viernes, 4 de febrero de 2011

El proceso




   Escribió el mítico escritor de Praga, que,' alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana'. Podría ser principio y fin de toda la novela,-"El proceso' (1925). De todo un dramático episodio humano tan en breves líneas contado como para competir con el dinosaurio de Monterroso, si a Franz Kafka (1883-1924), no le hubieran acosado, incoercibles, los virus de la escritura, ésos que le llevan a un escritor a expandirse, a abrir ios brazos en cruz como en un acto de exaltación sublime de su tórax en inspiración y expiración (igual que el alma), un como ejercicio de levitación mística de oscuros impulsos, de imaginaciones, barruntos, ideaciones, onirismos, la ancha mar profunda de los pensamientos, los virus letales de la creación y de la recreación que le llevarán a extenderse cuan largo fuere, sobre las letras, las líneas, las frases, los períodos, páginas y páginas que, sin embargo, no le bastarán a su pensamiento pluridimensional, al acicate de escritor que siente en todos los poros de su cuerpo como la espuela cruel en la sensible carne del alazán. Inútil tratar de entender de qué y por qué se construyó la jaula de mimbres del abstruso y absurdo mundo en el que Josef K. se residenció. Posiblemente, ni siquiera el propio Kafka alguna vez lo supo. Hallarse en un mundo tan cualitativamente adverso y perverso a los lógicos imperativos de la razón puede derivar en una acerba crítica a su Hacedor (si, por ventura acaso, o quién sabe si por desventura) se mantienen los nódulos de una jerarquía creencial emanante de poderes creativos en el ámbito de la Naturaleza. Lo cierto es que, sea por la razón que sea, y que hasta el mismo Kafka lo ignoró seguramente, en Praga, allá por el primer cuarto de siglo del XX, Kafka siguió escribiendo su alegato ante la vida, se encontró al final con los estertores de la lógica en una pregunta que no era más que otra banalidad y, sin embargo definitiva, ' ¿dónde estaba el juez que no había visto nunca? ¿dónde estaba el Alto Tribunal al que nunca había llegado?'. preguntas fundamentales que. sin embargo, no tenían contestación como ocurre siempre con preguntas de este tipo, hasta que se encontró con un cuchillo y sin saber lo que con un cuchillo se puede hacer ya que había cortado ya todo lo que había que cortar, abrió su mano cuando las manos de uno de los señores se aferraban ya a su garganta, " mientras el otro le hundía profundamente el cuchillo en el corazón y lo hacía girar dos veces', que es lo que tiene que hacer un novelista con un cuchillo tan providencial que, con una sola pequeña frase logra desbaratar todo el capcioso, el complejo, el siniestro mundo de la existencia, o, más difícil aún, el desenlace de una novela. 


La lista.- 

   Lo del proceso ése, el simbolizado por la paloma picassiana, el de la paz secuestrada por tanto innoble esbirro para mejor señalar, ha derivado a mera competición, a pugna de un deporte un tanto estrafalario en el que se golea con despropósitos; a un estupidizante ejercicio, si así se considera, de ganarle la partida al mismísimo Kafka, Hasta el punto de que dudó mucho de que ya, el proceso más famoso del mundo sea el que le llevó al atormentado y genial cerebro del escritor de Praga a escribirlo, cuando, dígase lo que se diga, este otro proceso del que tanto se habla, y se hablará, me parece mucho más kafkiano.
   La historia de los procesos, por otra parte, es la historia misma de la Humanidad, y, a la hora de empezar a ponerlos en lista, no se sabe por dónde comenzar. Si por Jesucristo y su trayectoria procesal que le llevó al Gólgota, no habremos hecho otra cosa que iniciar nuestra andadura por un punto cualesquiera de la ancha franja, ni siquiera necesariamente por la mitad, que la oleada de procesos nos anegará siempre como un tsunami absolutamente incontenible, que, al citar simplemente ese término se ve cómo intentan aflorar de la sentina que todos guardamos dentro de nuestra memoria, de nuestros traumas, de nuestros sentimientos en suma y hasta de nuestras delicuescencias oníricas, todo un tropel de imágenes, de ecos, de zambullidas en nuestras lecturas en los años que fueron dejándonos su pátina de un polvo imborrable, algo como un manto de rocío que cayó en noche de relente y se fijó helado sobre toda planta, que por eso parece que fuera como epitalamio de frialdades añadidas, de espantos alucinantes, que por ellos pasan los asesinos y sus víctimas, los ladrones y los robados, héroes y traidores, y hasta sirve para escanciarlos algún hecho no solamente más o menos insólito sino decididamente normal y natural que, en definitiva, todos podemos ser carnes de proceso, y es algo que llegamos a saber en las mismas riberas, ni siquiera necesariamente de la apoteosis del sentido común que nos comienza a despuntar en el momento en que empezare a florecer la edad de la razón, momento de discernimiento. 


El 45,- 

   Dícese que no hay hombre si no supo de guerras; ni, tampoco, de procesos y juicios. A mi generación le cupo, entre otros muchos, los de la posguerra sobre todo, aquel año 45 de hacer justicia y ajusticiar que no sé si viene a serlo mismo pero que era cuando los jueces ni siquiera encontraban suficiente tiempo como para ejercer su misión: juicio o proceso de Petain de cuyas resultas emergió a la fama una isla de breve nombre; el de Laval, enfrentado al piquete de fusileros que le mandarían al hoyo con el corazón hoyado; el magno de Nuremberg en donde uno de los grandes jerarcas nazis, solamente uno, supo encontrar ese resquicio que permite al orgullo eludir las humillaciones de la derrota, la cápsula letal en la boca a la que solamente basta apretar con los émbolos de los molares y el hombre se convierte en angelito, ya no importa tanto si blanco o negro que es lo que, al fin y al cabo, pedía cantando Antonio Machín, etc, etc. De la pluma fácil de Alberti voló la errática paloma que se equivocaba, pero qué hacer con la aún más errática paloma de la paz que vuela y vuela y no sabe a dónde ni en qué rama posarse, que para hallar al menos sesgo lírico de consolación, hay que ir a buscarlo en alguna generación poética, quién sabe si a la del 98 por un señalar, que a pesar de ser más bien prosaica, cuenta con los Machado por un ejemplo, y ese viejo buho de Unamuno, y Pérez de Ayala que sustituye la paloma por la cigüeña -(De los campanarios de España,/ huyó la cigüeña,/ la grande y la pequeña')-, presagio al menos de hijos en hatos parisinos pero ya que de palomas hablamos, dejemos en propia lengua galaica, un unto de aquellos aromas de leyenda de don Ramón, el de las barbas de chivo, de cuando 'Estaba unha pomba blanca/ sobre un rosal florecido,/ pra un ermitaño d´o monte/ o pan levaba no vico'." Sic velint dii' (es decir," así lo quieran los dioses', dicho sea en lengua romance). Y, ¡que ellos nos protejan!.