jueves, 17 de febrero de 2011

El Maria Cristina

   ¿Habrá que derribar también ese florón municipal donostiarra que es el María Cristina? ¿Cómo sentará a los donostiarras (que bien pudieran llamarse 'maricristinos' por lo mucho que se lo deben a la Habsburgo) tal asolación, desolación y aplanación? Y lo pregunto porque parece como que, en esta España caótica en donde, quiérase o no, aún vivimos, ha salido una especie de viento monoparcialmente reivindicativo, un virus político que quiere convertirse en alzheimer de último grado a la hora de querer borrar toda memoria de las secuelas que todavía figuran en calles y plazas de una guerra que se desarrolló hace setenta años y que resultan difíciles de digerir para algunos estómagos, y ha de saberse que uno de los primeros sarpullidos guerreros que se pudo observar, lo fue en este singular edificio, honra y prez de la arquitectura donostiarra más jatorra', modelo sin par de las construcciones más fetén de su Ensanche, símbolo y blasón de sus señas de identidad más aristocráticas, secuela emblemática de un escalofrío de elegancia y estilo que se perdieron para siempre. ¿Por dónde y de qué manera se procederá a su derribo? ¿De qué manera o no se embargará la pluma del burgomaestre a quien le tocará firmar en esa rifa de los tiempos y de las edades para que ese oprobio de otra tala más (tan cercana a la anterior de los árboles perplejos en la mañana que los decapitaron sin previo aviso) le perdure in eternum? ¿Se acometerá, una vez más, al estilo de lo ocurrido con las torres de Arbide, el ciclópeo trabajo de desmontar todo piedra sobre piedra para elevar todo otra vez no se sabe en qué monte o colina, acaso en Urgull en sustitución de ese Sagrado Corazón que tampoco deja de ser reliquia de ese pasado vergonzante y oneroso que de un plumazo se quiere borrar, por mucho que sea imagen, bien amada por cierto en este caso, para tantos y tantos donostiarras que, no me acuerdo yo por qué fechas, suben muy de mañana hasta sus plantas a orar en costumbre ya tan sedimentada; a Ulía, acaso, que nunca cejó en ese su llorar de pérdida de su revolucionario armatoste que el ilustre ingeniero ideó y pergeñó para gozo y contentamiento de gentes dadas a contemplar panorámicas naturales (en tecnicolor jolibudense si preciso fuere); en Igueldo, ¡voto a bríos' como diría el personaje del cómic, donde podría hallar lugar bienquisto, haciéndose a una con el recuerdo, supongo que funeral, de aquella osa insigne llamada Ursula para mejor arregosto de la lengua en sus lametones hacia el hontanar de los efluvios maternales, etc, etc. 



Los lemings.- 


   Se me perdonará, espero, que mi recuerdo del principio de la guerra -tan civil y necesaria para algunos, tan incivil e insoportable para otros-, me venga en forma de esa leyenda de la marcha suicida de los lemings que allá, por las montañas noruegas representan el patético espectáculo de ir a parar al Atlántico donde perecen, que lo asocio, claro está, con aquel otro pasaje tan conocido de los cameros de Panurgo que se sacó de la manga aquel eutrapélico y donoso autor de la literatura francesa que fue Rabelais (y que, con su estilo y su esprit entre tabernario e hiperanticulturalista dió en crear una palabra excelsa para el léxico universal y que es el término 'rabelesiano'). Acaso haga falta explicar, como siempre le ocurre a todo lo subjetivo, la razón de esta imagen bélica de escapada multitudinaria en mí, que es que tiene que ver ese recuerdo ilustrado con ese día tan preciso (y cuidado que no digo 'precioso' aunque para mí lo fuera, ya que en un niño, el objetivo, y colóquese aquí todo lo mucho que la palabra objetivo puede significar, es muy distinto al del que usan las personas mayores), que recuerdo yo que ese día, a eso del comienzo de la tarde, estaba yo en la linde de mi casa, sentados todos a la sombra sobre las sillas sacadas afuera para aliviar el calor, y comenzó la estampida, gentes y más gentes, una procesionaria, entre romería festiva y comitiva cuasi fúnebre en dirección a los montes cercanos pero nunca se sabrá a qué; en la voz de algunos de los viandantes la palabra 'guerra' como santo y seña de la marcha, una como expedición insólita que pudiera encontrar modelo, repito, en esa leyenda que se tejió en torno a los lemings poseídos del irrefrenable empuje de ir hacía ese océano de muerte impelidos por cierta hinchazón de su demografía por causa de los líquenes que en determinada época se cargan excesivamente de vitamina E que es como si se cargaran de afrodisíacos dicen, (que, de no ser así pudiera encontrársele parangón, lo repito de nuevo, que sería peor, con los cameros que la mar se tragó por artimañas de Panurgo). Una fecha tan recordada y señalada (para bien o para mal) a través de tantos textos, novelas, imágenes, poemas, etc, que se han escrito así como por la paga extraordinaria que a cada quisque proletario le pudo aliviar las arrugas de la economía malquista del día a día), que, poniéndose uno en el plano de la Historia que pudo ser y no fue, o literatura posibilista, me pregunto qué hubiera pasado si no hubiera amanecido ese día, que se admiten todas las conjeturas y posturas, cómo no. 



Carrillo.- 


   Dícese que se dice, que está escrito por un tal Santiagp Carrillo en su libro 'Demain l'Espagne' (que tomo yo la cita de otro libro Paracuellos del Jarama: ¿Carrillo culpable? de Carlos Fernández, Argos Vergara, 1983) y es por tal circunstancia por la que pongo esta ambigüedad que se expresa a través de un dícese que se dice'). Dícese pues, repito, que dejó escrito el tal Santiago Carrillo, en ese su libro 'Demain l'Espagne', algo que aquí, en San Sebastián, lo hemos sabido siempre y que es que, -En San Sebastián los fascistas se habían hecho fuertes en un hotel que hubo que tomar por asalto', que lo señala para seguir diciendo que 'allí empecé la guerra como soldado', que leído ese breve texto se queda uno - al fin y al cabo rumiante como todo ser humano- acezando con la rumia del texto de un individuo que presenta perfiles tan divergentes, que si él dice que allí (es decir, aquí) empezó la guerra como soldado, habrá que decir, también, que allí (es decir, aquí), la terminó, que si su nombre se hizo famoso no fue por trincheras ni guerrillas sino por presidir checas y fosos de entierros plurales. Anécdotas aparte, lo cierto es que, casi a la par que en Africa, fue en el Hotel María Cristina de esta ciudad de San Sebastián donde comenzó la guerra, cuando unos pobres ilusos se encerraron como ratas en sus hoteleros espacios y aún hoy pueden observarse en sus muros de piedra no tan dura, la marca de los balazos. Una circunstancia histórica en definitiva, que hará que, al igual que hace más de setenta años fue aquí donde principió la guerra, será aquí donde, con su demolición, se dé comienzo a la puesta en práctica de esa alzheimera ley de la Memoria Histórica. 

16 - X - 07