lunes, 14 de febrero de 2011

El calcetín

   Se dice que deben de veinticinco pero la indignidad empieza con la primera. Mejor dicho, con la idea de la primera, aunque no tratemos de entrar aquí en la distinción filosófica entre potencia y acto. Hizo bien aquel gran ordenador de la inteligencia filosófica en poner en terreno comparativo el pensamiento y la obra ya que, con ambos enfrentados, se percibe mejor lo que va del dicho al hecho, del bla, bla, bla mentiroso a la ignominia coi. En suma, que sabemos que hubiese bastado con una sola sentada para que se consumase pero que se nos dice que fueron veinticinco las veces que se sentaron unos frente a otros en una partida de varias sesiones pero todas escrupulosamente numeradas, y con una fuerte postura sobre la mesa. Una partida de tahúres en la que no faltaba, seguramente, el Colt 45 en la pistolera o el Derringer en la manga, que todo se puede disimular y lo que vale es la intención, tomo en todo. Un número redondo ése de veinticinco, es decir, la cuarta parte de otro aun más redondo, el cien, que tampoco vamos a dejar al margen la importancia del número que, en los viejos estudios, no sé si llegando hasta el trivium y el quadrivium, se cifraba en el diez, el guarismo perfecto de la suma suficiencia cuya solidez halló lugar idóneo de excelsitud hasta en el futbol, donde es máxima categoría llevar el diez en la espalda. Pero, al margen de todas estas disquisiciones numerales está la soberana lección del ejercicio continuado sobre la no- conciencia. Pongamos un ejemplo: cuando uno se convierte en asesino, es su primer asesinato lo que más cuenta. Ese primero, si el asesino es mínimamente humano y no bestia del todo, es posible, en el mejor de los casos, que le cause algún débil conato de nausea, Los siguientes asesinatos van contando cada vez menos; los siguientes van cayendo por el tobogán de la obscenidad cada vez, con mayor indiferencia. Mente y corazón han adquirido insuperable lisura y ya todo resbala. Ya no hay arcadas que sufrir y que contar. Su sustitución se hará por la vía del horror, pero tampoco eso cuenta. El ser humano, como también la bestia humana, ya se sabe, es un animal de costumbres y será ta costumbre la que regle su vida a partir ese primer paso. A fin de cuentas, el tratado de psicología que mejor nos explica, como si se nos hubiera hecho la vivisección, será ese sainete escrito por el mejor costumbrista, un trozo arnichesco de cada tiempo que vamos viviendo o que vamos muriendo. Es decir, la teoría del calcetín, vivir o morir según le demos la vuelta. Da lo mismo cuando el calcetín esté sucio por haber sido restregado en el arroyo. Pocas como aquella eximia mujer, Concha Espina, son capaces de rescatar para modelo de vida, un lema tan refulgente: ' Vivir se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte'. Aunque, también a ese vivir' le quede aún el fleco de una pregunta comprometedora, es decir, ¿de qué 'vivir' hablamos? Un 'vivir', que valga la pena ser recordado, advirtamos, que, tantas veces, mejor sería olvidar de poder ser olvidado. 



Giraudoux.- 


   Nunca supo Casandra lo que se perdía por no saber hallarle remedio a su maldición. Y cuidado que era fácil el remedio. Es decir, que, para ser creídos, lo mejor es mentir, que en esto consiste darle la vuelta al calcetín. Mírese alrededor, sobre todo a los pastos de la política y saque sus consecuencias. Algunas veces he citado antes a Casandra y me he dado cuenta de que hay alguna gente -mucha- que nada sabe de ella, y es que haría falta una reeducación en la mitología clásica en donde se encuentra la historia de todo el avatar del hombre. Digamos pues, brevemente, cuál fue la maldición de Casandra. Remostémonos, para empezar, a aquellos extraños tiempos en los que hasta un dios como Apolo -la belleza masculina en suma la magnificencia del sol y del arte campeando sobre su figura-, puede ser contrariado en sus pretensiones amatorias. A Casandra, hija de Príamo y de Hécuba, le es conferido, por trueque de amor con Apolo, el don de la profecía. Pero, por negarse a satisfacer al apolineeo, se le priva de la credibilidad aunque no de la certitud en sus calamitosos presagios. Nos señalaba Giraudoux que "La guerre de Troie n'aura pas lieu', mal presagio el que se deduce del título cuando saca a escena a Andrómaca que dice quo no habrá guerra pero Casandra qwe sí, que Casandra siempre tiene razón aunque nadie crea lo que ella dice. Viene luego todo el aparato de la provocación, la bofetada de Ayax a Héctor que lo soporta todo en su ilusa vía de la paz (¿a quién se parecerá en nuestros días), las negociaciones de Ulises entre ambos... pero el caballo de madera avanza y hay a quien, ¿casandranamente? le empiezan a fulgurar en la memoria unos versos quevedescos, aquellos que a don Francisco en añeja edad, le salieron a los puntos de la pluma en momento de cansancio irreparable y ahora recitamos. 'Miré los muros de la patria mía,/ sí un tiempo fuertes, ya desmoronados..' ¿Vale el quevedesco concepto de la patria y su desalentado discurso en lo presente? ¿Será hora de mirar al horizonte o de ignorar olímpicamente a Casandra? Esa es la cuestión', que diría el otro. 



Samaniego.- 


   Hay muchas histerias que pudieran contarse sobre verdades y mentiras, que la literatura está plagada de ellas y, acaso, la vida no consiste en otra cosa que en creer a los mentirosos y desconfiar de los que nunca han dicho otra cosa que verdades. Por no saber dar la vuelta al calcetín no extralimitándose en la broma, le devoró la manada el lobo al zagal mentiroso como nos cuenta Samaniego; y fue este mismo gran fabulista el que hablando del charlatán que sabía que 'el vulgo, pendiente de sus labios/ más quiere a un charlatán que a veinte sabios' (¿aprenderemos para hoy la lección de ayer?), dio en apostar con el rey, ahorcamiento por medio si no logra en diez años enseñar a ser un buen orador a un borrico, confiando en que 'en diez años de plazo que tenemos/ el Rey, el asno o yo no moriremos', suposición peligrosa que somos muchos los que hemos estado creyendo, día va día viene, y meses y años, que algún dios benévolo procedente de las altas instancias de Polloe nos viniera a salvar de tanta miseria política, tanta podre de violencias y fanatismos que hemos tenido que aguantar, que alguna vez hasta nos hemos puesto a remedar a Don Juan en su famosa escena del cementerio en su inculpación a Dios, y hemos recitado aquello de rogué a Polloe y no me oyó,/ y pues sus puertas me cierra,/ de mis pasos, en la tierra,/ responda Polloe y no yo', pero es que godot siempre tarda en llegar y la espera puede con toda esperanza y nos condena a soportar o tragar tanta bazofia 'antes de que el tiempo muera en nuestros brazos', o mejor, por mal que le pesare a Garcilaso, antes que perezcamos nosotros en los suyos. 



22-V-2007

Octogenarios

   Se nos están muriendo los octogenarios, y leo que entre ellos, ese tal Rostropovich que era como el flautista de Hamelin para grandes damas sobre todo y cuyo violonchelo redamaban los querubes que eran ellos los que lo habían perdido desde que el gran virtuoso empezó a hacer uso de su virtud, la Música en muy mayúscula en sus grandes escenarios y aledaños varios, que dirán los que en el más allá de esta vida creen sobre qué instrumento el más preclaro le estará reservado para conciertos celestiales y construido por cuáles mágicas manos de artífices insuperables, que ya está escrito por alguien, aunque no tenga por qué ser verdad, que la Historia del Cosmos debe escribirse con números pero la del Cielo con música, con lo que ya estamos conectando con aquello tan sublime de las polifonías estratosféricas, la música de las esferas. Salinas, Fray Luis y todo eso. Y, días más atrás que el del lamento de Rostropovich, leíamos la necrológica de otra octogenaria que se dedicaba a Corin Tellado, -huelga toda comparación excepto- la de la coetaneidad-, a quien pocas reclaman ya sus novelas supongo, cuando eran tantas y tantísimas las lectoras que se ensimismaban en sus historias de amores, caballeros de atractiva estampa y boyante economía pasando ante los ojos y el corazón tan latiente de tantas damiselas que eran como clones de esas lectoras mismas que tales historias leían, tiempo aquel en el que leer era un ejercicio casi compulsivo y para leer servían como salas de lectura los traslados en tranvías, buses, metros, etc, que parece necesario decirlo ahora en que parece que no se lee como antes se leía, pues que, mientras ellas se ensayaban con las historias que contaban la tal señora antedicha y otras firmas inolvidables en editoriales que se hicieron famosas por este género (las de Pueyo y Bruguera por un ejemplo), ellos, los hombres, preferían irse al Oeste americano en alas que les prestaban preclaros autores de la novela popular, sobre todos sin duda el más feraz' de todos ellos, el llamado José Mallorquí al que se le desparramaba la imaginación por mil y un conductos propios de los lugares que novelizaba, pistolas, caballos, cuatreros, bandidos, linchamientos, atracos de trenes, leyendas mil y que ya pasó todo, que cómo no se ve leer como antes que lo dicen los octogenarios y será verdad que hasta estarían dispuestos a coger el candil de Diógenes y atravesar los tranvías (que tampoco existen) y los buses y los metros de cabeza a cola para poder encontrar a algún desgraciado lector al que se le encontrará, si se le encuentra, sumido en seguir las falsas aventuras de las falsas historias de personajes y hechos falsos de las novelas llamadas históricas que son las que hoy en día privan sobre toda otra cualquier lectura, un género (si así pudiera llamárselo) que cuando lo sacó como invento el llamado Walter Scott podíamos hasta creemos sus historias porque pudieran parecernos tan vetustas como vetusto nos parecía el propio autor y no era cosa de compulsar cronologías, que es verdad que casi siempre si no siempre del todo las historias históricas nos han venido envueltas en mentiras, mentiras del cronista del rey X contra mentiras del cronista del rey Y, que, yendo aún más lejos que a donde estos cronistas y dando con el padre o abuelo Heródoto, a saber cuantas mentiras históricas nos endilgó pero a pesar de todo le queremos y le veneramos sobre todo por el amplio marco de invenciones y usos y costumbres de los que nos contó, cosa que no podemos, sin embargo, con otros que, aun reconociendo que es verdad que una novela, saco de detritus tantas veces y poco más, puede admitir muchos desahucios pero a pesar de todo. 
   Nos adiosearon pues, el Rostropovich y la Tellado con sus ochenta calendarios a cuestas que pueden pesar mucho según, y le dejamos aparte, por conquistador de metas imposibles de más allá de los ochenta, a un otro personaje, que me enteraba del centenario del conocido por Fred '' Zinnemann de grandes proporciones artísticas, y por quien pudimos ver a Gary Cooper solo ante el peligro, o a Marlon Brando interpretando a un hombre embutido en parapléjico, etc, etc (que la filmografía del vienés trasplantado a Hollywood es abundante en muy recordables filmes). Rumiantes de carne de letras como a veces nos gusta ser, ¿cuál la mejor lectura, si no las esquelas, para esta edad avanzada? Volver pasos andados y releer puede ser una opción, igual que las nuevas ediciones de viejos títulos escolares que aquí están de nuevo para dar satisfacción a nuestra nostalgia y que algún editor se supone que también nostálgico pero no se sabe bien si tan avispado, ha vuelto a dejar caer en librerías y quioscos, libros como 'La lección de las cosas', .El Juanito', etc, con páginas ofertantes de saberes múltiples casi en sordina o a tempo lento, anécdotas de niños modelo, que hoy serían tildados de repipis que, sin embargo, si bien se mira, no le vendría mal a la sociedad actual un pequeño baño de consejos, cortesías y lecciones en fín que en ellos se ofrecían, pero la verdad es que la lectura por excelencia de un octogenario, hay que rendirse a la evidencia, es la de las. esquelas, que son, en verdad, las que dan cuenta más exacta de las trayectorias que vienen marcadas por aquellas siete hermanas que Hesíodo las dejó reducidas a tres, las Moiras o diosas del destino, Cloto la hilandera que hila el hilo de la vida, Laquesis la enrolladora que reparte el destino, y Atropo al fin que la corta, que es verdad que nos corta el hilo la última de las tres hermanas y nos quedamos viendo como el agua de nuestros cangilones vaciándose se lleva lo último que nos queda, que por ahí fuimos dejando fervores y anhelos juveniles, pujanzas y templanzas de edad madura, decadencias innumerables que eran como mareas malsanas que nos trepaban carnes arriba o más aún inundando cerebros, y la última señal visible de vida que usamos es la esquela que no es otra cosa que aviso de muerte signado por el rip, que bien mirada la cosa, resulta hasta envidiable. 
   Nos queda aún, pienso, ese ambicioso que a pesar de los muchos años vividos no se contenta, por creer que no cumplió sus ambiciones o es que le es tan obcecado el vivir que le es ésta, no edad de muerte si no de recompensa, que le está perdida y no encontrada todavía la felicidad en no se sabe qué esquina que hará falta llegar a ella para ir vistiéndose, y que hará bien en no entregarse todavía, que hay octogenarios a los qué se les puso en la boca el último caramelo y se pusieron a lamer su dulzor amargo. Pero es que, acaso, dan en confundir la felicidad con la dignidad para ser feliz, que hay por ahí una cita kantiana que nos habla de la prioridad de esta última, una controversia con la que ya estamos entrando en terrenos de idealismo o materialismo, en ocasiones tan pugnazmente enfrentados. 

El gol

   Parece que las últimas correcciones hechas 'in articulo mortis' hayan aminorado un tanto el riesgo que supone hablar de goles en esta ciudad y en este momento, que, de no ser así, pudiera parecerse a la incorrección de mentar la soga en casa del ahorcado. Pero, sea como sea, lo importante en la vida es meter gol, ya se sabe, que tampoco vamos a decir que si blancos o negros aunque de ambos colores los haya, que seria discriminación conducente a malas interpretaciones. En avatares de vida, repito, 'meter gol' es el argumento supremo, que así lo proclaman tanto vencedores como vencidos. Para no perder tiempo con gentes de medio pelo, leamos a Baltasar Gracián (1601-1658), quien hablado de 'El héroe', e identificando gol y corazón, dijo que 'grande fue el de Alejandro, archicorazón, pues cupo en un rincón de él todo este mundo holgadamente' (que al más luminoso gol conquistador se refiere); y 'máximo el de César, que no hallaba medio entre todo y nada' (gran gol de ambicioso); a los que pudieran sumarse otros, como aquel de un tal Oliver Cromwell que metió su gol poniendo en jaque al rey de turno y encasquetándose corona del 'rey sin corona' (gran gol de intrigante); y, en la lista interminable cómo no colocar a aquel insigne driblador que fue el militar corso que teniendo en la portería ajena, como un arácnido de múltiples patas a toda Europa por así decirlo, introdujo el balón en la red antes aún de que fenecieran los estertores del constrictor anélido surgido en la Bastilla y alimentado por mesié Guillotin (gol de megalómano). Obviamente, el campo de la política y de las guerras mundiales está lleno de goles, y su cita, aun mínimamente comentada, daría para una voluminosa edición comparable al Espasa. 


Galeano.- 


   Pero, si de referenciar goles famosos se tratase solamente, y en el estricto plano del fútbol, nos bastaría el excelente, jugoso y literariamente seductor libro del uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) titulado 'El fútbol a sol y sombra' (Siglo XXI de España editores, 1995), que dícese de Galeano que, escribiendo este libro, quiso hacer con las manos lo que nunca pudo hacer con las piernas, y él mismo asegura que 'como todos los uruguayos, quise ser jugador de fútbol. Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras ' dormía' que es circunstancia, gloria y frustración (fase a fase), que nos ocurre a todos y en todos los oficios. En defmitiva, el notable ariete literario uruguayo, nos va dando relación, dé una serie de goles memorables, entre los que cabe señalar el de Piendibene (hombre de rara maestría y más rara modestia, (que) nunca festejaba sus goles, por no ofender', que ésta sí 'que es cualidad que se echa de menos, que la antideportividad suma está, para mí, en hacer alharacas de un triunfo delante de las narices de su contrincante abatido, que, por sólo esta acción, merecería Piendibene que le fuera alzado un colosal monumento en todos los estadios); los de Scarone, Nolo, Meazza, Atilio, Severino, Martino, Heleno, Zarra, Zizinho, Rahn, Di Stéfano, Garrincha, Nílton, Puskas, Sanfilippo, Charlton, Gento, Beckenbauer, Rocha, Pelé y su gol 'mil goles', Jairzinho, Maradona (a sus doce años y con la lengua fuera como tenía por costumbre), Gemmill, Bettega, Sunderland, Rincón, Zico, etc, toda una constelación de goles maravillosos en los que no se sabe qué admirar más, si su ejecución sorprendente, la maravilla de estilos, el fulgor del espectáculo ofrecido, o, acaso, ¿no será que la magía de narración de Galeano supera si es caso a la maravilla de lo que se narra, que es como darle la vuelta al calcetín, que es que ya llegamos a saber hace mucho tiempo que las gestas no fueran tales si no las hubieran escrito de tal guisa los cronistas, que, en realidad, gran parte de la "épica del pasado, si no toda, está en la tinta que gastaron los escribas, que bien dice el romance que 'escribe el moro Tarfe,/ con tanta cólera y rabia,/ que donde pone la pluma,/ el delgado papel rasga.', pero en realidad, la inane aventura del papel rasgado nada fuera si no es por el romancero que nos ofrece una exquisitez de asonancias y resonancias que no podemos por menos de gustar con fruición. 


Messi.- 


   Sea gustada pues, de manera tan solemne pero precisa, la gloria de la narración, que, de esta manera recalamos en un gol mayestático que Eduardo Galeano no habría (o, no habrá) resistido, suponemos, a guardarlo en arquita de oro, y que, en posteriores ediciones de su libro, lo podremos leer sustancialmente reseñado, y que es el gol de Messi, de Lionel Messi„un crack argentino que, a sus veinte años, ha metido un gol ante el que palidecen otros de los más encopetados goleadores. Toda la artillería e infantería mediática tomaba parte la semana pasada en esa exaltación, parece que muy justificada, de ese gol maravilloso en el que el balón, impulsado por dos piernas ágilmente excepcionales regidas y dirigidas por una mente maestra en astucias, después de gloriosos metros de césped barridos por un ciclón niño que, como tal, solamente piensa en la sustancia del juego; ha llegado a su culminación como gol, ésa meta ideal de todos los balones. Y, como contraste a este diáfano relumbre, he aquí que, en la misma semana, vienen a producirse otros goles nauseabundos difícilmente igualables, que me refiero ahora a ese congelador gol (que tampoco deja de serlo, sea del color que sea) de un niño al que unos talibanes ponen en sus manos no sé yo decir si una gumía, alfanje o qué otra arma blanca con que rebanar pescuezos y va el niño y lo rebana, que resulta ser como un congelar la sangre en nuestras venas y arterias, un pasmo de Apocalipsis al desnudo, el contraespejo de Herodes si cabe, y que, por contraste, nos hacía recordar aquel poema hogareño del mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910), que nos venía a decir que 'un niño con un arma entre las manos/ y risas de bondad en el semblante,/ me recuerda uno de esos! ángeles enanos/ que dibujó Doré leyendo el Dante', que es verdad que el niño de los talibanes también parecía dotado de sonrisa pero no nos era de tan gratos perfiles que es que le estábamos viendo el trasfondo a la anécdota, aún más cuando de la crónica semanal nos emergía, llena de furia y de sangre (tan cercana la definición shakesperiana de la vida) la otra imagen del horror de ese estudiante de la Univ. Politécnica de Virginia, Cho Seung-Hui, victima, al parecer, de un desamor ciclópeo (que no sólo es de gigante sino de un ojo sólo, un sólo ojo mirándose y en sentido oblicuo), que leía yo en la prensa, que 'resulta lamentable que el manifiesto de un repugnante asesino en masa reciba tamaña cuota de pantalla', que ante esta revelación, se queda uno pensando que, en gran parte, está ahí, en la desusada cuota de pantalla que se da a actos abominables, la razón o el motivo de que tales monstruos tanto se prodiguen. 

De resurrecciones

   Excepto de casos irremediables negados a cualquier intento de resurrección y entre los que me parece que se puede citar (y lo digo; con gran tristeza) la desaparición de; una de las últimas sotanas de la ciudad que tan digna y elegantemente paseaba el nonagenario, venerable y siempre de jocoso espíritu, canónigo del Buen Pastor y eminente músico, Mons.D.José María Zapirain Marichalar (q.e.p.d.)j el milagro de volver a ser cuando ya se dejó de ser, parece que no fuera tan insólito. El caso de Lázaro en su Betania natal parece que no fue un hecho aislado, y el autor de ese drible a la naturaleza, se guardó para sí mismo el 'resurréxit tertia die, secundum Scripturas', que está en el Credo cristiano, y que, además, está escrito por el apóstol (I Corintios, 15, 17) que 'si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana'. Por un ejemplo, a treinta años de unos hechos políticos encuadrados bajo la común denominación de "La Transición" se ha vuelto a dar especial relieve a tales eventos y los merodeadores de noticias enlatadas se han dado el gustazo de abrir la lata, de catarlas y de volver a saborearlas a dos carrillos (nunca mejor empleada la palabra). 

Costumbres.- 

   Desde la fecha de la Resurrección pues, en la que por este año al menos ya estamos en ella, lo que a ese escenario de la tortura de la Pasión de Cristo a la que de alguna forma más o menos real hemos asistido y dejado atrás, todo nos conduce a lo mismo de lo que está hecha la pesadilla, es decir, de un cierto tender a la evanescencia, a un algo también como de polvo de estimación sobre imágenes descoloridas que más y más se irán decolorando como ocurre siempre que el tiempo pasa y va pasando. Atrás quedan, por lo tanto, digamos que hasta el año que viene al menos, los 'pasos' y escenografías, bien que barrocas o sencillas según el lugar, recuerdos de Getsemaní donde las lágrimas se tiñeron de sangre, el patio de Pilatos, el camino de 'abrojos lleno' del Calvario, el Gólgota y los brazos (de los maderos y del hombre) en Cruz (en mayúscula para que seáse de proyección universal), todo lo que tuvo acaso tanto de real pero también como de tan vano tiene la pesadilla que hay que repetirlo, como ahora, después de pasado todo, a los treinta años o a los pocos días, puede verse, y lo hemos estado viendo, año tras año, tantísimas veces, que, a fin de cuentas, que hay que repetirlo, que todo fue sueño, o un mal sueno, o, ¿quizás tan bueno que esa parte del corazón que nunca dejó de ser masoquista, se duele de no poder seguir sufriendo, o, es que también la espera de un año, es ese punto de masoquismo que tiene la virtud de mantener el sufrimiento aunque sea solamente en teoría? No haría falta - y no hace falta- en verdad otra cosa que ver esos antedichos 'pasos' descabalgados, las 'saetas' perdidas en el aire como productos de faringitis sentimentaloides, toda la faramalla ritual olvidada en la última esquina de las calles, los lloros y lamentos por que plugo a la naturaleza llover inoportunamente, los costaleros ya en reposo y masajeándose las excoriaciones, un resto de creencias nunca se sabrá hasta qué punto reales o artesanalmente fingidas tiritando en su última agonía, exudación de posos que se nos quedaron en el hondo de las enseñanzas religiosas que se nos impartieron, las costumbres con las que vivimos y con las que no tenemos más remedio que cargar, ya que, en definitiva, es la costumbre seguramente lo más verdadero con lo que contamos en nuestra vida, dicho sea pidiendo perdón si necesario fuere. 

La perra del anticristo.- 

   ¿Resucitan, y cuándo y cómo, los anticristos? A la hora de la muerte de Cristo, lo que a cualquier persona se le ocurre, por muy poco subversivo que se sea, es ponerse a leer de lo que le ocurrió al Anticristo en sus últimos días, aún más que de esa serie de anunciadas muertes de Dios entre las que no faltarían las manifestadas por los Nietzsche, Gluksmann, etc. Pero, ¿dónde está? O, ¿quién es el Anticristo? Y es que, la duda que senos instala tiene que ver con la elección de ese Anticristo para la que la Historia ofrece un sin fin de candidatos, la mayor parte de ellos, en verdad, emparentados con el poder, que ya se sabe que hay por ahí una teoría que no podría disociar, en modo alguno, la gloria del poder, y que, al poder da, en definitiva opción, toda prioridad. De esta opinión es Imre Kertész, Nobel 2002, quien en una obra suya 'Un relato policíaco' (Editorial Acantilado) publicada recientemente en castellano a los treinta años también de su primera aparición en librerías, nos hace partícipes de un diálogo entablado entre dos miembros del Cuerpo (más allá aún que la policía secreta). Rojas Martens y Díaz, en el que llegamos a saber que si el primero manifiesta creer ser servidor de la ley opone Díaz el alegato de esa prioridad antedicha, servidores, está claro, primero del poder y luego de la ley, que lo dice no sin cierta sorna entre acida y burlona. De la amplia lista de candidatos a Anticristo que la Historia nos ofrece, y no sólo exclusivamente de la elite poderosa sino también de la sórdida y siniestra nada más, a quien el siglo pasado señala con grueso dedo acusador es a aquel mediocre pintor pero genio de la embaucación que con sólo su palabra enardeció a todo un gran pueblo, el hombre que a sí mismo se descubrió como gran orador de cervecería y lo repitió alborozado y en trance o hasta en éxtasis ante el espejo, que fue capaz de atentar contra un significativo símbolo de su patria y achacárselo a otros y todo ello con gran éxito (nihil novum sub solé), que este número de magia tuvo como escenario un incendio que fue la primera pira donde ardió una gran guerra después de conseguir, de golpe y porrazo, el decreto de suspensión de nada menos que siete artículos constitucionales que tenían que ver con inalienables derechos individuales. Leer, por lo tanto, en Viernes Santo y tratando de que la heterogénea mezcla no resulte escandalosa, sobre hechos últimos ocurridos en su bunker a uno de los designados como Anticristo por la Historia reciente, puede tener algo de catarsis y ser sucedáneo eficaz para cumplir la macabra voluntad de ese mínimamente subversivo ser que quisiera allegarse al totum revolutum de historias, épocas, sentires, verdades y mentiras. Que, dícese que, en el último tramo del calvario del poderoso derrotado (yuxtapuestas imágenes de Anticristos como el Lope de Araoz apuñalando al hipotético colchón de enemigos que pudiera ser su hija, y escena plagiada por Tirano Banderas) le acometió a ese tal calificado como uno de los señeros anticristos del siglo pasado, la sospecha de la efectividad de los venenos para despenarle procedentes de persona poco fiable, zozobra mental del que pudo librarle el sacrificio de su bien amada perra y sus cachorros, un burujo de cadáveres tras la aleve inyección administrada.