jueves, 10 de febrero de 2011

De monstruos

   ¿Qué respuesta se hubiera dado por parte del gobierno si hubiera sido Hannibal Lecter el que estuviera en el Doce de Octubre por el antojo de negarse a trasegar las lentejas del condumio, él, que estaba acostumbrado a comerse en crudo el hígado de todos aquellos que se le pusieran delante?. El hígado, o las enjundias, o la nariz, o cualquier otro órgano o promontorio corporal que se pusiere al alcance de sus afilados incisivos. Entiendo que la pregunta con la que se abre este artículo pueda ser, para muchos, un tanto capciosa. O, con retintín. O, para una gran masa de gentes (la mayoría, sin duda, porque quiero pensar que la mayoría no es tonta), se trata de una pregunta inútil por suponer que ya ha sido contestada; una respuesta que hasta nos ha sido dada en imágenes reales y a través de una confusa sarta de mentiras de angelical pergeño. Esa boca masticando sus banales patrañas se me hace modélica hasta para el buril de un Rodin modelando su idea del Gran Mentiroso, siempre que semejante artista fuera capaz de descender a aeródromos tan miserables. Un intento de burla esa componenda verbal, a la inteligencia de todos, incluidos listos y tontos ya que se supone que no hay nadie que no pudiera darse cuenta de esa afrenta hecha por el Gran Mentiroso en su obsceno monólogo, mientras Hannibal había llegado ya a su destino y sus gentes le coronaban al estilo de Píndaro, que tampoco faltará nunca quien verá a Hannibal como gran campeón y con cuantas más victimas en su sanguinaria trayectoria más héroe aún..., pútrida condición humana... 

   Pero apartémonos de la sucia política hacia la amena literatura. Juguemos un poco a monstruos. Los hay, claro está, de todos los tamaños. Cuando un ser animal traspasa ciertos límites, entra en la categoría de monstruo^ una infracategoría generalmente aunque haya también seres enaltecidos por esa condición, que recordemos, por un ejemplo, aunque no fuera de estilo nada positivo el dicterio cervantino de 'monstruo de la naturaleza' que endilgó a aquel Lope lopillo así puesto en solfa por aquel otro monstruo, el gongorino, que, con ellos dos y alguno más enaltecieron de forma insuperable el Siglo de Oro español, significándose asimismo, con su pérdida, el declive de uno de los mayores Imperios que ha conocido la Historia. Valga decir, para navegantes procelosos (tan procelosos para su intemidad como para su extemidad de procelas que recorren), que, para el nomenclátor de monstruos se hace casi imprescindible la consulta del 'Manual de zoología fantástica' de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero (Breviarios del Fondo de Cultura Económica núm. 125, México, 1957), aunque solamente sea para cercióranos de que la zoología de los sueños es más pobre que la zoología de Dios (pág. 8). ¿Y, la del diablo?... 

   De ese singular vademécum de monstruos, recojamos (para masticar la frase según se merece), el parecer borgesiano de que 'tal vez porque lo desaforado y monstruoso parece menos propio de Grecia que del Oriente, Walter Kranz atribuye a estas invenciones una procedencia oriental' (que es opinión que se puede encontrar en la página dedicada a Cronos o Hércules y extraída del tratado 'Dudas y soluciones sobre los primeros principios' del neoplatónico Damascio, recogida, a su vez, de Gerónimo y Helánico (si los dos no son uno solo) (pág. 57). No obstante, la creación de genios no es privativa de las mentes orientales, considerado al menos globalmente el orientalismo. Mentes tan supuestamente occidentales como la de Mary Shelley, esposa segunda de uno de los líricos románticos más notorios, Percy Bhysshe Shelley, dió en crear (y dicese que por simple apuesta) uno de los monstruos más conspicuos de la literatura y el cine, el mítico 'nuevo prometeo' que el doctor Frankenstein fue erigiendo, como una escultura biológica, en su laboratorio. Ya no digamos de otros monstruos como el Golem de Meyrink, el Drácula de Stoker, etc, que, a pesar de todo son monstruos pero entes ni siquiera de razón tan solo sino de invención, entes de pesadilla únicamente con los que nuestra mente proclive a los juegos masoquistas del miedo y del terror se distrae hasta gozando, mientras que nos pululan, alrededor, otros monstruos más hediondos y obscenos, monstruos de sangre nunca ahitos, que ni siquiera estoy citando a uno de los últimos líterario-cinematográfíco que nos ha surgido, este Hannibai de Thomas Harrís, que sí que es personaje que surgió, como no podía ser de otra manera, del silencio de los corderos como algunos otros monstruos que nos han ido surgiendo después que así surgen muchas veces tantos monstruos, por silencio o asentimiento con la misma ignominia que parecería oportuno, ahora, dar un aletazo de la memoria y recordar viejos acontecimientos que dejaron secuelas de horror, digamos que el silencio ante el monstruo del nazismo, es decir, el Pacto de Munich, el desplome del equilibrio entre las naciones europeas, los Sudetes, Checoslovaquia, checos y polacos hacia destinos obligados que es la marca de los exilios y exiliados cuando se ven (vemos) acercarse parecidas anexiones entonces y ahora, los 'silenciosos' Daladier y Chamberlain aceptando ante Hitler y Mussolini la ignominia de una paz de claudicación, la reconvención de Churchill, buen agorero y mejor notario de la paz ignominiosa en nombre del honor C pues no tendréis m paz ni honor'), está claro, Jean-Paul Sartre buscando una trilogía al menos para sus soñados 'caminos de la libertad', concedió un 'aplazamiento', una prórroga, la moratoria de nada más que un volumen escrito de prisa y que termina con un 'han venido a partirme la cara' que pudo decir Daladier a su vuelta de Munich según Sartre, a lo que añadió que 'La verdad es que les comprendo', aunque era difícil, muy difícil comprender a los que vitoreaban esa ignominia que él había protagonizado, que mejor, a pesar de los pesares, esa frase de este mismo Daladier que se siente culpable, un político muy mal hablado que expresó breve y rotundamente la insensatez de ese recibimiento con un 'Les cons!' (que cada uno lo traduzca según su propia estima y lectura de su particular diccionario), que muy pronto, tercer y último volumen de la trilogía, nos veremos en la carretera con el coche que no tuvo la previsión de coger suficiente gasolina y con nada más y mejor consuelo que con 'la muerte en el alma'. En ésas, estamos. 

   Y, de la política y de la literatura, ¿por qué no pasar a la bandera de la victoria, que ha dicho alguien que no es su intención pasársela por el morro a nadie, que ya es mal restriego la chulada de decirlo y constatación, asimismo, de que esa bandera de la victoria existe. Y, si queremos ir hacia terrenos de novela policíaca, además del 'cui prodest', tendríamos que enfrentamos al enigma encerrado en el caso de por qué se aguanta un chantaje, ¿por qué cosa?... .