miércoles, 23 de febrero de 2011

El salduba



   Fue allí, en un templo gastronómico como era entonces el Salduba, donde nos reunimos en una de las primeras veces. No seguramente en la primera porque para cometer nuestros primeros pecados acostumbramos algunos ir en busca de lugares un poco recónditos, pudor de viejos tiempos por supuesto, quién sabe si un granero en donde poder hundimos a conciencia y salir de él mojados de polvo y paja (se admiten los equívocos doble sentido) como se puede apreciar en películas de lueñe sabor; o, un maizal en noches de luna llena que acostumbra a celestinear amoríos tanto impúberes como senectos a costa de que esa hojas gladio de los maizales, lanceoladas, nos sierren la cara y amanezcamos como un último apache con colores de guerra ni siquiera como en el caso de James Fenimore Cooper, de aquel ilustre algonquino que fue el mohicano que se nos posa desde las entrañad de la indiada norteamericana, por primera vez acaso el Manhattan neoyorquino en páginas de novela de pradera antes de que el ladrillo creciera tan pujante y ambicioso como dioses sobre sus calles en perenne sombra. 



Cincuenta años hace.- 


   El Salduba, pues, fue una de sus primeras cunas y el escenario de aquella cena me alancea la memoria a cincuenta años vista, cuando me parece hallarme ante su extinción. Se muere, creo, un invento (no sé si también un viento) que ha durado cincuenta años, lo leo en el periódico. Medio siglo de ir mirando, año tras año, cómo va sucediendo todo, de qué manera nuevas generaciones han ido aferrándose al viejo juguete; de como si en los primeros años ocupó páginas privilegiadas de la prensa diaria luego se fue pediendo esa dedicación entrañable y con esa disipación sobrevino una cierta apatía; de qué manera periodistas de raza y de oficio y de vocación que ocupaban preeminentes lugares se disputaban la preferencia; de cómo los ilustradores de esos relatos no afilaban ya sus lápices y lodo iba tomando un color lamentablemente anodino al no disponer de lo mucho que con esos dibujos y con su imaginativa se gana; y, en alas y aras de este proceder, todo fue derivando a un costumbrismo que siempre es un fenecer, que habrá que reconocer que la costumbre nos aduerme los impulsos, nos atrofíalos ánimos y todo se queda en la situación de ese bamboleo que se me centre cielo y tierra, algo como un espantajo sobre el que ejercen sus actos de ludibrio los pájaros del cielo, de esos que se dijo que no reparan en trojes, y para qué, si el celeste Padre de todos les alimenta. 





El epicedio.- 


   No hay duda de que se está procediendo a unas exequias y esto que voy escribiendo, para mí al menos, es un epicedio. Seguro que de nada vale lamentarse cuando de cosa terrena estamos tratando, y así lo atestiguarán en alguno de sus escritos de acendrado rigor místico, maestros como el Kempis o Eckhart, sumos sacerdotes de las disciplinas disciplinantes más arduas y crueles, pero en lo que a mí concierne, al menos, la película ha llegado a su fin, y por eso vuelvo a recordar alguna de aquellas primeras reuniones en Salduba, una cena entre amigos, tres directores de los tres periódicos locales entre los componentes del Jurado (Juan María Peña, Jesús Revuelta Imaz y Carlos de la Válgoma), dos amigos de verdad (que lo fuimos Femando Bandrés y quien esto escribe y en cuyas aficiones literarias floreció la idea) y el sexto (que nunca el último) personaje. Femando Orlando, sin cuya habilidad extrema de organizador y su vehemente optimismo en llevar adelante propósitos de todo tipo, nada hubiera salido a flote. Con él y en él, al mismo tiempo que hablo de un óbito, como me parece que lo es ya, del Concurso de Cuentos Ciudad de San Sebastián que, a sus cincuenta años pasa, no sé si a mejor o a peor, pero sí a otra vida, resurge uno nuevo, el de' Vivencias ", que como el anterior, surge de una humilde floración y no sabemos en qué parará todo. Por hoy basta recordar al Salduba, un restaurante de prestigio situado en el laberinto de las viejas calles donostiarras, en ésas sobre las que cualquier forastero nos pide las señas de situación y de identificación y se las procuramos solícitos, lugares de buen comer cuando todavía no se había producido ese discutible boom que todos conocemos aunque sí había dos o tres catedrales, al menos, en los que el buen yantar propiciaba encuentros y acuerdos de cuantía. Todo ello, allá por la década de los cincuenta del pasado siglo, con el veneno de la tinta al que éramos tan adictos. 



Las lenguas.- 


   No sé si me es lícito hablar de la lengua y si, en salsa por supuesto, era uno de los platos que figuraban en el menú del Salduba, aunque creo que no. Pero me sirve a mí, al menos, para enhebrar una pequeña excusa de referencia común cuando la lengua, por tantas razones, ha salido a la palestra estos días, que, para empezar, vale la airada palabra de Don Juan Carlos de Borbón en la Jomada de clausura de la XVII Cumbre Iberoamericana, que, ignorante como soy y estoy de los tratamientos entre magnos no dejó de sorprenderme ese '¿Por qué no te callas?', que oí que le decía al vocinglero y bravucón, y que ya no oí más porque el púdico televisor escenificó otra cosa, tuteo que, díceme un amigo que es usual entre los reyes desde luengas edades, que, en principio, estoy en contra del tuteo porque elimina distancias cuando tan conveniente es mantenerlas, que si yo tuteo a cualquiera, cualquiera me puede tutear a mí y esto puede llevamos a situaciones desagradables, que la halitósis del tuteo puede hacemos dificultosa la convivencia. 

   De otras lenguas en jaque estos últimos días, pudiéramos elegir, por un ejemplo, la lengua azul de las ovejas, la lengua amarilla de los chinos, la lengua verdiblanquiroja de los eúskaros, etc, que, con la azul de las ovejas, transitamos transversalmente aunque transitoriamente fuere, por el angosto desfiladero del silencio más o menos cobarde de los corderos, que de eso sabemos mucho por estos pagos donde tanto se oye el balido, que la vida se nos tomó áspera y hostil oyendo nuestro propio' ¡Beeee...!', que ese' ¡Beeee...!' conjunto es el de la resignación tan onerosa y balando ese miserere es como se camina ciertamente hacia el matadero; y seguimos hablando de la lengua china que dicen que algunos, no sé si llamarlos curiosos opusilánimes o ambiciosos, fieramente se entrenan porque piensan que hay que mirar hacia adelante y creen en el porvenir que de tan amarillo color se presenta; y pienso que me queda aún por decir breves palabras sobre esa otra lengua en la que seguramente oí la primera nana, que me cuesta imaginar quién me la pudo cantar cuando tan inicuamente cerrados hemos sido todos en la familia a musiquillas y salmos, lengua que contrariamente mira hacia el pasado y tratan algunos de que repuje en nuevos brotes aunque sea a latigazos, que todo les llegará á los más jóvenes de la tribu si de esta guisa siguen las cosas!..

12 - XI - 2007