miércoles, 2 de febrero de 2011

El triángulo



    Creo que vivimos bajo el triángulo; el triángulo nos persigue. Desde muchísimo tiempo antes de la invención de las pirámides (metástasis o no sé si anastomosis de triángulos en el espacio de los meditabundos espirituales que sin remisión somos todos y por eso soñamos en religiones); muchísimo antes de que Quetzalcoatl recibiendo la adoración sumisa que el hecho de ser hombre crea como necesidad de ofrecérsela a alguien aunque sea a la caricatura de sí mismo; mucho antes también de que los egipcios levantaran la gloria de sus característicos poliedros destinados a ser hitos de la mitología funeraria, es decir, casi minutos tiempos antes de que los dioses se convirtiesen en piedras o digamos que las piedras en dioses, el triángulo funcionaba, que la sombra del triángulo sí que es alargada, que yo creo, con perdón, que mucho más que la del ciprés, señor Delibes, una sombra ésta del triángulo que mira uno hacia el horizonte que es aquella manchita de luz que se ve al otro lado del túnel y que cada vez es más lejana, menos luz pero más fantásmica (que no quiero decir fantasmagórica por la misma razón que las poetas no admiten que se las llame poetisas, es decir, algo más que por cuestión gramatical, por algo referente, más bien, a la dignidad profesional, a una lucha del sexo que odia ser mariposa clavada con alfiler en la panoplia de tas banalidades y prefiere aletear con trémulos impulsos), una pálida luminiscencia que va perdiendo perfiles de triángulo y va derivando a bulto amorfo, un burujito de luz nada más, que a esa percepción dificultosamente lúcida me lleva la evocación a una. de las fantasías más geniales de aquel genio del horrorismo literario que fue Lovecraft (que tiene la costumbre de aparecérsenos en cualquier momento por su ubicuidad de inmortal y por su decidida vocación a un cierto vedetismo de necrofílias ineurables), en aquella su invención del dios del Desierto de Hielo, en Xas montañas de la locura', preludio y fuga de sus armoniosas disonancias. 

Spinoza.- 

   Todas las historias, aún las de amor, ganan siendo triangulares. Recuerdo por un ejemplo, y revivo ahora, aquel pensamiento envainado que se me originó a propósito de un artículo que escribí -En Wilwischken' (DV, 10-5-05)-, y en donde hablaba de un triángulo amoroso, y escribía que "hay quien piensa que si no hay triángulo nada vale la pena' y que "sin esta figura, la geometría erótica no da de sí´, y me escribió una persona partidaria en parte del amor platónico, recabando no sé si alguna mayor información al respecto, o puntualizaciones varias, una especie de addenda a lo dicho en tal artículo. A tal persona, que vive al parecer un poco en las estribaciones de ese amor mitologizado o antonomasiado por el aúreo filósofo griego, me da por pensar que no se la podría incluir sino en lejanos parajes, acaso boscosos y hasta fragosos, acaso ya en el límite de las desertidades, de un amor considerado como tal excepto por la mística que envuelve en pureza la lejanía, que arrastra voces de santoral ascético al erotismo más directo y carnal que de la geometría triangular se destila. Con el amor platónico habría que recuperar para olvidarla -pensaba o no sé sí lo decía por aquel entonces que el caos en mi cabeza supera cotas normales-, aquella definición del amor a Dios de Spinoza que comenta Antonio Machado en su "Juan de Mairena': "Nuestro amor Dios -decía Spinoza- es una parte del amor con que Dios se ama a sí mismo'. El comentario irónico de Machado a esa definición spinozíana, es fácil, al imaginarse a Dios riéndose de esta reducción al absurdo del concepto del amor. ¿No será ese amor platónico, intransitivo a fuerza de ser tan transitivo, un narcisista amor a sí mismo, a nosotros mismos?. 

Perelman.- 

   Me vuelve la metatesis del triángulo con el caso Perelman. Grigory Perelman, de quien no había oído hablar nada hasta estos días pasados y de quien ahora oigo a propósito del Premio Fields, que viene a ser, dicen, como el `nobel´ de las Matemáticas, me traza en el aire un triángulo de resonancias diría que éticas. Perelman, me entero ahora, presentó, en 2002, la solución a la conjetura de Poincaré', un problema matemático de arduas dificultades, de esos tan resistentes como los del teorema de Gódel, etc, y que había resistido durante todo un siglo los esfuerzos de toda la comunidad científica, Pero la insólita categoría mental de este genio, puesta a prueba desde su infancia y reconocida mundialmente, no se pone al descubierto, creo yo, en la solución de ese problema matemático, que su verdadera genialidad reside es la entereza moral de un hombre que desdeña la vanagloria y, en vez de recibir el espurio halago de los galardones y el aplauso de los beodos de turno ataviados de recamadas vestiduras de distinciones sociales, prefiere retirarse a un lugar secreto, un bosque ruso en este caso, y dedicarse a recoger setas, como se dice que ha estado últimamente. En un mundo en donde el halago es una baba que, sin embargo, no solamente se aguanta sino que se busca con delirio, el acto en fuga de Perelman, nos viene con tintes de rareza, de persona a quien la extravagancia le ha comido el seso, siéndose justamente lo contrario. Como con Perelman, la memoria me trae el recuerdo de algunos otros extravagantes especímenes que huyeron de las masas hasta límites aún más extremos que los de Perelman. Sería el caso de Thomas Pynchon, de quien poco más se sabe que el hecho de que nació en Glen Cove (Long Island), en 1937, y que solamente cuenta, como tiene que ser, su extraordinaria trayectoria literaria, un terreno de dominio absoluto en el que no se le ha regateado el titulo de clásico de la literatura contemporánea, o, para cerrar el triángulo con otro desertor de multitudes, aquel singularísimo escritor que fué B. Traven, autor, entre otros títulos, de "El tesoro de Sierra Madre', y que guardó celosamente su identidad. Volviendo a Perelman, Poincaré y NobeL el trazado del triángulo no sé sí se hace del todo perfecto. En todo caso, si no es equilátero, la igualdad se rompería por el lado de Nobel, es lo que pienso. 

Las tres pes.- 

   Pero puede parecer banalidad todo lo arriba dicho cuando, en un momento como el presente y en este lugar, el principal triángulo que se traza es a base de tres palabras que comienzan por pe: perdón, paz y proceso. De la primera solamente se me ocurriría decir lo que ya dejó dicho Heinrich Heine, ese alemán afrancesado que pudo quitarle el antonomásico de volteriano al mismo Voltaire: "Que les perdone Dios ya que es su oficio'. De la segunda, y ya en el borde de alcanzar la definitiva de los muertos, que mi paz, al menos, no está en venta. Y, en cuanto a la tercera, que hay frutos verdes que, antes de madurar, es mejor que se pudran del todo. Y no como los nísperos.