martes, 22 de febrero de 2011

De trenes, mayormente



   ¿En qué idioma hablan los trenes? Digamos, de entrada, que, aunque también para viajar, para lo que sirven los trenes, como todo tipo de ingenios, objetos, etc, inventados o no por los hombres, es para hacer preguntas, como, por ejemplo, ésta de fonología con que se abre este texto y que se asoma como consecuencia de una más que duda que ha hecho resonar por los aires la ministra del ramo ferroviario que, acostumbrada a soltar garbosas proclamas, ha alegado, como razón suficiente de los retrasos en ferrocarriles sureños de trenes de alta velocidad, que se debe en gran parte a qué las ánimas tan sofisticadas de tan veloces criaturas, no entienden la peculiar acentuación y esquileo de letras a. la lengua española hablada en tierras andaluzas, ya se sabe, ese ceceo de dulces resonancias, el encabritado laberinto de metáforas espontáneas y sublimes, esa sabrosa gracia de mentes y bocas bendecidas como hay tantas en la tierra de María Santísima. Una razón, la expresada por la ministra, que no deja de tener su importancia, supongo, en orden a evitar tragedias ferroviarias de gravedad supina aparte de que su 'salida' ha provocado una gran carcajada de época por suponer insuperable su simpleza, pero que, al mismo tiempo, abre al mínimamente imaginativo una puerta a la memoria de incalculables proyecciones de nuestra vida ulterior y citerior, una especie de stargate por donde acceder a épocas pasadas y futuras, a hacer añicos a la cronología y a quien la trujo, a ser tan libérrimos en el tiempo que ese vuelo de gaviota que tanto envidiamos por su belleza estampada contra cielos añil y olas esmeralda nos parezca quisicosa pueril, nos invita a evocar acontecimientos y crear otros nuevos, a rodar al ritmo y al sonsonete tan adormecedor como ensoñador de aquel viejo tac-tac, tac-tac, tac-tac que era la música trepidante de los viejos caminos de hierro, en la cabeza el monótono taconeo de ese buril de trépano que nos desmigajaba los sesos y los amasaba en papilla, y sobre cuyo discurrir ferruginoso, sobre vagones de todo tipo, desde el menestral a los de los grandes expresos, desde los humildísimos y encantadores y tan mareantes de via estrecha hasta los de anchos holgados y hasta los que se deslizarán en el futuro aún más sobre un único riel con lo que se ha dejado de creer en aquella ley increíble de las paralelas que nunca se encuentran cuando es sabido por todos que nada hay en la vida con la que no se encuentre y con que se enfrente y se choque que, a dónde si no los virus de la venganza fría, las esperas del beduino frente a la casa o calle por donde se verá pasar el cadáver del enemigo. En todos los trenes en suma hasta los que retan ahora a las velocidades cumbre de los tav, en todos los trenes y en algunos viajes nos acontecieron y acontecen grandes aventuras, de ésas que todos guardamos en nuestra intimidad como en un florero de plantas fetichistas, corolas traslúcidas si se les deja que se amaine en polvillo la savia de sus nervios, fragancias nunca perdidas entre las dos hojas del libro entre las que se depositó y en las que ha dejado su rastro de humedad resecada antinomia mágica. Las aventuras del tren tienen su vértebra de premonición si así se quiere creer, o de realidad que se convirtió en sahumerio de emociones, sarmentosas si viejas o esperanzadoras si nuevas, y en lo que se llega a pensar, sobrevolando cronologías si se quiere, es por qué en todos los grandes fastos no están los trenes como grandes protagonistas. 


Benazir Bhuto.- 

   Han estado, sí, en grandes ocasiones, y me imagino que un vendedor de la imagen del tren como gran conquista al estilo de los viejos magnates y potentados ferroviarios, no dejaría escapar esta ocasión de hacer propaganda -aunque fuera con riesgo de caer bajo el calificativo de carroñero-, que ofrece el asesinato de esa señora que se llamó Benazir Bhuto, cuya autobiografía 'Hija de Oriente' (Seix Barral, 1989) leí con cierto interés por lejos que me cayera el Pakistán y sus problemas. Como en el caso del escritor francés Maurice Barrés (1862-1923), fundador y director y único colaborador de una revista literaria, quien remando a favor de corriente sin escrúpulos de ninguna clase, aprovechó el ostentoso asesinato de un tal Morin a las mismas puertas del Palacio de Justicia y que dió qué hablar al todo París, para poblar las calles de hombres-sándwichs que proclamaban por delante y por detrás que el asesinado Morin, ¡qué lástima!, no podría leer ya su revista, no sé si se podría decir o no, que si en vez del coche hubiera optado por el tren, fuera posible que doña Benazir ahora no estuviera muerta, que acaso lo estuviera antes aunque para decir eso hiciera falta saber cómo funcionan los trenes por esos lugares, y en qué pudiera parecerse a la imagen de aquel otro tren que aparece en aquel filme que realizó Richard Attenborough sobre Ghandi y que dió su gran oportunidad interpretativa a Ben Kingsley, es decir, con viajeros asomándose por todas las ventanillas como trapos sucios al oreo. De todas formas, y al estilo de como es fácil leer en su libro antes mencionado, permítaseme cubrir el recuerdo de esa temeraria mujer pakistaní con muchos pétalos de rosa como acostumbraban a cubrirla frecuentemente sus partidarios. 



A La Catedral.- 

   Para hacer añicos la dictadura del tiempo y poder situamos en la anacronía pura, pudieran barajarse otras muchas preguntas sobre ferrocarriles y trenes, siempre tan cercanos y tan lejanos, envueltos los más en neblinas de aventura, en su humo que lo dejaba deshilachándose en el paisaje junto con su silbido, los viejos trenes de las noches de insomnio, los de las madrugadas que rechinan sobre los rieles, los de los ojos soñolientos en la ventanilla. Pudiera escribirse un poema breve como un espasmo siempre con los trenes en la distancia, sobre la distancia, contra la distancia. Su ulular de monstruo a la carrera por entre paisajes que se atropellan, tan ordenadas y tan desordenadas. Con miles de idiomas que en su vientre se hablan (pero, a todo esto, ¿en qué idioma hablan ellos, ellos mismos, los trenes, señora ministra?... ¿Por qué -y es ésta otra pregunta que se me ocurre hacer ahora que están tan a la puerta-, no vienen en tren los reyes magos y no en esas viejas caravanas de camellos que de tan cartón piedra parecen?. Y también, ¿en qué tren, metro, tranvía, bus, por qué vía por la 'y' o por la 'z', habrá que trasladarse de aquí en adelante a la Catedral de las Grandes Reivindicaciones Patrioteras donde las huestes enardecidas por una educación convenientemente dirigida han entendido, al fin, que ni por el corazón ni por la mente sino por los pies comienzan todas las ascensiones, a patadas para mejor entendemos, y ribeteando una ucronía más en el país de las ucronías múltiples. 

2 – I - 2008