martes, 8 de febrero de 2011

En penumbra



Un, llamémosle procónsul (que lo digo por el sentar conjunto más o menos en conciliábulo o cónclave con otros de su misma laya y en tiempo limitado que era el pánico hervor de todos los procónsules de la pax); un procónsul, repito, de la Iglesia católica apostólica romana/ española (que es exigible la matización en momentos como éstos en los que la variedad de creencias, cultos y latrías y de nombres de lugares diría que nos desborda); un procónsul, que requerrepíto, prímus ínter pares (por supuesto), ha elegido acertadamente un término en la rica floresta del diccionario RAE y del común decir, para indicarnos dónde estamos, o cómo estamos, o en qué estamos en esa bandeante travesía del proceso de marras, que, en el hampa político, si para algunos, más o menos siempre han pintado oros, ahora parece que puede ser oro desteñido o quién sabe si solamente oropel, mientras que para otros, lo que pinta es bastos o hasta espadas. Una situación idónea para utilizar ese término del procónsul antedicho que además no puede tener mejor evocación que en el ámbito de los edificios más eclesiales, vale hablar de las antesalas donde se va notando su presencia, cabe la ermita de adornos florales silvestres a la que llegan los cánticos, silvestre! también como era de esperar; la iglesia del pueblo que suda los sudores del cerviguillo de sus feligreses; o, la catedral, tan envanecida de las riquezas de su fábrica arquitectónica si no de otra cosa. El término, digámoslo ya aunque el posible lector lo habrá adivinado, es "penumbra', una palabra que nos coloca, diría yo, ante un auténtico encaje de bolillos, que se el encaje indica precisión, el bolillo nos trasvuela al campo de las maravillas, ese edén que vivirá mientras lo soñemos ya que en nuestra capacidad para el oneirismo se halla su único soporte. La penumbra, que es como media luz que poco promete, como un entre dos luces, algo corno el titilo en el limbo entreverado en el ser y no ser, es, sin embargo, refugio y efugio para almas temerosas* para las que sintiéndose heridas de luz se adscriben a entornos grisáceos, como gafas negras tan proclives a piraterías femeninas a pesar de que tanto delatan, un como gato negro en la atardecida que se confunde con una sombra, simple fantasma. Y, como era de esperar, más que de temer, en timbra nos ha dejado la penumbra, que al escribirlo y al recitarlo, se sienten como goznes plagiados, un como canto de funerales que como mejor les cae a las elegías es la rima aconsonada, que se sale al campo y se observa el horizonte penumbroso, el mar en procela (que es coloración de algún grado en la densidad distinta de la de penumbra), las estrellas como caedizas porque al aprendiz de pirotécnico le estallaron los fuegos en las manos y se armó el triquitraque, tanto puede la resonancia de la rima. Queda aún la longitud o latitud de la preposición que es como la de aquella duda barojiana, duda preposicional de cómo andar en zapatillas, de si "en" o de si "con", que exigió hasta la intervención del mismísimo Ortega y Gasset, don José. 



Con amore.- 



Probemos con el con que puede ser adminículo como maleta que el malo de turno lleva al escenario de sus fantasías. De cuando leía yo novelas policíacas sin descanso -que aquel tiempo que parecía eterno y todo lleno de orillas de ocio quisiera tener ahora-, recuerdo una de particularísima trepidación de un singularísimo autor, el canadiense Frank L.(ucius) Packard (1877-1942), creador, sobre todo, de una criatura literaria inolvidable, Jim Dale, o "El sello gris', o "Larry el Murciélago' (que todos estos nombres y sobrenombres usaba). Sin embargo, y dejando aquí mí homenaje testimonial a este personaje que tan indehiscentemente soldado ha perdurado en el nudo de mis meninges, de lo que pretendo hablar ahora es de otro título suyo, Con amore' (Editorial Letras: Zaragoza, 1937), que no sé por qué circunstancias yuxtapuestas, se me viene a la mente al hilo de estas letras que voy escribiendo. "Con amore' era la fórmula exquisitamente burilada y maldita que, también en penumbra, como las pinzas del alacrán bajo la piedra aleve, usaban los mañosos para cercenar el gañote de los mensajeros a los que se les proveía de ese pasaporte hacía la eternidad no sé bien si clamorosa o silenciosa, o cabe las dos propuestas al mismo tiempo, un caballero de los cuentos de antaño que viaja con su arma presta para alancear enemigos que pueda encontrar en su carrera y, sin embargo, el enemigo está dentro, nos socava desde las mismas entrañas (que esa es la clave en la que no se repara lo suficiente), todos caminamos con el "con amore' escrito por Nicolás Capriano, gángster aposentado en el inmóvil sofá de los años pero la memoria ayuda, a su viejo compañero de gang Dago George para eliminar al mensajero, que, en definitiva, todo consiste en matar al mensajero para que la odiosa noticia no nos abochorne, que el bochorno, ya se sabe, con los poros todos del cuerpo inhalando la peste de las mutuas complacencias innobles, es siempre peor que la muerte, siempre. Escribía aquel judío, uno más de la diáspora semítica alemana ante el empuje nazi, Franz Werfel (1890-1945), autor de una novela "La canción de Bemadette' que desde el libro y desde la pantalla, con la ayuda de "la piadosa Jennífer Jones" batió récords de lágrimas en las mejillas de multitudes sentimentales, y de aquella otra, sin duda más excelsa literariamente, "Los cuarenta días de Mussa Daghs': escribía, sigo diciendo, en el epílogo de un relato breve titulado "El culpable no es el asesino sino la víctima' (y que, también es aprovechable), un aviso tan poco tenue, que parece que estuviere escrito a brochazos y que dice que" ¡Guardaos de los sueños de los encorvados, pisoteados, torcidos, chistosos, sedientos de venganza cuando venden sueños como actos creativos'!', que escrito y leído tal cual, sólo queda aplicarlo donde convenga, cosa nada difícil. 



El desprecio.- 

De los delirios de los alzheimeres, se dice de, cómo en ese trance, se llega a acordar más de lo más lejano que de lo más próximo, que debe de haber pocos afectados de esa patología se piensa, cuando se hinca con la memoria como lo estamos viendo, más en la posguerra (más cercana), y menos en la anteguerra (un poco más lejana), que entre estos dos contingentes se está presentando uno de los últimos frentes de la guerra peninsular, que, de seguir así, será una nueva refundición de Ja guerra de los cien años, guerra de entierros a pelo ahora y de esquelas. De todas formas, se quisiera poder colocarse, una vez más, en la penumbra de todo, en esa luz entre luces que media entre amor y odio, que, al llegar a este punto en nuestra meditación orbicular (que también la memoria es redonda, y su examen), que. en todo caso, no se sabe bien si para vivir, pero para sobrevivir, acaso mucho más útil que el odio y el amor resulta serio el desprecio.