Por supuesto que hay música (músicas) en la montaña como
bien se hace ver y oír en el filme 'Niwemang' del kurdo Bahman Ghobadi. En las
montañas y en los valles por un decir, que si yo hubiera sido o montañero o
montañista (que no sé cuál monta más o si montan tanto), la habría oído al
comienzo de cualquier ascenso (un balido de ovejas entre tintineantes esquilas
o un mugido de recental acaso, un tanteo de notas humildes como gotas de lluvia
que deja perladas las hojas) para ir creciendo luego su diapasón, su trémolo,
la ocupación de notas 3 todo lo hondo del cerebro,, venablos de acordes que se
hayan concentrado en la cúspide, la mano de Dios (Júpiter y sus rayos prestos)
en su soberano concierto de las cumbres, que Dios habla en música como nos
decía esta pasada semana desde la pantalla el Beethoven-Ed Harris de Agmeszka
Holland, la música extremada/ por vuestras sabías manos gobernada1 como en la
rosácea visión de Fray Luis en su Oda a Salinas', la música con la que Dios
llena la cabeza de los hombres a los que quiere ofuscar y que viene a ser como
una ecuación que establece una igualdad límite de que el delirio humano por la
música puede ser el deliquio de Dios o al reyes y que hace que El les llene de locura
musical a sus melómanos como al gran sordo, que, en este punto, nos amanece la diatriba
del Borges ya ciego: “ Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de
la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dió a la vez los libros y la
noche', que con parecido juego irónico se emplea en la juerga con Beethoven,
una cacerola hirviente de músicas para quien nunca puede oir, que es la sarcástica
crueldad sólo posible en mente divina.
Niwemang.-
Naturalmente que hay música en las montañas como lo sabía el
Mamo de Bahman Ghobadi o aún él mismo (¿participa el creador en el
entrañamiento de sus criaturas?), en 'Niwemang' (una de las películas premiadas
en este festival número 54, póngalo quien quiera si de gracia o de desgracia),
las montañas como protagonistas de una historia de humanas hormigas rampantes
por sus anfractuosidades, dentadas sierras, gargantas, collados, que el instrumento
músico es en esta ocasión una especie de sierra de violín sobre broncas
cuerdas, el panorama a contemplar una exaltación, las viviendas humanas
ventanas montañosas, el autobús renqueante por senderos de cabras, en el fondo
yo diría que del corazón "fruto amargo' (I. Aldecoa) de Mamo, un personaje
de viejo y pobre estilo con mucha música dentro de sus entretelas, la fuerza de
una música de no se sabe qué sublimidades cuando un concierto crea tantas
dificultades y se dice que hay una multitud expectante ante este concierto
prometido que solamente desde una explosión sublime de amor pueden creerse tales
emanaciones populares. Y hablo de las músicas de estas películas de este
festival porque a mí, que nací como blindado de opérenlos auditivos al parecer,
como con taponamientos de cerúmenes insuperables, me da por pensar que esta
edición 54 del Festival ha sido más un exponente musical que otra cosa, una
manifestación de sonidos quizá como todo en la vida, pífanos en la sala pero
mucho más a la hora de otorgar consideraciones que si lo escrito antes hemos
escrito acerca de la película adornada con el lesión (y supongo que también
fiestón) de la Concha de Oro. en parecidas estrofas pudiéramos regolfarnos al hablar
de su par a par en el jolgorio de los premios, ese filme de procedencia
francesa "Mon fíls á moi' de Martial Fougeron (con la mano izquierda de la
Moreau moviéndose hábilmente en el ábaco de los lauros hacia sus escalofríos
chovinistas suponemos), que si hemos hablado ya de la música de las montañas
nos toca ahora alentar o auspiciar o soplar la música estridente del hogar, la
ceñida odisea en cantos casi lúgubres de la atroz posesión maternal, más
estremecedora, por supuesto, que la del demonio haya o no exorcismos...
Molinos. -
Escribía aquel
Miguel de Molinos (1628-1696), considerado como heresiarca que vaya usted a
saber, inmerso en la "infusión del espíritu divino' y como símbolo del
quietismo en campos de mística, en su "Guía espiritual que desembaraza el
alma y la conduce al interior camino para alcanzar la perfecta contemplación'
que hay que tener lástima a las almas que no se les puede persuadir que es el
mayor bien la tribulación y el padecer', que los perfectos siempre han de
desear morir y padecer; siempre muriendo y siempre padeciendo', que podría hacer
suya esta pragmática existencia! ese muchacho llamado Julien que tuvo la
inmensa perplejidad anímica de toparse con una madre posesiva en la antedicha
película de Martial Fougeron, tanta que todo conato de esclavitud palidece ante
esta muestra. Con Julien y su madre, en su casa, en esa preclara al mismo
tiempo que deleitable mansión como un calabozo de los plomos (y nunca mejor
empleado el símil) sala de tortura lo que evidentemente aparece como lugar
apacible, las notas imbeles del piano a pesar de ser percutidas por manos
infantiles, todo un regazo de hogar que sin embargo puede convertirse en
ergástula al menor atisbo de rebelión, se oye, sin embargo, una música de hogar
que no es, por supuesto, el dickensiano del grillo cri, cri, cri, por las
estancias que a medida que pasan los años infantiles y van trocándose en
juveniles se vuelven opacas aún de tan transparentes como parecían. De esa
música atroz del que habla ciertamente la paremiología o la psicología
educacional mal entendida (¿'quien bien te quiere te hará llorar'?) Sin duda que
sí para algunas madres.
La Callas.-
De la vida, nos lo dijo en incomparables estrofas el poeta, sólo queda
el don preclaro de evocar los sueños'. Y digo, salvando si salvarse pudieran
los insuperables abismos y distancias, que, con el tiempo, y siempre que la
memoria nos ayude en el menester, de la vida solamente nos quedan las
referencias. Musicales, si se quiere, cuando todo se puede volverse música como
en esta evocación que ahora hago de unas pocas películas, premiadas algunas que
tanto no merecieron y sin premio otra que sí, todo lo cual entra en ese submundo
de la delincuencia de la vida, que cierro la evocación ahora con la más precisa
y preciosa, un cementerio cerca de la ciudad, gentes que acuden allí en reclamo
de memorias tanto gozosas como dolorosos, un sabor agridulce de saber cómo la
vida se nos despeñará por semejantes avenidas, las referencias de hombres y
mujeres y de sus frases cargadas de sentido, una sensibilidad de mujer que va
leyendo libros y pasajes capitales, haciéndose y haciéndonos oír músicas
calladas y prietas o tan resonantes como la de la Callas desde su cenotafio, un
joyero para una voz que vuela y que vuela...