Ahora
el ogro se llama Armin Melwes pero antes el ogro se llamaba, simplemente, «el
ogro» y pertenecía a un clan de gigantes llamados ogros, y pudo contemplar el
sueño de Pulgarcito y de sus seis hermanitos, siete hijos que tenía el
leñador, su padre, y los dejó abandonados en el bosque, que también hay que
ser muy ogro para tener siete hijos cuando no se puede alimentar ni a uno
solo.
Ahora
el ogro se llama Armin Melwes y con él la raza de los ogros se perpetúa, ogro
Swain Beane por un ejemplo, ogro Albert Howard Fish, el místico que esperaba
que Jehová le parase la mano como a Abraham si de verdad Jehová no quisiera que
él Fish le sacrificara niños y más niños, ogros mil y uno en la Enciclopedia
del Crimen que en el mundo de la criminalidad acaso es dificil resistirse al
impulso de la antropofagia, toda nuestra infancia llena de ogros que yo no sé
qué cosas leen los niños de hoy de los que tan alejado vivo afortunadamente no
sea que me coja el síndrome de Michael Jackson y me levante todas las mañanas
con las sábanas húmedas, pero sí diré que nuestra Infancia estaba llena de
ogros, desde los cuentos de Perrault hasta los de don Saturnino Calleja, y
salla uno a la calle y vela perderse por la esquina de la manzana al hombre
del saco y salía a airearse con las auras del bosque y se topaba con el sacamantecas,
que era como Freddy Krueger pero en versión rural y sabia cómo introducirse en
nuestros sueños, y con 'mocito' que decía que era mocito y recibía su cascada
de huevos podridos pero se sabía que una vez que hubiera sometido su zamarra a
su tintorería de urgencia se relamía sus bigotes bajo el puente mientras asaba,
ensartado en un palo verde, no se sabe qué vianda nefanda (que hay que cuidar
la rima) pero seguro que era un tierno infante de bucles rubios ya quemados, y
veía y huía de 'la gallega', que también se sabia que era una bruja, un residuo
de la purga de Pierre de Lancre, que vivía en su chabola con su gozque y que
tenia su cazuela mágica donde hervía condumios tenebrosos. Toda la infancia
llena de ogros que desembocaban en la imagen goyesca de Cronos devorando a sus
hijos que eso es lo que hacemos todos con las horas muertas, tragarlos, pero
sin saber, seguramente que nos estamos tragando a nosotros mismos, nuestra
propia vida que se nos despelleja al sol y a los vientos y a las lluvias.
Ocho
y medio. Dentro de ocho años y medio, cuando uno ya esté criando no malvas
sino cardos (como
corresponde
a este lugar donde vegeto y si aquí me entierran) o, simplemente volando a lo
fantasma entre nieblas y gaviotas y sintiendo y contemplando, a lo garcilaso,
«la ira/ del animoso viento/ y la furia del mar y el movimiento», aunque
también, en las tardes tan etéreas del verano la gracia singular del 'rayo
verde', semilla digo de fantasmas mi polvo gris de mis cenizas, habrá llegado
la hora, a ocho años y medio repito -y según dicte el juez Volker Mütze y en
contra de la opinión del fiscal Marcus Kqehler, ambos del tribunal del proceso
de Kassel-, de que Armln Meiwes, alemán y caníbal confeso, vuelva a utilizar su
dentadura, toda su gama de incisivos, caninos, colmillos, premolares, molares,
etc, etc, (que nunca sabe uno hasta qué punto la radiografía dental caníbal
pueda ser distinta a la general humana, que tengo yo sabida aquella vieja leyenda
de mi infancia que decía que los caníbales tienen los dientes más afilados, los
ojos más fijos y los aojos más temibles, les hieden las entrañas que dejó dicho
no sé qué superviviente que son sus bocas como cavernas de guisotes rancios o
aliento que apesta de hienas y buitres u otros animales carroñeros, con la
carne humana como efervescente en sus estómagos, y que tienen la costumbre de
pedir a los camareros de la tribu que les proporcionen los mondadientes que
les servirán de juego dental promiscuo que bailará en sus labios hasta el
próximo banquete que, a ser posible, habrá de ser también de carne humana.
De
cómo sabe ésta, de su especial dulzor que parece como que algún ayudante de
cocinero hubiera extraviado el salero y lo confundió con el azucarero, hay
testimonios varios, distintas versiones de quienes hasta se vieron en tan
apretada situación que ese paisaje del perol calentado a leña ardiente ribera
del bosque y el misionero contando las cuentas de su rosario mientras ora
mirando al cielo cada vez con más fervor a medida que el calor empieza más que
a insinuarse por las plantas de sus pies hacia arriba y muy hacia arriba, hay
algunos que lo vieron desde dentro del perol mismo, el agua del guiso
mojándoles más arriba de la cintura como así debió ocurrir supongo en las
elevadas campas inesetarias de Lesotho (llamada Basutolandia en mis viejos
tiempos) como veía ayer no más en un documental o a la manera como cuenta un
tal Hans Staden, un excéntrico autor cuya vida pudiera parangonarse con
grandes protagonistas de míticas novelas como Robinson Crusoe o Gulliver, en
aquel su libro de tan largo título que es imposible transcribirlo entero:
Verdadera historia y descripción de un país de salva- Jes desnudos feroces y
caníbales, situado en el Nuevo Mundo América, desconocido en la comarca de
Hesse antes y después del nacimiento de Cristo, hasta que hace dos años, Hans
Staden de Homberg, en Hesse, lo conoció por experiencia propia y cuyas características
revela ahora por medio de la imprenta, etc, etc, etc.... (Edit. Argos Vergara.
Biblioteca del Alfil Barcelona, 1983), o como mártires de la edad primaria del
cristianismo a los que el emperador mandó guisar como método de violar sus
mentes y hacerles adorar a los dioses en sus extensas tierras de Pagania.
El
mordisco. De caníbales, como es fácil de entender, puede hablarse desde distintos
estadios o puntos de vista tómese o no la ocasión de referirnos a este Armin
Meiwes de quien se sabe que se corrió, al menos, una orgía caníbal de acuerdo
con su victima, Bernd Juergen, ocurrida en Rotemburgo y que empieza con un
entremés fálico, que puede entenderse este apetito antropófago como mera
subsistencia o supervivencia, como perversión sexual y hasta como gastronomía
como no faltan libros de recetas de comidas en donde los afrodisíacos, más o
menos eficaces, pudieran ocupar el lugar que, entre los condimentos, suelen
reservarse a especias de todo tipo, y que habría que sazonar con el placer del
mordisco o de la dentellada sin la cual todos los etluvios amorosos que se
ventilan en campo de plumas tienen menor sentido, que un mordisco en la cumbre
de los omoplatos rellenos de carne mollar es bocado de ambrosía como lo saben
los amantes exquisitos, los que piensan que el cuerpo humano pueda ser como
viola estremecida. como guitarra acordada, como violoncelo que se deja
abrazar y fundirse amada en amado.