viernes, 11 de febrero de 2011

El secreter

   Ante esta Semana, llamada Santa, a cualquier caviloso le asalta la duda: semana de muerte o semana de resurrección (y, con esto último ya estamos tocando las entretelas de la esencia, que, sin resurrección, ya lo han dejado escrito los Grandes, 'todo cruje, vacila y se desploma/ en el cielo, en la tierra, en el abismo' para decirlo al modo y manera de Núñez de Arce, don Gaspar (1834-1903) en sus 'Estrofas', la XIII. Sea como sea, y contemplado desde planicies de la cuarta edad una de las pocas satisfacciones de victoria que le puedan quedar al anciano que superó límites y va adoptando en si figuras de matusalén (renqueo y rengueo de piernas, ahogos de asma, combas de espinazo subyugado) es la de aquel árabe de las consejas que se sentó a la puerta de su casa para ver pasar el entierro de su enemigo. Con todo, victoria amarga. Porque, ¿vale la pena penar tanto tiempo en la espera si, a la postre, en ese mismo funeral de su odiado han de sonarle esquilas de apercibo desde la sabiduría popular que le susurren que cuando las barbas del vecino se vean pelar hay que poner las propias a remojar, etc, etc.? Y, se sabe, igualmente, que todo dolor si breve es mejor que la molestia prolongada, realidad de la que se hace eco en uno de los primeros vagidos de la literatura hispana uno de sus más antiguos heresiarcas apóstatas, el llamado Calixto, cuando en texto de primer acto de "La Celestina' explica a Sempronio, en referencia al incendio de Roma y a Nerón de rapsoda en Tarpeya,' cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un vivo que el que quemó tal ciudad y tanta multitud de gente', y exclama desde la misma pascaliana sinrazón razonada de un corazón enamorado que ' mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día pasa, y mayor la que mata un ánima que la que quema cien mil cuerpos', es decir, y cambiando de sujeto a condenado, que todo conduce, en definitiva, amor u odio, lamento o exultación, a la totalitaria declaración del enamorado modelo que margina al Creador inclinándose por la criatura, ésa, la llamada Melibea, que, desaparezcan beatrices y lauras de las páginas sutilísimas de dantes y petrarcas y sustituyase todo por el 'Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo', que ya se siente cómo cabalgan, desde la lejanía por tierras de leyenda negra, los alazanes de la inquisición tan crueles... 

Vacunas.- 

   De amenazas que penden sobre nuestros cuerpos y almas de exhaustos ancianos estamos acostumbrados y de algo de eso nos prevenía la prensa, una vez más, esta pasada semana cuando nos decía que, de esa caja de pandora que todos los amaneceres se abre y suelta sus lúbricos (o no sé si decir lubricantes) ceodoses, esta vez nos tocaba la entrada de los neumococos, que hay que decirlo, a lo ficha de laboratorio, que se trata del 'streptococcus pneumoniae', que en una especie de aliteración o paronomasia sintáctica nos lleva al recuerdo de una de las cepas de virus que dió su qué hablar literariamente, la 'cancerosa comprada con divisas otorgadas por el instituto de la moneda, traída desde el illinoís nativo' que nos ensartó, con la admiración de todos los críticos habidos y por haber aquel estudiante de medicina, visitador de tantos basureros extrarradio madrileños, las carretas de pegajosos regueros en los amaneceres de la ciudad, de los que se nos contó como adobo de ese su (y nuestro y vuestro y de todos) tiempo de silencio, que es que, en determinado momento de descanso puede haber soñado cualquier lector que, de lo que en verdad se trataba, era dé hacerle apear de su cátedra a aquel que nos había hecho leer de la mala vida madrileña, y, con todo, resulta que ya nos acercamos a la prensa con gran prevención, la miramos, como a fiera corrupia que danza y danza en la mascarada más que suletina cada vez más cerca, que eso es lo que tiene la senilidad querido italo que es que svevomos la presencia tangible de la dama de nieve y hay que pinchamos el tuétano a ver si respingamos lo suficiente para inspirar y evitar aunque de momento sea el expirar, nanas de vacunas en vez de cunas, foso en torno al castillo que ni kafka... 

Cabanis.- 

   Hay una teoría del hombre que dice que, con el tiempo, va tomándose en mueble, y nada mejor, en ese caso, que en secreter. Y hay por ahí, ahora, una campaña televisiva que asegura que "leer nos hace felices", y recuerdo que algo parecido venía a decir, comienzo de libro, aquel escritor de nombre supongo que ya casi absolutamente olvidado, José Cabanis, de Toulouse (1922) en la Francia, autor, entre otras, de una novela 'Le bonheur du jour', que Manuel Bosch Barrett dió en traducirlo por 'El secreter' (Seix Barral, 1960) que hay razones de léxico de gavetas galas para ello, años de grandísima victoria por supuesto por lo ingente de multitudes que leían (que yo leía al menos que no sé si se leía), que abría uno el libro del tal Cabanis y en la segunda línea se encontraba con el tatuaje del lector modelo y que la ilusión del momento hace que se crea, 'cuando se ha descubierto muy temprano la felicidad de leer se tiene la seguridad de no ser nunca completamente desgraciado. Es para toda la vida' que ya no se sabe, en verdad, que es lo que se ha dicho o se ha entendido, que si se es feliz para toda la vida o desgraciado para toda la vida que eso es lo que irá viendo, irá sintiendo, irá dudando, irá mascando el lector ante el nuevo y el nuevo y el nuevo libro así hasta los dieces y los cientos y los miles de libros destripados que al final serán las víctimas de nuestra guerra interna, personajes que aparecen y desaparecen, que han ido viniendo y marchándose, 'la memoria, esa abeja de la amargura' en JRJ arrojándonos paladas de mugres ácidas sobre la débil planta de una euforia enclenque que se nos va muriendo, , hombres y mujeres y humanos todos y animalias y cosas todas hechas a letras, a puro huevo de letras, que naturalmente, todas las urdimbres que nos salen del bofe y se nos asoman al pico son de letras, sopa o baba de letras, que contado que he de los comienzos de ése, léase que haya conseguido el sueño de todo libro que es toda vida o al revés, ignorar el centro y quedarse en los dos cabos, alfa y omega, que eso es la desembocadura, que así es la última imagen del tío Octavio tras el regalo de su secreter, su 'bonheur du jour', su discreta felicidad no sé si tan virgiliana, en la imagen última difícilmente rescatada del fantasma que transpira entre papeles varios, versos, carnets, cartas, que dice su sobrino, el Cabanis' de Toulouse Francia, lo que todos vamos llegando a averiguar al final de los días, es decir, que le embarga a uno la sensación de que la clave del enigma está, como decía él,' en otra parte'...