viernes, 18 de febrero de 2011

La lectura

   ¿Ha visto alguien recoger con palas de oro la basura? Acaso ocurra así en los reinos de Jauja donde el oro era materíal barato y ataban los perros con longaniza, se me dirá; o, en los pueblos regidos por Midas, rey nigromante del oro, quien, aun siendo así, dícese que mandaba alear sus útiles con otro metal más duro a pesar de que le era misión imposible; tantas veces que los tocaba, tantas que le refulgían como preseas; los aurífices en desconsoladoras jornadas laborales, maldiciendo a su vez la objetiva maldición de servir a tal señor que de manera tan desmesurada hacía virtud de la desmesura en sus innumeras transformaciones; y todo porque el patrón oro se había asentado en su reino de liliput, ¡qué desgracia!, y le bastaba con tocar para que todas las miríficas transformaciones alquímicas se realizasen sin otra virtud que su propia alquimia. Pero la metáfora no sé hasta qué puntó me sirve para desarrollar lo que quiero, que es sobre una de las muchas formas de la pornofrafía, la de las nobles herramientas arrastrandose por el albañal... 



Babel y Alejandría.- 


   Que yo sepa, las dos más grandes y pugnaces edificaciones que se alzaron contra el monoteísmo fueron Babel y Alejandría, las dos joyas de la libertad humana alzándose como cabezas de sierpe de cobra ante la majestad divina y barbotando la frase hispida del 'non serviam' del ángel rebelde. Babel y Aléjándríá pues, es decir, la lengua y el alfabeto, la protesta desgañitada y los churretones de tinta sea como graffiti o como volúmenes en plúteos. Y el monoteo ya supo lo que había que hacer para contrarrestar ese ataque a su soberanía: creó el caos y el analfabetismo. Pero seguramente hasta el propio monoteo se equivocó como otros muchos nos equivocamos y seguimos equivocándonos. Hoy en día, cualquier torre (y no es preciso recaer en los endecasílabos del caro don Rodrigo cantando el derrumbe de itálica) puede abatirse por medio de un par de ángeles negros puestos a volar por otros teos de la aniquilación (véase el caso de las torres gemelas), pero es mucho más difícil luchar contra el analfabeto alfabetizado (con el que ya entramos en el terreno del símil del oro y de la basura), que analfabetos que superaron la cartilla y el catón hay muchos, y no sé si será necesario poner sobre la mesa algunos ilustrativos episodios del momento presente. 



Potter.- 



La bienaventuranza de un vivir bonancible es posible que nos haya hecho ilusionistas ya que la ilusión es un globo hinchado que va navegando por el pais de los sueños, un mongolfier lleno de tañedores de violas mágicas. Así, sepramente, en el caso de ese Harry Potter que a pesar de ser el ceniciento en una familia tiránica, posee poderes ocultos que es lo que hoy en día se lleva, que habrá que decir que ha inundado salas le cine y sofás de televisiones, la varita mágica de las hadas de antaño ha quedado reducida a un trasto viejo más aún que la lámpara de Aladino, y a los magos y magas de hoy les bastan los pases mágicos, la fijeza de la mirada, la incontrastable energía de sus deseos. El resultado está a la vista: millones de libros vendidos en todo el mundo, hileras de compradores haciendo cola que para algunos serán colas de ignominia y no sé si hará falta decir por qué, muchedumbres hambrientas de la basura de soñar en no se sabe qué delirios, millones de libros sobre las mesas y los plúteos que bacen falta muchas palas de oto para librarlas de su peso pero hay tantas palas y todas se afanan en comprar libros e ir comprando hasta el infinito, y hacen falta muchos ojos para ir leyéndolos renglón a renglón pero hay tantos ojos, los hay, que al menos, dice el adulto más conformista, que la ya fenecida costumbre de leer vuelve por sus fueros y se ha ganado ese importante round en el que la vieja afición lectora recobra sus ímpetus y pone contra la cuerda a los textos sin papel, ésos que se marcan fulgidos pero también fuliginosos en la pantalla, niños y más niños ávidos de curiosidad por saber qué le está ocurriendo a su héroe, que dice el adulto avinagrado que alfabetícelos usted para eso, pero ésa es otra historia... 



La niñez.- 


   Acaso es que se está clavado, o en mitad o en centro, en los puros reinados de la infancia. Escuchaba yo el otro día el verbo encendido de un agitador de multitudes de edad niña, un peruano de nombre Nezareth creo recordar, que inflamado de verbo divino, elegido entre todos para dar testimonio del Señor, lanzaba al aire trenos bíblicos, remedos de aquella altisonante lección tribunicia del gran Castelar que terminaba su alocución con su 'Grande es Dios en el Sinaí', que dejó a la gente embargada de emoción sublime y de chorretones admirativos hacia su labia, y dice Rubén que a Manterola (nuestro Manterola) pensando 'si no tendría ante sus ojos un nuevo Saulo"'. Hemos rescatado, sin duda, la tradición imperecedera del niño prodigio con sus luces y sombras, acaso más éstas que aquellas, pero que, de todas formas, habrá que felicitar a esa señora que, gracias a esa su criatura literaria, ha conseguido hacer escalar su status fimanciero hasta los más altos guarismos del Forbes. Que se haya encaramado ahí gracias a una no muy loable práctica del alfabeto no culpabiliza a la tal señora por la razón de que culpar de los estropicios a las causas primeras resulta ser una constante equivocación achacable más bien a los métodos filosóficos al uso. Pero, de verdad, ¿de qué culpabilidades estamos hablando? ¿Qué tipo de aberración o perversión puede haber en que un excelso músico rebuzne, o un egregio filósofo suelte alguna simpleza? No hace mucho tiempo (en 1999), se publicó un libro curioso, 'El estupidiario de los filósofos' (Edic. Cátedra)-, en donde se resaltaban los negros momentos de las grandes mentes en forma de citas desaladas y paupérrimas de grandes personajes recogidas por Jean-Jacques Barrére y Christian Roche. Es un libro que, al menos, nos puede enseñar cómo en nuestro interior debiera de asilarse como planta parasitaria la humildad, cuando se deja en evidencia cómo las mentes más preclaras son capaces de decir memeces. Ante el fenómeno social de una turba enfervorizada (que 'viene a ser lo mismo que estupidizada) ante la salida de un libro solo cabe lamentarse del mal uso de una noble herramienta como es la del alfabeto, con la única excusa, si cabe, de que la niñez es una enfermedad de la que, segura y lamentablemente, quién sabe, uno llega a curarse, y seguramente también de sus lecturas, aunque nunca dejen de remecemos sus evócaciones, héroes de nuestra niñez que nos los volvemos a encontrar en cualquier parada del camino, ésas en donde el viajero dirige la mirada hacia atrás y la encuenda llena de gozosos recuerdos que quién sabe si para estas generaciones serán los de Harry Potter aunque a nosotros nos parézcan tan desgraciados. 

24 – VII - 07