jueves, 3 de febrero de 2011

Mujeres

   

El asesinato, ahí por Moscú, de una sin duda brava mujer, arroja, una vez más, un clarificador rayo de luz sobre la condición femenina, que ya sabemos que no hay que generalizar, que no se debe confundir el todo con la parte que eso seria incurrir en las trampas coloquiales de la sinécdoque, es decir, algo que hace confundir lo real con lo figurado. Leo, sí, que una brava mujer (que de esa su cualidad bravía no creo que haya muchas dudas), ha sido asesinada en el ascensor mismo de su propia casa, y algo se me conturba no sé dónde, no sé en qué parte de mi organismo, que no es fácil que encontremos sin más la zona de ubicación de nuestros humores o amores, bien sea en el corazón, mítico músculo de enjundias amorosas en agitado latir: o en las entrañas en revuelta y la bilis tactándonos la úvula palatina si a mano viniere; en los pies flojos acaso como presagiadores del desmayo cuando se está a punto de ocurrir ese deliquio; o, acaso mejor, la mente veloz, miles de neuronas agitándose en coctelera y centrando su espéculo sobre este asesinato no sé si tan oscuro o nada más claro, que sobre este punto hay división de opiniones así como sobre su por qué y sobre su quién. Resultaría ser también, acaso, que el sexo de esas dos personas no tiene importancia alguna o, aún peor, que su resonancia obedece expresamente a su condición femenina y que si no, no se diera, aunque siempre nos quedaría, supongo, un ejemplo de valor que tanto a hombres como a mujeres pudiera servirles de modelo. 










Anna Politkovskaya.- 






Dícese pues, entre las noticias de este fin de semana, que Anna Politkovskaya (Nueva York, 1958-Moscú 2006), ha sido asesinada (¿ejecutada?, y ¿por quién, o mejor aún, por qué?) en su misma casa, y no sé por qué, un otro nombre de mujer se me asocia de inmediato, el de una mujer asesinada por la Vida (como todos lo seremos) a temprana edad que ésta de la edad es la única incógnita ante la muerte y cuanto mas se víva menos incógnita irá siendo en nuestro definitivo final de carrera). Añado, aunque no sea preciso mencionarlo por ser fácilmente inferido, que este segundo nombre es, también, el de una periodista eminente, Oriana Fallad, que tampoco será preciso decir, supongo, que no trato de hacer aquí ningún epicedio de ninguna 'mujer coraje' aun siéndolo mucho las dos, ni de las periodistas coraje que lo son muchas, sino la intención de expresar una mera opinión, en la que va incursa la loa si al caso atañe, de un género, el femenino, que, a veces, pudo mostrarse injustamente preterido, aunque creo yo que no se trata de otra cosa que de un espejismo. De todas formas cabe formular que coraje y valentía ambas han demostrado tener con creces. Enfrentándose Politkovskaya a poderosas fuerzas, más o menos ocultas, que han terminado por abatirla aunque no por callarla definitivamente que su voz todavía suena (y resuena, que la muerte en tantas ocasiones no es otra cosa qué altavoz y no silenciador); habiéndonos dejado la Fallaci, por su parte, su golpe de rabia, que siempre lo mantuvo contra aquello que, por lo que sea, la molestaba, y, en su último momento contra los procedimientos del Islam y sus motivos guerreros. Dos mujeres incursas, por lo tanto, en acciones arriscadas por medio de sus plumas, que eran sus armas, a entidades que, según su punto de vista, les parecieron monstruosas como formas de tiranía, en potencia o en acto si hubiera necesidad de calificarlas según categorías filosóficas, con la ventaja a su favor, en el caso de la Fallaci, de haber sido ya condenada y en inminente espera de ejecución a cargo de un mal superior como su cáncer mortífero. 








Judith.- 






Es posible que el ejemplo de estas dos mujeres empeñadas como bayardas (no sé si sin miedo y sin tacha, que el miedo siempre es libre) en sus luchas y afanes ideológicos autorice o no a formular ninguna teoría generalizadora. Ni siquiera a agitar en el aire, una mínima banderola de eso que se llama el "eterno! femenino' que, en definitiva, todas las menciones y distinciones en este sentido no llegan a ser otra cosa que discriminaciones. Pero, de una u otra manera, lo que sí creo que se puede estimar (en el mundo occidental, al menos) es que el viejo concepto del patriarcalismo bíblico ha cedido en sus estamentos y, en cambio, el del matriarcado, que nunca periclitó, se está sedimentando cada vez con mayor fuerza. O, más aún, y es que, diría yo que lo del patriarcalismo bíblico mismo no deja de ser una filfa, y también en los opimos campos de la Biblia a pesar de lo que superficialmente parezca y pese a la abundancia de deformadores de imagen, el matriarcalismo ha caminado a sus anchas, con ejemplos tan sublimes como el de que, desde sus primeras lineas, Eva despliega sus redes de seducción, engaña Rebeca al ciego Isaac en beneficio de Jacob, y si de los terrenos de la seducción pasáramos a los de la guerra, pudiéramos presentar grandes hitos, que nos bastaría, posiblemente, con uno de los más significativos como lo es la de una Judith bífronte, seducción y fuerza, que salva a la ciudad de Betulia de las muy superiores fuerzas asirias llevando en su mano de heroína sin par la cabeza de Holofernes y dejando en mal lugar la valentía de su co-ciudadanos todos, de lo que se podría deducir, asimismo, que lo en la Biblia se muestra a pesar de ser considerado como un manual del machísmo, si bien se mira, no es otra cosa que una concesión femenina, cosa que ocurre con gran parte de la gran tragicomedia del mundo, que todo es un teatro de títeres, fantoches que nos movemos según los tirones que recibimos y las manos que manejan los hilos conductores son, inevitable y mayoritariamente femeninas, y los personajes principales o protagonistas también lo son, toda una amalgama de féminas cortando el pastel, distribuyendo a su antojo los trozos de tarta, otorgándonos a su venia la porción que nos corresponde. Y, si algo o mucho en la vida parece moverse por otros cauces no es por otra causa que porque a ellas no les importa conceder y firmar su nihil obstat igual que sucede con el prelado que nunca leyó el libro que le presentan para que dé su beneplácito, pero es que mira a su comodidad y ni olfatea siquiera las páginas que ya se sabe que lo nefando huele a agrio y él prefiere aspirar los efluvios de la toallita impregnada de perfume con la que se lava los pulpejos después de haber estampado