martes, 1 de febrero de 2011

Noticias



   Con la pérdida de Plutón, que le hacen apearse de la lista de los planetas, siento que no sólo perdí mi infancia (que sí, que hace mucho) sino que no sé si me la amputan o me la devuelven. Es tan viejo uno que, cuando junto con los reyes godos le enseñaron a citar y recitar la lista de los planetas, solamente eran ocho, los mismos que ahora se mantienen. Sea como sea, con la noticia de la degradación de ese planeta me llegan durante la pasada semana otras muchas entre las que escojo la de un chantaje, una coherencia y un horror. Algo como tres flechas en la diana de un lector de prensa. 

Bartolomé.- 

   El chantaje me lo proporcionó ese atracador de conciencias, no sólo de bancos, que dice que está dispuesto, a cambio de reducción en su condena, a revelar el lugar donde residen, después del robo de que fueron objeto, dos telas míticas, 'El grito' y `La madonna´, dos muestras de cómo la pintura puede adentrarse por los recovecos de laberintos mentales de difícil penetración, que por ahí deben de andar, de consuno o de bracete, los fantasmas de los Freud, Jung, Adler, etc, etc. Tiritaba "El grito', esa única estridencia que nos nace de no se sabe qué cuarteles de miedo o de indigencia suma, de espeluzno del hombre en cueros más aún del hombre desollado y con su piel a rastras como Bartolomé, el apóstol de la fe meditada (que es un contrasentido en los términos pero que, no se sabe cómo, el consiguió encajar en lo que también podría considerarse corno una Conjetura (si nos dejamos llevar por los ecos de los Poincaré, Godel, etc.) matemáticamente espiritual diría, y que narra la leyenda dorada de Vorágine, que desde los veinte años lleva los mismos vestidos siempre nuevos y brillantes (es decir, una ruina para sastres y talleres de bien coser y vestir), (que) los ángeles le acompañan siempre en sus peregrinaciones (se supone que de intenciones blancas y no tan negras como a la mayoría), (que) todo lo prevé y todo lo conoce (que es como airearnos nuestras vergüenzas), y (que) habla las lenguas de todos los pueblos' (un motivo excelso para declararle patrón de idiomas minimalizados y celebrar su festividad, pienso, y no sé si no estoy encendiendo la mecha...). 



Toska.- 



Dicen que se llama David Toska y yo lo apunto aquí porque no me duelen prendas aun sabiendo que, con esta iteración puedo caer (o ya estoy cayendo), en las añagazas del erostratísmo, porque lo que Eróstrato alcanzó en Efeso con la tea en la maño, y Kosta ahora al hacer su proposición infame, no es más que el ludibrio para su propia persona, que hay, sin duda, aunque a veces no nos lo parezca, un lugar para la dignidad en esta mesa de comensales del vomitorio de la vida. Lo que el atracador Toska, detenido hace algo más de un año en algún lugar de la costa malagueña puede ser que haya hecho mal (que tampoco es cosa de que nadie nos sintamos jueces de nada) es ahora con esa proposición mucho más que cuando atracaba bancos y arramblaba con museos. Lo que David Kosta, atracador de bancos noruego pretende ahora, es atracar a la justicia (que, en lo que uno va viendo a lo largo de sus muchos años, anda tan indigente la pobre que, como se sabe, también es paradoja latiente más que latente de que cuanto más ciega es mejor ve, pero plumamente me parece que le ocurre lo contrario, que buenos oftalmólogos le han quitado la venda y no quiere ver nada, yo ya me entiendo, que lo que quería decir era, simplemente, que, con este tipo de proposiciones, se hace para mí, al menos, reo de más cargos y más inexorables, casi como para que el grito de Munch le suene en su propia garganta en puro gañido (si los canes me permiten la metáfora), 


Díógenes.- 

   Es de esas cosas que hacen que la dignidad del hombre se eleve hasta las más altas cotas, pero que resulta caso tan insólito al parecer que abre una gran sima en los terrenos del estupor humano y que lo ocurrido, según se puede leer en la prensa, es cómo lo evidente se torna en incomprensión cuando es contemplado por, digamos, ojos humanos, los más proclives a no ver otra cosa que lo único que quieren ver. Resulta que un hombre de mente genial es elegido para ofrecerle un premio y que, cuando como es natural, lo rechaza, es como si hubiera estallado una gran tormenta intelectual y los amasadores de las vanaglorias se hacen lenguas de lo grosero que resulta haber ido tan lejos, tan en contra de las bien cimentadas costumbres sociales que, en las más altas ocasiones, no consiste en otra cosa que en vestirse de pájaro bobo, inclinar la cabeza ante el supuesto mecenas de turno y recibir cualquiera de esos chirimbolos que la escultura infelizmente reinante, detentadora (es decir, poseedora sin derecho) del arte, dice que crea. 

   Perelman es el hombre. Comenté la semana pasada su previsible desafío a esa estulta ideación de los Premios en la que suelen entretenerse los espíritus mediocres. Que la vanidad es el más estúpido de los defectos humanos se sabe, y con qué intensidad, desde el hombre de Cro-Magnon, que cuando se tamborreaba el pecho como el aún simio que era, alzaba la bandera luciferina, ¿quién como yo?, sobre toda la selva, aunque a este prepotente personaje selvático, se supone que le iban regalando hembras que, contribuyentes al placer venéreo del momento, al menos le satisfacían en su ego y en su sexualidad. Pero, yendo del simio al caso Perelman, ustedes me dirán para qué sirve la inteligencia si no es para librarle a uno de semejantes bobadas como la de ser agasajado con premios y de paso, inclinar la cabeza y sonreír, y ofrecer esa sonrisa coneja que en tales ocasiones se usa a los mil y un vientos de las cámaras para que sea distribuida por todo el mundo. Con el desprecio de Perelman a las alharacas humanas quizás haya motivos para gritar ¡Eureka! como el siracusano y decirle a Diógenes que apague el candil y cese en la búsqueda de su hombre inencontrable y ya hallado, que, nueva paradoja, es un misántropo, como él debía de saberlo, el que se constituye en arquetipo de hombre ideal. 


Natascha.- 

   Cierro la crónica semanal con una página de horror represado, Me lo sirve en bandeja esa muchacha, Natascha Kampusch, vienesa, secuestrada por "su amo y señor' el 2 de marzo de 1998 a la edad de diez años, nueva caperucita que, camino del colegio, se encontró con el lobo mucho más temible que el del bosque de hadas. Lo más cruel de las historias de este tipo, desde Perrault a Saturnino Calleja es que, en algún momento se convierten en reales, y hay como un espanto incontenible en cada página, en cada línea, en cada palabra. Durante los ocho años que los vivió la niña Natascha, la púber Natascha, la mujer Natascha, en una triste estancia que ya está inscrita en el Guinnes del horror y de los delirios. No sé si decir tan humanos cuando tan inhumanos parecen.