jueves, 24 de febrero de 2011

Kursaal



Que estaba yo, digo, esperando al autobús en la parada del paseo de Colón de esta ciudad de Sn.Sn. que es cuando empezaron a arreciar los chupinazos, esta pasada semana, penúltima de noviembre, que era que las brisas marinas me traían el eco de la celebración de los cocineros en el Kursaal de los Grandes Eventos Ciudadanos, supongo que metidos en su propia salsa, cuando dí en pensar en qué extraordinaria travesía se han metido y ahí siguen los sacerdotes de ese dios ventrudo qué es Gaster, adorado desde los principios de cualquier civilización (siempre canibalesca, pues nunca los humanos hemos dejado de comernos unos a otros siempre que hemos podido), la de los cocineros, pensé, es una histeria dé punto y aparte. En viejos tiempos los imaginábamos como a la bruja Potamía; sobre el llar, el caldero en el que se podía meter de todo, sapos y culebras para empezar y algún ratoncito de campo o esa otra rata gorda de las aguas sucias; que no faltase alguna barba arrancada del mismísimo bigote de Fierabrás, el gigante sarraceno tesorero dé reliquias cristianas y de su famoso bálsamo que todas las heridas curaba; qué menos que dejar posar como especia preciada unos pocos de ese vello púber venusino de las doncellas que dará a las aguas reluces dorados y sabores imaginários. Pero mucho cambiaron los tiempos, y ahora, la cocina de la bruja Potamia ya es laboratorio y lo que en él se destila merece hasta una consideración poética. Alguna vez que me fue posible sentarme ante algunas maravillas de tales laboratorios, pude darme cuenta de que las evanescentes sutilezas de lo que íbamos a trasegar, empezaban a notarse desde que el comensal se sienta ante su mesa, toma en sus manos con delicadeza como si un alígero poema fuera, el menú que se le ofrece que es donde comienza la maravilla, que ni los anacreónticos, pindáricos, anapésticos, arquílocos, etc, pueden hacer sombra a ese manojo de sensaciones que desde el menú se nos vierten, que lo que importa no es lo qué se va a comer sino lo que se dice que vamos a comer, que ya hemos pasado de la gracia del cocinero a la del confeccionador de menús, que un banquete moderno empieza no con los entremeses y el aperitivo sino con la lectura embriagante del menú que nos solivianta todos los jugos cerebrales y, en carambola, los ventrales; punto y hora en que, paladeado la vianda a manera de alma suave que en mí se trasfunde, siempre me da por recordar aquella exhortación lamentada de la' animula vagula, blandula,/ hospes comesque córporis ('pequeña alma volandera, tierna/, huésped y compañera de mi cuerpo'), etc, etc/con la que, según Elio Espartiano, se despide Adriano de este sinsabor de la vida, ya que ni de Apicio supo aprender el hedonismo de la mesa bien puesta y mejor aprovisionada, quizás porque, como ya dejó escrita en cita lapidaria otra de sus biógrafas más ilustres, la llamada Marguerite Yourcenar, se llega a una edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada', y, vuélvase a leer, por favor, la página siguiente de doña Marguerite que, después de que se nos haya dicho que 'comer demasiado es un vicio romano' y 'torpeza de campesinos hambrientos', nos ofrece muy apetecible repaso culinario, aunque, al fin, ha de recaer todo humano en la esquelética desnudez de lo esencial y primario y en rumiar pensamientos de pureza tales como beber un vaso de agua fresca, de igual manera que el fruidor de sensaciones todas como lo fue el Gog de Papini recae en el recuerdo, de vuelta de todos los excesos deleitosos imaginables, en la otra vez inédita gracia del pedazo de pan morenoo que le ofrece aquella rustica muchacha de Arezzo, que se me hace similar a esa gracia dadivosa de la moza frutera que, viéndome tan avejentado y de cara de hambre supongo, me ofrece la fruta rehús, ésa que, por una mácula de pudrición que como tatuaje lleva, se ha quedado en el fondo del cajón que es malecón donde se aprietan las naves que nadie quiere, 'que usted lo aprovechará' -me dice-, que ante la oferta, se hace preciso besar la fruta y la mano que la da, ritual imprescindible. ¡Dios la bendiga!. 



Ferrán Adriá.- 



   A todo esto, supongo que, con magnífico impudor y admirable sangre fría, ha dejado dicho el llamado Ferrán Adriá, calificado como 'mejor cocinero del mundo', que 'el nacimiento de la nueva cocina vasca fue un revulsivo, quizás lo más importante que ha ocurrido en Euskadi en años' (DV, 22-XI-07. M.E. pág. 15). Gracias sean dadas, pienso, que el asunto no haya pasado a mayores, que, aparte de ese apelativo de Euskadi (de regusto inapelablemente sabiniano), quizá es que algo hemos ganado en la comparativa. Antes, es un decir, no éramos otra cosa que grúas humanas, y, cuando nos llamaban 'morroskos del norte', algo como una baba gloriosa nos manaba copiosa de los labios a los hércules que creíamos serlo, y nos amanecía en los ojos el brillo insuperable de nuestra fortaleza física que, acaso, lo que nos había fallado era no hacer más caso al sabio Sabino de marras que, en alguno de sus escarceos mentales o: morales, seguro que ya nos legó (vertido naturalmente al idioma tribal) aquel consejo latino de 'Estóte prudéntes sicut serpentes et símplices sicut colúmbae' (Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas). Que, lo segundo sí, pero, en cuanto a lo primero, y ante la vanidad, ¿quién se acuerda de la fábula del cuervo y su queso y la naturalmente astuta zorra?... 



Elias.- 



   Sigo diciendo pues, que, al llegarme los chupinazos de Kursaal, y sabedor como era de lo que esta semana pasada dentro de las Jomadas gastronómicas en el edificio moneosco se cocía (y se freía y se relamía), di en pensar en la antinomia de cómo el Cuervo, antes de posarse en la pluma de Poe (tan unífona que solamente de la irreal sustancia de quimeras fantásticas tremebundas se alimentaba), había cerrado vuelo ante la gruta de Elias, el Tisbita, con el trozo de pan en el pico, aves cómodas éstas de la Biblia, cuyas alas mensajeras a tantos personajes del Libro socorrieron. Será verdad, no hay duda, me venía la advertencia, de que'no sólo de pan vive el hombre', que es testimonio que ha estado vivo, durante la semana pasada, en el Kursaal, que no era un lugar de panaderos sino de cocineros; también de gastrónomos, con lo poco que a alguno de éstos, según confesión propia, del pan se gustan, pero aun así, dándole vueltas a la celebración antedicha, sin menoscabo alguno de nuestro paladar, íbamos algunos a darle pleitesía al pan mismo como en el caso de Gog, y en honor a los muchos buenos panaderos que esa masa principal con tanta sabiduría la trabajan hasta venir a parar en que hay panes, de tan exquisita artesanía, con los que, el viejo y. duro castigo de ponerle a uno a pan y agua se trueca en premio. 

27 - XI - 07