lunes, 14 de febrero de 2011

El gol

   Parece que las últimas correcciones hechas 'in articulo mortis' hayan aminorado un tanto el riesgo que supone hablar de goles en esta ciudad y en este momento, que, de no ser así, pudiera parecerse a la incorrección de mentar la soga en casa del ahorcado. Pero, sea como sea, lo importante en la vida es meter gol, ya se sabe, que tampoco vamos a decir que si blancos o negros aunque de ambos colores los haya, que seria discriminación conducente a malas interpretaciones. En avatares de vida, repito, 'meter gol' es el argumento supremo, que así lo proclaman tanto vencedores como vencidos. Para no perder tiempo con gentes de medio pelo, leamos a Baltasar Gracián (1601-1658), quien hablado de 'El héroe', e identificando gol y corazón, dijo que 'grande fue el de Alejandro, archicorazón, pues cupo en un rincón de él todo este mundo holgadamente' (que al más luminoso gol conquistador se refiere); y 'máximo el de César, que no hallaba medio entre todo y nada' (gran gol de ambicioso); a los que pudieran sumarse otros, como aquel de un tal Oliver Cromwell que metió su gol poniendo en jaque al rey de turno y encasquetándose corona del 'rey sin corona' (gran gol de intrigante); y, en la lista interminable cómo no colocar a aquel insigne driblador que fue el militar corso que teniendo en la portería ajena, como un arácnido de múltiples patas a toda Europa por así decirlo, introdujo el balón en la red antes aún de que fenecieran los estertores del constrictor anélido surgido en la Bastilla y alimentado por mesié Guillotin (gol de megalómano). Obviamente, el campo de la política y de las guerras mundiales está lleno de goles, y su cita, aun mínimamente comentada, daría para una voluminosa edición comparable al Espasa. 


Galeano.- 


   Pero, si de referenciar goles famosos se tratase solamente, y en el estricto plano del fútbol, nos bastaría el excelente, jugoso y literariamente seductor libro del uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) titulado 'El fútbol a sol y sombra' (Siglo XXI de España editores, 1995), que dícese de Galeano que, escribiendo este libro, quiso hacer con las manos lo que nunca pudo hacer con las piernas, y él mismo asegura que 'como todos los uruguayos, quise ser jugador de fútbol. Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras ' dormía' que es circunstancia, gloria y frustración (fase a fase), que nos ocurre a todos y en todos los oficios. En defmitiva, el notable ariete literario uruguayo, nos va dando relación, dé una serie de goles memorables, entre los que cabe señalar el de Piendibene (hombre de rara maestría y más rara modestia, (que) nunca festejaba sus goles, por no ofender', que ésta sí 'que es cualidad que se echa de menos, que la antideportividad suma está, para mí, en hacer alharacas de un triunfo delante de las narices de su contrincante abatido, que, por sólo esta acción, merecería Piendibene que le fuera alzado un colosal monumento en todos los estadios); los de Scarone, Nolo, Meazza, Atilio, Severino, Martino, Heleno, Zarra, Zizinho, Rahn, Di Stéfano, Garrincha, Nílton, Puskas, Sanfilippo, Charlton, Gento, Beckenbauer, Rocha, Pelé y su gol 'mil goles', Jairzinho, Maradona (a sus doce años y con la lengua fuera como tenía por costumbre), Gemmill, Bettega, Sunderland, Rincón, Zico, etc, toda una constelación de goles maravillosos en los que no se sabe qué admirar más, si su ejecución sorprendente, la maravilla de estilos, el fulgor del espectáculo ofrecido, o, acaso, ¿no será que la magía de narración de Galeano supera si es caso a la maravilla de lo que se narra, que es como darle la vuelta al calcetín, que es que ya llegamos a saber hace mucho tiempo que las gestas no fueran tales si no las hubieran escrito de tal guisa los cronistas, que, en realidad, gran parte de la "épica del pasado, si no toda, está en la tinta que gastaron los escribas, que bien dice el romance que 'escribe el moro Tarfe,/ con tanta cólera y rabia,/ que donde pone la pluma,/ el delgado papel rasga.', pero en realidad, la inane aventura del papel rasgado nada fuera si no es por el romancero que nos ofrece una exquisitez de asonancias y resonancias que no podemos por menos de gustar con fruición. 


Messi.- 


   Sea gustada pues, de manera tan solemne pero precisa, la gloria de la narración, que, de esta manera recalamos en un gol mayestático que Eduardo Galeano no habría (o, no habrá) resistido, suponemos, a guardarlo en arquita de oro, y que, en posteriores ediciones de su libro, lo podremos leer sustancialmente reseñado, y que es el gol de Messi, de Lionel Messi„un crack argentino que, a sus veinte años, ha metido un gol ante el que palidecen otros de los más encopetados goleadores. Toda la artillería e infantería mediática tomaba parte la semana pasada en esa exaltación, parece que muy justificada, de ese gol maravilloso en el que el balón, impulsado por dos piernas ágilmente excepcionales regidas y dirigidas por una mente maestra en astucias, después de gloriosos metros de césped barridos por un ciclón niño que, como tal, solamente piensa en la sustancia del juego; ha llegado a su culminación como gol, ésa meta ideal de todos los balones. Y, como contraste a este diáfano relumbre, he aquí que, en la misma semana, vienen a producirse otros goles nauseabundos difícilmente igualables, que me refiero ahora a ese congelador gol (que tampoco deja de serlo, sea del color que sea) de un niño al que unos talibanes ponen en sus manos no sé yo decir si una gumía, alfanje o qué otra arma blanca con que rebanar pescuezos y va el niño y lo rebana, que resulta ser como un congelar la sangre en nuestras venas y arterias, un pasmo de Apocalipsis al desnudo, el contraespejo de Herodes si cabe, y que, por contraste, nos hacía recordar aquel poema hogareño del mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910), que nos venía a decir que 'un niño con un arma entre las manos/ y risas de bondad en el semblante,/ me recuerda uno de esos! ángeles enanos/ que dibujó Doré leyendo el Dante', que es verdad que el niño de los talibanes también parecía dotado de sonrisa pero no nos era de tan gratos perfiles que es que le estábamos viendo el trasfondo a la anécdota, aún más cuando de la crónica semanal nos emergía, llena de furia y de sangre (tan cercana la definición shakesperiana de la vida) la otra imagen del horror de ese estudiante de la Univ. Politécnica de Virginia, Cho Seung-Hui, victima, al parecer, de un desamor ciclópeo (que no sólo es de gigante sino de un ojo sólo, un sólo ojo mirándose y en sentido oblicuo), que leía yo en la prensa, que 'resulta lamentable que el manifiesto de un repugnante asesino en masa reciba tamaña cuota de pantalla', que ante esta revelación, se queda uno pensando que, en gran parte, está ahí, en la desusada cuota de pantalla que se da a actos abominables, la razón o el motivo de que tales monstruos tanto se prodiguen.