viernes, 25 de febrero de 2011

Las aguas y Mcluhan


   Con el día domingo, 26 de agosto 2007, las caras de las gentes, muy de mañana, relucían tanto como el mismo sol, éste ya en su real esplendor como el calendario requería. Eran, cómo se podrá suponer, heliófilos integérrimos muchos de ellos, adoradores de ese astro rey en cuyo tomo dicen que circunnavegamos por el espacio. Gentes, algunas, que parece: que tienen algo como de parentesco con los lagartas, no se sabe bien si por su frialdad sanguínea y necesidad de calores extemos, pero que, en cualquier caso, en cuanto ven asomar el sol se les alegra la cara y les desaparece el frunce del ceño, avian la bolsa deplaya de prisa y corriendo, y van a tenderse sobre las arenas, caimanes a bronceo; hay otros que, más comedidos en esta afición solar, se contentan con sentarse en los parques públicos, con ir viendo cómo los pocitos de agua que la noche olvidó son absorbidos por la fiebre ambiente, y se divierten con el vuelo dislocado de los pájaros y las palomas, elevan los ojos y, desde la sombra, almas seráficas, se entretienen en ver cómo el azul del cielo es una dimensión de paz y sosiego y si alguna nube aparece, es algodonosa, una alfombra mágica que traslada su coro de querubines de manera que hasta se puede escuchar, como un eco lejano, su concierto de música de esferas para contento de Fray Luis. Detrás, en la memoria que na se quiere recordar, están los días malos remalos, los dé las aguas mil tan procelosas aunque sirven para llenar presas y pantanos que nutran nuestras cañerías. La gloria de Dios reluce en mañanas como ésa, todo tintado de esa especial 'luz de domingo' al que Pérez de Ayala (don Ramón) (1880-1962) dedicó una de sus novelas cortas más recordables.



McLuhan.-



   Después de unos cuantos días de lluvia incesante, no sé bien si finalizada con la aparición del simbólico arco iris del pacto, se dejó, de momento al menos, la anarquía, el desastre de las aguas desmandadas, las inundaciones que originan tantas pérdidas y descalabros. Tan difícil o imposible como es poder estar a la altura de su genio, ha de reconocerse, igualmente, la dificultad que entraña corresponder a ese nudo mental de Goethe cuando aseguraba preferir la injusticia al desorden, que gran desorden de aguas turbulentas hubo y a lo que conducía semejante caos era a sospechar, si no a deducir que, seguramente, Goethe nunca vió las aguas tan desordenadamente destructoras. Y es aquí donde, por no se sabe qué proceso alquímico, entramos en el territorio de las aguas de McLuhan. He de confesar, paladinamente, que, aunque nunca he sido partidario de esa opinión, la más conocida seguramente de las que emitió el tan nombrado y renombrado Marshall McLuhan, experto en teorías varias que tengan que ver pon la llamada 'galaxia Gutenberg' y sus adosados dé la comunicación e información, lo que me parece sin embargo ahora, y sin que sirva de precedente, es decir en este caso y momento particulares en los, que la meteorología nos ha deparado esta pasada semana con días y noches enteros que llueve y llueve y nunca cesa de llover, con la memoria aprendida de citas más o menos perversas como aquel del entierro de Zafra que resulta ser como sinónima del diluvio y se ve el ataúd chorreante y las lágrimas de la pintura confundidas con el sudor pegajoso de los angarilleros y un simulacro de pintura solanesca por su contumacia en tintas negras, resulta ser verdad que una sola imagen vale por mil palabras, que, al estilo de la foto ganadora del Pulitzer de aquella niña vietnamita que chorreante de napalm iba dejando una estela de horror a cada paso, las fotos de prensa de esa pasada inundación nos fueron empapando de su sucia marejada, lo cual, además de su catastrófica consecuencia en pérdidas materiales, resulta ser un mal resultado para los que, a lo largo de la vida entera hemos depositado tantas ilusiones y esperanzas en la Palabra, tanta sed y ansias de belleza sobre todo, tantas ganas de su música y su ritmo, tantas delicias palatiales sin duda al ir desgranando sílabas como si de catar viandas sabrosas se tratara, en ir desmenuzando las entrañas mismas de la etimología buscando las llaves ocultas de su tesoro, etc. En definitiva, y por mucho que nos cueste afirmarlo y aunque sea en la hora nona de nuestra vida, con su otoño ya declinado y el invierno inhóspito de únicamente la memoria navegando sobre nubes a la puerta, la ociosa pregunta en forma de balada de Villon a las damas del tiempo ido: 'mais oú sont les neiges d'antan' sobrevolando nuestra calvicie, etc, etc, no queda acaso otro remedio que proclamar como verdad cierta lo que antes de este evento húmedo por el que hemos transitado nos podía parecer blasfemia, es decir,- ¡Marshall McLuhan, salve!



Legendre.-



   Imposible, sin embargo, dejar el tema del agua en los territorios de McLuhan, en esos ámbitos que, por culpa de su desorden, nos amanecen desde la prensa, muy dé mañana, con fotografías de males irredentos, cuando se sabe que el agua es la primera y más necesaria razón de nuestra existencia así como excelsa procuradora del placer de beber. Y cito, una vez más, a aquel hispanista francés, Maurice Legendre, caminante incansable por tierras españolas, cuya opinión de mucho de lo visto y anclado lo dejó transcrito en un libro singular "Portrait de l 'Espagne' (Semblanza de Espáña E.P.E.S.A., 1944). Hombre experto en aguas, se deja sin embargo ganar en cata por unos labriegos extremeños que se esmeran en hablar de calidades en sabores del agua, cita a Ganivet y a su 'Granada la Bella' en aquellas páginas tan elogiosas sobre el agua del aguador y su pregón, del agua que abre el apetito y se come más que se bebe, se olvida de W. Irvig y su continuada cita de 'borboteantes fuentes y perennes manantiales' en sus 'Cuentos de la Alhambra', así como de la música del 'surtidor de agua que debió enamorar a la gente, mora de la que escribió con sensual prosa Juan Ramón Jiménez, y viene a decirnos, que 'el vino, así sea exquisito y fuerte, no es la bebida de España, y aún menos la cerveza exótica, con exotismo prosaico' y pasa por la horchata de chufas (aun dejándola alabada), y de las sidras varias, para concluir que 'la bebida de España es el agua en sí. Es el agua, el agua luminosa y sabrosa, que sabrosa lo es', que 'Unamuno, gran bebedor de agua, y que jamás probó el vino, habla no recuerdo dónde, del agua sosa, insípida, cuya única virtud estriba en ser químicamente pura y que produce el bocio (así como las ideas puras, agrega, producen necios', que escrito que ha sido todo esto por Legendre, digo yo que al menos, sirva esto último para paliar lo mucho malo que puede decirse de sus desórdenes que tan fielmente retratados puedan en esas fotos que, para nuestra mala suerte, sirven al mismo tiempo para festejar el triunfo de la teoría más conocida de McLuhan.

28 - VIII - 07