénica edad de 250 años, deduciremos que se trata de un refrescante lugar en donde los años suelen producir el efecto contrario al que suelen efectuar en otros lugares, es decir, se trata de un lugar si no de rejuvenecimiento, sí, al menos, de mantenimiento, ideal para todos aquellos que quisieran prolongar esta pobre vida en buenas condiciones, y que, desde esta función llamémoslo "conservadora' (entre comillas) nos une, nuevamente, con otro referente literario-cinematográfico, el mito inventado por aquel genio del cinismo, lúcido y demoledor en sus paradójicas frases, hombre colocado por encima de los dictados del Bien y del Mal, que fue Osear Wilde. El retrato de Dorian Gray' marca una frontera más de los deseos humanos imposibles de cumplir en la misma dimensión de las cronologías infaustas de lo faústico (permítaseme el juego de palabras sugerido a través de las reverberaciones memorísticas, un tanto sinusoidales, del personaje goethiano).
Volviendo nuevamente a ese lugar mágico de Shangri- La, a mí me es grato reconocer, y así lo comunico públicamente, que creo que el acceso a este paraíso se hace posible, entre otras vías, por ese artilugio de increíbles magnitudes y proyecciones en que ha llegado a convertirse el invento de los Hnos Lumiére. Quisiera decir, simplemente, que ese edén en donde toda delicia se hace posible (aunque también toda horripilancia, todo hace falta decirlo), no se halla solamente en ese valle rodeado de montañas en donde viven unos pocos miles de habitantes mezcla de chinos y tibetanos y que está gobernado por los lamas, y en donde no hacen falta ni policías, ni soldados, etc, porque no hay delincuencia y no es preciso luchar contra nadie. Un valle, por otra parte, quizás intuido por Ponce de León cuando se movía, afanoso, en busca de la Fuente de la Eterna Juventud.
El cine y la literatura, en mayor o en menor proporción según se trate de nuestras mayores o menores apetencias por cada una de estas dos colaboradoras de nuestros paraísos interiores, son capaces de situarnos en esa inefable y a la vez afable región de los sueños en donde todo esplendor, bien sea o aventurero, o amoroso, o épico o dramático, etc, etc, se hace posible. El cine y la literatura han hecho que, para muchos, el hórrido color negro de la vida se convierta en rosa, y lo mismo ha ocurrido con los que ven la vida de color gris, anubarrado, oscuramente desasosegador... El cine y la literatura han hecho que el atroz mundo de la soledad desoladora, de la soledad dolorosa. de la soledad trepanante hacia los tuétanos del alma se convierta en soledad acompañada, en soledad gozosa, en soledad vibrante de entusiasmos que se nos anillan en algún caso, o en sutilezas que se rezuman en otros, o en hiperbólicos delirios, o quién sabe en qué místicos anhelos... El cine y la literatura, bien a solas o en compañía, bien en dosis mensurables o en incomensurables, están presentes en nuestra actualidad y como drogas que son, de igual manera pueden servir para curarnos como para enfermarnos, para intoxicarnos como para desintoxicarnos, para salvarnos que para hundirnos. Dejo a un lado, al señalar solamente esta doble relación, literatura/cine, otras relaciones que, desde el cine, se pueden dirigir a otras disciplinas, otros saberes, otras enseñanzas... Precisamente uno de estos días pasados leía un interesantísimo libro de Marc Ferro sobre Historia contemporánea y cine, en donde al mismo tiempo que se mostraba la fuerza y poderío que ha ido adquiriendo la imagen desde que, en los años sesenta se empezó a contar con las películas como documentos históricos hasta nuestros días, aunque haciendo la salvedad de que, isócronamente, también ha empezado a entrar bajo sospecha.
En este momento, al cumplirse estos cien años del invento maravilloso, yo le quiero agradecer al cine todos los momentos felices, todos los momentos gozosos que me ha deparado e incluyendo en ese gozo y en esa felicidad hasta los tensos momentos, los horribles momentos, los terroríficos momentos que, según el género de la película, me ha sido dado contemplar. Mostrar este agradecimiento de un cinefilo contumaz que ha visto miles de películas en su ya larga vida, y que ve cómo y hasta qué punto lleva el cine en la sangre de sus venas, ha sido el principal motivo de esta charla banal, insustancial, confusa y desparramada y en donde he mezclado muchas cosas, sobre todo mínimos saberes y grandes incongruencias. Perdonadme si podéis.

LA PASION ESCEPTICA


«El Vasco tiende por naturaleza a la disgregación»
                    

En el perfil de Santiago Aizarna todo parece desmesurado: su barba de Robinsón perdido en la isla del Ser y la Nada, su erudición, que es la de un auténtico enciclopedista, y por supuesto, esa retórica de ademanes amplios y palabras rotundas con la que se empeña en transmitirnos una paradójica frialdad existencial, marcada por el escepticismo camusiano. Sin embargo, cuesta creer que un lector capaz deacumular cerca de 30.000 volúmenes, incluso de leérselos, no sea un apasionado de la vida.



Tal vez su desengaño es el de aquellos que le pidieron a la vida demasiado. Casi tanto como lo que él ha puesto en la balanza con su pluma: novelas como El ojo insomne, poemarios como Humano animal, relatos como Al terminar la fiesta. Y ya como periodista, esos 20.000 artículos redactados a lo largo de mas de treinta años de ejercicio, que le consagran como un maestro y como una referencia obligada del Medio. Todavía hoy, aun desde la retaguardia de este DV, se desayuna escribiendo un artículo o un soneto. Y luego, saca a pasear un perro con cara de filósofo existen cialísta. -Cuanto más conoces a los hombres, más quieres a tu perro-, escribió Wilde. Con Aizarna ocurre todo lo contrario: cuanto más le conoces, más te convences de que el género humano, individuo por individuo, sigue mereciendo la pena.

  — Cuando Hemingway pasó por Oyarzun, ¿Vd. ya había decidida entre ser periodista o escritor?

  —Bueno, yo nunca decidí ser periodista ni escritor. Yo me considero lector. Desde luego, si pagasen por eso igual no hubiera escrito ni una línea. Aunque después de escribir la primera, ya no pude parar. Todavía hoy, con el desayuno de todos los días, me escribo un artículo que, claro, no se publica, o un soneto. Me encantan los sonetos.

   —Por el tiempo en que Vd. se inició en el Periodismo Julio Camba escribía: -Los periódicos no se hacen con tinta sino con café'.               

   —Ahora se hacen más bien con ordenadores, aunque el ambiente y el compañerismo sigue siendo el mismo. De verdad, yo he tenido la suerte de trabajar en redacciones modelo.

   —Al margen de las innovaciones tecnológicas, ¿cuáles son los mayores avances que ha experi-
mentado el periodismo en los últimos años?

   —El periodismo actual puede permitirse la denuncia de las corruptelas, cosa que antes no se podía, pero ha desaparecido el artículo literario.

   —¿Qué es lo mejor y lo peor del periodismo actual?

   —Lo mejor, la libertad de Prensa. Lo peor, el excesivo espacio que se dedica a la politiquería, que no a la política.

   —Sallada la diferencia entre medios públicos y privados, ¿Cuál es para Vd. la clave de la credibilidad informativa?

   —Es la persona o el equipo que hay dando la cara en cada medio quien marca las diferencias.

   —La Prensa, ¿ejerce realmente como un Cuarto Poder en el País Vasco?
   
   —Digamos que va ganando una cierta importancia social. Sobre todo la Prensa escrita, porque lo escrito permanece, y eso duele.

   —¿Será por eso que las amenazas de ETA contra los Medios Vascos van en aumento?

   —Bueno, yo nunca he creído ni en la libertad de expresión, esa es la verdad. Pero de ahí aque te    juegues la vida por ejercer tu mínima libertad personal, eso no tiene calificativo. Es una barbaridad.

   —Qué le parece esta frase escuchada en cierto debate postelectoral: -Si hubiera menos pe-
riódicos, sería más fácil gobernar con una mayoría simple-.


   —Pues es verdad, pero claro, detrás de esa opinión late la nostalgia de un régimen dictatorial.

   —Dicho de otra manera, los políticos, ¿siguen teniendo una cierta prevención ante la Cultura?

   —Hay de todo. Cuando sacamos la revista "Kurpil", mandamos el boletín de suscripción a mil personalidades. Sólo nos contestó una y era un político, Juan María Bandrés.

   —El pesimismo aizarniano, ¿es una consecuencia de haber leído tanto a Baroja?

   —Sí he leído mucho a Baroja, pero no soy barojiano. Mi fama de barojiano nace de una conferencia sobre Baroja que di en la Asociación Artística Entonces sí que debía de tener gancho, porque se llenaron hasta las escaleras. Sólo dije lo que decía Baroja, pero fue un escándalo.Tanto, que el secretario del gobernador me llamó a capítulo, y cerraron la 'Artística'.

   —Según la leyenda, en otro tiempo Vd. se pasaba todo el fin de semana leyendo libros, dentro
de su cama. (Sonrisas).

  
   —Sí, hasta comía leyendo. Ahora la cama me resulta incómoda, pero suelo pasarme tres o cuatro días encerrado en casa, leyendo. Porque a mí la gente y la vida social, la verdad es que me revientan. Serán ya cerca de 30.000 los volúmenes que tengo en mi biblioteca.

      Le leo una frase de Tolstoi:  —Los rusos no aman a su país porque se viva bien en él, sino porque todo va mal   — (Más sonrisas).

   —Sí. también vale para el País Vasco. El vasco es bastante masoquista. Es muy gratificante ser masoquista. Como la vida está llena de sucesos desagradables, pues el masoquista se pasa el día disfrutando. Le encanta echar la culpa de todo a los demás.

   —Su compilación de "Crímenes truculentos", ¿admitiría un capítulo más dedicado al asesinato de Gregorio Ordóñez?

   —Desde luego, ha sido un crimen truculento, terrible, uno más para añadir a los ochocientos asesinatos de ETA. Yo suelo decir que tal y como está el mundo, sobre todo para nosotros los jubilados, el suicidio es la pequeña esperanza que nos queda. Pero ETA debería haberse 'suici-dado' hace ya mucho tiempo como banda armada, sin esperar a la jubilación.

   —Sinceramente ¿se puede imaginar un País Vasco normalizado y en paz, antes del 2000?

   —La verdad es que no. El País Vasco tiene dentro de sí una esencia disgregadora. Nunca llegará la paz, ni la normalización, ni la integración. El vasco tiende por naturaleza a la disgregación, a las partidas banderizas. Para eso no hay remedio, y seguiremos igual.

   —Si trasladásemos su 'Espejo Cóncavo' de los 70 a los 90, ¿qué clase de imágenes reflejarían mejor la sociedad vasca?
               
   —Las más esperpénticas. Después de lo que he vivido, yo ya lo veo todo en caricatura.

   —Ahora que tiene tiempo, ¿no le tienta escribir la novela de su vida?
  
   —Me ha tentado escribir, no la novela de mi vida, sino la de mi biblioteca. Hay todo un mun do en eso, un viaje alrededor de mi biblioteca.

   —Volviendo a la biografía, ¿cuál sería el capítulo más difícil?

   —A pesar de todo lo amargo que soy, tengo pocos momentos de amargura. Lo que más me ha
decepcionado es el fraude de la amistad. Acabas perdiendo la fé en el género humano.

   —¿Y el que volvería a reescribir con verdadera alegría?
               
   —Los momentos más gratificantes son los de la niñez. Hay que darse cuenta de que, a partir de entonces, en la vida de uno, todo va a peor.




Publicado en EL DIARIO VASCO el Lunes 6 de Febrero de 1995.
Entrevistado por Álvaro Bermejo.