Pasadas, ¡al
fin!, las navidades, cabe hablar, de una alteración en sus costumbres.
Políticamente, todos sabemos que nuestra más preclara guerra de tribu está
establecida entre nacionalistas y no nacionalistas, en una confrontación que
hasta los más optimistas pudieran pensar que no tendrá ni próximo ni buen fin.
Pero, ¿la otra guerra, la de las costumbres? En este terreno importa, y mucho,
mirar hacia Olentzero, observar qué se ha hecho con el carbonero pantagruélico,
con su pipa de arcilla que melló sus dientes, sus botellas de vino bailando el
ariñ-ariñ como preludio de la borrachera que no tardarán en traspasar a su amo,
a sus comilonas cocinadas con el viejo recetario de las amonas, esas buenas
señoras que, procedentes de la ascética escuela de la posguerra, lo que sacaron
en consecuencia después de tanta escasez, fueron las fórmulas generosas para
llenar vientres insaciables aunque sin olvidar, por supuesto, su esclarecida
calidad de siempre. Aunque su reinado (el de Olentzero), tan breve, y su territorio,
tan mítico y legendario, estuvo secularmente centrado en la comarca del Bajo
Bidasoa, y su origen pudiera buscarse en las estribaciones de Ayako Arria, en
alguna cueva de los alrededores del Erroilbide, Txurrumuru, Irún mugarrieta,
etc, lo cierto es que, últimamente, sus andanzas se han extendido mucho y ya
parece como que todo el País Vasco le ha adoptado como tótem navideño, dando
lugar, con ello, a una secesión tripartita en una distorsión de su
caracteriología y su personalidad. Olentzero, habrá que decirlo para insertarlo
en su vieja mitología rescatándolo de la actual, ya no es lo que era. En el
trémulo reino de la tradición y de las costumbres, tan intocable, se ha llegado
a dotarlo de un simbolismo que nunca tuvo y, automáticamente, hemos asistido a
una transmutación, tanto pueden las sinuosidades partidistas. A Olentzero, que
nunca regaló nada a nadie; a Olentzero, que parece como que siempre hizo alarde
de acendrado egoísmo; a Olentzero, cuya sensibilidad, si alguna vez la tuvo, la
perdió entre báquicos regüeldos, y que, según la vieja tradición, solamente hay
que adjudicarle el papel de mensajero de la Buena Nueva (de ahí, seguramente,
lo de Onentzero), se le ha puesto a competir con Papá Noel y con los Reyes
Magos, y, de tragón y de maneras toscas y sin tacto, se le ha hecho obsequioso
y amable. De esta manera, por Navidad y en el País Vasco, en la guerra de las
costumbres, se asiste desde hace algunos años, al menos, a tres frentes: noelistas,
olentzeristas y triárquicos. Acaso, puede ser que los beneficiados por todo
ello sean los que tengan la costumbre de recibir regalos, que ahora les pueden
provenir de esas tres fuentes, lo que no deja de ser un logro indiscutible de
la sociedad de consumo.
El hombre de la Lambreta.-
El Bidasoa,
que de siempre ha sido un río con mucha corriente cultural (y no es cosa, ni
tengo espacio suficiente, para hacer su apología en este terreno que, por otra
parte ya está hecha por personas mucho más competentes, entre las que cabría colocar
en primerísimo lugar a s biógrafo por antonomasia, Luis de Uranzu), ha tenido,
como todo en la vida, tiempos de flujos más o menos densos, y alguno de gran
hervor transcurrió, precisamente, cuando un hombre, montado en su Lambreta, andaba
por Irún revolucionándolo todo gracias a sus humores expansivos, preocupados e
indomeñables. Este hombre, inquieto como ser, aparentemente atrabiliario por su
conducta, próvido y generoso en intuiciones e invenciones, fue un escultor que
ha quedado anclado en la Historia. Habrá que consignar, también, que fue uno
de los polos de una simbiosis magnífica entro él y la estirpe cultural de la
ciudad de Irún. Se llamaba, Jorge Oteiza.
Escribo esto,
a raíz do haber recibido un libro de parte de Jaime Rodríguez Salís, viejo
compañero en el Internado de San Martín de Oronoz Mugaire regido por los Hnos.
Maristas y 'patroneado' sin discusión alguna -boga que boga hacia un modelo de
educación rigorista pero eficaz ante los tribunales de examen por el también
legendario y mítico Don Segundo. De Oronoz, donde Jaime y yo y una gran tropa
de alumnos estudiamos, a Lecároz, donde lo hiciera Jorge, la distancia es
escasa, unos pocos kms. nada más, los métodos educativos distan algo más y no
solamente en cuestión de libros sino también en deportes (primacía del fútbol
en Lecároz y de la pelota en Oronoz-Mugaire), pero, acaso, lo que de verdad nos
une. seguramente, es la sal común del internado, esa fagocitosis de los tiempos
muertos en espera de no se sabe qué redención, el patio de juegos desde donde
atisbar mejor el futuro que desde la propia aula mientras sollozaba nuestra
ansia de libertad en el vuelo de las palomas hacia las redes de Echalar o
libradas de ellas ya en vuelo fugitivo pero firme, años de infancia sumergidos
en un tiempo de tierras calcinadas por la guerra en Europa. Agradezco a Jaime
Rodríguez Salís -de casta le viene la pluma como descendiente de su notable
padre, Luis de Uranzu, y de su madre, maestra en 'exilios (1936-1945), Dolores
Salísel envío de este libro de obligada meditación para mí, Oteiza en Irún
1957-1974, editado a expensas de la necesaria ayuda económica de la dicha
ciudad de Irún, por impulso del organismo cultural 'Luis de Uranzu Kultur
Taldea', y por la profesionalidad de editorial Alberdania, que recoge, en
primer plano material, a ese hombre sobre su Lambreta (su situación económica
no daba para más y aún así le originaba incomodidades manifiestas con la
Administración de las que se hace eco amarga e irónicamente); y, en el
espiritual, su esforzada lucha para vivir en arte, en ebullición artística
expansiva y contagiosa, en permanente vigilia personal y en evidente mala leche
(perdóneseme la expresión) por hacer que ésa su fiebre artística prendiera en
todos aquellos con los que trataba, con toda la ciudad en suma. 'Poéticamente
mora el hombre sobre la tierra', cantó Holderlin. Poética y artísticamente
habitó Jorge Oteiza en Irún en esos diecisiete años de los que da cuenta, en
breve sinopsis, este libro, cuyo envío, repito, tan hondamente agradezco, y que
me ha hecho revivir andanzas de cuando podía sentirme joven aún, de reuniones
artísticas como la celebrada en el Carlos V ondarrabiarra y en donde recuerdo
que estaban figuras como María Paz Jiménez, Rafa Ruiz Balerdi, Amable Arias,
José Antonio Sistiaga, Remigio Mendiburu, etc, y en las que se debatía, sobre
todo, el bifronte problema del arte en aquel momento de si de tendencia
abstracta o figurativa, semanas de arte, etc, etc. Un libro que nos hace
revivir el pasado, ¡ay! tan cercano pero tan lejano...