martes, 1 de febrero de 2011

La paz sudada




   Vamos todos en pos de la paz, cómo no, que cada paso que damos nos va acercando, mas y más, a las avenidas de la necrópolis, tan pacíficas día y noche, alguna viuda o viudo que no sabe o no cree que pudo tener suerte al quedarse solo y que se allega con un ramo de flores y un trapito en las manos cariciosas por caminos que, por de pronto al 'menos, no circulan ni las bicis, ¡qué felicidad!; alguna hija o hijo (pocos) que se acuerdan de sus ancestros; la novia o novio que se desconsoló mucho pero ya se va consolando a velocidades supersónicas (y que casi ya son inencontrables ni por el día de difuntos). 
   Sólo en la paz de los sepulcros creo', dijo el romántico, pero ya se sabe que pertenecían a una raza de hiperistas sin remedio, grandilocuentes en sus exclamaciones, con el sentimiento desbordándoseles de sus afluentes interiores, tan copiosos. La paz que es como un amplio ciclorama que quisiéramos que nos cubriera a todos, está hecha a veces, sin embargo, de tela tan exigua y de texturas tan desgarrables, que uno duda de que haya habido alguien alguna vez que haya pasado por la tierra sin notar que se haya roto, se ven las hilachas en cualquier hondonada y si alguna vez se la vió fue una sombra que se iba perdiendo sobre las aguas, lo que nos remite a las primeras líneas del Génesis, que habrá que pensar qué pensaban los dinosaurios de estáis cabriolas de la paz de las esferas, y del dios que, como simbad mágico sobre alfombra voladora, se trasladaba sobre ella a través de sus dominios. 

Pero de las dimensiones de la paz, de sus orígenes, de su pedigrí, cabe hablar mucho. Y, tiempos como éstos de vírgenes patronas y no matronas son propicios a declaraciones que duelan luego como palomas mensajeras que no sé yo bien si encontrarán debido destino o su mercancía nos dejará mal sabor, un gusto a cócteles amargos. En Aránzazu, por un señalar, se ha pedido ahora paciencia a la clientela (¿ambigua o no tanto?) por quien antes pronunció el término perdón como necesario excipiente para engrasar chirriantes herramientas de doble uso y que, en ese trance de pedir perdón ví que un amigo perdía pie el otro día y hasta se desviaba de caminos rectos al parecer, que tras breves palabras de afíleo dialogal no sabía bien quién tenía que pedir perdón a quién, y ahora pasa lo mismo con la paciencia, que habrá quienes no sepan quiénes tienen que tenerla y quiénes no, cuando todo está tan claro para otros, que es a este tranco que se le llama anfibología, que no nos lo ha sido en nada y nunca para algunos, a donde se nos ha conducido. Paciencia ¿para qué?, se dirá alguno; paciencia ¿hasta cuando?, dirá el otro (que son dos olas que se apartan allá en el bermejo mar de la caravana mosaica, que estamos ahora ante el dios que aprobó en su escuela especial su grado de ingeniero de caminos, canales y puertos, Mientras tanto el proceso anda, todos los procesos andan aunque lo sean de procedencia kafkiana como lo son tantas veces, un proceso que disfrazado bajo máscaras que todos sabemos qué carátulas esconden, va, anda que andarás, dícese que por caminos laberínticos y de duro recorrido cuando en verdad saben bien los suspicaces que todo está andado y señalado mejor que lo pudiera hacer cualquier guía especializado. Mientras tanto, si jugamos al juego ya sabido de creer en la hornacina, ¿qué pensará la Andra Mari de Rodrigo de todo este amasijo de la paz que requiere no se sabe qué clase de perdón, que tampoco qué clase de paciencia, que tampoco qué clase de esperanza, que al hablar ahora de la paz se nos impone una nueva condición, que desde el magisterio de Arantzazu , se nos proyecta una nueva remodelación, que es la de`la paz sudada', una paz obrera a más no poder, democráticamente amasada por toda la sarta de los partidos dejándola hecha jirones o criba su banderola, una paz colocada sobre una mesa polivalente y de la que todas las facciones tiran; una paz que se ve que bruñe en las frentes de los mesaneros, el sudor goteante que cae sobre ese mantel. Es decir que, como tantas veces, estamos no ante el panorama de un don gratuito que sería lo deseable y lo exigible en dimensiones civilizadas, pero que se nos dice que la paz, como el pan, se amasa, se va forjando sobre la mesa y necesita de ingredientes, a veces de tan ínfíma calidad que duda mucho uno de que al final, cuando se haga ver el producto, nos conenza. Barruntamos y no sé si no lo sabemos ya muchos, antes de que el proceso de amasado de esa paz termine, que el producto elaborado, sabrá y olerá mal, no tanto por los sudores acumulados sino por tantas y tantas componendas que han sido precisas para cuajar, una paz que nos dejará las manos pegajosas de sustancias infames, que es lo que se teme. ¿No exclamaremos otra vez, como Rodrigo que`¿Arantzanzu?' (expresión de extrañeza), o preferiremos la seguridad del 'Arantzanzu' (sin signos interrogativos alguno) que muerto el perro se acabó la rabia dice el viejo refrán y de toda su osamenta es el cánido canino el que más nos requiere nuestra atención. Ese canino que yá nos mordió el alma. De mordedura incurable. 

   Y de la paz sudada a la paz perdida. Como bien se sabe, para ciertas personas, de miedos lúcidos solamente y no de neblinas como a la santa compaña y otras procesiones de estantiguas, la sección periodística más leída es la de las esquelas, Y no sé si bajo el efecto de ese proceso de paz que nos sobrenada como una nube de malos presagios, cualquier viandante de estos caminos necrológicos de la prensa puede percatarse del fenómeno que está ocurriendo, y que es como de una resurrección en masa. Desde hace setenta años que para ellos terminó una paz y entraron en otra de mayores latitudes y permanencias, la definitiva según pensaban, gozaban de un estar más o menos sereno, una utilización de los bajos de la tierra para tenderse cuan largos eran mientras en la superficie batían los vientos, caían las lluvias y el sol lo secaba que así lo quisieron los que los despacharon al otro barrio con un tiro en el occipuccio o vaya usted a saber dónde. Lo que ha ocurrido es que, una llamada "memoria histórica' (como si ésta fuese de exclusiva pertenencia a un solo bando) ha hecho ponerlos en pie nuevamente; en pie bajo la cruz de la señal del difunto y por obra de la memoria fiel de sus allegados, que hay algunos, todavía, que se acuerdan de aquella llamada a la puerta a altas horas de la noche, la requisitoria, infame de los grupos de patibularios en sus paseos noctámbulos, el amedrentamiento de la esposa, el arracime de los hijos bajo su falda, el traslado del hombre a los lugares homicidas que son muchos. Una paz infinita que si al principio fue pozal de sangre en tierra de Haqueldamá, luego, aunque no del todo, se fue secando y resucita ahora como memoria y causa de paz perdida.