martes, 15 de febrero de 2011

Cárceles

   De un joven español perteneciente al grupo Erasmus, prestigioso programa cultural, científico o lo que sea, se nos viene a decir que, por ahí, por Letonia creo, ha tenido la mala idea de tener algo que ver con una bandera de tal país, que no me he enterado de lo ocurrido sino es en su parte última, que es el de haber sido encarcelado, por haberse metido -me parece a mí con arreglo a los pocos datos que manejo-, donde no le llaman, que, en este caso, es el de dejar en paz a las cosas en el sitio donde estaban como el respeto debido y la educación enseñan. Y, de una joven, rusa para más señas, que tampoco me entero qué causas sino es por haber metido excesivo ruido según se informa, me llega la noticia de que es apresada y llevada a comisaría, donde tres mossas (de no sé qué Esquadra), la someten a una paliza tal que entre equimosis, hematomas y otras menudencias dejan su cuerpo hecho un mapa, y a ese cuerpo cuyo oficio es el de mantener el orden, hecho objeto de criticas nada benévolas, como es razonable que así sea. Son dos historias de, cárceles,, de mínima importancia si se quiere, al lado de otras en ese terreno, que si nos pusiéramos a hacer recuento de prisiones, cárceles y mazmorras, nos faltaría papel para consigna una mínima parte de ellas y demostrariamos que los grandes forzados que se asomaron a la literatura contandonos sus penalidades siempre quedaron muy cortos, que podríamos citar a vía de ejemplo y a botepronto, nombres comó el de un tal Silvio Pellico que se hizo famoso por contarnos en 'Mis prisiones' su forzada estancia en el castillo de Spielberg, en Brünn; o un tal Dostoievski que identificó el lugar de sus desventuras de preso con 'la casa de los muertos; o aquel vengativo personaje que residió por tanto tiempo en aquel innoble agujero del castillo de If, mientras inventaba para su uso personal un morse para comunicarse con el abate Faria, que nos contaba su creador, un tal Dumas, que las confidencias que le hiciera el eclesiástico le hicieron inmensamente rico, y etcétera y etcétera, que, a poco que se pusiera uno a recordar las obras literarias que de prisiones hablan nos encontraríamos con innúmeras, copiosas, indescriptibles acciones que tienen como tema preferido ése de la descripción de lugares donde penar la falta de libefíad. 



Piranesi.- 



   De las cárceles se ha escrito tanto que una biblioteca entera dedicada a esta rama de la sociedad podría competir con la famosa de Alejandría. Y, como en todo infierno, cabría señalar la pena de daño y la de sentido, que la primera de ellas la colocaría yo pensando en aquella frase sartriana de 'el infierno son los otros', y la de sentido en las mil y una vejaciones y torturas que para una mente normal sería difícil de imaginar. Pena de daño pues, que al contrario de lo que así se nombra en la vieja concepción católica de la privación de Dios, tiene que ver en el ámbito de las cárceles con la proximidad de los otros penados y nos obliga a husmear sus olores como él los nuestros, la miseria de la promiscuidad sin duda, un mundo en el que lo abominable de cada ser se hace intolerablemente patente. Un filme que quisiera contarnos la historia de la Humanidad se cree que debiera de dejar unos cuantos capítulos cada época para hablarnos de cárceles, y no precisamente o sólo de las del alma como en el caso de aquel escritor húngaro, Lajos Zilahy (1891-1974), cuyas obras, en un determinado momento, inundaron escaparates y baldas de todas las librerías de España, sino de ergástulas que oprimen cuerpos, y, en donde tampoco seria difícil encontramos con la sombra, inquietantemente perceptible, de Sade. Quizá fue, que, obsesionado por estas reiteraciones, la mente artística de Giambattista Piranesi (1720 -1778), dio, en idear y grabar su mundo particular de 'Prisiones', lugares donde toda incomodidad tiene asiento y todo dolor presencia y toda indignidad vuelo. Instalado en Venecia en 1743, y quién sabe si estimulado su estro por los relatos de su contemporáneo Giacomo Casanova, caballero de Seingalt, de su forzada estancia en Los Plomos, dió en ir elaborando todo un mundo de mayestáticas proporciones del mundo carcelario, grabados de hierros de negras forjas, jaulas de azotes y torturas finiseculares, mazmorras en donde se gime todo agravio, edificios de la crueldad mayúscula de perspectivas que van más allá de lo que una mente normal pudiera sopesar como soportable. 



Sueiro.- 


   La Humanidad, que se va librando en parte del oprobio del derecho de poder matar legalmente a sus semejantes, lo tiene más difícil, sin embargo, con el otro derecho, de privar de la libertad a sus congéneres. Allá por el año 1968, Daniel Sueiro escribió una amplia historia sobre 'El arte de matar" al que añadió, en 1971, otra historia también interesante sobré los verdugos españoles', publicadas ambas obras bajo el sello de Alfaguara. Pudiera argumenterse, supongo, que en lo que a matar se refiere, dejando aparte las continuas guerras y otras prácticas pestíferas por todos conocidas, puede que se haya paliado tan feroz costumbre, aunque siga siendo este problema, aún hoy en día, algo como un ente anélido, una especie de tenia gastrointestinal de la sociedad humana aún la más avanzada, que para percatarse de ello bastaría con girar una visita, aunque sea simplemente imaginativa o basada en relatos literario- cinematográficos, y experimentar que, aun en las regiones supuestamente más civilizadas del globo, se sigue matando como acto punitivo, o paliativo, o de defensa de esa sociedad a la que algún daño se le ha inferido. Pero, a pesar de todo, otro es el problema que se nos presenta desde el mundo carcelario . Y, también, en cierto modo, de esa otra práctica que también denuncia lúcidamente en esta obra conjunta, de ese otro "arte" de los modos y maneras de sojuzgar a los hombres, en una perenne esclavitud que ha ido navegando por todas las edades que, en esta exposición no deja de señalar el pensamiento de ilustres personajes que se dejaron ganar por el medio ambiente, como en el caso de Aristóteles que manifiesta que 'es evidente que entre los hombres, los unos son libres y los otros esclavos por naturaleza' y que 'es justo y bueno que tal hombre sea esclavo y tal hombre propietario de esclavos'. Si parece de difícil aplicación desde un abstracto sentido de la justicia más elemental cualquier extorsión a un semejante, bien sea de prisión o de muerte, se opone y se impone, sin embargo, la otra razón que la sociedad tiene de defenderse de los ataques que le provienen de ese ser que es el hombre y de cuya condición nada angélica puede esperarse cualquier desmán, que ahí están códigos de todas las edades y civilizaciones que presentan diversos modos para hacer frente a tales agravios y, aunque con reservas, justificar en cierto modo, las violencias que un hombre, amparado en la sociedad de la que forma parte, pueda ejercer sobre otro u otros hombres. 

4 - VI - 2007