viernes, 11 de febrero de 2011

El nudo

   He leido que, en el 'Buenpas', esa iglesia que tanto ascendió social o eclesiásticamente que llegó a catedral, se ha escenificado el rito del nudo, cosa nada extraña si nos percatamos de que San Sebastián es una ciudad marinera, que de marinos muy especialmente escribe su escribano mayor, el llamado Pío Baroja y Nessi, a través de personajes como Galardi, el capitán Tximista, Santi Andia, etc, etc, y en que los marinos son especialmente duchos cuando de hacer nudos se trata, que alguna vez he podido ver sus trabaos en ataduras y es de admirar su extraordinaria pericia. Pero marineros y no tan marii^ros si a mano viene haylos en este trance de ir atando cosas y más cosas que en tan alta medida han conturbado el ánimo de unos y agotada ha sido la paciencia de otros, que en el oficio de hacer nudos difíciles de desatar, encontraremos parecido número de arrantzales y baserritarras en pugna abierta en quién los pone más y más difíciles y en cabos tan sueltos y tan distantes como los que se precisan para atar el gran paquete de la paz, que constando tan solamente de tres letras, cuesta tanto no obstante en ponerlas en su lugar adecuado o conveniente. Nudo gordiano pues, éste de la paz en éste nuestro territorio, si se le permite la evocadora mención a mi enteca memoria, pero 'a la vasca'. A la manera de la iglesia vasca, para mejor entender esos nudos, una discutible manera, según me parece.


Huysmans.- 

   De la paz y de sus enclaves divinos escribió maravillas (y maravillosamente como siempre cuando escribía) aquel gran clásico de la Literatura y de la Iglesia que fue Fray Luis de Granada (1504-158B). En su 'Guia de pecadores', modelo de buena escritura en lengua castellana, tiene un capítulo, el XIX, en el que se trata 'Del octavo privilegio de la virtud, que es la bienaventurada paz y quietud interior de que gozan los buenos, y de la miserable guerra y desasosiego que dentro de sí padecen los malos, que no sé yo hasta qué punto pudiera servir ese modelo en éstos nuestros lares, ya que el real problema en el que desgraciadamente nos debatimos desde hace varias décadas sin que se le vea atisbos de solución, no lo es tanto de la paz interior sino de la exterior, mucho más compleja, que si de interioridades se tratase pudiera estar de sobra esa escenografía del 'Buenpas, como la de otras manifestaciones populares de marchas y caminatas hacia ermitas o basílicas, cánticos, preces y letanías al borde del camino y como flores de primavera si atendemos a la estación del año en que estamos y que pudieran servir para los que mantienen viva la fe, no sólo en símbolos y tradiciones sino también en instituciones que tanto han hecho para que no se crea demasiado en ellas. Sea de la manera que sea, y volviendo de nuevo a la representación del 'Buenpas', habrá que decir que, con ella, se ha llegado a vislumbrarse allí hacia el fondo, hacia las cavernas siempre ejemplares de la Historia, dos adoraciones de la máxima virtud: la del ritual y la del nudo. Para ilustrar la primera de ellas, la del ritual, se me ocurre acogerme a la encumbrada memoria de un Joris- Karl Huysmans (1848-1907), y, cómo no, a una de sus obras más espectaculares (si así se me permite decirlo) como es La Catedral', uno de los jalones literarios de su etapa de conversión por medio de una trayectoria satánica a los umbrales del catolicismo. Joris-Karl Huysmans, en ruta a su real profesión de oblato v literariamente bajo el nombre de su protagonista Durtal, para y repara que la catedral de Chartres, como luego, y como era de prever, en Lourdes, meta de tantas conversiones. Por lo que respecta a la adoración del nudo, inevitablemente el peso de la memoria cae por el lado del gordiano, de imposible desate a no vérselas con la espada del macedonio. ¿En qué medida tendrá que ver, algo o mucho, en confianza o no tanto, con la imagen de la iglesia vasca, y hacia qué lado se inclinará el nudo después de esa puesta en escena de su ritual en la catedral del 'Buenpas', y en qué medida pesará la expresada declaración de que se continuará 'anunciando el Evangelio de la verdad, de la Justicia de la libertad, de la paz, del diálogo, die la reconciliación y del perdón', magníficas palabras en verdad pero que, a algunos al menos, nos llueven sobre mojado? 

Diógenes.- 

   De dos nudos, cada uno de ellos de 40 años, está formada mi vida que, mírese por donde se mire, ha sido vivida bajo una serie de prohibiciones, lo que me hace pensar que ese asunto de la libertad, tantas veces pregonada, no es más que una filfa, una entelequia, que de aquí sí creo que puede derivarse hacia otro nudo, éste de mucha mayor intimidad y más difícil debate, y que puede ser el del tiempo perdido, y del que pienso que, sería blasfemia más que osadía, por lo que de proustiano tiene, ir en su busca. Porque si, como a algunos nos sucede, todo lo damos por perdido y mal perdido, con lo negativo y frustrante muy por encima de lo poco positivo que pudiera hallarse, ¿a qué esforzarnos en buscarlo?. De todas formas, como dice el tangazo que veinte años no es nada, y que, por ahora es soniquete que se repite y repite sin cesar por cosa o causa de una película reciente que, a veces, si son pegadizas ambas, canción y película, ya se sabe como irrumpen en todo nuestro espacio cotidiano hasta volvernos, tarambanas de lo obsesivamente que nos acosan y nos acorralan, yo, por ir a saberlo más y mejor, más a ciencia cierta si es verdad o no lo que la canción dice, y porque dispongo de un amplio caudal de esos años tan pretéritos, atravesaria la barrera del tiempo y me iría más allá a embadurnar un poco mas a mi memoria en calamidades pasadas a tono con un cierto fondo masoquista, aun sabiendo que, una vez que pasaron, nos fueron dejando como una especie de sensación de la iniquidad vital, de lo efímero del existir y de la espuma de la vida, todo más insustancial que el mismo polvo, que ya se sabe que éste, al menos, con la ayuda del tiempo, sabe incrustarse sobre toda víctima, no digamos cuando este victimado soy yo, es decir, cualquier hombre. Una visión agriamente pesimista si se quiere, o lacrimosa, o condicionada a ver la vida como un mal, que, estoy en disposición de poder reconocer como excesivamente ladeada hacia lo negativo, que lo veo más netamente sobre todo si, como leo ahora en Michel Onfiay ('Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía,!' Anagrama, 2007) haciéndose eco de la manera de sentir su filosofía por parte de Diógenes de Sínope (413-327 a.C.), el cínico por excelencia, que nos señalaba que 'a quien le dice que 'vivir es un mal' le responde que 'no, vivir no, sino vivir mal', que atendiendo a cómo se vive y a cómo sé pudiera vivir, con paz o sin paz, con nudos o sin nudos, cada uno sabrá en qué proporción puede aceptar o no esta restricción señalada por el filósofo griego.