En el fondo,
todo puede ser cosa de oír las voces,
que, por ejemplo, no sé cuáles hará
falta oir para tratar de un pacto con el
diablo en el que siempre se sale
perdiendo y ni se sabe en qué forma de
susurros siniestros a algunos habla,
pero es que, cuando me enteré de ese día
tan clamoroso de la pasada semana de lo
del conseller y su viaje hacia la indecencia y hacia el ridículo, me puse a
leer de inmediato El Diablo de Papini,
que sabía que el florentino era ducho en
demonologías y la ocasión bien lo merecía contando con un encuentro tan como de aquelarre.
Y vi que decía el agudo Giovanni, que
«ese ser infame y sin embargo famoso,
invisible, y sin embargo omnipresente,
unas veces negado y otras adorado, unas veces temido y otras vilipendiado, que tuvo sus cantores
y sus sacerdotes» (que añado yo que qué
gran verdad cómo de ambos ha tenido a
porfía, oraciones y bendiciones y
elegías de cantores populares con alguna vieja canción usurpada y hecha carne propia), que
debió oír voces el conseller en días
previos en poco a las carnestolendas que
son días de diablo según la vieja concepción del ritual cristiano fundamentado
en la ascesis cristiana de la cuaresma, que era conveniente darse un garbeo por
las tierras del Enemigo, que tiene sus preferencias para hacer sus apariciones,
qué ésa es una parte incógnita de la geografía espiritual y carnal, de por qué
hay andurriales que sin saber ni cómo ni por qué ni por dónde gozan o sufren de
visiones mágicas o esperpénticas, que hay veces en que, dice el polémico
Giovanni que «desde las primeras páginas de la Escritura la serpiente es
símbolo y encarnación de Satanás», que aparece unas veces con la cabeza
aplastada por el calcañar de Eva y en donde trata de hacer mordisco, que es
condenación impuesta por Jehová en el huerto ' de Edén (desde entonces
guardado por querubines), y allí estaban la serpiente y el cáliz, los viera o
no los viera el conseller que fía su futuro a las voces y que parece que su
capacidad de visión no alcanza muy lejos, que hablando de la serpiente, de la
real que rastrea y de la simbólica que aún más espanta, tengo que contener mi
imaginación que me lleva a su honda significación de la que habla Aleixandre,
imagen de la sierpe, símbolo fálico y vaginal al tiempo, símbolo de muerte,
renovación de vida y hasta de eternidad, todo lo cual es comentado a su vez
por Valente en uno de los textos de su Palabras de la tribu, que aporta,
asimismo, esa gran imagen de la poesía aleixandreana en Pasión de la tierra,
casi de surrealismo teísta, de «la gran serpiente larga que se asoma por el
ojo divino», imágenes, recuerdos, lecturas, símbolos, que cerrando este capítulo
de complacencias de la memoria, sería muy conveniente, me parece, no seguir más
hablando de ese juego de marionetas y, decir, si se puede, que lo dudo, que así
acaba, supongo que sólo por ahora, la fábula del conseller y del Enemigo que me
parece que es bueno que se supiera para presentes y futuras generaciones de
cómo el virus de la estulticia es fácil que prenda cuando la mente se deja
ganar por el orgullo.
Dickinson. Pero en el fondo todo puede
ser cosa de oír o no las voces, que de las voces que algunos grandes oyentes
escucharon pudieran escribirse, y de hecho se han escrito, larguísimas
epopeyas, historias curiosas. De voces impelida, día tras día y por varias
veces a la semana, como dijo ella misma, salió de su jardín, aquella Juana,
doncella de Domrémy, que se trajo su juego bélico entre franceses e ingleses
allá por el XV, aunque no hace falta irnos tan lejos en el tiempo, que de voces
horrísonas o taladrantes, o graves, o de seises, o claras de piano o fatigadas
de saxo, de voces de razón o de insania parece que se nos llenan los oídos de
continuo, y, acaso lo que se busca es una región silente o embrujada de
susurros gratos, húmedas resonancias, piar de pájaros y sinfonía de voces como
en un «bosque animado» al estilo del de don Wenceslao, voces taumaturgas que
pudieran driblar ese recitado de la Dickinson que dice que es que morir nos
duela tanto, es el vivir lo que nos duele más», que puede ser que sea retornelo
para una canción de suicidas.
Unamuno. Pero de voces a las que se fía
el futuro pudieran citarse historias mil de una serie de personas, de ritos
familiares en los que la Biblia reposaba como única Libro en la casa y al lado
de la cama para mejor dirigir los actos más elementales de la Vida, el nacer y
el morir, por un ejemplo, Y si recalamos por esta vía, quién sabe sien los
peregrinos Maryflower como poco, que fiaban todas sus decisiones a apertura de
la Biblia y a su comienzo de página, se me ocurre escoger y por carambola al
corajudo bilbaino Miguel de Unamuno y Jugo que. confíando en el azar, se vio en
trance de hacerse cura y no se sabe
todavía qué campana le salvó, que
recuerdo haber leído en mi texto de Carmen Bravo Villasante, Biografía y literatura (Plaza & Janés, 1969),
aquel : trozo de una su biografía La
vida de Don Miguel, de Emilio Salcedo en
donde se cuenta de los accesos de
misticismo que en su juventud tuvo y,
cómo un día después de comulgar, fió su futuro a su libro de misa y lo primero que leyó fue: «Id y predicad el Evangelio por todas las naciones»,
que le produjo una inquietud honda y lo interpretó como mandato, y volvió
1 a escarbar otra vez, en otra ocasión y
en el mismo libro, y le salió, el San
Juan 9, 27, «Ya os he dicho y no habéis
entendido ¿Por qué lo queréis oír otra
vez?», que ya resulta definitivo, aunque
ni por esas, que cuando actúa la razón,
se da cuenta de que muchas voces fueron
pronunciadas no sólo en vano sino en su
propia contra, como el conseller ya
habrá anotado, se supone, para estas
horas, y como ni Juana ni don Miguel podrán ya anotarlo.