lunes, 14 de febrero de 2011

Octogenarios

   Se nos están muriendo los octogenarios, y leo que entre ellos, ese tal Rostropovich que era como el flautista de Hamelin para grandes damas sobre todo y cuyo violonchelo redamaban los querubes que eran ellos los que lo habían perdido desde que el gran virtuoso empezó a hacer uso de su virtud, la Música en muy mayúscula en sus grandes escenarios y aledaños varios, que dirán los que en el más allá de esta vida creen sobre qué instrumento el más preclaro le estará reservado para conciertos celestiales y construido por cuáles mágicas manos de artífices insuperables, que ya está escrito por alguien, aunque no tenga por qué ser verdad, que la Historia del Cosmos debe escribirse con números pero la del Cielo con música, con lo que ya estamos conectando con aquello tan sublime de las polifonías estratosféricas, la música de las esferas. Salinas, Fray Luis y todo eso. Y, días más atrás que el del lamento de Rostropovich, leíamos la necrológica de otra octogenaria que se dedicaba a Corin Tellado, -huelga toda comparación excepto- la de la coetaneidad-, a quien pocas reclaman ya sus novelas supongo, cuando eran tantas y tantísimas las lectoras que se ensimismaban en sus historias de amores, caballeros de atractiva estampa y boyante economía pasando ante los ojos y el corazón tan latiente de tantas damiselas que eran como clones de esas lectoras mismas que tales historias leían, tiempo aquel en el que leer era un ejercicio casi compulsivo y para leer servían como salas de lectura los traslados en tranvías, buses, metros, etc, que parece necesario decirlo ahora en que parece que no se lee como antes se leía, pues que, mientras ellas se ensayaban con las historias que contaban la tal señora antedicha y otras firmas inolvidables en editoriales que se hicieron famosas por este género (las de Pueyo y Bruguera por un ejemplo), ellos, los hombres, preferían irse al Oeste americano en alas que les prestaban preclaros autores de la novela popular, sobre todos sin duda el más feraz' de todos ellos, el llamado José Mallorquí al que se le desparramaba la imaginación por mil y un conductos propios de los lugares que novelizaba, pistolas, caballos, cuatreros, bandidos, linchamientos, atracos de trenes, leyendas mil y que ya pasó todo, que cómo no se ve leer como antes que lo dicen los octogenarios y será verdad que hasta estarían dispuestos a coger el candil de Diógenes y atravesar los tranvías (que tampoco existen) y los buses y los metros de cabeza a cola para poder encontrar a algún desgraciado lector al que se le encontrará, si se le encuentra, sumido en seguir las falsas aventuras de las falsas historias de personajes y hechos falsos de las novelas llamadas históricas que son las que hoy en día privan sobre toda otra cualquier lectura, un género (si así pudiera llamárselo) que cuando lo sacó como invento el llamado Walter Scott podíamos hasta creemos sus historias porque pudieran parecernos tan vetustas como vetusto nos parecía el propio autor y no era cosa de compulsar cronologías, que es verdad que casi siempre si no siempre del todo las historias históricas nos han venido envueltas en mentiras, mentiras del cronista del rey X contra mentiras del cronista del rey Y, que, yendo aún más lejos que a donde estos cronistas y dando con el padre o abuelo Heródoto, a saber cuantas mentiras históricas nos endilgó pero a pesar de todo le queremos y le veneramos sobre todo por el amplio marco de invenciones y usos y costumbres de los que nos contó, cosa que no podemos, sin embargo, con otros que, aun reconociendo que es verdad que una novela, saco de detritus tantas veces y poco más, puede admitir muchos desahucios pero a pesar de todo. 
   Nos adiosearon pues, el Rostropovich y la Tellado con sus ochenta calendarios a cuestas que pueden pesar mucho según, y le dejamos aparte, por conquistador de metas imposibles de más allá de los ochenta, a un otro personaje, que me enteraba del centenario del conocido por Fred '' Zinnemann de grandes proporciones artísticas, y por quien pudimos ver a Gary Cooper solo ante el peligro, o a Marlon Brando interpretando a un hombre embutido en parapléjico, etc, etc (que la filmografía del vienés trasplantado a Hollywood es abundante en muy recordables filmes). Rumiantes de carne de letras como a veces nos gusta ser, ¿cuál la mejor lectura, si no las esquelas, para esta edad avanzada? Volver pasos andados y releer puede ser una opción, igual que las nuevas ediciones de viejos títulos escolares que aquí están de nuevo para dar satisfacción a nuestra nostalgia y que algún editor se supone que también nostálgico pero no se sabe bien si tan avispado, ha vuelto a dejar caer en librerías y quioscos, libros como 'La lección de las cosas', .El Juanito', etc, con páginas ofertantes de saberes múltiples casi en sordina o a tempo lento, anécdotas de niños modelo, que hoy serían tildados de repipis que, sin embargo, si bien se mira, no le vendría mal a la sociedad actual un pequeño baño de consejos, cortesías y lecciones en fín que en ellos se ofrecían, pero la verdad es que la lectura por excelencia de un octogenario, hay que rendirse a la evidencia, es la de las. esquelas, que son, en verdad, las que dan cuenta más exacta de las trayectorias que vienen marcadas por aquellas siete hermanas que Hesíodo las dejó reducidas a tres, las Moiras o diosas del destino, Cloto la hilandera que hila el hilo de la vida, Laquesis la enrolladora que reparte el destino, y Atropo al fin que la corta, que es verdad que nos corta el hilo la última de las tres hermanas y nos quedamos viendo como el agua de nuestros cangilones vaciándose se lleva lo último que nos queda, que por ahí fuimos dejando fervores y anhelos juveniles, pujanzas y templanzas de edad madura, decadencias innumerables que eran como mareas malsanas que nos trepaban carnes arriba o más aún inundando cerebros, y la última señal visible de vida que usamos es la esquela que no es otra cosa que aviso de muerte signado por el rip, que bien mirada la cosa, resulta hasta envidiable. 
   Nos queda aún, pienso, ese ambicioso que a pesar de los muchos años vividos no se contenta, por creer que no cumplió sus ambiciones o es que le es tan obcecado el vivir que le es ésta, no edad de muerte si no de recompensa, que le está perdida y no encontrada todavía la felicidad en no se sabe qué esquina que hará falta llegar a ella para ir vistiéndose, y que hará bien en no entregarse todavía, que hay octogenarios a los qué se les puso en la boca el último caramelo y se pusieron a lamer su dulzor amargo. Pero es que, acaso, dan en confundir la felicidad con la dignidad para ser feliz, que hay por ahí una cita kantiana que nos habla de la prioridad de esta última, una controversia con la que ya estamos entrando en terrenos de idealismo o materialismo, en ocasiones tan pugnazmente enfrentados.