jueves, 3 de febrero de 2011

Ogros y pulgarcitos

   Hace unos pocos años, una escritora inglesa, una tal Rowling o Rawling (creo recordar), ante la sorpresa general (incluida posiblemente Ja suya propia), dio en la diana del éxito, ornándose de esta manera de preocupada persona por su subsistencia económica que transitaba por Londres sólo ella sabrá víctima de qué problemas, en una archimillonaria que desplazaba de los puestos punteros a los más pudientes ejemplares del universo dinerario. La tal autora, al parecer con un apabullante conocimiento de la psicología infantil y juvenil al uso, creó un personaje de mágicos poderes, un tal Potter creo que se llamaba, cuyo virtuosismo donde en mayor medida brilló fue, precisamente, en esa trayectoria editorial que alcanzó cimas que creo que nadie pudo nunca ni soñar siquiera, con una venta de ejemplares que puso en riesgo las inconmensurables cifras alcanzadas por libros como la Biblia, el Quijote y algún otro. No sé si un poco antes o un poco después, otro autor, hábil mezclador de genes de escándalo, fue a buscarlos en ese gran bolsón de episodios aventureros de ambiguo pergenio que pueden encontrarse en las religiones y en la Historia, y, en una sorprendente aleación de símbolos o de temáticas como el de la Orden del Temple, Jesús, la Magdalena, Leonardo da Vinci, etc, coronó también la difícil cuesta de los números esotéricos del éxito, ésos que cabalgan por difíciles trochas y senderos al parecer, y por los que hay que caminar "peñas arriba' (que le pido prestado el título, ya que de libros hablamos, al eximio escritor cántabro, José María de Pereda (1832- 1902), autor de esa y otras novelas que creo que, actualmente, ya nadie lee); trochas y senderos, vuelvo a repetir ahora, de las grandes trayectorias editoriales tan difíciles para los más aunque contrariamente tan fáciles para jos elegidos, y su suerte, la del libro del tal Brown (que así creo que se llamaba su autor) fue de parecido signo positivo en ventas al del salido de la mente y manos de la creadora dama inglesa. 
   Pero dicho esto, digo también que se equivocaría seguramente aquel que, a tenor de lo anteriormente escrito, se creyera, a pies juntillas, que ello fuera producto del azar. En todo éxito humano, es de suponer, puede albergarse un cierto porcentaje de suerte; puede que los ángeles o demonios en los que algunos creen estén jugándose sobre el tapete verde nuestro destino de pobres diablos, pero ésas son, en general, canciones de perdedores, ayes y gemidos en potencia que los ambiciosos que no supieron guiar su ambición expectoran como gargajos de su fracaso. En general, y "valen las excepciones que confirman" la regla, lo más sanamente positivo es creer que detrás de un éxito, hay un proyecto, un obstinado deseo, un ambicioso, un trabajador o un estratega singular, acaso maquiavelos o fouchés, seres con sentido comercial ampliamente desarrollado, genes de sagas de triunfadores netos que están convencidos de que la literatura que no vende es ocupación de insólitos seres que se entretienen en fútiles juegos de palabras y pensamientos. A los ogros, en verdad, no les sirven los pulgarcitos para otra cosa que para merendarlos si tuvieren hambre, condicionamiento que en este caso no se da por estar saciados de su propia prepotencia tan copiosamente regalada por el éxito de sus ventas, de lo que resulta que decidieron abandonar ese cuerpo en descomposición que es la literatura en general cargada de obraliterarias con las que se hacen gárgaras con que se curan su garganta los buenos autores literarios que desdeñan el aplauso, la complacencia y el desembolso de sus coetáneos para que compren sus producciones. Pero como otros son los derroteros que se marcan esos otros ogros literarios resultan ser ágiles profesionales que, contando con la aquiescencia del público lector a cuya sensibilidad han sabido acercarse o seducir, van a encontrar estancia en otros cuerpos de la familia lectura cuya mayor exigencia diría yo que es el del divertimento, el encanto de la acción por la acción, el aroma histórico aunque se sepa que todo lo que cuentan es fábula y mentira. Lo que esos ogros literarios han hecho, entre otras cosas, ha sido barrer a antiguos héroes, esos que iluminaron nuestra niñez y hemos visto cómo no han sido capaces de enganchar a nuestras generaciones sucesoras. Creíamos que, aquellos héroes pudieran ser como aquel genial genio (perdónese la redundancia en honor del distinto sentido del mismo vocablo) que acometió a Simbad en la playa, monstruo de acaro o garrapata humana que una vez aposentado en los hombros del audaz marino no era posible apearle de su improvisado trono, que así creíamos que se habían instalado aquellos héroes de nuestra niñez lectora en nuestra memoria, entendimiento y voluntad, pero dicha señora o señorita, la tal Rawling, barrió yo creo que a todos los héroes juveniles: los de las historias de gnomos y hadas en primera instancia; luego a Pulgarcito {que ahora me dice un querido amigo y compañero de letras que era el tercero entre los hijos de su padre y de la magia de ser tercero en la lista de hijos que ya se yo que no es asi sino que era el séptimo pero eso poco añade, porque, sin que importe si tercero o séptimo, sirve, al menos, para derribar esa horrenda mitología del primogénito y su panache' de vencedor vanagloriado desde los mismísimos surcos nacederos maternos que es herencia bíblica sin duda, las triquiñuelas de Rebeca en pro de Jacob ante el engañado por ciego patriarca Isaac, que de la misma forma o idénticas razones a las que las feministas aducen para denostar la Ley Sálica, denostamos los segundones todos, esa ley que puede ser entropía social por la que los primogénitos se hacen herederos, ipso facto| de los sacros imperios sucesorios que se relevan, bien sea en masculino o en femenino, sobre esta terrosa superficie. Ha barrido, pues, los ogros literarios, como la tal Rawling, a todos los héroes de pretéritas infancias {incluido a un tal Guillermo tan proscrito como conquistador y oíros etcéteras, que nos lleva a pensar tanto en la fluencia del tiempo corno en nuestra propia marcha hacia el despeñadero inevitable, en las diferencias generacionales de roturas incosibles, toda una gran mescolanza de mitos, parafernalias, etc, que me recalan, no sé por qué, en el pequeño salvador de sus hermanos que fue Pulgarcito (piedras blancas en los bolsillos que son como hilo de Ariadna para alejarse de monstruos mil de la noche, las migajas de pan que los pájaros del cielo se las comen que tampoco hay que fiarse de los habitantes del cielo ¡pobre Pulgarcito!, que hay ogros por todas partes pero no siempre ogresucas niñas con las que engañar a su padre (de ellas), una acerba historia narrada por Perrault, viejo cuentista de moral quebrada en soluciones inmorales; una historia de muchos pulgarcitos de la literatura que juegan con palabras y pensamientos sus pegos candorosos sabiendo o sin saber que no son ellos sirio ogros insaciables los que en el bosque mandan y se comerán los frutos.