martes, 15 de febrero de 2011

El milagro

   Parece obligado hablar de fútbol, ahora que estamos a la espera del milagro y hasta se nos  facilita su fórmula alquímica. Pero de lo que no se habla és del verdadero milagro que ya se dió, hace mucho, en la esencia de este deporte. Dice la RAE, en segunda acepción, que el milagro es cualquier cosa extraordinaria y maravillosa', y lo maravilloso y extraordinario del fútbol es que, algo tan fútil como el de meter un balón en un deteminado rectángulo, adquiera la importancia mundial que se le da. Aprendí en el libro de Apologética de bachillerato, que el cristianismo ha tenido como gran milagro fiduciario (también en segunda- acepción) que su extensión y mantenimiento, a lo largo de los siglos es prueba irrebatible de su verdad. Un  milagro pues, éste sí, de origen divino, lo que nos llevaría a considerar, por similares  razonamientos, al imprescriptible dogma de que el mayor milagro existente hoy sobre el haz de la tierra, es éste del fútbol, una diabólica invención que hace posible los entusiasmos de las masas.   

Paulo de Tarso.-

   La clave de los milagros está en la fe, y de citas sobre su simbiosis están llenas las Escrituras. Un buen repaso lo da el apóstol de Tarso en el capítulo XI de su Epístola a los Hebreos Partiendo de Abel, pasa por Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Sara, etc que ni siquiera retira su beneficio a Rahab la ramera, y sigue con Gedeón, Barac, Samson, Jephté, David, de gentes azotadas, vituperadas, perdidas por desiertos, montes y cuevas, que si bien se mira ahora a la afición futbolística, así se ha pasado el año ligero, penando con angustias de muerte domingo tras domingo, vomitando en el cuarto de baño las bilis trepadas en los estadios, esos lugares de tortura ideados por sádicos. De 'crueldad insoportable', se escribía en la prensa sobre el último lance del penalti fallado, es decir, de la crueldad máxima, de ésa que rebosa y rebasa al  corazón y le hace dar un estallido de infarto, el montgolfier que arde en el puro aire de Fray Luis y su Pastor santo, crueldad insuperable que se escancia en esa escena de la crucifixión, clavado el hombre frente al obús que descansa a los pies del ejecutor, el silencio insuperable en las gradas y el milagro (también) de los corazones que dejaron de latir y sin embargo penan de congoja, que los cardiólogos no podrán explicar nunca por qué unos pocos míseros son los únicos que celebran su óbito en los campos de fútbol y no todos, un infarto total como sería normal que ocurriera. Cualquiera podría hablar de ese momento de zozobra letal que le domina al portero frente al balón que va a atravesar ése su espacio que ha de guardar invulnerable, pero que no se dejará de pensar, por yuxtaposición, en sevicias del afusilamiento,' la  mañana en nieblas, los fosos del castillo, el piquete, en lo alto el vuelo de los gorriones como tilde de burla, y esa soledad inmensa de la multitud que espera, que es el momento propicio para que el milagro aflore, la mano del ángel en la piscina Probática, el carro del desahuciado que llega al borde de la gruta y se encuentra con el retablo de la Subirous, el de la fe por  antonomasia en el milagro, que, dígaseme, ¿cómo puede nadie desoír esa apelación que al  milagro se hace?. Y, ¿cómo digerirlo todo, ya no la soledad del portero sino la del fusilador piernas que tiemblan, fiebres que dudan, que se queda al fin, mudado, alelado, mustio,  descolorido, en la garganta una angustia que no se acaba de tragar, el 'ooooh' de la multitud, al viento la túnica del fracasado, desnudo por dentro y por fuera y a merced de los elementos después de que el balón ha salido de sus pies y el horizonte se ha llenado de cacofonías de silencios que matan?...

Cursillo de fe.-

   Repitamos que todo milagro no es más que un despellejamiento de la fe. Y, dejemos al  desnudo al hombre que cree. Sobre la barca, el pavor se apodera de unas personas que, para mayor inri, resulta que son pescadores de oficio, acostumbrados a tomentos y tempestades varias. 'Hombres de poca fe', les llama el Gran Timonel que siempre ha colocado la fe como herramienta indispensable, es decir, Pedid y se os dará', "La fe mueve montañas", 'Nadie que no crea en mí alcanzará el reino de los cielos', que se miran unos a otros más conturbados aún por lo que se les dice que por lo que ocurre. El hombre, en este caso del milagro del equipo que se salva o no se salva, es alguien que, durmite todo el largo tiempo de la liga del desastre ha estado explicando su cursillo de la fe inoxidable. Contra viento y marea -muchos vientos huracanados y mareas que aturden- ha estado pregonando su fe, colocando la creencia en el punto crítico donde se halla la desesperanza, el naufragio, pero donde, al parecer, podía él ver la salvación. Todo milagrero es un desalmado que dispara contra la razón, pero al mismo tiempo es un héroe que nunca cederá en su fe mística. Creer no sólo en lo que no vimos sino hasta en lo que no veremos; no esperanza de milagro, sino certidumbre. Con la fe que se enarbola, ¿se salvará el hombre aunque la barca se hunda?...

Perryman.-                 

   Hay libros sobre el fútbol tan admirables que, leyéndolos, nunca se podrá pensar que la  invención del fútbol no valió la pena. De uno de ellos, 'El fútbol a sol y a sombra' de Eduardo Qaleano (Siglo XXI de España Editores, 1995) he hablado muchas veces y, si Polloe no acude pronto a mis demandas, pienso hacerlo más. Otro, es éste que ahora traigo bajo el brazo, 'La filosofía del fútbol' de Mark Perryman (Edhasa, 1999). Como subtítulo lleva la idea de una confrontación atractiva: 'Patadas y pensamiento' y, en sus páginas, la formación de un 'dream team' fantástico. De portero, con el número 1, naturalmente, Albert Camus (1913-1960), y no sólo porque jugó en ese puesto de verdad, sino porque la filosofía del portero ante el gol le marcó como escritor, aunque sea mayor, y más profundo el desconcierto del jugador  encargado de tirar el penalti y falla, que de esto sabrá contarnos mejor, sin duda, ése que tuvo en sus botas la salvación y vio que también la crueldad tiene alas. Coloca Perryman con el número 2, a Simone de Beauvoir (1908-1986); con el 3,a Jean Baudrillard (1929), con el 4, a William Shakespeare (1564 -1616); con el 5, a Friedrích Nietzsche (1844-1900); con el 6,a Ludwig Witgenstein (1889-1951); con el 7, a Oscar Wilde (1854-1900); con el 8, a Sun Zi (500 a.C.); con el 9, a Umberto Eco (1932); con el 10, a Atonio Gramsci (1891-1937), y, ton el 11, a Bob Marley (1945-1981). De cómo se portan estas once figuras en el estadio, lo sabrá quien se decida a abrir el libro y leerlo. Escojo, no sé por qué, de sus expresiones futbolisticas, quizás la más insustancial, la escrita por Wilde: 'El fútbol es un Juego excelente para, chicas rudas, pero no resulta muy indicado para chicos delicados'. Silba el árbitro. Finaliza el primer tiempo.                 

12- VI - 07