viernes, 21 de enero de 2011

Lecturas navideñas







Leo a diecisiete autores en veintiún relatos que urden sus historias en torno a la Navidad (Cuentos de Navidad, selección de Marta Rivera de la Cruz, Espasa, 2003), y siento la comezón de preguntarme sobre el por qué de ésta mi elección cuando tantas y tantas obras esperan su turno que estoy seguró que no podré conceder más que a unas pocas, pues la otra orilla me está próxima. Es decir, ahora que las navidades son poco más que una excusa para felicitarnos anualmente, leo a veintiún autores de máxima proyección literaria y no sé lo que busco.

¿Simplemente una recreación? ¿Acaso, una afilada espada para matar al ocio cuando nunca he sentido este virus? ¿Qué persecución de qué esencias que sospecho como existentes en una vaga resonancia, un ámbito fantasmal que desconozco? O, éste pudiera ser, por fin, el hallazgo: esa música tenue, de Íntimos arpegios teñida, la mano en el corazón como tanteando latidos soñados, una capilla, unas voces angélicas, el «venite, adoremus» como una paloma que más parece como un colibrí que se ha hecho gigante y se mantiene en el aire volando sin volar, el misterio de la levitación en suma Y seguro que no estoy hablando de la remembranza de aquel lamento de Núñez de Arce (1834-1903) buscando los restos de su fe perdida que sería recoveco de pesar, prado en el que amanecen deseos mutilados de una edad que se quedaron en el aire como flores sin tallo. No sé por qué -pues que es obvio que no tienen relación alguna-, hay muchas moléculas de variadas esencias que se mueven y nos acosan en el ambiente de las navidades que son, sobre todo, época de resonancias como vuelos de pájaros vagos (¿acaso, más como murciélagos que como pájaros propiamente dichos, aunque siempre volátiles, siempre tenues, siempre como translúcidos?.

De O'Henry a Valle Inclán. Leía yo ayer, no más, un cuento de Navidad de reciente factura y me acordaba de O'Henry que, en el antedicho libro, nos escancia esta frase: «Cabría decir que ya no se pueden contar nuevas historias de Navidad», que, escrita por O'Henry sabemos que será mentira ya que su imaginación puede con todo, que ahí está, para demostrárnoslo, esa historia de la hija del millonario y su muñeca de trapo y su búsqueda por Fuzzy, uno de los tantos caballeros del infortunio de la fauna narrativa del autor.

Y, de O'Henry, que nos deleita aún con otra historia ocurrida en El Chaparral, se nos invita a pasar a los manes de Dickens

(ya no, con su mítico Mr. Scrooge, sino con Gabriel Grub y los sepultureros, historia sacada de sus inolvidables Papeles postumos del Club Pickwick y, de propina, con Los siete viajeros pobres en el asilo de Rochester, todo tan dickensiano); el pecado de la gula, que es pecado muy presente en la Nochebuena es un factor de antítesis tragicómico en ese especialista de diseños de personajes llanos y cordiales que fue Alphonse Daudet, inimitable creador de tantas historias de su Provenza; y, si Leopoldo Alas Clarín (¿cómo un debelador de las hipócritas costumbres de Vetusta con tan ácidas e implacables prosas, acometiendo un cuento de Navidad?) se nos desvia un poco y nos habla del señor Baltasar, tampoco importa, que ese desvío a los Reyes forma parte también del paquete navideño, ¡quién lo duda!; y el gran Dostoievski nos habla de esa fiesta en el seno de la alta

burguesía rusa, de la que tantas historias nos contaron la élite de los grandes narradores eslavos; con un regalo en la navidad sarda nos deleita Grazia Deledda; Maupassant, malabarista en audacias imaginativas, se atreve a introducir en ese guión pautado de lo navideño, detalles o factores nada circunspectos de erotismo, tocología y acoso, estridencias que tan poco riman con la fecha, pero sin embargo..., y, nos traslada, en otro relato, a la mar y a Año Nuevo, un naufragio entre la isla de Re y Biarritz, la aventura amorosa con una rubia inglesita; y, qué tiene que decirnos don Jacinto Benavente de las navidades, si no es introducirnos en ese salón de la marquesa de San Severino donde los invitados maquinan cómo poder marcharse cuanto antes; y, en cuanto a Georges Lenótre, ¿a dónde nos iba a llevar si no, que a los tiempos de la revolución francesa de la que fue

notario especialmente ameno?; y, en cuanto a doña Emilia Pardo Bazán, si se atrevió con todo cuando la mujer a tan poco se atrevía, se nos adentra, también, en la fiesta de los Reyes, y nos cuenta, la tragedia navideña de un jugador, pero con el sentimentalismo ganándole la partida; Colette, la dulce Sidonie Gabrielle que tardó en librarse de Willy que tanto abusó de su habilidad escritural y de su paciencia de esposa pero que, cuando lo hizo, no tardó en subirse al escenario del Moulin Rouge para interpretar una obra de inspiración lesbiana, nos habla de cuatro aspectos navideños llenos de encanto; y, Scott Fitzgerald, que habló del Gran Gatsby pero también de Pat Hobby y de cómo puede sentirse un deseo de Navidad en los estudios de Hollywood; y, Jaroslav Seifert, el nobel checo del 84, se inspira en el mercado de la plaza Staroméstské en tal fecha; y, Chéjov, nos dice en qué sueñan los niños rusos después de leer a Mayne Reid que, naturalmente, es en huir a América, y añade, en otro relato, la historia de navidad del huérfano Vanka; y, la historia del hermano Longinos, debida a la pluma de Rubén Darío; y, a Provenza nos lleva, también, Fréderic Mistral en sendos relatos de navidad y reyes; y llegamos al final con Valle Inclán que, quien haya leído su volumen de relatos Jardín umbrío, recordará esa estampa de recreación escénica de la adoración de los Reyes.

El gran atracón. Son lecturas éstas que nos señalan modos y maneras de pasar y repasar las fiestas navideñas en variados lugares, costumbres que mantienen en gran parte, como toque hegemónico, ese sentido lúdico de los atracones, de manjares, de regalos, de esencias familiares, la mesa patriarcal si el patriarca vive, el rosario de hijos, nietos, parientes, los fantasmas de los muertos al estilo Joyce, el fantasma de Gargantúa como dios lar, que todo eso y mucho más se nos asoma por la esquina de las navidades, viandas, recuerdos, fotos del viejo álbum que mamá o la abuela guardan como oro en paño.

Pero queda aún por redargüir la afirmación de O'Henry ¿Se puede aún escribir una historia de navid a -en tiempos pasados que todos los años se me resucitaba-, una época de atracón de libros, de vacaciones en las que leer era el único, sabroso plato que me enajenaba, y lo que no dejo de pensar es que, escríbanse o no nuevas historias, lo que sí queda es, al menos, la posibilidad de darse grandes atracones aún, leyendo lo más posible de lo mucho ya escrito.