lunes, 21 de febrero de 2011

La bolsa o la vida

    El último verso del último poema de 'Sonetos para Helena', de Fierre Ronsard (1524-
1585), ofrece esa indeclinable mixtura que confunde ¡en un mismo bol al Amor y a la
Muerte. Tar TAmour & la Mort n'est qu'une mesme chose' escribió el inconstante
enamorado vencido al fin por una aparente constancia, al dar fin a esos 79 sonetos que el
hombre vivo pese a su diferencia de edad (por el espacio diferencial de los 25 años entre
uno y otra) dedicó a Héléne de Surgéres, una dama de origen galaico español, su Amada
muerta (que no a la manera de la "amada inmóvil' de Nervo que la de Ronsard se movía y
mucho en la sociedad cortesana a la que pertenecía, pero toda amada está muerta si no
responde, si los poemas del amado son saetas perdidas que van a perderse no se sabe
dónde, acaso en ningún sitio, o, si en el colmo de lo absolutamente perfecto, también se
sabe la lección suprema de aquel gran arquero en que llegó a convertirse aquel hombre
llamado Chi Ch'ang que vivía en la ciudad de Hantah, capital del antiguo Estado chino de
Chao, que aprendió del maestro de arqueros Wei Fei los rudimentos del oficio y fue
dirigido a donde el Supremo, Kan Yin, a resultas de todo lo cual se apropió de la máxima
sabiduría, ésa que dice que 'la culminación de la actividad es la inactividad; la de la
oratoria, la paralización de la lengua; la del disparo de arco, la negación a hacer uso de él',
que de esta manera es que ya hemos llegado a la perfección suprema que puede paladearse
en la quietud, en la levedad y gracia de lo inmóvil, confinada dimensión de la paz segura).
De hecho, mientras se van leyendo esos 79 sonetos sé nos va configurando la imagen de
ese hombre dual que fue Fierre de Ronsard, un galante eclesiástico del XVI francés, que
bien merecería tener un esbozo de biografía imaginaria escrito a la manera de los que
Marcel Schwob (1867-1905) escribió, aún a pesar de que su propia vida no ceda en
fantasía, lozanía, prestancia, galantería o galanura a ninguna de las que se nos asoman
desde la pluma del simbolista galo, llámense Empédocles, Eróstrato o Grates (evocadores
del mundo antiguo) para empezar, y los hediondos; Burke y Hare, levantacadáveres (más
propincuos aunque a salvadora distancia todavía, por suerte), para terminar.


   Pero si vamos a lo que importa, lo que nos falta, sin duda, es el mismísimo Marcel
Schwob (imposible sustituirle) y lo que sobran son personajes más o menos salidos de
madre, que el mundo está saturado de frikis como todos sabemos. El cóctel entre amor y
muerte puede darse, en este verano en el que alentamos o navegamos desde variadísimos
puntos de oteo. Se abre, por un ejemplo, la Semana Grande, y el ambiente, hasta por la
noche, se nos llena de luces ('helo, helo, por do vienen', qué digo, los fuegos artificiales y
los elaborados en el otro laboratorio de ese más allá que es el de 'irás y no volverás', las
Perseidas que caen como lluvia fuliginosa sobre el ciclorama que nos protege (que no
quiero referirme a los otros fuegos, llamados 'fatuos' y que ascienden en vez de bajar, que
para este menester es preciso acercarse al cementerio y es que no me sale ni un sólo
artículo sin su mención que ya es desgracia) y en cuanto al amor y la muerte, se consuma
sobre las arenas de Illumbe la fálica ceremonia entre el acero y el morrillo o quién sabe si
de las astas con el femoral entre un baile de abanicos y un musiqueo de olés, que todo
consiste en un abrazo o un beso con sangre de por medio que la marca del vampiro es la
simbología más tatuable que pudieron exhalar las montañas de Valaquia con el Empalador
como figura mediática y todo se expandió en colores de leyenda, que añádase a ello ese
temblor de tierras amedrentadas que se ha dejado oir por las tierras del centro (que nos
faltarán augures, y en ello acaso convengo, pero que algo significan como siempre han
significado las fiebres telúricas), y hay regueros de sangre más o menos contenidos o no en
las acequias del amor o del desamor (que ambos a dos vienen a ser lo mismo, ramas
isomorfas en distinta dirección de la misma planta).




   Repaso la agenda del verano y es, en cierto modo, como si abriese las páginas de la Biblia
(no me importa que se tome o no como ejercicio trivial, y tampoco importa si por el
principio, por el génesis de todo o por la hecatombe final, tan apocalíptica). Allá por el 47
del pasado siglo, y en ese lenguaje que todavía guardaba elegancias y pródigo uso como
era el francés y categoría suma compartida en el mundo de la cultura (y como creo también
que en parte ha ido perdiendo con el tiempo), un serio y profundo delator de los males del
mundo (de entonces aunque de siempre pese a todo) como fue Albert Camus (1913-1960)
denunciaba a unas cuantas ratas de la ciudad de Orán, difusoras de la peste bubónica, como
fermentadoras de una conciencia mundial de atropellados por el sufrimiento. Y se elevaba
como una exigencia de queja, a Nadie que es el Todo, al Ser Inexistente (antinomias de
Camus y de todos los que queriendo colgar su queja no encuentran dónde), al que ninguna
teodicea pudiera exculpar por un silencio que ha seguido siendo horrísono a lo largo de los
siglos. Acaso puede parecer ridículo comparar a las ratas de Orán con los topillos
vallisoletanos que arrasan los viñedos productores del mosto de Rueda y contra los que ni
siquiera vale ejercitarse en el noble deporte de la quema de rastrojos incluido el ;!
desaconseje gubernativo por estas prácticas y aunque también sean peste como todo lo que
superabunda; que también fuera banal comparación lá que pudiera realizarse con los <
mejillones cebra de Lareo y sus compactas agrupaciones que parece como si se sintiera un
ansia de comunión con el oxígeno vivificador y con los pulmones a punto de estallar por la
presión que pudieran ejercer sobre nuestras cañerías; y no digamos cuando trasladamos el
módulo comparativo y lo aplicamos sobre el fraagor existencial de Franska, la osa Franska,
nacida en eslovenia y muerta por accidente de carretera ahí por los montes que cercan la
gruta del milagro por antonomasia; y dejemos aparte, no sé por qué razón de pudibundez,
otras historias del animal humano, violencias en el hogar y en el descampado, navajazos
que refulgen como en cualquier colorista drama de sexo y celos, el amor gañán y garañón
que pide su lugar en este descontrol de los días, pero que, en todo ello, si bien se mira,
puede hallarse siempre una razón de sangres y sus vertidos, de amores y desamores, acaso
por la única aunque poderosa razón de que todo lo que el hombre lleva a cabo le rezuma de
sus caudales líquidos, la sangre y el sudor y las lágrimas, de todo lo cual es epítome
acertado ese último verso del último poema de los 'Sonetos para Helena' de Fierre De
Ronsard, fundador de la Pléiade, y que nos viene a decir, que 'amor y muerte no son más
que una misma cosa'.

14 - VIII - 07