lunes, 21 de febrero de 2011

Atocha






   Pese a la incongruencia y la desfachatez de la ahora llamada 'memoria histórica", lo malo no es tanto volver al pasado como girar visita al futuro, que por difícil que parezca, no lo es tanto, que basta con tocar el timbre de un asilo o una residencia de ancianos, traspasar el hall, llegar a la común sala donde se entretienen (es un decir) los internos, o penetrar aún más, si cabe, en el sancta sanctorum de la habitación personal, y el futuro está a la vista, que eso es lo que hay, algo como una visita al retrato de Dorian Gray no importa tanto si con el puñal o sin puñal en la mano, que si no es purulencia sí es decadencia lamentable, cuerpos agarrotados a la silla de ruedas y mentes en liquidificación y liquidación, y ahora esta paz que es un temblar de castañeteo y luego esa gloria que nos sepulta en sus andrajos, y lo que ahí se ve iluminado por ese tipo de lámparas que cuanto más duren encendidas más lucen y dejan al descubierto lo que enfocan. Ni caso, por lo tanto, a los consejos de mandatario que a pesar de estimular mediante una ley la horrenda costumbre de los desentierros, apremiado según algunos suponemos por algún miedo que también barruntamos a qué, además de por algún númen de esos que son capaces de encalabrinar cualquier sesera cuando la tormenta electoral arrecia, ha aconsejado mirar hacia adelante obviamente en contra de lo que decreta, cuando, de por sí, mirar hacia el futuro aterra a cualquier persona sensata y mucho más cuando nos percatamos a qué situación nos ha podido llevar su desgobierno, que de ser más jóvenes, seguro que nos preocuparían y muy mucho. Dicho lo cual, nos quedaría aún un tercer lugar para un, más que estimulante viaje, el del que se ha venido en llamar la historia virtual, la contrafactual, y que se entiende por medio de esa frase nada ambigua que nos insinúa sobre '¿qué hubiera pasado si...?, que es como un reto al destino, al mismo Dios para los creyentes, a las entretelas de nuestras costumbres con las que se ha tejido la inconsútil vestidura de nuestra identidad. O, de inidentidad, quién sabe... 



De Onetti a Fernán Caballero.- 



   Pero, volviendo al discurso principal, lo malo, repito, no es remover tierras en labor de 'sepultureros al revés' que exhuman lo que otros torpemente inhumaron, juntar cadáveres superando a la poderosa imaginación de Onetti, y ya que 'para venganzas, el tiempo; para justicia. Dios' (que es frase que pudiera firmar aquella señora suiza injertada en andaluza, Cecilia Böhl de Faber, alias Fernán Caballero a quien parecidas máximas gustaban), espumar venganzas de otras venganzas que vinieron Se anteriores abusos viles de los que tenemos fehaciente noticia y que nunca olvidaremos al menos hasta la llegada del definitivo señor Alzheimer, más segura aún que la tardanza de Godot. Si algo supieran (o mejor aún, 'si algo quisieran saber' que, de cierto, no lo quieren) los que en tales manejos se andan, sabrían que a toda acción sucede indefectiblemente una reacción, como enseña una elemental ley de la Física. Y, a una justicia una, injusticia, y viceversa, en un anillamiento de causa y efecto que viene a ser como ese delirio de resultados que puede ser para el que, en su inocencia ilusa da en creer todo lo que oficialmente se le viene a decir que, en estas divagaciones me iba yo, paso tras pasó, a la altura de ese lugar que une un entrañable punto de la ciudad como es el de Atocha, gente que transita, embocando -los ojos húmedos y tan lacrimosos de noroestes-, por el puente de Santa Catalina, desde Duque de Mandas al Centro. 



La historia triangular,- 



   Situándonos en el ahora mismo, por la nueva vía abierta no hace mucho tiempo como fastuoso aliviadero del paso subterráneo' que, a su vez, y cuando se abrió, evitaba el tránsito sobre las catenarias del tren -un lugar ideal, como siempre yo lo vi, para esa, idea de suicidio gritón que, con su aullido, tantas veces nos socarra el alma- que uno mira más allá, esta vez hacia el pasado de este puente candoroso y mefistofélico a la vez, prometedor de un vuelo de paloma o de gaviota sobre todo otro alféizar hacia el vacío y le es imposible encontrar ninguna de las historias que debieran haberse ocurrido en su distancia, pero cómo poder haber sucedido nada así cuando se saca tino de sus propios bolsillos el pañuelo de la memoria y se ve caminando, doliéndole el ánimo un poco más que las casadas piernas, un putrescente olor de soledad cuando era ésta una enfermedad todavía amarga porque ni siquiera había uno madurado, y chapoteaban mis pies en aguas estancadas de iris y estrellas caídas, lluvia de escozores sentimentales - Yendo por ese lugar pues, y rumiando lo que a cada paso nos va sucediendo, advierto que la historia de lo que voy hollando resulta ser triangular que, más allá del ideal punto unión de sus bisectrices, digamos que en el metacentro de esta especie de nave que es la vida en la que vegetamos, en ese paso de Atocha al que me vengo refiriendo, la historia trianular se me puede encabritar, nunca desnortarse, por la justicia, el fútbol y los trenes. Todo que tiene entidad sustantiva, ya se sabe, desemboca en el triángulo o trípode, sin el cual, todo se nos desenfoca, y el triángulo de este lugar está a una de las manos, en un llamado palacio de justicia que nos suena tan amorfo a los que tan poco confiamos en ella (sin que nada tenga que ver esta apreciación con esa imagen tan difícil de olvidar para veteranos como nosotros de un recinto hospitalario militarizado y con la estancia en ella, por tiempo indefinido, de un arriscado piloto que no tuvo más remedio que confundir el arenal del marco incomparable con un aeródromo; que, a la otra mano, puede estar un campo de fútbol que sí tuvo sus más y menos, acaso el bochorno actual del fútbol en nuestra ciudad ha hecho paliar en algo sus derrotas propias, y, por si otra mano tuviéramos -aunque postiza fuere y de taller protésico por lo tanto-, viraríamos hacia la estación donde el traqueteo aún existe pero no el silbato, aquel largo silbato de los trenes en la distancia, en nuestra larga distancia de parameras como papel de escribir en donde el humo firmaba credenciales de aventuras viajeras, el idilio campoamoriano del tren expreso, la dramaturgia incomparable anakareniana, el eco del viaje eterno en los siniestros trenes de la muerte que hendían la noche y el día y otra vez la noche y el día y todas las noches y todos los días hasta el infierno que uno cree escuchar, lo escucha de cierto cuando se sienta en el andén de espera y le cruje el alma a los raíles a cada paso del mercancías, o a aquel wagonlit de los grandes expresos europeos que debió desaparecer y vive, sin embargo, de las noches bamboleantes, de un recuerdo fugitivo de la compañera de una noche tan sólo en la luz muriente de un amor de ocasión y de circunstancias, de circunstancias tan sólo y solamente por una noche, nada más... 

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